«Llamaba para saber si tenés algún problema con la fotocopiadora»… Durante varios días estuve imitando lo mejor que pude a Diego Armando Maradona, encajado en el cubículo de un centro de atención telefónica de Toronto dirigido a clientes de Latinoamérica. El motivo no era una desmesurada admiración por el astro argentino, sino algo bastante menos romántico. El inconfundible acento de Maradona fue, a saber por qué, lo único que me vino a la cabeza en la primera llamada, y pareció dar el pego, algo esencial teniendo en cuenta que, nada más llegar, me habían dejado claro que mi español era «muy de España», que los clientes «prefieren el español latino», y que lo mismo íbamos a tener un problema. No me explicaron por qué, pero imagino que la sensación de cercanía que se supone que teníamos que dar quedaba algo diluida si la llamada parecía proceder del otro lado del charco (aunque, en realidad, estuviésemos en Canadá). «No hay problema», contesté. Al final sí que lo hubo, pero eso es otra historia.
En Canadá en general, y en Toronto, la ciudad más multicultural del planeta según la ONU, en particular, se escucha mucho español. No tanto, desde luego, como en Estados Unidos, pero cada vez más. Y el español que se escucha es, aunque solo sea por las obvias razones de la geografía, el español de Latinoamérica. Los latinos (una denominación no demasiado específica en la que se incluyen, en general, los hispanohablantes del continente americano) representan actualmente en torno al 1,3% de la población total canadiense. Según el último censo oficial del país, de 2017, eso supone cerca de medio millón de personas que se identifican a sí mismas como latinoamericanos, con el principal origen en México, seguido de cerca por Colombia y, a mayor distancia, por El Salvador, Perú, Chile, Venezuela y Argentina, en ese orden.
Mientras, en 2018 había exactamente 16.787 españoles registrados como residentes en Canadá, de acuerdo con datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística. La cifra no incluye a turistas ni a estudiantes, que, sobre todo en verano, elevan considerablemente la cantidad de zetas, vosotros y pretéritos perfectos que puede uno cazar en el metro, pero aun así, no hay color.
Todo esto tiene un reflejo inevitable en el español que se enseña aquí, al menos en lo que respecta a las academias privadas, en la mayoría de las cuales la norma no escrita es dar preponderancia a las variantes latinoamericanas del castellano, o, al menos, a cierto español latino estándar, ya que, al igual que en la Península, también en este lado del Atlántico son muchos los españoles que se hablan.
Aparte del hecho de que la comunidad hispanohablante en Canadá sea mayoritariamente latina, Javier Aizersztein, director del Spanish Centre, la mayor academia de español del país, da otras dos razones por las que en sus escuelas se deja de lado el español europeo: «Por un lado, las conexiones más importantes de Canadá son norte-sur, y la gente que quiere aprender español lo necesita, a menudo, para hacer negocios con México, Chile, Perú, Argentina, el Caribe… Pocas veces con España. Por otro, hay que pensar también en los destinos de los canadienses cuando se van de vacaciones: Cuba, México…». «Se opta por un español muy genérico: no enseñamos el vosotros, pero tampoco el vos», aclara.
Conviene no olvidar, en cualquier caso, que de los alrededor de 500 millones de hablantes nativos de español que hay en el mundo, solo unos 46 millones usan el español de España.
El mundo universitario es, sin embargo, más flexible. Actualmente se imparten 76 titulaciones en el área de Lengua y Literatura españolas en 42 universidades de Canadá, y el español se enseña como lengua internacional en prácticamente cada una de las 94 universidades canadienses. Yolanda Iglesias, profesora asociada en el Departamento de Español de la Universidad de Toronto (la que tiene más alumnos del país), explica que en esta institución «no hay sesgo» a la hora de enseñar el idioma: «Cada profesor es libre de enseñar la variante que quiera, y a los alumnos, por supuesto, no se les corrige si usan una u otra», señala. «Muchas veces terminamos enseñando las dos, tampoco hay tantas diferencias», añade. De hecho, su departamento ha editado recientemente un trabajo en el que se comparan varios textos escritos en las diferentes modalidades de la lengua. «Muy enriquecedor», indica Iglesias.
Conseguir un puesto como profesor en la Universidad de Toronto tal vez sea más complicado que encontrar empleo en un centro de telemarketing (o, mejor, telemercadeo), pero al menos no tendría que imitar a Maradona.
Publicado en el No. 4 de la revista Archiletras (julio-septiembre 2019)