La historia de fantásticos tesoros, terribles batallas navales y expolio colonial que cuentan los miles de barcos hundidos en el fondo del mar abrió el pasado 5 de diciembre un nuevo y fascinante capítulo con el anuncio a bombo y platillo, por parte del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, del hallazgo del legendario galeón español San José en aguas territoriales de este país.
El navío, que se dirigía a Cartagena de Indias para ser reparado antes de seguir viaje a Cádiz tras hacer escala en La Habana, fue hundido cerca de la península de Barú por una enorme explosión tras ser cañoneado por barcos ingleses el 8 de junio de 1708. Iba cargado hasta los topes de oro y plata procedentes del virreinato de Perú. En total, los historiadores calculan unos 11 millones de monedas, valoradas en 5.000 millones de dólares de hoy en día, además de joyas y objetos de arte, la mayoría religiosos, un botín destinado a dar oxígeno financiero a las castigadas arcas de la corona española, enfrascada frente Inglaterra, Holanda, Portugal y el Imperio Romano Germánico en la guerra de sucesión del trono que ocupaba Felipe V.
La magnitud del tesoro del San José y el misterio (hasta ahora) sobre su localización han alimentado las leyendas y el imaginario caribeño durante siglos, incluyendo referencias literarias, la más famosa, la de Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cólera, donde el fallecido Nobel colombiano relata la fascinación de su protagonista, Florentino Ariza, por el galeón de 60 cañones, y su sueño de sumergirse en el mar para recuperar el tesoro, ofrecérselo a su amor eterno, Fermina Daza, y que ella pueda «bañarse en estanques de oro».
El romanticismo y la leyenda han dado paso ahora a asuntos más mundanos sobre a quién pertenecen el barco y el tesoro, y sobre qué hacer con el hallazgo, una disputa que, como es habitual en estos casos, enfrenta al país cuyo pabellón ondeaba en el barco (España, en este caso), el país que lo ha encontrado y donde ha sido hallado (Colombia), e incluso los países de donde salió originalmente el tesoro (el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ha sugerido que podría repartirse entre los países sudamericanos; el peruano, Ollanta Humala, ha recordado que el cargamento fue expoliado en Perú, y un grupo de comunidades indígenas de Colombia planea acudir a instancias internacionales para exigir la titularidad de la carga).
El Gobierno de Colombia asegura que el hallazgo, convertido en secreto de Estado, «pertenece a todos los colombianos», y se ampara en la ley de protección del patrimonio sumergido que aprobó en 2013, y que blinda los posibles descubrimientos submarinos ante posibles reclamaciones internacionales. España, por su parte, apoya su reclamación, entre otras bases jurídicas, en la convención de la Unesco sobre Protección de Patrimonio Cultural Subacuático de 2001, un acuerdo que, sin embargo, no ha sido ratificado por Colombia. El Gobierno español, que aboga por la posibilidad de crear un museo conjunto en Cartagena de Indias, recuerda asimismo que el barco es una «tumba marina» donde reposan los restos de cerca de 600 españoles.
De momento, las negociaciones continúan, y las buenas relaciones entre ambos países están aguantando la tormenta. Este sábado, el ministro español de Exteriores, José Manuel García-Margallo, y su homóloga colombiana, María Ángela Holguín, reconocieron que existen «discrepancias» sobre la titularidad jurídica del galeón, pero aseguraron que trabajarán para buscar fórmulas encaminadas a la conservación y la protección de «un pecio que es patrimonio de la humanidad».
En cualquier caso, la resolución de la disputa puede suponer un precedente importante para los miles de pecios que permanecen sumergidos, y que aún no han sido encontrados o rescatados, la mayoría de ellos en aguas del continente americano y pertenecientes a la época colonial. Solo en el mar Caribe se calcula que hay hundidas cerca de 1.300 naves, de las que al menos una decena podrían albergar cargamentos de gran interés, no solo económico, sino también histórico. En todo el mundo, y según estimaciones de la Unesco, el fondo de los mares y océanos alberga los restos de unos tres millones de barcos hundidos a lo largo de la historia.
Los avances tecnológicos de la arqueología subacuática permiten anticipar más descubrimientos espectaculares en los próximos años, en una carrera en la que están jugando un papel fundamental, y a menudo polémico, empresas privadas cazatesoros como Odyssey Marine Exploration, que encontró en 2007, en el Golfo de Cádiz, el pecio de la nave española Nuestra Señora de la Mercedes y, en ella, el mayor tesoro descubierto hasta ahora en el fondo del mar. Fue también una compañía privada, Sea Search Armada (SSA), la que aseguró haber descubierto, en 1981, los restos del San José, si bien la empresa fue demandada por el Gobierno colombiano, que en 1984 desmintió el descubrimiento.
En 2013, el Gobierno español había conseguido localizar ya cerca de 1.500 buques españoles hundidos en distintas partes del planeta, según un informe realizado por un grupo de expertos de la Armada. Se trata de buques españoles del siglo XVIII (1767, el más antiguo) al XX. Casi 600 de ellos son navíos mayores utilizados para misiones de guerra y el traslado de cargas de gran valor (182 navíos, 98 fragatas, 190 vapores, 37 corbetas, 87 bergantines), y se espera que la cifra de pecios localizados crezca considerablemente, porque hasta ahora solo se han estudiado tres de los cinco archivos navales de la Armada española: Madrid, Cartagena y el Viso (Ciudad Real), con lo que faltarían por estudiar los archivos de Cádiz y Ferrol.
Éste es un repaso a algunos de los principales tesoros transportados por barcos españoles encontrados hasta ahora, y a los que siguen esperando, intactos o en parte, en las profundidades marinas.
‘Nuestra Señora de Juncal’
Uno de los objetivos más codiciados por los buscadores de tesoros marinos, la nao española Nuestra Señora de Juncal, buque insignia, junto con el galeón Santa Teresa, de la flota de Nueva España, naufragó por una gran tormenta el 31 de octubre de 1631 en Sonda de Campeche (península de Yucatán), en México. La nave llevaba en sus bodegas más de un millón de pesos, un cargamento detallado por el entonces virrey, el marqués de Cerralbo, y que las crónicas de la época describen como el mayor salido del «Nuevo Mundo». Su valor actual se calcula en torno a los 3.000 millones de euros.
Hasta el momento, las empresas cazatesoros no han podido llegar a un acuerdo con el Gobierno mexicano para llevar a cabo la exploración. Según mantiene el Instituto Nacional de Antropología e Historia de este país,«el patrimonio cultural sumergido pertenece a la categoría de los bienes que son objeto de estudio, custodia, conservación y difusión, pero que en sí mismos son inalienables e imprescriptibles y, en consecuencia, no susceptibles de comercialización».
Aunque diversos expertos han apuntado la posibilidad de que el pecio no se encuentre dentro de las aguas territoriales mexicanas, según la convención de la Unesco sobre Protección de Patrimonio Cultural Subacuático, en vigor desde 2009 y firmada tanto por México como por España, cuando se encuentre patrimonio sumergido en la plataforma continental de un Estado parte, se deben poner en marcha mecanismos de consulta para proteger el patrimonio descubierto, consultas que deben ser coordinadas por el Estado ribereño y en las que deben participar los Estados que hayan manifestado tener interés en ello por poseer vínculos arqueológicos o históricos con el pecio descubierto.
‘Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción’
En julio del año 1641, un convoy de 30 naves de la Flota de Nueva España partió de Veracruz (México), en viaje de vuelta a la Península. A la cabeza iba, como capitana, el galeón San Pedro y San Pablo; en la cola, la nave del almirante Juan de Villavicencio, el Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción, un galeón de 600 toneladas que había sido construido en La Habana en 1620 y que, como explica el historiador marítimo Xavier Armendáriz en la revista National Geographic, llevaba una carga de incalculable valor: 25 toneladas de oro y plata procedentes de las minas de México y de Potosí, en Bolivia, así como miles de monedas de Felipe IV, un cargamento de porcelana china de la dinastía Ming, joyas, sedas, las pertenencias de la viuda de Hernán Cortés y el inevitable contrabando de oro y plata, que representaba, al menos, un tercio de la carga oficial. En total, más de 200 millones de dólares de hoy.
Tras hacer escala en La Habana para reparar averías, la flota reanudó el viaje, pero a la altura de Florida los sorprendió un huracán que hundió la mayoría de los barcos. A las ocho de la tarde del 30 de octubre, el Concepción chocó violentamente con unos arrecifes y se fue también a pique.
Desde entonces se han sucedido los intentos por rescatar el tesoro, el primero de ellos, por el capitán estadounidense de Nueva Inglaterra William Phips, tan solo unas décadas después del naufragio. En los años sesenta, y tras casi tres siglos de olvido, el célebre explorador oceanográfico francés Jacques Cousteau intentó localizarlo, pero finalmente sería un cazatesoros estadounidense, Burt Webber, quien, en 1978, encontró la pista del galeón español y comenzó la búsqueda tras llegar a un acuerdo con el Gobierno dominicano, en cuyas aguas había naufragado el barco. El equipo de Webber anunció el hallazgo del pecio y rescató un total de 60.000 monedas de plata, además de multitud de artefactos y cadenas de oro.
La operación fue, según Armendáriz, un éxito económico, pero también un desastre para la arqueología marítima, pues «Webber no siguió ningún tipo de metodología ni registro científico y destrozó el yacimiento». Desde entonces, el Concepción sigue siendo excavado por la empresa de Burt Webber y otros cazatesoros, como Tracy Bowden.
‘Nuestra Señora de Atocha’
En julio de 1985, y tras una búsqueda de 16 años, el estadounidense Mel Fisher y su equipo de la empresa Treasure Salvors encontraron finalmente en Key West, Florida, el galeón español Nuestra Señora de Atocha, naufragado a causa de un huracán entre el 4 y el 5 de septiembre de 1622 cuando navegaba cargado de oro, plata y piedras preciosas extraídos de las minas de México, Perú y Colombia.
El Nuestra Señora de Atocha, construido para la corona española en La Habana en 1620, pesaba 550 toneladas e iba fuertemente armado. Llevaba palos trinquetes y mayores con velas cuadras y un palo de mesana con vela latina. Se hundió con 265 personas a bordo, de las que, según cuentas las crónicas, solo sobrevivieron cinco (tres marineros y dos esclavos), que lograron aferrarse al tocón del palo de mesana. Durante los siguientes 60 años, equipos españoles de salvamento buscaron el galeón, pero nunca encontraron rastro alguno.
El valor del tesoro que cargaba el barco se calcula en unos 400 millones de dólares, pero solo se encontraron 63 cofres con 250.000 doblones de oro, acuñados en México en el siglo XVIII. Los de menor valor son de 300 dólares, y los de mayor, de 1.200. De ahí se extrajeron 70.000 dólares en barras de plata. Actualmente, los artefactos y tesoros del Atocha constituyen la parte principal de la colección del Mel Fisher Maritime Heritage Society Museum, en Florida (EE UU).
‘Santísima Trinidad’
También como consecuencia de un fuerte huracán, naufragó, en 1711, el galeón Santísima Trinidad (no confundir con el navío de guerra del mismo nombre, apodado «El Escorial de los mares», que fue hundido tras la batalla de Trafalgar, en 1805). El barco se fue a pique a tan solo 24 kilómetros de la costa de La Habana, cargado con un botín con destino a España valorado en 400 millones de dólares actuales.
En 1998, buzos canadienses y cubanos comenzaron a buscar en las afueras del puerto de La Habana los restos del galeón, tras un acuerdo comercial entre el Gobierno de Cuba y dos empresas privadas de Canadá, que incluia el reparto a partes iguales de los tesoros encontrados, no solo en este barco, sino también en los cerca de 500 galeones que, según los historiadores, podrín permanecer hundidos en esta zona.
Según los expertos, de los 13.000 galeones que navegaron entre el Caribe y España durante los siglos XVI y XVII, la mitad se hundió, y muchos de ellos lo hicieron frente a las costas de Cuba. Visa Gold Resources, una empresa de rescates con base en Toronto, se adjudicó la zona del puerto de La Habana y 1.500 millas cuadradas de la costa noroeste de Cuba. Según declaró en su día Doug Lewis, presidente de esta empresa, en el puerto hay 400 galeones hundidos, y otros 100 han sido detectados mar adentro, al noroeste.
El acuerdo estipulaba la preservación arqueológica de todo lo que se encuentre, incluyendo cañones, cerámicas e instrumentos de navegación, entre otros elementos.
‘Nuestra Señora de las Mercedes’
Más de dos siglos después de que los cañones ingleses enviaran al fondo del mar a la fragata española Nuestra Señora de la Mercedes, una buena parte del tesoro que la nave traía desde Lima (valorado en unos 500 millones de dólares, unos 380 millones de euros) llegó finalmente a España en febrero de 2012, tras cinco años de litigio con la empresa que lo encontró, la estadounidense Odyssey Marine Exploration.
Las valiosas telas de vicuña y el cargamento de quina y canela que transportaba también el barco se perdieron para siempre, pero las más de medio millón de monedas de plata y oro que Odyssey consiguió extraer del fondo marino, el mayor tesoro jamás encontrado bajo el agua, cruzaron de nuevo el Atlántico, esta vez desde Estados Unidos, para ser estudiadas, restauradas y, finalmente, expuestas al público en España. El 30 de noviembre de 2012 la Secretaría de Estado de Cultura anunció que el destino del tesoro sería el Museo Nacional de Arqueología Subacuática de Cartagena. Apenas dos días después, el 2 de diciembre de 2012, el tesoro llegó a su destino.
La Mercedes, cuyo pecio fue descubierto por Odyssey en mayo de 2007 en el Golfo de Cádiz, había sido botada en el puerto de La Habana en 1786, y formaba parte del convoy que cubría la ruta comercial entre España y sus colonias americanas. A las nueve y cuarto de la mañana del 5 de octubre de 1804, cuando navegaba ya muy próxima a su destino, cerca de las costas portuguesas del Algarve, el navío español fue alcanzado de lleno por un cañonazo del barco inglés HSM Amphion. En el combate y posterior naufragio murieron 249 marineros. Los 51 supervivientes fueron hechos prisioneros y trasladados al Reino Unido. Las otras fragatas que conformaban la flota española fueron capturadas y trasladadas también a Inglaterra meses después.
El ataque tuvo como consecuencia el final del ya frágil acuerdo de paz entre Gran Bretaña y España, y fue el preludio de la batalla de Trafalgar. El hecho de que se produjese sin declaración de guerra previa, que causase un gran número de muertos y que condujese finalmente a un conflicto bélico llevó al Gobierno español a compararlo, durante el litigio con Odyssey, con el ataque japonés a Pearl Harbour, que desencadenó en 1941 la participación de EE UU en la Segunda Guerra Mundial.
‘San Diego’
El San Diego fue un galeón español que formaba parte de los Galeones de Manila, la flota que cubría la ruta comercial entre Nueva España (actual México) y la entonces colonia española de Filipinas, y a través de la cual se intercambiaban productos chinos y plata mexicana. Las mercancías llegaban principalmente al puerto de Acapulco, desde donde eran transportadas por vía terrestre hasta Veracruz.
El 10 de diciembre de 1600, el San Diego, que se encontraba fondeado en el puerto de Cavite, en la bahía de Manila, fue armado con catorce cañones y enviado, junto con un patache y dos galeras, a repeler un ataque de navíos holandeses contra la capital del archipiélago. Tras sufrir una grave vía de agua durante el combate, la nave intentó volver a puerto, pero se hundió durante el trayecto. Murieron 300 marineros, y se salvaron cerca de 100.
El pecio del San Diego fue descubierto el 21 de abril de 1991 por el arqueólogo submarino fracncés Franck Goddio, tras consultar la información sobre el barco existente en el Archivo de Indias. La nave se encontraba a 52 metros de profundidad, y a 1.200 kilómetros de la Isla Fortuna, en la bahía de Manila. Fueron rescatados un total de 6.000 objetos, incluyendo monedas, joyas de oro, porcelanas de la dinastía Ming, armas y cañones. El 70% se depositó en el Museo Naval de Madrid y el 30% restante, en el Museo Nacional de Filipinas. Tanto el barco como los restos de los marineros fallecidos continúan en el lugar del naufragio.
‘San Sebastián’
Procedente asimismo de Manila, el galeón San Sebastián se hundió el 7 de enero de 1583, tras chocar contra un arrecife cerca de Punta Reyes, en el Estrecho de Magallanes, Chile. Los trabajos de exploración llevados a cabo hasta ahora han logrado dar con el paradero de la nave, que se encuentra a poca profundidad. No obstante, los intentos por recuperar su carga han sido, hasta ahora, infructuosos.
‘Juno’
La fragata española Juno, un barco mítico para los buscadores de tesoros marinos en Estados Unidos, había partido de Cuba y navegaba rumbo a España cuando, en octubre de 1802, se hundió frente a las costas de Virginia, después de que una galerna rompiera el mástil de su vela mayor. Llevaba 425 pasajeros a bordo y un cargamento que un buscador de tesoros estadounidense calculó en 500 millones de dólares, a pesar de que los 2,5 millones de pesos en plata que transportaba la nave habían sido transferidos a otro buque, el San José, que fue el que finalmente llevó la carga hasta España.
El Gobierno español reclamó la propiedad de los restos alegando que se trataba de un buque de guerra. La sentencia fue inicialmente favorable a la empresa privada estadounidense que llevó a cabo el frescate (Sea Hunt), al entender que España había abandonado los restos, pero en 1999 el fallo fue revocado por la Corte Federal, al considerar que la fragata era un buque de la Armada y que, por tanto, gozaba de inmunidad soberana. Los derechos de salvamento fueron igualmente rechazados, pues resultan improcedentes al tratarse de restos de vidas humanas. El Tribunal Supremo no admitió el recurso, zanjando definitivamente la propiedad a favor de España.