En las elecciones de 2016 Donald Trump recibió unos 3,2 millones de votos menos que su rival demócrata, Hillary Clinton, a pesar de lo cual el candidato republicano obtuvo la victoria, al acaparar más votos en el Colegio Electoral. Cuatro años después, la historia podría repetirse.
Miles de simulacros por ordenador realizados en la Universidad de Columbia indican que, si el llamado voto popular (el número total de sufragios que recibe cada candidato) acaba siendo muy igualado, el peculiar sistema de Colegio Electoral por el que se rigen los comicios presidenciales en EE UU volverá a inclinarse la semana que viene a favor del actual inquilino de la Casa Blanca, aunque algo menos que en 2016, según señala un estudio publicado esta semana en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), y recogido por Efe.
Los responsables del informe, Robert Erikson, un profesor de ciencias políticas, y Karl Sigman, profesor de ingeniería industrial, examinaron la forma en que los resultados del Colegio Electoral están condicionados por el modo en que los Estados votaron en elecciones previas. Tras analizar los desenlaces electorales desde el año 1980, y después de efectuar miles de simulacros, concluyeron que Trump tendrá ventaja en el Colegio Electoral frente a su rival demócrata, el ex vicepresidente Joe Biden, en el caso de que el resultado sea, como se prevé, ajustado.
Los autores sostienen que, de acuerdo con los datos de su análisis, el punto de inflexión entre una probable victoria demócrata o republicana en el Colegio Electoral no está en un voto popular repartido 50 a 50, sino más bien en una horquilla de un 51% de voto demócrata frente a un 49% republicano.
Actualmente, las encuestas dan a Biden el liderazgo con un 52,1% del voto popular, mientras que Trump acumula el 43%, según la media ponderada que elabora la web especializada FiveThirtyEight.
Erikson recuerda que Trump salió airoso del Colegio Electoral debido a su victoria por márgenes muy estrechos en Wisconsin, Michigan y Pensilvania, pero que hay otros Estados, como Arizona, Florida, Georgia y Carolina del Norte, que «también podrían tener peso en 2020».
El voto delegado
A diferencia de la mayoría de las otras democracias del mundo, en Estados Unidos el presidente no resulta elegido directamente a partir del voto de los ciudadanos. No es, por tanto, el voto popular el que determina quién ocupará el Despacho Oval, sino el Colegio Electoral, en cuyos miembros los ciudadanos delegan esa función.
Este Colegio está formado por 538 compromisarios o electores –nominados por los partidos y distribuidos en proporción a la población de cada estado– que, en nombre de los ciudadanos, votan en los 50 estados del país y el Distrito de Columbia (sede de la capital). Para ser elegido, el candidato debe tener una mayoría (al menos 270) de los votos emitidos por el Colegio Electoral, y si ninguno de los dos la logra, la decisión pasa al Congreso. Cada compromisario emite un voto electoral que debe ser, en principio, para el candidato más votado en el Estado, salvo en los casos de Nebraska y Maine, donde el voto electoral se distribuye en función del porcentaje de los votos obtenidos.
El candidato que recibe la mayoría de los votos de un Estado gana de esta forma todos los sufragios emitidos por los electores de ese Estado, y por eso las campañas electorales se concentran en ganar el voto popular en una combinación de los Estados que otorguen una mayoría de electores, en lugar de en conseguir el mayor número de votos a nivel nacional.
Mandato ciudadano
La consecuencia de este sistema es que cuando una persona deposita su voto por un candidato presidencial en EE UU, lo que realmente está haciendo es pedir a los compromisarios de su Estado que voten por su aspirante en el Colegio Electoral, algo que se da por hecho, al entenderse como un mandato ciudadano. Los compromisarios son personas consideradas leales al partido, y en algunos Estados sus nombres aparecen incluso en las papeletas junto a los del candidato a presidente y vicepresidente.
De hecho, la historia registra tan solo un puñado de casos (en 1948, 1956, 1960, 1968, 1972, 1976 y 1988) en los que algún elector se negó a apoyar al candidato con el que se había comprometido (en 2000 hubo un voto en blanco), y una sola vez en la que el Colegio Electoral no votó por el ganador, cuando, en 1836, el órgano le negó a Richard Mentor Johnson los votos necesarios para ser nombrado vicepresidente. En 2016 hubo siete compromisarios que se desmarcaron en la votación por el presidente y seis que lo hicieron en la del vicepresidente.
Precedentes
La victoria de Trump en 2016 pese a haber obtenido menos votos (el 46,15% frente al 48,17% de Clinton) no es el único caso en la historia de la democracia estadounidense en que el candidato más votado acabó derrotado. En 1825, ni John Quincy Adams ni Andrew Jackson consiguieron la mayoría de los votos electorales y finalmente la Cámara de Representantes eligió a Adams presidente, a pesar de que Jackson había recibido más votos populares.
En 1876 Rutherford B. Hayes obtuvo el apoyo casi unánime de los Estados pequeños y resultó elegido presidente, a pesar de que Samuel J. Tilden había logrado 264.000 votos más, y en 1888 Benjamin Harrison se impuso frente a su rival, Grover Cleveland, que había tenido más sufragios.
Ya en 2000, George W. Bush fue elegido con 271 votos electorales después de se le adjudicaran los compromisarios de Florida —por solo 573 votos— tras la impugnación del resultado y un nuevo recuento, aunque Al Gore había logrado casi 450.000 votos populares más en todo el país.
¿Un sistema injusto?
El Colegio Electoral fue creado por los representantes de los Estados que conformaron la república, antes de que la mayoría de la población pudiese votar, y con el objetivo de evitar el dominio de las zonas más pobladas del país. Los autores del estudio de la Universidad de Columbia señalan que «a menudo es visto como institución injusta que puede negar la presidencia al ganador del voto popular, una circunstancia denominada a veces como una ‘inversión’ electoral».
Erikson y Sigman añaden que hay quienes argumentan que «el Colegio Electoral favorece a los Estados pequeños, dado que sus cuotas siempre incluyen dos votos extra que representan a los dos senadores que cada Estado elige sea cual sea su población».
Otros, sin embargo, «opinan que el favoritismo se inclina hacia los Estados más poblados, puesto que el ganador se lleva todos los representantes, lo cual les da un poder enorme». California, por ejemplo, con 39,5 millones de habitantes, tiene 55 votos electorales (compromisarios); Montana, con cerca de un millón, tiene 3.
Según explica a Europa Press Jeremy Mayer, profesor asociado de Política y Gobierno en la Universidad George Mason, el sistema se ideó de este modo para «evitar que hubiera un presidente regional, por ejemplo del sur, lo que podría provocar una nueva guerra».
El experto subraya que, teniendo en cuenta que «beneficia a los Estados más pequeños», parece poco probable que estos accedan a respaldar una reforma, algo para lo que sería necesario enmendar la Constitución, con el respaldo de dos terceras partes del Congreso y de tres cuartas partes de los 50 estados.