Extensiones interminables de hielo bañadas por una luz irreal, animales y plantas admirablemente adaptados a la supervivencia en condiciones extremas, épicas historias de exploradores en el límite de la resistencia humana, remotas culturas ancestrales aisladas hasta hace apenas un siglo… Pocas regiones de la Tierra excitan tanto la imaginación como el Ártico, la última frontera, el océano helado, un paraíso ecológico de 16,5 millones de metros cuadrados repartidos entre ocho países, donde viven apenas 13 millones de personas, y bajo cuya superficie se encuentran, también, potencialmente, el 13% del petróleo y el 30% de todo el gas que permanece aún sin explotar en el planeta. Una cantidad más que suficiente como para excitar, especialmente, la imaginación de la industria energética, en un momento en que el continuo deshielo de la región, como consecuencia del cambio climático, está aumentando cada vez más las posibilidades de realizar perforaciones.
Según datos publicados esta misma semana por el Centro Nacional Estadounidense de Datos de Nieve y Hielo (NSIDC, por sus siglas en inglés), la capa de hielo del Ártico alcanzó su mínima extensión el pasado 11 de septiembre. Se trata del nivel más bajo registrado hasta ahora en las mediciones por satélite, que han venido confirmando esta reducción progresiva a lo largo de los últimos nueve años.
Los datos, reforzados por los análisis que lleva a cabo también la NASA, indican que las aguas que rodean al Polo Norte tienen actualmente un total de 4,41 millones de kilómetros cuadrados de superficie cubierta por hielo. La media registrada entre los años 1980 y 2001 situaba el nivel mínimo de hielo en el Ártico en 6,22 millones de kilómetros cuadrados, un 29% más. El único dato positivo es que, según los expertos, a lo largo de esta última década el deshielo ha sido incluso peor en otros tres años, especialmente en 2012, cuando se alcanzó el récord absoluto de pérdida de hielo en un solo año.
El siguiente vídeo, una animación realizada por la NASA, muestra la evolución de la superficie helada del Ártico desde su máxima extensión durante el invierno, alcanzada el pasado 25 de febrero, hasta el mínimo registrado el 11 de septiembre:
El deshielo del Ártico, considerado el principal y más evidente indicador del calentamiento global, está cambiando radicalmente nuestra hasta ahora escasa relación con los confines más septentrionales del planeta. La apertura de nuevas rutas de navegación hizo que, en 2010, cruzasen por primera vez el Ártico buques mercantes y de turistas. En 2014 ya lo habían hecho más de 300 barcos. Para mediados del presente siglo se prevé que la población de la región haya aumentado hasta el punto de suponer un severo impacto sobre la cultura local, ya amenazada en la actualidad, y cuyo riesgo de extinción se incrementa con cada año que pasa.
Pero, sobre todo, el deshielo está haciendo posible realizar más perforaciones y prospecciones en busca de hidrocarburos, una actividad que, a su vez, y como denuncian las organizaciones ecologistas, incrementa la emisión de los gases que están provocando el cambio climático. Y la batalla es también política, con los Estados implicados inmersos en una auténtica lucha por la delimitación de sus aguas territoriales y el derecho a la explotación de estos recursos.
Sin una clara apuesta aún por las energías alternativas, y ante el agotamiento del petróleo en otras zonas del planeta, o la volatilidad de las regiones, como Oriente Medio, donde aún es abundante, la necesidad de reducir la dependencia energética recurriendo a la potencial riqueza ártica es una tentación demasiado grande.
La industria energética insiste en que sus proyectos se ajustan a las mayores exigencias de seguridad y protección medioambiental, y los gobiernos han incrementado, en teoría, las medidas de control, al tiempo que firman tratados y compromisos para la protección del delicado ecosistema ártico. Pero las organizaciones ecologistas, sin embargo, alertan del camino sin retorno que supone la explotación de la región y han intensificado sus campañas, logrado movilizar a personalidades, artistas y a un número cada vez mayor de ciudadanos. Solo en España, la campaña de Greenpeace Salva el Ártico ha recogido ya cerca de medio millón de firmas. En todo el mundo, el número de firmas para evitar las perforaciones de la multinacional angloholandesa Shell y de la compañía gasística rusa Grazpon ha superado ya los 7,4 millones.
Estas son las claves de la región y de lo que está pasando:
Un escenario único y lleno de vida
El Ártico, el área alrededor del Polo Norte, es en su mayor parte un extenso océano cubierto de una banquisa (capa de hielo flotante), y rodeado por tierras despobladas de árboles y subsuelo helado. La región posee una extraordinaria biodiversidad, incluyendo los organismos que viven en el hielo, peces, aves y mamíferos marinos, así como sociedades humanas adaptadas a las condiciones extremas y al frío. Se trata de un área única que reacciona de forma especialmente sensible a los cambios del clima, por lo que aporta un reflejo global esencial para el estudio del calentamiento de la Tierra.
El límite de la región suele establecerse en el Círculo Polar Ártico (66° 33’N), en las zonas bajo el Sol de Medianoche y en el hábitat natural del oso polar. También se considera en este sentido la isoterma de los 10 °C del mes de julio, correspondiente de forma aproximada a la línea arbórea.
El Ártico incluye partes de Rusia, Estados Unidos (Alaska), Canadá, Groenlandia (Dinamarca), Islandia, la región de Laponia (en Suecia, Noruega y Finlandia), y las islas Svalbard (Noruega), además del Océano Ártico en sí. El principal grupo humano autóctono en la zona es el inuit, dividido en dos culturas principales: dorset y thule.
La fortaleza hace aguas
El calentamiento del Ártico es evidente. Según los datos del NSIDC, el principal centro de investigación polar de EE UU, en 2010 la temperatura del aire en el Ártico era cuatro grados más alta que en el promedio del periodo 1968-1996. Y las imágenes de satélite muestran que la capa de hielo marino en septiembre se ha reducido un 30% en los últimos 30 años. También han decrecido la cubierta de nieve, la superficie de terreno helado y los glaciares del norte de Canadá y Groenlandia.
La capa de hielo del Ártico crece y se contrae cíclicamente cada año, de acuerdo con el cambio estacional, pero la extensión mínima (la registrada al final de la temporada de deshielo, en verano) ha ido disminuyendo progresivamente desde los años setenta, coincidiendo con el aumento global de las temperaturas asociado al cambio climático.
Si bien las variaciones interanuales pueden estar vinculadas a fenómenos meteorológicos locales, la NASA ha recordado que los mínimos históricos alcanzados este año no son el caso: «Este año es el cuarto más bajo, y aún no hemos visto ningún fenómeno meteorológico importante o patrón de clima persistente en el Ártico que haya ayudado a impulsar el deshielo», explicó Walt Meier, científico del Goddard Space Flight Center (GSFC). «El verano fue un poco más cálido que el año anterior en algunas áreas, pero también más frío en otras», añadió. El récord de 2012, por ejemplo, se vio favorecido por «un poderoso ciclón que fracturó la capa de hielo y aceleró su declive».
En palabras del propio Meier, «la capa de hielo del Ártico se está volviendo cada vez menos resistente, y cada año hace falta menos calor para que se produzca un episodio grave de deshielo». De hecho, diez de los años con niveles mínimos de hielo se concentran en lo que llevamos de siglo XXI. «Buena parte del hielo del Ártico, que solía ser una capa sólida, está ahora fragmentada en témpanos más pequeños que están más expuestos al calentamiento de las aguas del mar abierto. En el pasado, el hielo marino ártico era como una fortaleza que sólo podía ser atacada por los lados. Ahora es como si los invasores hubieran excavado túneles por abajo y la capa de hielo se estuviese derritiendo desde dentro», explica.
Amenaza real
La capa de hielo actúa como aislante de la temperatura en el Océano Ártico, manteniendo así el equilibrio del ecosistema, pero el deshielo tiene también importantes repercusiones globales.
Por un lado, el hielo refleja una gran cantidad de calor solar hacia el espacio (menos que la nieve, que refleja el 70%, pero mucho más que el agua, que apenas llega al 10%), y mantiene así fresco el planeta, estabilizando los sistemas meteorológicos. Por otro, el deshielo supone un paulatino incremento del nivel del mar, cuyas consecuencias en el futuro pueden ser muy graves. En España, y según un informe publicado el año pasado por Greenpeace, zonas costeras tan turísticas como Marbella (Málaga), Benidorm (Alicante), la playa de La Concha (San Sebastián) o La Manga del Mar Menor (Murcia), entre otras, podrían desaparecer en este siglo si no se logra evitar el deshielo del Ártico y frenar el cambio climático.
Los efectos para la fauna local son también dramáticos. El ejemplo de los osos polares es, quizá, el más llamativo. El deshielo está provocando la desaparición de las focas, su principal fuente de alimentación, y, según un reciente estudio elaborado por científicos de la universidad estadounidense de Wyoming, estos osos, los principales depredadores de la zona, no han sido capaces de adaptarse a la falta de alimento, como hacen sus parientes de zonas más templadas, entrando en un estado letárgico, similar a la hibernación. La consecuencia es que están muriendo de hambre o emigrando cada vez más hacia el sur, hacia zonas más pobladas por el hombre y urbanizadas, con el consiguiente riesgo para su supervivencia.
La tentación del petróleo
Los avances tecnológicos en la industria, los altos precios del petróleo y la inestabilidad de las regiones donde es más abundante, el drástico derretimiento de la superficie helada y la consiguiente disminución de los riesgos y las dificultades para las prospecciones, la apertura de nuevas rutas marítimas en zonas hasta ahora no navegables… Todo ello ha convertido al Ártico en un área de máximo interés para la industria petrolera.
Pese a que las primeras extracciones de petróleo se produjeron hace ya casi 50 años, en 1968, en el norte de Alaska, la mitad de las 19 cuencas geológicas que componen la región todavía no han sido exploradas, y las investigaciones realizadas señalan que podrían albergar hasta el 13% del petróleo y el 30% de todo el gas que permanece aún sin explotar en el planeta.
Un estudio de 2008, realizado por el Departamento de Geología de Estados Unidos, indicaba que el área norte del Círculo Ártico contiene alrededor de 90.000 millones de barriles de petróleo aún no descubiertos, y 44.000 millones de barriles de gas natural líquido. Más de la mitad de todos estos recursos podría encontrarse en solo tres zonas geológicas: el Ártico de Alaska, la cuenca de Amerasia, y la cuenca East Greenland Rift.
Algunos expertos vaticinan que, para el año 2050, las industrias mineras y de petróleo y gas operarán de forma rutinaria en la región, de donde procederá cerca de un 25% de los recursos globales de estas materias primas.
Una nueva guerra fría
En una conferencia celebrada en Groenlandia en 2008, cinco de los países con territorio en el Ártico (Canadá, Estados Unidos, Noruega, Rusia y Dinamarca) se comprometieron a someter sus reclamaciones sobre la región al arbitraje de Naciones Unidas, y, en concreto, a la Comisión Internacional para los Límites de la Placa Continental, de acuerdo con la Convención de Derecho Marino. Esta convención, sin embargo, solo otorga derechos hasta la línea de 320 kilómetros de la costa. En el caso de que la plataforma continental se extienda más allá, entonces el país puede presentar su reclamación para que la comisión de la ONU recomiende un límite ulterior. Canadá, Rusia y Dinamarca ya lo han hecho, en relación al Polo Norte.
Así, el pasado mes de agosto, Rusia volvió a solicitar ante la ONU ampliar su plataforma continental en el Ártico, una petición que ya había sido denegada en 2001, amparándose en que la Convención del Derecho Marino ofrece a los Estados la posibilidad de establecer zonas económicas exclusivas de 200 millas. La solicitud rusa incluye un espacio submarino de 1,2 millones de kilómetros cuadrados de superficie que se extiende más de 350 millas marinas desde la orilla, con lo que Moscú adquiriría derecho prioritario para explotar recursos calculados en más de 5.000 millones de toneladas de hidrocarburos. El problema es que Noruega, Dinamarca, Canadá y EE UU tienen también aspiraciones sobre esta zona.
Canadá, por su parte, presentó su propia reclamación en diciembre de 2013, y lleva años actuando de forma activa para reforzar su soberanía en su zona de territorio ártico, incluyendo patrullas militares en las áreas más remotas, o el sistema de vigilancia por satélite Radarsat 2. El objetivo del Gobierno canadiense es, además de fortalecer su control territorial, obtener una buena posición de cara a futuras conversaciones sobre el Paso del Noroeste.
Mientras, Dinamarca interpuso en 2014 una reclamación en la que solicitaba para sí un área de casi 900.000 kilómetros cuadrados. Según Copenhague, la sierra de Lomonósov es la extensión natural de la plataforma de Groenlandia. En cuanto a Estados Unidos, el país se considera una nación ártica desde que incorporó a Alaska a su territorio, en 1867. Washington, no obstante, no ha firmado ni ratificado la Convención de Derecho Marino.
El interés no es solo energético o territorial. El Ártico tiene también una gran importancia para los países con submarinos nucleares, ya que desde el mar de Barents se pueden alcanzar la mayoría de blancos importantes en el mundo, puesto que por ahí pasa la trayectoria más corta para los misiles balísticos en ambos hemisferios.
Shell en Alaska
Después de varios intentos fallidos, la multinacional petrolera Shell recibió finalmente el pasado 18 de agosto el permiso del Gobierno estadounidense para comenzar a perforar en un pozo en aguas del Ártico frente a las costas de Alaska. Hasta ahora, la Administración del presidente Barack Obama había permitido la exploración, pero no los trabajos sobre pozos ya certificados con petróleo, ante la falta de tecnología específica por parte de Shell para contener un posible vertido.
Shell abandonó sus trabajos de exploración en el Ártico hace tres años, cuando una de sus plataformas sufrió graves daños en una tormenta, y tras ser multada por contaminación en sus vuelos en la zona. La petrolera angloholandesa ha invertido más de 6.000 millones de dólares en sus proyectos petroleros en Alaska, pero hasta el momento no ha completado el desarrollo de un solo pozo.
La decisión se produjo después de que el barco rompehielos finlandés Fennica, que cuenta con la tecnología necesaria para bloquear cualquier derrame, llegase al lugar de perforación en el mar de Chukchi, en el noroeste de Alaska. Según declaró la Oficina de Seguridad y Medioambiental de EE UU (BSEE, en inglés), «las actividades llevadas a cabo en el mar de Alaska se ajustan a los mayores exigencias de seguridad, protección medioambiental y respuesta de emergencias».
El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), sin embargo, advirtió de que el permiso concedido a Shell «trae consigo un nuevo nivel de riesgo para el Ártico, y supone asimismo contaminación, tráfico y ruido inaceptables para el prístino hogar de los osos polares, morsas, ballenas y aves marinas», añadiendo que ala vida silvestre y las comunidades locales de la región «están en peligro».
Círculo vicioso
Las asociaciones ecologistas llevan años alertando de que las consecuencias medioambientales de esta explotación pueden ser tan graves como los efectos del deshielo en sí. Según Greenpeace, una de las organizaciones que lidera la lucha contra las prospecciones en el Ártico, «la extracción de petróleo supone una liberación de más gases de efecto invernadero (la quema de combustibles fósiles es el principal causante del calentamiento global), que volverían a alimentar el cambio climático, produciendo más calor y más deshielo. Además, nos arriesgamos a sufrir un vertido de petróleo que sería imposible de atajar en las condiciones extremas de la región, y pondría en peligro su delicado ecosistema».
Además, añade Greenpeace, «el afán de los países limítrofes de explotar los recursos petroleros y pesqueros está provocando una amenaza real de conflictos bélicos. Países como Rusia y Noruega ya han anunciado ‘batallones por el Ártico’ para luchar por sus intereses nacionales en el área.
Por otro lado, las prospecciones sísmicas, realizadas a través de disparos con cañones de aire, para encontrar petróleo en el Ártico podrían lesionar gravemente a las ballenas y a otras especies marinas, según denuncia un informe de la institución científica Marine Conservation Research.
Greenpeace denunció que una empresa noruega que opera al este de Groenlandia ha comenzado a mapear el lecho marino para encontrar posibles yacimientos de petróleo, y que el método usado en las prospecciones consiste en «ejecutar disparos con cañones de aire que emiten pulsos de sonidos de 259 decibelios hacia el fondo marino, una intensidad que sería percibida por el ser humano como, aproximadamente, ocho veces más fuerte que un motor a reacción despegando».
«Está claro que el ruido de las prospecciones sísmicas tiene un impacto sobre las ballenas, ya que puede dañar su audición, la capacidad de comunicación y también desplazar a los animales, porque afecta a su comportamiento durante el buceo, la alimentación y los patrones de migración», declaró uno de los investigadores del instituto Marine Conservation Research.
Zona sensible
En 1991, los ocho países ribereños del Océano Ártico que, cinco años más tarde, constituyeron el Consejo Ártico como foro intergubernamental para fomentar la preocupación ecológica, la cooperación sobre desarrollo sostenible y el bienestar de la población indígena, aprobaron la llamada Estrategia Ártica de Protección Medioambiental, en la que se identificaron los considerados entonces como los seis principales problemas medioambientales de la región:
- Persistencia de contaminantes orgánicos (policlorobifenilos, DDT, plaguicidas), especialmente tóxicos en el área del Polo Norte.
- Contaminación por hidrocarburos, más peligrosa en el Ártico que en otras regiones, ya que las especiales condiciones climáticas de la zona (baja temperatura, periodos de escasa luz, radiación ultravioleta) reducen las posibilidades de que un vertido de petróleo pueda descomponerse o dispersarse por el oleaje.
- Presencia de metales pesados, que disminuye los niveles del pH, afectando a la biodiversidad de la zona.
- Contaminación acústica, que afecta no solo a los animales, sino también a la formación del hielo, el derretimiento, la rotura de bloques y su movimiento, con el consiguiente riesgo para la navegación.
- Radiactividad, como consecuencia de las pruebas nucleares de los años 50 y 60, y de los efectos del accidente de Chernobyl en 1986.
- Acidificación (los niveles de azufre y nitrógeno emitidos por la actividad industrial del mundo), que afecta a la calidad del aire.
Alternativas y más protección
Para los ecologistas, la solución pasa por la declaración de un santuario global en el Ártico que prohíba la extracción de petróleo y la actividad militar en la zona, y que regule las pesquerías y el tráfico marítimo en aguas polares. «Los expertos nos recuerdan que los yacimientos que aún están sin explotar deben permanecer en el subsuelo y que habría que desarrollar energías limpias y renovables que, además de crear nuevos puestos de trabajo, podrían proporcionar energía a los dos millones de personas que actualmente carecen de acceso [en la región] a cualquier servicio energético», indica Greenpeace.
De momento, el Gobierno estadounidense, que ocupa en la presidencia rotatoria del Consejo Ártico hasta 2017, se ha marcado como objetivos oficiales, y de forma muy general, «hacer frente al impacto del cambio climático en el Ártico; promover la seguridad, protección y administración del Océano; y mejorar las condiciones económicas y de vida para las comunidades árticas realizando mejoras en los sectores social y económico».
El secretario de Estado de EE UU, John Kerry, aseguró, en este sentido, que Washington «intentará lograr una red panártica de áreas marinas protegidas». «Se necesitan protecciones más amplias para estas aguas y su biodiversidad, a fin de salvaguardar áreas que son especialmente importantes, tanto cultural como ecológicamente», añadió.