Paraíso perdido

Miguel Máiquez, 15/01/2009

¿Qué somos, compañero, los últimos o, una vez más, los primeros? A veces me faltan las fuerzas para empezar de nuevo, la esperanza. Hace meses que no hemos recibido ni un solo mensaje, ni una señal, nada. Al otro lado de las máquinas y las luces parece haber tan sólo silencio. ¿Ya está? ¿Todo ha terminado allí abajo, sin más? ¿No han sido capaces? ¿Se acabaron los bosques y los ríos y los patios de colegio llenos de niños? ¿Están todos muertos? ¿Estaba escrito que acabarían venciendo el odio y la destrucción?

Esta mañana, muy temprano, he salido del módulo y he estado un rato contemplando este extraño amanecer marciano. Es hermoso, pero no logro acostumbrarme. Hay tanto por hacer que es fácil dejarse vencer por la tentación de volver contigo a la cama y pretender que todo es un sueño, que cuando despertemos todo habrá sido tan sólo eso, un sueño. La guerra, el hambre y las inundaciones, el proyecto, el viaje y los pioneros, la epidemia, todo…

El atardecer es más fácil, porque entonces estás conmigo y hueles aún al trabajo en la huerta, y encendemos este fuego azul y me acaricias el pelo, y puedo sentir que, al menos, no estoy sola, que no estamos solos. Pero por las mañanas apenas puedo pensar. Me duele cada recuerdo y me abruma el futuro. La posibilidad de alumbrar un mundo nuevo y libre de los errores del viejo queda aplastada irremediablemente ante la evidencia de que volveremos a equivocarnos, nosotros o los que vengan después, nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos.

Sentada en la puerta del módulo, he empezado a sentir frío, pero no he querido volver a entrar. Está bien sentir frío. En la Tierra hacía frío y hacía calor. No quiero dejar de sentir frío ni calor, no quiero estar muerta.

Y entonces te he oído dar vueltas en la cama, despertarte, decir mi nombre. Pero no te he respondido. No podía. Así que te has levantado, te has vestido y has ido a repasar las máquinas y las luces una vez más. Y dentro de un rato, cuando termines de lavarte y de desayunar, saldrás del módulo para ir a la huerta y me encontrarás aquí sentada, envuelta en la manta que me regalaste hace tanto tiempo ya, cuando aún parecía que habitábamos el paraíso. Y entonces me dirás: ¿dónde estabas? Estaba aquí contigo, compañero. Estaré aquí contigo siempre, hasta que todo termine o hasta que todo, quién sabe, vuelva a empezar.


Miguel Máiquez, 15/1/2009
Archivado en Están todos vivos
En el relato: Adán, Eva
Imágenes: Adán y Eva, detalle del Políptico de Gante, de Jan Van Eyck (1390–1441) y, tal vez, Hubert Van Eyck

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