Situada a orillas del río Spanish, y a solo 40 kilómetros de otra población llamada también Spanish, la remota localidad de Espanola, en la provincia canadiense de Ontario, no conserva, sin embargo, ni una huella de su supuesto pasado español más allá de su nombre, un nombre que ni siquiera ha logrado mantener la eñe en su denominación oficial.
La actual Espanola, con sus cerca de 5.000 habitantes (el tamaño de Chinchón, en Madrid), es un tranquilo pueblo cerca del lago Hurón, en una espectacular zona boscosa que alberga hasta dos parques naturales; una pequeña localidad en una región a la que no llegaron jamás, que se sepa, los conquistadores españoles, y en la que tampoco existe hoy, ni existió en el pasado, ninguna comunidad relevante de emigrados que justifique su peculiar toponimia.
A falta de documentos oficiales o crónicas contrastadas, para dar con el origen de su nombre no hay más remedio que acudir a la leyenda, una leyenda cuyo único testimonio escrito lo recogió en el libro Espanola on the Spanish, publicado en 1989, George R. Morrison, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, empleado forestal, profesor en el instituto local y apasionado por la historia de su pueblo, que falleció en 2005 a los 85 años.
Según Morrison, a mediados del siglo XVII exploradores de la Primera Nación Ojibwa, uno de los grupos étnicos originarios de Canadá más importantes, partieron hacia el sur desde la desembocadura del río Spanish, cerca de la actual Sudbury, en dirección a lo que hoy en día es Estados Unidos. Tras una larga marcha, el grupo consiguió adentrarse en una zona que formaba parte por entonces de las pertenencias españolas en América del Norte (el Virreinato de Nueva España llegó a abarcar, además de México y las Antillas, los actuales Nuevo México, Arizona, Texas, California, Nevada, Florida, Utah, Luisiana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y parte de Colorado).
A partir de ahí, la leyenda entronca con otras historias de asimilación, mestizaje e intercambios, libres o forzados, que tanto han inspirado a la literatura y el cine, desde Un hombre llamado caballo a Bailando con lobos. Según el relato, los indígenas regresaron de su viaje trayendo consigo «una mujer blanca que hablaba español». Esta «española» acabó casándose con uno de los jefes locales y enseñó a sus hijos a hablar castellano. Con el tiempo, otros miembros de la comunidad aprendieron también algunas palabras… Cuando, décadas más tarde, expedicionarios franceses (probablemente Coureurs des bois, como se conocía en Nueva Francia a los primeros comerciantes de pieles) llegaron a este asentamiento, descubrieron sorprendidos que muchos de los nativos utilizaban con normalidad expresiones españolas. Los franceses decidieron llamar al lugar Espagnole, y el nombre acabó convirtiéndose en Espanola cuando, tras el Tratado de París de 1763, los británicos se hicieron con la totalidad de Ontario. El río que atraviesa el territorio pasó a denominarse, a su vez, Spanish River (Río Español).
La moderna Espanola, sin embargo, no se fundaría hasta principios del siglo XX, cuando, aprovechando la abundante madera de la zona y los recursos del río, una filial de la Mead Corporation abrió una fábrica de pulpa y papel en el lugar y levantó un campamento para sus empleados. El pueblo creció rápidamente y pronto se convirtió en un destacable centro urbano con un hotel, una escuela y hasta un teatro. De esta época, la ciudad guarda, no obstante, un triste recuerdo. El 21 de enero de 1910, un tren de pasajeros de la Canadian Pacific Railway descarriló a 10 kilómetros al este de Espanola, y uno de los vagones cayó a las aguas heladas del río. Murieron 43 personas, en el que sigue siendo uno de los peores accidentes en la historia de la compañía ferroviaria.
La Gran Depresión de los años treinta se llevó por delante la fábrica, convirtiendo Espanola en una ciudad fantasma, pero durante la Segunda Guerra Mundial la localidad albergó un campo de prisioneros alemanes, y eso volvió a situarla en el mapa. En 1946 la ya extinta Kalamazoo Vegetable Parchment Company reabrió la factoría y, diez años después, Espanola se constituyó legalmente como ciudad. La fábrica, que pertenece actualmente a Domtar, una empresa líder en producción de papel, sigue siendo la principal fuente de empleo de la localidad. Como en muchas otras ciudades de Ontario, el nombre de la población puede verse escrito en grandes letras sobre la superficie del depósito de agua cuya enorme altura domina el paisaje: Espanola, sin eñe, como un homenaje fallido al empeño por que no se perdiera la lengua de sus padres de una mujer que existió hace siglos… O no.
Publicado en el No. 1 de la revista Archiletras (octubre-diciembre 2018)