Con tan solo 19 años, José Vivar, un joven de origen ecuatoriano nacido en Toronto, estaba ya al mando de los LA Boys (Latino Americos Boys), una pandilla que por entonces controlaba buena parte del tráfico de drogas en la ciudad. En 2002 fue acusado de asesinato en primer grado tras la muerte a tiros en un bar de un miembro de una pandilla rival. Fue absuelto.
Cinco años después, en 2007, la Policía de Toronto puso en marcha la operación Cheddar, con Vivar (apodado «Cheesie») como principal objetivo. En la redada en la que le detuvieron, los agentes se incautaron de 10 kilos de cocaína, una gran cantidad de éxtasis y marihuana, seis armas de fuego (entre ellas, el modelo favorito de Sadam Husein), 300 cartuchos de munición y 130.000 dólares en metálico. Le condenaron a diez años y cuatro meses en el correccional federal de Bath and Collins Bay (la «escuela de gladiadores», como lo llama él), en Kingston.
Durante su estancia en prisión, Vivar decide dar un giro a su vida. Comienza a hacer ejercicio, diseña un programa de entrenamiento «al estilo carcelario» y obtiene un certificado de instrucctor de fitness. Se convierte, incluso, en columnista regular de un diario local, el Kingston Whig-Standard. Tras cumplir ocho años y medio de sentencia, obtiene la libertad condicional por buena conducta (no tendrá la libertad completa hasta 2022).
Es entonces cuando pone en práctica su proyecto, y funda 25/7 Fitness – Prison Pump, una organización sin ánimo de lucro dedicada a promover la gimnasia y el ejercicio físico, a través de clases semanales gratuitas y accesibles, y de programas para jovenes.
Sin embargo, a primera hora de la mañana del 30 de julio de 2016, su vida vuelve a dar un vuelco. Durante una clase al aire libre en el parque de Christie Pits, en Toronto, un sicario le dispara cinco balas a bocajarro, en frente de sus alumnos. Milagrosamente, Vivar sobrevive.
Tras recuperarse en el hospital, Vivar es trasladado a un lugar seguro, lejos de Toronto. Allí continúa dirigiendo Prison Pump y, finalmente, logra abrir un gimnasio en Sudbury, actividad que combina con su ambición de convertirse en un orador inspiracional (llegó a ser semifinalista en el concurso internacional de oradores Toastmasters).
Su historia, con él mismo como protagonista, la cuenta en detalle el documental Prison Pump, dirigido por Gary Lange, producido por Ed Barreveld, y recién estrenado en la CBC: «Antes de conocerle —cuenta el director—, José Vivar no contaba precisamente con mi simpatía. Era un líder pandillero, un narcotraficante, un hombre cuya vida había estado definida por la violencia. Vendía cocaína a los chicos de mi barrio. Llevaba un arma desde los 13 años… José sabe que no puede cambiar su pasado, pero también le atormentan las pérdidas que ha sufrido como consecuencia de sus decisiones. No pudo ver crecer a sus hijos [Vivar tiene dos, uno de 12 años y otro de 17], y no solo destrozó a sus padres, sino que también puso sus vidas en peligro. Además, los amigos en los que más confiaba acabaron dándole la espalda y convertidos en informantes de la policía. Ahora intenta desesperadamente cambiar su vida, pero sabe que el camino hacia la redención no es un camino fácil».
Con motivo de la promoción del documental, José Vivar ha estado estos días en Toronto, donde habló con Lattin Magazine.
¿Qué le pasa por la cabeza al volver a Toronto?
Toronto es mi casa. Yo nací aquí. Mis padres vinieron en 1974, yo nací en el 81… He pasado aquí toda mi vida. Pero ahora que tengo experiencias en otras ciudades, Toronto es demasiado grande, demasiada gente. Yo quiero vivir una vida en paz, y a veces creo que Toronto no me puede dar esa paz. Pero siempre voy a tenerla en mi corazón. Mi familia está aquí, mi papá, mi mamá y mi hijo de doce años viven aquí.
¿Ha sido difícil adaptarse a la vida en una ciudad pequeña?
Sí, pero lo prefiero. A veces me aburro, pero eso me está permitiendo aprender nuevas cosas. Ahora leo, me concentro en escribir, camino, paseo con mi perrito… Es una vida completamente diferente. Estoy también escribiendo un libro con The Globe and Mail, The Lure of the Gun, donde cuento mis experiencias con las armas.
¿Cómo se sintió al revivir su pasado durante la filmación del documental?
No fue fácil, pero es una historia que quería contar. La gente tiene que saber cómo es ese tipo de vida, tiene que saber que es real, que no es solo algo de las películas.
En una de las escenas recrea incluso, con todo detalle, el momento en que le dispararon…
Yo siempre supe que iba a pasar. Cuando me dispararon, pensé: «ya está, está pasando»… Por supuesto que fue horrible. Pero mi mantra es convertir lo negativo en positivo. Todo lo que me ha pasado en la vida no solo me ha hecho más fuerte a mí mismo, sino que puede inspirar también a otras personas. En el pasado he liderado a gente de la forma equivocada. Esta es mi oportunidad de hacerlo correctamente.
El ataque se produjo cuando usted ya había empezado a cambiar su vida. ¿Cómo reaccionó?
Al principio fue como si me arrastraran de vuelta a todo ese mundo. Cuando me dispararon, lo único en lo que podía pensar era en vengarme. Tengo que acabar con estos tipos antes de que ellos acaben conmigo… Pero para entonces había puesto ya tanto esfuerzo en vivir de otro modo que no podía permitirme pensar de esa manera. Aún así, sigo luchando con esos demonios cada día. Estuve metido en esa vida durante décadas… Esta es la verdadera prueba. Ahora hay mucha gente que depende de mí y a la que no puedo fallar. Mis dos hijos… Ellos son mi motor. Tengo que hacer lo correcto. Y es posible cambiar.
¿Recibió algún tipo de ayuda en prisión?
Es uno de los problemas del sistema penitenciario. Porque en una situación así tienes que pedir ayuda, y yo tuve la suerte de tener a guardias, y después, oficiales en la libertad condicional, que estuvieron dispuestos a trabajar conmigo, y a hacerme ver la vida con otros ojos. Pero hay muchos que no tienen esa oportunidad. Y son esos los que vuelven a la calle, los que no confían en el sistema, los que vuelven a meterse en problemas.
Usted cuenta que no creció en un ambiente familiar problemático, o de falta de recursos económicos. ¿Qué le llevó a unirse a una banda en su adolescencia?
Por supuesto que tuve la posibilidad de no hacerlo… Pero me daban palizas los hispanos, los portugueses, los italianos… Tenía que tomar una decisión. No podía acudir a mi padre, un ecuatoriano de la vieja escuela, que me habría dicho que lo que tenía que hacer era defenderme. Tampoco podía decir: «vámonos a otra zona», porque no habría sido aceptable… Unirme a una banda fue, para mí, un modo de enfrentarme al trauma que había vivido antes. Después, claro, cuando estás en la banda experimentas más trauma, un trauma que no es muy diferente al que se vive en las guerras, en Irak… Es una guerra urbana. Y luego, más trauma aún en prisión. Mucha gente no es capaz de gestionar todo eso. Yo tuve la suerte de contar con buenos consejeros y psicólogos en la cárcel.
Un documental como este significa volver a estar expuesto. ¿Es un riesgo?
Sí, pero también me ha abierto muchas puertas. Tengo que buscar una manera de ganarme la vida, y esta es, para mí, la forma de hacerlo. Es también la forma de devolver lo que he recibido de la comunidad.
Este está siendo un año especialmente duro en Toronto, con un nivel de violencia desconocido en la ciudad desde hace mucho…
La situación es realmente mala. Es un problema cultural… Lo que Toronto tiene que entender es que todo el mundo debería sentirse incluido. Lo que a mí me hizo sentirme integrado fue pertenecer a una banda latina. El resto me hacía sentir excluido. A mí nadie me enseñó finanzas, o cómo emprender un negocio inmobiliario, por ejemplo. A mí me enseñaron a vender drogas, y que es así como vas a tener éxito. Todos estos tiroteos en los que hay envueltos chicos están motivados por un estilo de vida que quieren mantener, y para eso necesitas dinero… Lo que hay que hacer es enseñar a estos chicos otras formas de ganar ese dinero, enseñarles a montar un negocio, proporcionarles becas y ayudas para que puedan ganarse la vida honradamente. Si cuando yo tenía 19 años alguien me hubiera dado una ayuda económica para empezar un negocio, eso habría cambiado mi vida. Si me hubieran proporcionado un mentor que me hubiese aconsejado… Porque las habilidades están ahí. Si eres bueno vendiendo drogas, tambén serás bueno haciendo negocios. Podría haber puesto toda esa energía en algo legítimo. Tenemos que identificar quiénes son estos chicos, quienes son los más influyentes, y echarles una mano. Eso ayudaría a resolver el problema.
¿Es también un problema policial?
Poner más policías no es la solución. Así no se ataca la raíz del problema… Estos chicos no disparan porque sí. Han sido testigos de algún tiroteo, o les han disparado a ellos, o tienen miedo, y entonces van y disparan ellos también, y matan a alguien. Tenemos que encontrar la manera de sacar a esos chicos de esas situaciones de alto riesgo, llevarlos a otros lugares, a otra ciudad, incluso. Si permaneces en el mismo sitio donde está el problema, no podrás evitarlo.
¿Qué planes tiene para el futuro?
La idea es seguir desarrollando 25/7 Fitness, con el foco especialmente puesto en los jóvenes, y convertirlo en un programa que incluya también una escuela de negocios. Lo bueno de este programa, en cualquier caso, es que es para todo el mundo. Hay médicos y abogados haciendo ejercicio junto a antiguos drogadictos. Porque se trata de unir a la comunidad. Todos somos humanos.
¿Cómo se financia?
Todas nuestras instalaciones han sido financiadas por donantes privados. Recibimos material que estaba acumulando polvo en sótanos de gente que ya no lo usaba.
¿Mantiene algún contacto con Ecuador?
Claro que sí, tengo allí mucha familia, en Quito, en Cuenca, en Guayaquil… Y algún día voy a regresar. Yo nací aquí, pero Ecuador es mi país. Lo primero que haré cuando acabe el periodo de libertad condicional será ir allí y estar dos meses en la playa con mis hijos.