
Me lo suelo imaginar paseando por una playa solitaria, no sé por qué. Camina despacio y, de vez en cuando, se detiene. Contempla el mar, se agacha para coger conchas o piedrecitas, se mete las manos en los bolsillos… Nada extraordinario. Otras veces se sienta en la arena y se queda un buen rato así, sin hacer nada. Luego se levanta, echa de nuevo andar y, poco a poco, se va alejando hasta que lo pierdo de vista entre la bruma. Ignoro por completo a dónde se dirige, si es que se dirige a algún sitio.
Verdaderamente, no tengo ninguna razón de peso para afirmar esto, pero juraría que, dentro de lo que cabe, se encuentra, al fin, en una cierta y algo incómoda paz consigo mismo.
El escritor y filósofo Jean Améry, de nombre real Hans Mayer (Améry proviene de combinar las letras de Mayer para dar como resultado un apellido francés, en lugar de alemán), nació en Viena en 1912 y murió en 1978 en Salzburgo, tras ingerir una sobredosis de somníferos.
Durante la Segunda Guerra Mundial formó parte de la resistencia en Bélgica y fue capturado por la Gestapo, que le interrogó y torturó salvajemente. Una vez descubierta su ascendencia judía, Améry fue enviado al campo de exterminio de Auschwitz y, después, a los campos de Buchenwald y Bergen-Belsen, donde finalmente fue liberado por el ejército británico, en 1945.
La experiencia del horror nazi marcó su vida y su brillante, profunda y amarga obra literaria. Aparte de multiples artículos y ensayos, entre sus escritos destacan los libros Más allá de la culpa y la expiación: Tentativas de superación de una víctima de la violencia (sobre el horror del Holocausto), Revuelta y resignación o Levantar la mano sobre uno mismo: Disurso sobre la muerte voluntaria, este último, publicado dos años antes de que se quitase la vida.
Instalado voluntaria o inevitablemente en el resentimiento, Améry rechazó siempre cualquier tipo de perdón hacia sus verdugos o de intento de comprensión sobre las circunstancias en las que llevaron a cabo sus crímenes. Su vida fue un desesperado intento por encontrar una nueva identidad lejos de la impuesta por su condición de víctima y superviviente, y en la que poder «renacer»: «Sólo perdona realmente quien consiente que su individualidad se disuelva en la sociedad […]. Todo perdón y olvido forzados mediante presión social son inmorales […]. Se me ha infligido una herida. Necesito desinfectarla y vendarla, no reflexionar sobre por qué el verdugo me asestó el golpe, y de esa guisa, al comprender sus motivos, acabar medio disculpándolo», escribió.
Primo Levi dijo de él: «Hans Mayer, alias Jean Améry… Entre estos dos nombres se desarrolla su vida sin paz y sin búsqueda de paz».
Publicado el 1/6/2009 en Están todos vivos
Foto: Jean Améry, por Lutz Möhring (detalle)
En el relato: Jean Améry
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