
Ya sabes, el sol se pone rápido… Las cosas buenas nunca duran lo bastante.
Así que, contigo, una copa del mejor brandy que tengas y un buen rato de tu charla de vikingo sin romanizar, de astronauta varado; un batín de seda y el fuego escondido de tu enorme corazón ardiendo en la chimenea wagneriana de tu solitaria vida.
Y contigo… Contigo mirarte despacio, oculto tras las latas de conservas, los anzuelos, los libros, las cajas de clavos… Descansando en esa serenidad tuya de irte apagando poquito a poco, deleitándome en cada arruga de tu sonrisa, cogiéndote un momento las manos al salir, mientras te digo que eres la mejor, la mejor de todos.
Y después, hermano, después, contigo. Venga, ven, siéntate aquí, a mi lado. ¿Dónde has estado toda la mañana? Cierra las cortinas, apaga la luz… ¿Qué va a ser? ¿El padrino? Sí, la segunda parte, perfecto. También es mi favorita. Es tan buena casi como tú. Igual de bella, por dentro y por fuera. Pero acábate tú mis palomitas, ¿vale? Y gracias otra vez por la chupa, ya ves que está helando. Yo diría que va a nevar.
¿Y tú? ¿Dirías tú que va a nevar? ¿Ajá? Hay más sabiduría, más verdad y más dignidad en cualquiera de tus ajás, en cualquiera de tus silencios y tus miradas inpertérritas, que en toda la Enciclopedia Británica.
En cualquier caso, si nieva me voy al bar con vosotros. A dejarme llevar, a comer y a beber, a reírme, a escuchar vuestras historias mientras pongo algo de música en la máquina, a mirar a la gente entre el olor de la cerveza, del café, de los huevos revueltos. ¿No podría trabajar aquí un par de días? De lo que sea, no importa. Puedo barrer, servir mesas, cocinar. Hacer de canguro incluso. Sólo quiero quedarme cerca, sentir la amistad de la única manera que merece la pena sentirla: sin darme apenas cuenta.
Porque tú, sin embargo, claro que eres mi amiga, pero, ay, tú me has llevado hasta las nubes, me has paseado por el cielo y te has vuelto a cortar el pelo. Así que cómo no obsesionarse un poco, cómo no verte en todas las cosas, en los bosques infinitos y en las calles polvorientas; cómo no morirse de celos y, a la vez, cómo no saberte tan mía, tan suya, quiero decir, da igual… Da igual porque, escucha, ahora, con este vino y esta luna y este leve rumor de grillos nocturnos, ahora lo que voy a hacer por fin es besarte.
¿Y tú? Bueno… A tí llevo escuchándote todo el día. Tú eres como la atmósfera, una especie de biosfera mística que nos alimenta, nos conecta y nos inspira. Dios, tío, invítame a un café en tu caravana, báñate conmigo en pelotas en el río, recítame a Whitman y a London, dime que piensas en mí de vez en cuando y, por lo que más quieras, cuando menos me lo espere, sin avisar, ¡catapúltame!
Ah.. Ahí estás también tú. Te he dejado para el final, por si no te habías dado cuenta. No te ofendas (ya te habrás ofendido un poco, pero bueno). Pero es que sin ti nada de esto tiene sentido. Y las casas hay que empezarlas siempre por el tejado. Qué más puedo decirte, doctor. Una cosa, sí: que vuelvas.

Publicado el 2/3/2011 en Están todos vivos
En el relato: Chris Stevens, Ed Chigliak, Holling Vincoeur, Joel Fleischman, Maggie O’Connell, Marilyn Whirlwind, Maurice Minnifield, Ruth-Anne Miller, Shelly Tambo
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