Manhattan, Nueva York, EE UU. Mayo 2023. Foto: Miguel Máiquez

Escuchad y repetid #4

Atrapar palabras al vuelo, gestos, vidas… La voz metálica y mandona de la vieja cassette en aquellas clases de francés reclama al fin, tantos años después, su auténtico sentido. Écoutez et répétez.

—Esto no es para lo que yo me apunté.

Nueva York, 22 de mayo de 2023, sobre las cinco de la tarde. Una pareja en la Octava Avenida, en lo que parece una discusión. Habla ella. Él, que le dobla la altura, permanece callado. Caminan en dirección sur, a un par de manzanas de Penn Station. Manhattan luce bajo un sol brillante tras la intensa lluvia que le lavó la cara durante horas hace un par de días. La incesante sinfonía de motores y cláxones fluye de nuevo sin sordina. Hay algo de orgánico en el caos: el tráfico, el ruido, la gente… Como un ser vivo gigantesco pero indefinible. ¿Para qué se apuntó ella entonces? ¿Qué esperaba? ¿Qué le queda aún? Es posible que lo esté explicando ahora, pero el manto de la ciudad ha engullido ya su voz, uniéndola al resto de historias, sonidos, luces, esperas, instantes. Un ser vivo gigantesco con un apetito insaciable y que, efectivamente, nunca duerme. 

Manhattan, Nueva York, EE UU. Mayo 2023. Foto: Miguel Máiquez
Foto: Miguel Máiquez

Miguel Máiquez, 9/6/2023
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Damasco, Siria. Enero 1995. Foto: Miguel Máiquez

Reserva

Damasco, Siria. Enero 1995. Foto: Miguel Máiquez
Foto: Miguel Máiquez

Técnicamente no es gran cosa, pero a la foto que encabeza este texto le tengo, no sé por qué, un cariño especial. En realidad es una diapositiva, que es lo que usaba siempre por entonces en mi cámara, una Yashica 108 a la que también le tengo cariño, a pesar de que hace años que no sale de su funda. La imagen la tomé en Damasco en enero de 1995, en una de las veces que viajé a Siria durante el año que viví en Jordania. La diapositiva original la escaneé bastante después, cuando los colores empezaban ya a perderse.

Lo obvio sería, supongo, el abrigo rojo de la niña: el inevitable y algo burdo paralelismo con La lista de Schindler, aquella otra niña y la guerra que empezaría a devastar Siria 16 años después. La película se estrenó, de hecho, algo antes, en 1993, pero no recuerdo haber sido consciente del detalle del abrigo cuando hice la foto, ni siquiera al revelarla. Probablemente porque, aunque la situación del país, que llevaba ya un cuarto de siglo bajo la brutal dictadura de Hafez al Asad, era ciertamente difícil, tampoco resultaba imaginable una guerra civil como la que lo lleva desangrando desde 2011.

Siempre resulta fácil, y tramposo, atribuir significados a posteriori. En cualquier caso, no es su posible simbolismo lo que hace especial esta imagen para mí. Tampoco los recuerdos de aquella intensa época de mi vida, ni la nostalgia.

Tal vez sea la luz, el sol que obliga a la niña a protegerse los ojos y difumina hasta borrarlos los contornos de los patos en el estanque; el calor tenue que, en un día de pleno invierno, parece aliviar toda la escena y revestirla de una especie de calma. O sentir que esa calma llega también a la charla de los dos hombres sentados en el suelo, a los pensamientos de la madre mientras sujeta a duras penas al bebé, a lo que quiera que esté vislumbrando la niña en los reflejos del agua.

Todas las fotos capturan el tiempo, todas preservan un instante. Esta, además, parece haber mantenido esa cálida densidad del aire, ese invencible verano interior en mitad del invierno del que hablaba Camus. Una reserva de luz para, ahora sí, tiempos más oscuros.


Miguel Máiquez, 18/4/2023

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Acuse de recibo

Llevaba toda la semana preguntándose cómo sería la carta del hospital, el objeto en sí. ¿Podría adivinar el contenido antes de abrirla, anticiparlo con solo un vistazo?

Sería una señal mínima: una mancha, una arruga, un doblez… la textura, tal vez; el sello torcido o derecho, una errata en su nombre. Y le bastaría entreverla por la rendija del buzón para saber si todo había sido una horrible pesadilla, como un aviso existencial, o si realmente le quedaban tan solo unos meses, ¿semanas?, de vida.

La superstición se había convertido en una inesperada y constante compañía desde que había reunido el valor suficiente para acudir al médico. Después de toda una vida denostándola, ahora regía cada uno de sus movimientos, cada decisión que tomaba, por pequeña que fuese. Cuando finalmente encontró la carta esperándole en el buzón, lo primero que hizo fue tratar de recordar todo lo que le había sucedido ese día desde que se había levantado, en un intento de cartografiar el sendero que le había llevado inevitablemente a ese momento, y de predecir cuál sería, ahora, el final del camino.

Abrió el buzón, cogió el sobre sin mirarlo y lo apretó entre los dedos. Tratando de sobreponerse a un violento vacío en el estómago, como una succión, subió despacio las escaleras hasta su casa y dejó la carta debajo de un periódico, en la mesa de la cocina.

Durante dos días no la tocó, no la miró siquiera. Decidió que no existía. Pero el tercer día, tras pasar la noche en vela, se levantó al amanecer, se vistió con la misma ropa que había dejado tirada en el suelo, intentó en vano tomarse un café y, justo antes de salir, cogió la carta y la metió en el bolsillo del abrigo.

Una hora después, parado en mitad de la ciudad, seguía sin saber qué iba a hacer, pero levantó la mirada y vio que las luces de las farolas habían atravesado también la noche y seguían, como él, encendidas. Al otro lado de las ventanas, a salvo de un sol que empezaba a cobrar fuerza, la gente seguía durmiendo, pero pronto saldrían también, como él, a la calle. Y todos ellos llevarían también, como él, una carta sin abrir en sus bolsillos.


Miguel Máiquez, 7/4/2023
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Escuchad y repetid #3

Atrapar palabras al vuelo, gestos, vidas… La voz metálica y mandona de la vieja cassette en aquellas clases de francés reclama al fin, tantos años después, su auténtico sentido. Écoutez et répétez.

—¿Te quieres creer que llevo tres días acordándome de ti?

Parada del 148, Embajadores, Madrid, 20 de julio de 2006, sobre las diez de la mañana. Una mujer mayor —pelo blanco y camisa de abuela estampada con flores de abuela, pero aún no una anciana le tiende los brazos a otra mujer como ella en todo menos en las canas, que disimula con mechas. Las dos, con su bolso. La primera avanza luciendo una sonrisa sincera, contagiosa; la segunda mantiene el rostro serio.


Miguel Máiquez, 4/4/2023
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Jolifanto bambla o falli bambla y una redada en San Francisco

La primera vez que ví el vídeo sobre estas líneas me pareció absolutamente hipnótico, un resumen perfecto de la energía dadaísta, de sus absurdos provocativos y fascinantes, de su ruptura, de ese todo y nada a la vez que de pronto, según el día, te deja con la boca abierta sin saber muy bien por qué ni para qué.

Di con él en internet hace ya años, lo compartí a ciegas en alguna red social, y ahí se quedó. Hace unos días, haciendo limpieza, volví a encontrarlo, arrumbado en el desván de los favoritos del navegador. Decidí, esta vez sí, averiguar de dónde había salido.

Se trata de un montaje realizado por Kembrew McLeod, un profesor de Comunicación de la Universidad de Iowa y productor de documentales, para una serie de vídeos cortos en los que muestra una selección de antiguos fragmentos de programas de televisión, a cada cual más extravagante; una especie de cajón de sastre de rarezas, entre lo sorprendente, lo memorable y lo (a nuestros ojos de hoy) ridículo: una artista realizando una performance vanguardista ante los ojos estupefactos de un jovencísimo David Hasselhoff; la famosa participación de Dalí en el concurso televisivo What’s My Line?, en 1952; una indescriptible versión de These Boots Are Made for Walkin’, a cargo de unas igualmente indescriptibles trillizas; un tele-evengelista canalizando en directo el espíritu de un difunto cómico de stand-up… La lista es larga y no tiene desperdicio. 

En el montaje de McLeod, que sirve de introducción a cada fragmento, agrupándolos todos bajo el título de The Duchamp Found Pop Culture Object Theater, escuchamos a la actriz y cantante estadounidense Marie Osmond recitando en 1985 el poema dadaísta Karawane, de Hugo Bal, considerado el primer ejemplo de «poesía sonora», y que fue representado por primera vez en el Cabaret Voltaire de Zúrich en 1916. Las imágenes y la música que lo acompañan pertenecen a una bobina de película de los años 40 en la que una stripper llamada Yvonne Marthay danza a ritmo de big band. La cinta original dura apenas un minuto y medio y está disponible como dominio público en Internet Archive.

Ni Marcel Duchamp, uno de los artistas más importantes e influyentes del siglo XX, ni Hugo Bal, padre del dadaísmo, necesitan presentación. Marie Osbond, por su parte, logró una gran popularidad en Estados Unidos durante los años 70 y 80 como cantante (country, pop) y presentadora de televisión. 

Para saber algo más sobre Yvonne Marthay, sin embargo, hay que llegar muy lejos en Google y sortear mucho territorio porno vintage, donde lo único que encontramos, una y otra vez, es el mismo vídeo cuyo fragmento usó McLeod en el montaje. En la última página de los resultados de la búsqueda, su nombre aparece al fin en una breve nota publicada en la revista The Billboard el 18 de noviembre de 1944:

Noticia en 'The Billboard', 18 de noviembre de 1944: "Coast Burly Pinched. SAN FRANCISCO, Nov. 11 - Two males, managers, and seven women performers were jailed on indecency charges when police raided the Kearney, local burly house. The theater's co-managers, Andrew Saucier and Jerry Whitney, were released on $200 ball each. The dancers, released on $100 ball each, were Kitty Campbell, Heather English, Edith Patty, Helen Sweeney, Yvonne Marthay, Pauline Starr and Mitzy Morgan. Case will be heard in about a week."

SAN FRANCISCO, 11 de noviembre — Dos hombres, gerentes, y siete mujeres artistas fueron encarcelados por cargos de indecencia cuando la policía llevó a cabo una redada en el local burlesque Kearney. Los cogestores del teatro, Andrew Saucier y Jerry Whitney, fueron puestos en libertad bajo fianza de 200 dólares cada uno. Las bailarinas, liberadas bajo fianza de 100 dólares cada una, eran Kitty Campbell, Heather English, Edith Patty, Helen Sweeney, Yvonne Marthay, Pauline Starr y Mitzy Morgan. El caso se juzgará dentro de una semana.

Todo ello lleva, en fin, a un par de reflexiones. La primera, algo en lo que siempre he creído. Definir el arte no es, en el fondo, tan difícil: arte es todo aquello hecho o propuesto con la intención de serlo. Aceptarlo como tal o no, valorarlo, sentirlo (o no), o incluso juzgarlo, depende ya del receptor, de su contexto, de su formación, de su estado de ánimo, de su experiencia, de su sensibilidad, de su ideología: los asistentes a un recital de poesía en una ciudad centroeuropea a principios del siglo pasado; un profesor universitario que rescata rarezas televisivas en VHS para la era digital; las autoridades de San Francisco en los años cuarenta; yo…

La segunda es más obvia. Está todo, efectivamente, en internet, y los marcadores de mi navegador empiezan a ser un pozo sin fondo.

Stripper — Yvonne Marthay. Internet Archive / Dominio Público
Marie Osmond recita el poema Karawane, de Hugo Bal
Marie Osmond habla sobre la poesía sonora y recita el poema Karawane, de Hugo Bal (enlace a YouTube).
Karawane (1917), de Hugo Bal. Dada Almanach, Berlin, Erich Reiss Verlag, 1920
Karawane (1917), de Hugo Bal. Dada Almanach, Berlin, Erich Reiss Verlag, 1920 / Wikimedia Commons

Miguel Máiquez, 28/3/2023

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La tetera azul

Emitiendo un leve zumbido, un suspiro como de satisfacción, la puerta se abrió suavemente y dejó ver al otro lado, como cada noche, el habitual paisaje de brillos plateados. Era un pasillo largo, un camino recto y reluciente marcado por pequeñas luces frías en el techo, y salpicado cada dos o tres metros con plantas falsas de un verde imposible. Avanzó distraída, sin prisa, ajena a los grandes ventanales que enmarcaban la oscuridad y las estrellas, sintiendo aún en el estómago los efectos de la cena y con una vaga sensación de rutina, de pereza. Al llegar al laboratorio se detuvo y miró el reloj. La Tierra acababa de empezar a asomarse por las claraboyas del módulo de observación, a casi un kilómetro a pie de donde se encontraba ahora. Hoy tampoco la vería. ¿Había dejado de interesarle? Mientras se activaban los equipos puso agua a calentar. Una vida entre zumbidos. Un té en mitad del espacio. Volvió a mirar el reloj. También su madre se estaría preparando un té justo ahora, allí abajo, en la penumbra de su casa atestada de alfombras, fotografías, polvo y platos sin fregar. La tetera azul. El planeta azul. Las manos grandes y venosas de su madre abrazando la taza, los ojos llorosos de su madre escrutando las tinieblas en la ventana, pasando imperceptiblemente de la ventana hacía el interior de sí misma… La pantalla empezó a llenarse de números, códigos, imágenes de galaxias y distancias imposibles de comprender, infinitamente grandes, infinitamente pequeñas. Los colores de las flores, los colores de las galaxias, la tetera azul. Cuando el agua rompió a hervir, salió corriendo. Estaba en forma. Un kilómetro, las luces en el techo, las plantas, los ventanales. Era como viajar en un tren a toda velocidad. Cuando llegó al módulo de observación aún se veía un trocito del hemisferio occidental.


Miguel Máiquez, 24/3/2023
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Escuchad y repetid #2

Atrapar palabras al vuelo, gestos, vidas… La voz metálica y mandona de la vieja cassette en aquellas clases de francés reclama al fin, tantos años después, su auténtico sentido. Écoutez et répétez.

—Coge taxis, coge taxis para ir a la universidad, con 18 años. Tiene su abono para el metro y el autobús, pero coge taxis. Y yo le digo: «Daniel, ¿te parece normal? ¿Te parece normal gastar lo que gastas? Cuando yo tengo que ir al médico, o donde sea, voy en autobús». Él tiene su paga, 60 dólares a la semana, se supone que es cosa suya, y yo no quiero discutir, pero soy su madre. Soy su madre, ¿no? No quiero pasar el poco tiempo que estamos juntos los fines de semana discutiendo de dinero, pero estoy preocupada. ¿Por qué tiene que comer en un restaurante, o en un burguer, todos los días? Dice que la comida en la universidad es horrible… No sé qué hacer.

Café en Eglinton Avenue West, Toronto, 14 de diciembre de 2008, sobre las cuatro y media de la tarde. Una mujer de unos 45 años, de clase media, morena y vestida de negro, habla con, por lo que parece, una amiga íntima. Se expresa con preocupación, pero sin angustia. La amiga asiente y solo dice algo de vez en cuando, apoyando sus palabras.


Miguel Máiquez, 22/3/2023
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Gritos y susurros

—Nueve, diez, once, doce…

La voz de su hermano mayor se iba haciendo cada vez más lejana, mezclándose con los gritos de los demás y con ese murmullo denso de fondo que no se apagaba nunca, como una charla interminable de susurros, la voz del campo.

—Diecisiete, dieciocho…

Corrió todavía un poco más, hasta que se quedó sin aliento y se detuvo frente a un pequeño grupo de árboles resecos. Se había arañado las rodillas. Indeciso, permaneció inmóvil un instante. Un matorral, la piedra grande, el tronco caído…

—¡Voy!

La tierra olía a madera, las agujas de los pinos le hacían cosquillas en las piernas, el sol le acariciaba suavemente la nuca. Estaba tumbado boca abajo y el campo entero, el mundo entero, parecía haberse reducido al pequeño universo de insectos y partículas que desfilaba ante sus ojos. Una hormiga, un escarabajo, una rama partida… Se quedó dormido.

Al despertar le pareció otro día, otra vida. Echó a correr con el corazón fuera del pecho. El mismo sol, las mismas voces, el mismo susurro denso y tranquilizador.

—¿Estás bien, cariño?

—¡Mamá!


Miguel Máiquez, 20/3/2023
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Escuchad y repetid #1

Atrapar palabras al vuelo, gestos, vidas… La voz metálica y mandona de la vieja cassette en aquellas clases de francés reclama al fin, tantos años después, su auténtico sentido. Écoutez et répétez.

—Muchas gracias por la invitación.
—Es un sitio precioso, al lado del mar. ¡Y puedes ir a ver los delfines!

Metro de Toronto, Yonge Line, entre York Mills y Eglinton, 24 de febrero de 2009, diez menos cuarto de la mañana. Dos mujeres de más de 40 años, en el metro. Hablan, en un inglés básico, de sus hijas. También de sus respectivas culturas: una es de origen nigeriano; la otra, filipina. Ninguna de las dos parece tener demasiados recursos económicos. La primera sujeta con firmeza un gran monedero negro, a modo de bolso; la segunda va agarrada a un carrito de la compra. Aunque llevan un buen rato charlando, da la impresión de que apenas se conocen. Pero están a gusto.


Miguel Máiquez, 18/3/2023
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Grietas

Lo cantó Leonard Cohen y quizá habría que tatuárselo, o escribirlo, al menos, en una nota en la nevera: «There is a crack in everything, that’s how the light gets in». Todo tiene alguna grieta, y es por ahí por donde entra la luz.

Aunque Cohen no era demasiado amigo de comentar sus propias canciones, en una entrevista realizada en 1992, y que forma parte del CD especial The Future Radio Special, el cantante y poeta canadiense habla de la canción Anthem (de ese mismo año) y, en concreto, de esos versos:

El futuro no es excusa para abdicar de tus propias responsabilidades hacia ti mismo, hacia tu trabajo, hacia tu amor. «Toca las campanas que aún pueden sonar»: son pocas y distantes entre sí, pero puedes encontrarlas. […] Esta situación no admite una solución de perfección. Aquí no se hacen las cosas perfectas, ni en el matrimonio, ni en el trabajo, ni en nada; ni en el amor a Dios, ni en el amor a la familia o a tu país. La cosa es imperfecta. Peor aún, en todo lo que puedas componer habrá siempre una grieta: objetos físicos, objetos mentales, construcciones de cualquier tipo. Pero es por ahí por donde entra la luz, es ahí donde está la resurrección, es ahí donde está el regreso, y es ahí donde está el arrepentimiento. Con la confrontación, en la ruptura de las cosas.


Miguel Máiquez, 17/3/2023

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