Vuelve la alta tensión al Kurdistán iraquí

Miguel Máiquez, 14/2/2012

A pun­to de cumplirse un año ya de la sal­i­da de las tropas esta­dounidens­es, Irak está muy lejos aún de haber encon­tra­do una mín­i­ma esta­bil­i­dad. De hecho, el año parece estar aca­ban­do exac­ta­mente como empezó: con una escal­a­da de la ten­sión sec­taria y étni­ca que ha mar­ca­do la his­to­ria del país des­de que en 1932 la Sociedad de Naciones dio por final­iza­do el Manda­to Británi­co y recono­ció su (tute­la­da) independencia.

En los primeros meses de 2012 estal­ló el con­flic­to sec­tario cuan­do, nada más salir los últi­mos sol­da­dos de EE UU, el Gob­ier­no del primer min­istro Nuri Kamal al Mali­ki, un chií, ordenó el arresto del vicepres­i­dente, Tariq al Hashe­mi (suní), acu­sa­do de par­tic­i­par en activi­dades ter­ror­is­tas. Aho­ra, el año con­cluye con un pre­ocu­pante agravamien­to del inter­minable con­flic­to étni­co del Kur­dis­tán iraquí, una cri­sis en la que, obvi­a­mente, hay otros fac­tores en juego, más allá de la etnia. El primero de todos, el petróleo.

El últi­mo capí­tu­lo has­ta aho­ra del ‘prob­le­ma kur­do’ comen­zó tam­bién tras un movimien­to de Mali­ki, cuan­do el primer min­istro decidió incre­men­tar sig­ni­fica­ti­va­mente el con­trol de Bag­dad sobre las fuerzas de seguri­dad que oper­an en Kirkuk, un ter­ri­to­rio de gran riqueza petrol­era, dis­puta­do por ambas partes, y en el que tropas iraquíes y kur­das se reparten la respon­s­abil­i­dad de man­ten­er el orden. La excusa: evi­tar aten­ta­dos ter­ror­is­tas. Como explic­a­ba Joost R. Hilter­man, del Inter­na­tion­al Cri­sis Group, a The New York Times, recur­rien­do a una de las expre­siones más men­cionadas en la región últi­ma­mente: «Para los kur­dos la decisión de Mali­ki fue cruzar una línea roja. Bási­ca­mente, Mali­ki se hizo con el con­trol de la policía, y los kur­dos nun­ca van a ced­er Kirkuk».

A finales del pasa­do mes de noviem­bre, agentes fed­erales iraquíes que trata­ban de deten­er a un kur­do en la ciu­dad de Tuz Jur­ma­to, al norte de la región semi­autóno­ma, acabaron enfren­tán­dose a tiros con miem­bros de las fuerzas de seguri­dad leales al Gob­ier­no region­al kur­do. Murió un civ­il y otros ocho resul­taron heri­dos. La respues­ta de Mali­ki fue enviar más tropas, y Masud Barzani, el pres­i­dente del Kur­dis­tán iraquí, reac­cionó desta­can­do a sus sol­da­dos, los pesh­mer­gas. Des­de entonces la ten­sión no ha hecho más que cre­cer, a pesar de los esfuer­zos de mediación lle­va­dos a cabo con el respal­do de Esta­dos Unidos.

El pasa­do lunes, Barzani real­izó una sig­ni­fica­ti­va visi­ta a Kirkuk y dejó claro que el Gob­ier­no region­al kur­do no está dis­puesto a ced­er ter­reno. Durante su encuen­tro con las mili­cias pesh­mer­gas, y según infor­mó la agen­cia Reuters, Barzani dijo que «a lo largo de la his­to­ria los kur­dos no han elegi­do el camino de la guer­ra, pero eso no sig­nifi­ca que se vayan a quedar esposa­dos ante la opre­sión. Esta­mos en con­tra de la guer­ra, no nos gus­ta la guer­ra, pero si la situación lle­va a una guer­ra, todos los kur­dos están prepara­dos para luchar por el man­ten­imien­to de la iden­ti­dad kur­da de Kirkuk». Para estar en medio de un pro­ce­so nego­ci­ador, el líder kur­do usó cua­tro veces la pal­abra guer­ra en solo un par de fras­es. Ya en otro tono, Barzani pidió a las mili­cias que «resis­tan», que cum­plan con la ley y la Con­sti­tu­ción, y que pre­ser­ven «la tol­er­an­cia y la con­viven­cia pací­fi­ca con todas las comu­nidades del Kurdistán».

Kirkuk, que actual­mente se encuen­tra fuera de las tres provin­cias del norte de Irak que con­for­man la región semi­autóno­ma del Kur­dis­tán (crea­da en 1993 tras la der­ro­ta iraquí en la primera Guer­ra del Gol­fo), es una de las recla­ma­ciones históri­c­as más impor­tantes de los kur­dos iraquíes. La elab­o­ración de un cen­so que deter­mine si la ciu­dad tiene may­oría kur­da o árabe sigue retrasán­dose, pero no es prob­a­ble que este reg­istro, si es que lle­ga a realizarse algún día, vaya a solu­cionar la dis­pu­ta, tenien­do en cuen­ta las vicisi­tudes sufridas por la población kur­da en las últi­mas décadas.

A medi­a­dos de los años seten­ta, por ejem­p­lo, más de diez años antes de la bru­tal repre­sión de Sadam Husein en 1988 (el tris­te­mente famoso episo­dio cono­ci­do como Al Anfal, en el que fueron masacra­dos dece­nas de miles de kur­dos), en torno a medio mil­lón de kur­dos fueron desplaza­dos for­zosa­mente de sus pobla­ciones de ori­gen, a las que tenían pro­hibido regre­sar bajo pena de muerte. Muchos de ellos fueron con­duci­dos al sur de Irak, donde se les realo­jó entre una población de may­oría árabe chií. Era la respues­ta del rég­i­men de Bag­dad a la rev­olu­ción que acaba­ba de sofo­car en el Kur­dis­tán. En aquel momen­to, el Irán del sha, que presta­ba apoyo a los kur­dos, y el Irak de Sadam Husein (quien aún no era pres­i­dente, pero se había con­ver­tido ya en el hom­bre fuerte del rég­i­men) habían logra­do alcan­zar un tem­po­ral y frágil acuer­do de paz. Aque­l­la ‘rec­on­cil­iación’, fir­ma­da en Argel en 1975, pre­cip­itó la der­ro­ta de las fuerzas kur­das y acabó pro­ducien­do la escisión del movimien­to kur­do entre el Par­tido Democráti­co del Kur­dis­tán (PDK) de Masud Barzani y la Unión Pop­u­lar del Kur­dis­tán (UPK), que luego diri­giría Yalal Tal­a­bani. Tal­a­bani, actu­al pres­i­dente de Irak, se man­tenía al frente de la UPK cuan­do ambas fac­ciones se enfrentaron en una guer­ra civ­il tras la Guer­ra del Gol­fo de 1991. Los dos líderes se rec­on­cil­iaron y se pre­sen­taron en coali­ción a las elec­ciones de 2005. Aho­ra, Tal­a­bani es el medi­ador en las atran­cadas nego­cia­ciones entre Bag­dad y el gob­ier­no kur­do de su exen­e­mi­go Barzani.

El estancamien­to es has­ta cier­to pun­to com­pren­si­ble si se tiene en cuen­ta lo que está en juego: Kirkuk se asien­ta sobre una de las may­ores reser­vas de petróleo del mun­do, y las explota­ciones que oper­an en los cam­pos situ­a­dos en torno a la ciu­dad pro­ducen alrede­dor de una quin­ta parte del total de las exporta­ciones de crudo de Irak (unos 2,6 mil­lones de bar­riles al día).

Mien­tras duró la ocu­pación mil­i­tar de EE UU, las tropas esta­dounidens­es actu­aron de colchón entre el Ejec­u­ti­vo cen­tral iraquí y el Gob­ier­no region­al kur­do, pero cuan­do aban­donaron el país, Bag­dad comen­zó a incre­men­tar su con­trol, tan­to sobre la pro­duc­ción de petróleo como sobre la zona en sí. La ten­sión se dis­paró al fir­mar la región kur­da acuer­dos con grandes empre­sas petrol­eras como Exxon y Chevron para desar­rol­lar los yacimien­tos, un movimien­to que Bag­dad inter­pretó como lo que prob­a­ble­mente era: un desafío al poder central.

Para com­plicar aún más la cosa, tam­bién la indus­tria petrol­era rusa ha puesto su gran­i­to de are­na en el aumen­to de la pre­sión. La sem­ana pasa­da, y según infor­mó La Voz de Rusia, la empre­sa Gazprom Neft, que desar­rol­la una «coop­eración energéti­ca» tan­to con Irak como con el Kur­dis­tán iraquí, indicó que «por aho­ra coop­er­amos con ambos gob­ier­nos, pero si ten­emos que ele­gir lo haremos».

De acuer­do con la emiso­ra rusa, Bag­dad exigió el pasa­do mes de noviem­bre a Gazprom Neft, fil­ial del monop­o­lio gasís­ti­co ruso Gazprom, que renun­ci­ase al con­tra­to para el desar­rol­lo del cam­po petrolero iraquí de Badra (con unas reser­vas cal­cu­ladas en 3.000 mil­lones de bar­riles) si con­tinu­a­ba eje­cu­tan­do proyec­tos en el Kur­dis­tán iraquí. El Gob­ier­no cen­tral de Irak se ha nega­do a recono­cer dece­nas de con­tratos fir­ma­dos ante­ri­or­mente entre el Kur­dis­tán y empre­sas energéti­cas extran­jeras, ale­gan­do que este tipo de acuer­dos solo pueden ser lle­va­dos a cabo por las autori­dades centrales.

De fon­do, además, se encuen­tra la gran rival­i­dad políti­ca exis­tente entre Barzani y Mali­ki, sobre todo después de que el líder kur­do inten­tara hace unos meses for­mar una coali­ción par­la­men­taria para acabar con el manda­to del primer ministro.

Y mien­tras, para algunos líderes de la región semi­autóno­ma, como Nechir­van Barzani, primer min­istro y sobri­no del pres­i­dente, la solu­ción pasa por la vuelta de las tropas esta­dounidens­es al Kur­dis­tán iraquí, una opción que están muy lejos de con­sid­er­ar siquiera tan­to el Gob­ier­no de Barak Oba­ma como el de Nuri al Maliki.

Un agravamien­to de la cri­sis kur­da situ­aría a Irak en una situación que no es exager­a­do cal­i­ficar de trág­i­ca, al añadir una guer­ra de carác­ter étni­co y económi­co al con­flic­to sec­tario que ate­naza ya al país: Según datos divul­ga­dos en octubre por el Gob­ier­no de Bag­dad, solo en el mes de sep­tiem­bre el número de muer­tos por ataques vio­len­tos y aten­ta­dos (casi todos por bom­bas cuyas víc­ti­mas fueron may­ori­tari­a­mente chiíes) llegó a 365, el doble que el reg­istra­do en agos­to. Fue el mes más san­gri­en­to en dos años.

No son bue­nas noti­cias para una población tris­te­mente acos­tum­bra­da a la guer­ra, la repre­sión y la división inter­na. En un artícu­lo pub­li­ca­do recien­te­mente en The New York Times, Sarmed al Tai, colum­nista del diario iraquí Al Mada, lo resumía así: «Mi abue­lo tenía una palmera de dátiles. Un día, cuan­do yo tenía cua­tro años de edad, abrí los ojos y vi un tanque al lado de la palmera. Aho­ra veo tan­ques en la puer­ta de mi periódico».

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