Para buena parte de los ciudadanos, la inflación tiene un algo de física cuántica. Es una de esas cosas que asumimos como esencial y determinante, pero que no acabamos de entender muy bien; una idea a la vez familiar y extraña; un fantasma que nos atraviesa, pero cuyo control se nos escapa. En general, nos basta saber que de sus subidas y bajadas depende, en buena medida, nuestra calidad de vida, el valor del dinero que tenemos, y lo que podemos comprar, invertir o ahorrar. La crisis, sin embargo, nos ha obligado a familiarizarnos con conceptos que antes languidecían en las páginas económicas de los periódicos. Estas son algunas claves básicas para entender un poco mejor una de las principales variables de la economía y de qué manera puede afectarnos.
¿Qué es la inflación?
La inflación es una medida económica que indica el crecimiento generalizado de los precios de bienes, servicios y factores productivos dentro de una economía de mercado (como la nuestra) en un periodo determinado (normalmente, un año).
La inflación y el valor del dinero
La consecuencia de que suba la inflación es que pueden adquirirse menos bienes y servicios por cada euro, es decir, cada euro vale menos que antes. La inflación refleja la disminución del poder adquisitivo de la moneda. Un ejemplo tomado de EE UU: para comprar un producto que en 1980 costaba 100 dólares, hoy necesitaríamos 282,70.
¿Cómo se calcula?
En el cálculo del aumento medio de los precios, algunos artículos en los que se gasta más (la electricidad, por ejemplo) tienen una ponderación mayor que otros en los que se gasta menos (el azúcar, los sellos). Por otra parte, cada familia tiene sus propios hábitos de consumo: algunas tienen coche y otras solo viajan en transporte público. Los hábitos de consumo medios del conjunto de las familias son los que determinan el peso de los distintos bienes y servicios en el cálculo de la inflación. Es lo que se conoce como cesta de bienes y servicios ponderada.
Para este cálculo se tiene en cuenta todo lo que consumen las familias, incluidos artículos de consumo diario (alimentos, periódico, gasolina), bienes de consumo duradero (prendas de vestir, ordenadores, lavadoras) y servicios (un seguro, el alquiler de una vivienda).
¿Es lo mismo que el IPC?
En realidad, la inflación se refiere a la variación de precios que sufre el PIB (producto interior bruto), que es el conjunto de bienes y servicios finales producidos por un país en un determinado periodo de tiempo. El IPC (índice de precios de consumo) mide la variación de precios de una serie de bienes y servicios que se consideran representativos del gasto de un consumidor urbano. Suelen utilizarse indistintamente, porque el IPC es un dato de fácil elaboración y porque si la inflación es pequeña, ambas variables no suelen ser muy diferentes.
¿Es el IPC un buen indicador?
Sí, pero también se le critican muchas cosas, entre ellas, que, al usar una cesta base fija definida para el periodo base, no tiene en cuenta las sustituciones de bienes que efectúan los consumidores como respuesta a los cambios de precios. Tampoco incorpora nuevos bienes hasta que se hace una actualización en la cesta de productos, ni hace referencia a cambios en la calidad de los productos ni al precio de la vivienda en propiedad. Por otro lado, existe el riesgo de que el Gobierno de turno saque o meta determinados productos en la cesta para maquillar la evolución del IPC.
¿Cuántos tipos de inflación hay?
Atendiendo a sus causas, se suelen distinguir dos: la monetaria y la relacionada con la producción. La primera tiene su origen en la política monetaria del Gobierno: las autoridades ordenan al Banco Central emitir billetes (para pagar salarios públicos, pensiones, deuda del Estado) y, como esa emisión suele realizarse sin un respaldo económico real (bienes, reservas de divisas, oro), el dinero pierde valor y, por lo tanto, los precios aumentan para intentar ajustarse al nuevo valor real de la moneda. La clave es que los bienes y servicios no son ilimitados. Hay más dinero para comprar pan, pero no hay más pan y, además, cada vez es más caro producirlo, por lo que el precio del pan sube y sube.
En el segundo tipo, los precios suben cuando los consumidores demandan más de lo que las empresas son capaces de suministrar, distorsionando así el equilibrio entre la oferta y la demanda. Y hablamos de inflación de costes cuando los costes de la producción suben (porque las materias primas son más caras, por ejemplo), y las empresas incrementan los precios para mantener sus márgenes de beneficios.
Por último, existe también la llamada inflación estructural: los salarios suben porque suben los precios, los precios suben porque suben los salarios… Es aquí cuando empiezan a oírse voces pidiendo «moderación salarial».
¿Quién y cómo la controla?
En la eurozona se encarga de ello el Banco Central Europeo (BCE). Al tratarse de una economía de libre mercado, el BCE no puede impedir que los actores económicos suban los precios de sus productos y servicios, pero sí puede controlar las transacciones en el mercado de divisas (intercambio con monedas extranjeras), las reservas de dinero en la banca y, sobre todo, los tipos de interés, es decir, lo que tenemos que pagar cuando nos conceden un préstamo en el banco, o, dicho de otro modo, el precio del dinero. Cuanto mayores sean los tipos, más baja será la demanda de dinero (la gente pedirá menos préstamos si tiene que pagar demasiado por ellos), y menor será, por tanto, la cantidad de dinero en circulación. Así, en teoría, los precios se mantienen estables, con lo que ahorrar e invertir es más fácil, tanto para los ciudadanos como para las empresas.
El BCE controla también la deflación (bajada generalizada y continuada de los precios), ya que, en un sistema capitalista donde el mantenimiento de un alto nivel de consumo es fundamental, el hecho de que los precios sean cada vez menores supone un riesgo: los consumidores y las empresas comprarán e invertirán cada vez menos, confiando en que, si esperan, los precios seguirán bajando.
Un 2% es el nivel de inflación máximo permitido para cumplir con las directrices de precios del Banco Central Europeo (BCE)
¿Es siempre mala?
La hiperinflación, o inflación descontrolada, suele ser catastrófica para cualquier economía, pero no existe unanimidad a la hora de valorar las consecuencias de una inflación moderada.
Para las escuelas económicas dominantes actualmente (entre ellas, la representada por las autoridades de la eurozona, con Alemania a la cabeza), la inflación es el enemigo número uno, ya que produce incertidumbre sobre los precios futuros, y ello afecta a las decisiones sobre el gasto, el ahorro y la inversión, ocasiona una asignación deficiente de recursos y, al final, dificulta el crecimiento económico.
Otros economistas, sin embargo, consideran que un nivel más o menos controlado de inflación puede ser positivo. Así, una inflación pequeña (en vez de nula o negativa) podría reducir la severidad de las recesiones económicas al permitir que el mercado laboral pueda adaptarse más rápidamente en una crisis, y reducir el riesgo de que una trampa de liquidez (falta imprevista de dinero) impida una política monetaria de estabilización (emitir más dinero) de la economía. Es, en términos muy generales, una diferencia similar a la existente entre quienes consideran que la austeridad y la contención son necesarias para salir de la crisis, y quienes creen que la solución pasa por abrir más el grifo y aumentar el gasto público para estimu
lar el crecimiento.
Un estudio presentado en el Reino Unido en los años cincuenta señalaba que, de acuerdo con la llamada curva de Phillips, cuanto mayor es la inflación, menor es la tasa de desempleo, y que, del mismo modo, un mayor número de parados puede hacer disminuir la inflación.
Y en 1990, Robert Barro, profesor de la Universidad de Harvard y miembro del Banco de Inglaterra, publicó otro estudio que relacionaba la inflación y el crecimiento de más de 100 países, ricos y pobres, entre 1960 y 1990. Barro concluyó que, si bien es cierto que cuando sube la inflación se reduce el crecimiento, esta reducción es muy pequeña (entre un 0,02 y un 0,03% por cada punto que sube la inflación), lo cual no es especialmente desastroso, comparado con el coste social que supone reducir la inflación prioritariamente, con la pérdida consiguiente de producción y de puestos de trabajo.
La inflación es, en cualquier caso, impopular. Los consumidores no suelen querer pagar más por un producto de un mes para otro, aun en el caso de que lo que ganen se incremente en la misma cuantía.
¿Cómo nos afecta en el día a día?
– Salarios y pensiones. El Gobierno suele actualizar el salario mínimo, las pensiones o los sueldos de los funcionarios en función de sus previsiones de crecimiento de la inflación. Los incrementos salariales que se pactan en las negociaciones colectivas también se hacen de acuerdo con la tasa de inflación prevista sobre la base del IPC, y, en algunos convenios colectivos, existe una cláusula que permite una mayor subida de los salarios en el caso de que la inflación sea mayor de lo esperado.
– Préstamos. Cuando sube la inflación, lo normal es que suban los tipos de interés, por lo que aquellos que tengan una hipoteca con un tipo de interés variable, tendrán que pagar más a su banco cada mes. Si la inflación es alta, los consumidores piden menos créditos para comprar y las empresas piden menos créditos para invertir. Como consecuencia, las empresas venden menos y reducen sus beneficios, mientras que los ahorradores meten su dinero en rentas fijas, por el alto interés que perciben por su dinero. La Bolsa puede acabar bajando. Si es baja, ocurre lo contrario.
– Impuestos. Cada año, Hacienda trata de deflactar (convertir una cantidad expresada en términos nominales en otra expresada en términos reales, habitualmente mediante el IPC) la declaración de la renta en lo que haya subido la inflación. Ello supone aumentar las deducciones a cada tramo contributivo, ya que los contribuyentes, al subir los precios, necesitan más dinero para comprar las mismas cosas.
– Inmuebles. Según la Ley de Arrendamientos Urbanos, durante los cinco primeros años de duración del contrato, la renta solo podrá ser actualizada basándose en lo que suba el IPC del año anterior.
Depósitos bancarios: ¿Cómo influye la inflación en nuestros ahorros?
Si queremos calcular, aunque sea aproximadamentecómo va a afectar la inflación al poder adquisitivo de un producto de ahorro (un depósito bancario), loprimero que tenemos quehacer es calcular su beneficioneto, es decir, la rentabilidadque tendrá nuestrodinero después de impuestos. Por ejemplo, si contratamos un depósito a un año al 4% TAE (tasa anual equivalente, el resultado de una fórmula matemática que incorpora el tipo de interés nominal, las comisiones y el plazo de la operación), tendremos un tipo impositivo del 21% si los intereses al cabo de un año nos han generado menos de 6.000 euros; de un 25% si la cantidad es de entre 6.000 y 24.000 euros; y de un 27% si el montante es superior a 24.000.
En este caso, ese depósito al 4% nos daría una rentabilidad del 3,16% después de pagar a Hacienda. Pero ahora hay que calcular también el llamado rendimiento real, que es el que incorpora la inflación. Porque si queremos que el poder adquisitivo de nuestro depósito aumente o al menos se mantenga, la inflación interanual (la de ese año) deberá ser inferior o igual a ese 3,16%. Por tanto, si creemos que la inflación puede ser mayor (por las predicciones del Gobierno u otros organismos, o porque vemos que el precio de los carburantes, por ejemplo, no para de subir), lo ideal sería intentar invertir nuestro dinero en un depósito que nos otorgue una mayor rentabilidad.
Por partes
- Deflación: Caída en el nivel general de los precios.
- Desinflación: Desaceleración de los precios.
- Hiperinflación: Espiral acelerada y fuera de control de la inflación.
- Estanflación: Combinación de inflación, crecimiento económico lento y alto desempleo.
- Reflación: Intento de elevar el nivel general de los precios para contrarrestar las presiones deflacionarias.