Acuse de recibo

Miguel Máiquez, 07/04/2023

Llevaba toda la semana preguntándose cómo sería la carta del hospital, el objeto en sí. ¿Podría adivinar el contenido antes de abrirla, anticiparlo con solo un vistazo?

Sería una señal mínima: una mancha, una arruga, un doblez… la textura, tal vez; el sello torcido o derecho, una errata en su nombre. Y le bastaría entreverla por la rendija del buzón para saber si todo había sido una horrible pesadilla, como un aviso existencial, o si realmente le quedaban tan solo unos meses, ¿semanas?, de vida.

La superstición se había convertido en una inesperada y constante compañía desde que había reunido el valor suficiente para acudir al médico. Después de toda una vida denostándola, ahora regía cada uno de sus movimientos, cada decisión que tomaba, por pequeña que fuese. Cuando finalmente encontró la carta esperándole en el buzón, lo primero que hizo fue tratar de recordar todo lo que le había sucedido ese día desde que se había levantado, en un intento de cartografiar el sendero que le había llevado inevitablemente a ese momento, y de predecir cuál sería, ahora, el final del camino.

Abrió el buzón, cogió el sobre sin mirarlo y lo apretó entre los dedos. Tratando de sobreponerse a un violento vacío en el estómago, como una succión, subió despacio las escaleras hasta su casa y dejó la carta debajo de un periódico, en la mesa de la cocina.

Durante dos días no la tocó, no la miró siquiera. Decidió que no existía. Pero el tercer día, tras pasar la noche en vela, se levantó al amanecer, se vistió con la misma ropa que había dejado tirada en el suelo, intentó en vano tomarse un café y, justo antes de salir, cogió la carta y la metió en el bolsillo del abrigo.

Una hora después, parado en mitad de la ciudad, seguía sin saber qué iba a hacer, pero levantó la mirada y vio que las luces de las farolas habían atravesado también la noche y seguían, como él, encendidas. Al otro lado de las ventanas, a salvo de un sol que empezaba a cobrar fuerza, la gente seguía durmiendo, pero pronto saldrían también, como él, a la calle. Y todos ellos llevarían también, como él, una carta sin abrir en sus bolsillos.


Miguel Máiquez, 7/4/2023
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