Fagor Electrodomésticos, la mayor cooperativa de trabajo asociado de España, el buque insignia del grupo cooperativista vasco Mondragón, y un ejemplo durante décadas de que otra forma de organización laboral es posible, está a punto de echar el cierre. La compañía, en la que trabajan 5.600 personas (cerca de 2.000 de ellas, en Euskadi), arrastra una deuda de 859 millones de euros y necesita desesperadamente una inyección de 170 millones que Mondragón, para quien Fagor es ya inviable, no está dispuesto a aportar. Los directivos están trabajando «a contrarreloj» y manteniendo «conversaciones» con competidores y fondos de inversión para lograr una financiación que ellos mismos ven «muy difícil», pero, si las circunstancias no cambian, Fagor presentará el concurso de acreedores en un plazo de entre siete y diez días.
El hundimiento de Fagor ha sido presentado como la prueba de que el modelo en que basa su actividad (el cooperativismo industrial, donde los trabajadores son socios de la empresa, las cooperativas de un mismo grupo se ayudan entre sí, y el mantenimiento del empleo es la prioridad) ya no es sostenible en estos tiempos de voracidad financiera y máximo beneficio como objetivo único, debido, entre otras cosas, a su supuesta incapacidad para tomar con eficacia decisiones drásticas en épocas de vacas flacas.
La cuestión, sin embargo, es cuánto habría aguantado Fagor con un modelo empresarial más típico en un contexto donde, a causa del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la consiguiente caída de la demanda (cuantas menos casas se construyen, menos electrodomésticos se compran), las ventas llevan años en caída libre; un contexto marcado, también, por una directiva que tal vez no dio los pasos adecuados para adaptarse a la nueva realidad del mercado, o que, cuando quiso darlos, era ya demasiado tarde. Porque por muchos ajustes laborales (despidos) que se acometan, al final, una expansión mal calculada, una crisis de la magnitud de la crisis del ladrillo y una toma lenta de decisiones pueden poner en la picota a cualquier empresa, cooperativa o no, y lo cierto es que gracias a la solidaridad de las otras cooperativas del grupo, Fagor ha logrado resistir más tiempo.
Pese a que, en teoría, la responsabilidad no sería achacable tan solo a la cúpula directiva, ya que, en una sociedad cooperativa, son los propios socios quienes ratifican las decisiones en asambleas, muchos de quienes se manifiestan estos días en las calles de Arrasate (Mondragón, en euskera), la localidad guipuzcoana donde tiene su sede central la Corporación, se quejan de falta de transparencia y de mala gestión por parte de aquellos en quienes se ha delegado la dirección del rumbo de la empresa.
Efecto expansivo
En cualquier caso, más allá de quién es el responsable, o de si se trata de la crisis de un modelo o no, las consecuencias de la caída de Fagor son verdaderamente trágicas. En primer lugar, supondrá el paro para miles de personas en una zona que, hasta ahora, ha reflejado tradicionalmente los mejores índices de ocupación laboral de todo el país. Pero una eventual quiebra afectará, además, a miles de familias que dependen indirectamente de la compañía, y supondrá asimismo una seria amenaza para la aseguradora Lagun Aro, otro de los pilares de Mondragón, y que ahora tendrá que hacer frente a la nueva situación de tener que pagar a miles de desempleados.
Todo ello sin contar con cómo afectará a la famosa «marca España» la caída de una empresa de este calibre, en un momento en el que el Gobierno está intentando potenciar la inversión extranjera, o con las dudas que plantea sobre la capacidad real de España de emprender un proceso real de recuperación el hecho de que a nadie (ni a Mondragón, ni al Gobierno vasco ni, de momento, a ningún grupo industrial o fondo de capital riesgo) le interese poner dinero encima de la mesa y apostar por un referente industrial como Fagor.
Estas son algunas de las claves de la historia y la situación actual de una empresa distinta, que estaría poniendo el punto final a casi 60 años de actividad.
El origen: un cura y cinco emprendedores
El grupo Mondragón Corporación Cooperativa (MCC), que engloba a unas 200 empresas en el mundo y es la primera corporación empresarial del País Vasco y la séptima de España, surgió del empeño del joven sacerdote vizcaíno José María Arizmendiarrieta, quien, en 1941, fue enviado a esta localidad guipuzcoana, sumida entonces en las duras secuelas de la posguerra española. En un ambiente nacionalista vasco y sindicalista muy profundo, el religioso se marcó como objetivo lograr la reconciliación social e impulsar una nueva cultura obrera basada en la autogestión, la copropiedad y la solidaridad, que fomentara la formación de los trabajadores y permitiera su acceso a la dirección y a los beneficios de la empresa.
La decisión de Arizmendiarrieta de crear en 1943 una Escuela Profesional fue decisiva para que en 1955 un grupo de exalumnos suyos (Luis Usatorre, Jesús Larrañaga, Alfonso Gorroñogoitia, José María Ormaetxea y Javier Ortubay) fundara en Vitoria la empresa Ulgor, dedicada a la fabricación de estufas y cocinas de petróleo, y que un año después fue trasladada a Mondragón, donde sirvió de referencia para el lanzamiento de otras muchas cooperativas. La idea original era registrar la nueva empresa con el nombre de «Tagor», pero esta denominación ya estaba en uso, por lo que finalmente se decidió «añadir un palito» a la T (el logo ya estaba diseñado) y, en 1959, la compañía quedó registrada como «Fagor», aunque oficialmente continuó siendo Ulgor hasta 1990.
Tres pilares
Los primeros quince años de andadura de este proyecto empresarial se caracterizaron por un gran dinamismo. Durante este periodo nacieron las entidades y empresas que conformarían los tres grandes pilares del grupo: el industrial, con Fagor a la cabeza; el de distribución, representado por Eroski, fundada en 1960; y el financiero, con Caja Laboral (1959) y Lagun Aro (1966).
Caja Laboral surgió de la necesidad de crear una entidad financiera propia para poder captar el ahorro de los trabajadores y derivarlo hacia el desarrollo cooperativo, y con la aseguradora Lagun Aro se buscó resolver el problema de los cooperativistas, que, por su condición de dueños de la empresa, no tenían derecho a afiliarse al Régimen General de la Seguridad Social. A cambio de invertir parte de su salario en el fondo de desempleo del grupo, los trabajadores pueden acceder a prestaciones en caso de baja o viudedad. Y si, como estaría a punto de suceder ahora, la empresa se liquida y el empleo se pierde, pueden recibir, en principio, hasta el 80% de su salario durante dos años, con dinero de la mutua común.
Al final de esta primera etapa (1955-1970), el grupo contaba ya con 41 cooperativas en las que trabajaban 8.743 personas.
Vadeando la crisis de los 80
La consolidación vino marcada por la fortísima crisis de la década de los 80, que azotó intensamente a la industria vasca y que también afectó a las cooperativas, aunque de forma atenuada gracias a sus características propias, relacionadas con la flexibilización de calendarios, la capitalización de resultados, el ajuste retributivo o las reubicaciones de personal.
Esto permitió no solo que no se perdieran empleos, sino que se crearan otros nuevos en el seno de estas cooperativas, que finalmente decidieron constituir, en 1984, el Grupo Cooperativo Mondragón (GCM), antecedente de MCC. La nueva corporación cerró 1990 con 23.130 empleos y unas ventas superiores a los 303.000 millones de las antiguas pesetas.
El salto al exterior
A partir de entonces, el grupo apostó por la educación, con la creación de la Universidad de Mondragón (1997), y por la internacionalización, con la instalación de fábricas en el exterior, que se fueron sumando a un ritmo vertiginoso a la primera planta de Copreci que se instaló en 1990 en México.
Para 2006, MCC, presidido ahora por Jesús Catania, preveía facturar 13.000 millones (un 10% más que en 2005), invertir 1.100 millones (un 27% más) y cerrar el año con un beneficio de más de 585 millones (un 7% más) y con una plantilla de 80.000 trabajadores. Entre sus proyectos estrella figuraba la creación en Shangai (China) de un polígono industrial de 285.000 metros cuadrados.
El pinchazo
En abril de 2005, Fagor, bajo la dirección de Txema Gisasola, compró a su competidora francesa Brandt y, en una sola operación, duplicó su tamaño. El precio (162 millones de euros) fue alto y, al final, acabó pesando como una losa en la cooperativa guipuzcoana, pero en aquel momento no era dinero lo que faltaba. La burbuja inmobiliaria estaba en pleno auge, y muchos de los cerca de 700.000 pisos que cada año se construían en España se equipaban con electrodomésticos Fagor.
En 2008, sin embargo, la burbuja pinchó estrepitosamente, y no solo se derrumbaron las ventas, sino que se cerraron también los mercados financieros. Fue el último año en que la empresa registró beneficios. La mal calculada expansión en China y la carga de inversiones como las realizadas en Polonia desde 1999 supusieron la puntilla. Cuando se quiso reaccionar, ya era tarde. De vender casi 1.800 millones de euros en 2006 y 2007, Fagor pasó a facturar apenas 500 millones en el primer semestre de este año, con 60 millones adicionales de pérdidas. En 2012 perdió 89 millones.
La situación, que probablemente habría requerido buscar productos alternativos a los que estaban directamente vinculados a la burbuja del ladrillo, tampoco era, en cualquier caso, fácil de afrontar. Como explica en una entrevista al diario Deia Antonio Cancelo, expresidente de la Corporación Mondragón, «no es un problema de Fagor Electrodomésticos, sino de todas las empresas, sean o no cooperativas, que tienen que estar adecuando su oferta a la evolución del mercado. Cuando el mercado cambia y lo hace de forma tan brusca, y la demanda disminuye a un ritmo tan brutal, hay un momento en que parece que no hay capacidad de respuesta. Si en una planta se están haciendo lavadoras, difícilmente se va a poder hacer otro producto. Son procesos de una auténtica reconversión y para ello hace falta mucho tiempo».
Un plan a la desesperada
El pasado 17 de octubre, Fagor Electrodomésticos presentó preconcurso de acreedores e inició el proceso de refinanciación de su deuda. Un día después se paralizaba la producción de las dos únicas plantas (Bergara y Eskoriatza) que mantiene abiertas la compañía.
Fagor planteó entonces al Grupo Mondragón y al Gobierno vasco un plan de viabilidad que suponía reubicar a más de un millar de trabajadores, y consistente en mantener en el País Vasco únicamente su sección de cocción de Garagarza, lo que le llevaría a cerrar en 2014 la planta de San Andrés (Arrasate), donde trabajaban hasta hace dos semanas 250 empleados en la unidad de frigoríficos, y también las líneas de lavadoras y lavavajillas (220 empleados). Al mismo tiempo, la cooperativa proponía deshacerse de otros dos negocios: calentadores y calderas (en Basauri y Bergara), y minidomésticos (Aretxabaleta). Además, Fagor planteaba cerrar el próximo año las fábricas francesas de Vendôme, Aizenay y La Roche (760 trabajadores) y la marroquí de Mohammedia (90 empleados).
«Inviable»
El 30 de octubre, el Consejo General de la Corporación Mondragón indicó que no veía viable la propuesta presentada por Fagor, y consideró de forma unánime que el proyecto no responde a las necesidades del mercado y que los recursos financieros que demanda no servirían para garantizar su futuro empresarial, teniendo en cuenta, además, las ayudas otorgadas a la empresa en los últimos años por las cooperativas y a través de los diversos instrumentos financieros corporativos (unos 300 millones de euros). En principio, la situación de Fagor no afecta a las demás cooperativas de la Corporación, ya que no se trata de un holding empresarial, sino de asociación de entidades independientes y autónomas.
Hasta ahora, la flexibilidad del resto de las cooperativas del grupo, que destinaron parte de sus beneficios al fondo de Fagor, y el compromiso de los trabajadores, que acordaron bajarse el sueldo para ayudar a sus compañeros, habían alargado la vida de la empresa. «La idea, grabada a fuego en la plantilla pero también en los gestores –explica en El Diario Vasco Julio Díaz de Alda–, es que el Grupo siempre iba a estar ahí, dando cariño y, sobre todo, dinero a la que era ‘la joya de la corona’. La verdadera revolución de la crisis de Fagor ha sido el hecho de que ‘papá Mondragón’ ha mirado, por primera vez en la historia, para otro lado. El resto de cooperativas se han cansado de poner dinero para rellenar un agujero insondable».
La salud del cooperativismo en España
Por su carácter simbólico y su importancia en el tejido empresarial, el concurso de acreedores de Fagor ha empañado los datos de otras cooperativas que están resistiendo la crisis mejor que otro tipo de sociedades. Según informa el portal Finanzas.com, citando datos de la confederación Coceta, las disoluciones de sociedades mercantiles se incrementaron un 14% en 2012, mientras que el cierre de cooperativas subió solo un 2,4%. Coceta asegura asimismo que el empleo se redujo un 1,2% en las cooperativas, tres puntos menos que en las empresas mercantiles.
En España existen más de 22.000 cooperativas, con unos 300.000 socios trabajadores, y el 45% de la producción agraria española se produce en este tipo de sociedades. Los otros dos grupos de cooperativas de tamaño relativamente grande son Clave, en Cataluña, y Asces, en Valencia. Se trata de uniones de empresas cooperativas individuales con el objetivo de compartir algunos servicios, pero no tienen la filosofía de cooperativismo del Grupo Mondragón.