En los más de once años y medio que lleva en el poder, el presidente sirio, Bashar al Asad, ha completado una transformación que, de un modo discreto pero implacable, le ha ido acercando cada vez más a la figura de su padre, Hafez al Asad. Tal vez no tenga el carisma del viejo león de Damasco («asad» significa «león», en árabe), ni inspire el mismo respeto y temor que provocaba el rais, pero Bashar está demostrando que, además del físico (el mismo bigote recortado, la misma frente ancha y despejada, el mismo porte larguirucho y desgarbado), las maneras del dictador también las lleva en la sangre.
Cuando acaba de cumplirse un año de rebelión y represión en Siria, y los muertos se cuentan ya por miles, nada queda ya de aquel oftalmólogo que, a principios de los años noventa, disfrutaba en Londres de una vida alejada de la política, ni tampoco del supuesto reformista que asumió el poder en un país donde un cierto aperturismo parecía posible tras tres décadas de férrea dictadura.
Bashar al Asad sigue apareciendo, tal y como puede observarse en las pocas entrevistas que ha concedido últimamente a medios occidentales, como un hombre relajado, algo tímido incluso, educado, cortés y buen comunicador, tanto en árabe como en inglés y francés. Su porte, como lo era el de su padre, es austero, pero, a diferencia del antiguo dictador, no resulta amenazador. Envuelto en una nube depropaganda y con los medios de comunicación extranjeros vetados en el país, el presidente se sigue esforzando por mostrarse como el nuevo padre que escucha a su pueblo. Con tono firme pero sin exaltarse, Bashar promete reformas, anuncia elecciones, denuncia conspiraciones internacionales, de los islamistas, de Al Jazeera, de la prensa occidental… y pide lealtad para luchar contra los que quieren acabar con «un Estado laico y unido».
Pero esta imagen de cierta racionalidad salta en pedazos ante la realidad de una represión que tiene poco que envidiar a los golpes más duros del régimen de su padre. La supuesta «cara amable» de la familia Asad, el hombre tranquilo que parecía que iba a poner en marcha la transición, ha salido rana. Amparado en la lealtad de sus nutridos cuerpos de seguridad, en la fortaleza de la maquinaria del régimen, en la tibieza de la respuesta internacional y en la desunión de los opositores, Bashar al Asad está dejando claro que, mientras dependa de él, la primavera árabe no va a florecer en Siria.
Así es el presidente sirio, visto a través de diez claves de su vida:
1. La familia
Nacido el 11 de septiembre de 1965 en Damasco, Bashar al Asad (escrito también «Bachar al Asad», o, en la transcripción inglesa, «Bashar al Assad»), es el tercero de los cinco hijos que tuvieron Hafez al Asad y Anisa Majlouf.
Su padre, criado en el seno de una modesta familia perteneciente a la tribu Kalbiyya y a la minoritaria secta alauí (una rama del islam que muchos musulmanes no consideran como tal), había ido ascendiendo en el seno del partido Baaz (socialista y panarabista) hasta liderar en 1970 el golpe de estado que, un año después, le colocó en la presidencia de Siria.
Durante casi 30 años, hasta su muerte en 2000, Hafez al Asad condujo el país con mano de hierro. Masacró a sus oponentes, convirtió Siria en una nación militarizada con lo peor de las dictaduras del otro lado del telón de acero y lo peor, también, de las dictaduras árabes; se escudó en la ocupación israelí de parte de su territorio (los Altos del Golán) para mantener durante décadas las denominadas leyes de emergencia; controló el vecino Líbano en una colonización encubierta; jugó la carta del panarabismo y de la incorruptibilidad para legitimarse en el poder y mantener unido a un país marcado por una sociedad diversa y muy fracturada, y, finalmente, se aseguró de instaurar en el país el contradictorio concepto de república hereditaria.
Los alauíes, por su parte, no constituyen una mayoría en las cúpulas del partido ni en las Fuerzas Armadas sirias, pero ocupan un número desproporcionadamente alto de puestos de mando en los cuerpos de la seguridad interna y en unidades militares de élite, como la Guardia Presidencial y la Guardia Republicana.
2. Al margen
A diferencia de sus hermanos mayores Basil y Bushra, y de su hermano menor Maher, Bashar era considerado un joven reservado y tranquilo, al que sus padres apartaron de la vida política y militar. Basil era el ‘heredero natural’ (en realidad, la mayor es Bushra, pero al igual que ocurre en la realeza española, al ser una mujer no contaba en los planes sucesorios), y Bashar no parecía muy interesado en los entresijos del régimen. En una entrevista publicada en 2009 por National Geographic, confesó que durante los años en que su padre estuvo en el poder, tan solo entró en su oficina en una ocasión, y aseguró también que nunca hablaba con él de política.
Bashar terminó su educación secundaria en la Escuela Franco-Árabe Al Hurriyah de la capital siria en 1982, y después cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Damasco, donde en 1988 obtuvo la licenciatura en Oftalmología. Tras realizar unas prácticas como oficial médico en un hospital militar, en 1992 su padre le permitió viajar a Londres para continuar sus estudios en el Western Eye Hospital, donde se especializó en el tratamiento del glaucoma. En la capital británica vivió en el más completo de los anonimatos, bajo otro nombre y sin escolta visible, una existencia apacible que dio un giro radical por culpa de un accidente de tráfico.
3. La muerte del heredero
Basil al Asad había sido designado para la sucesión desde muy joven. Era jefe de la seguridad presidencial y el régimen se esforzaba, con éxito, en presentarlo como látigo de corruptos. Además, era un deportista nato, campeón, entre otras cosas, de equitación, y cultivaba una mitificada imagen de ‘playboy’ (barba perfectamente arreglada, gafas de sol, uniforme militar…). Le perdió la velocidad. El Mercedes que conducía a primera hora de una mañana de enero de 1994 se estrelló cuando el mayor de los Asad se dirigía hacia el Aeropuerto de Damasco apretando el acelerador entre una espesa niebla. La herencia del león quedó vacante.
Al principio, la muerte de Basil devolvió al primer plano al hermano de Hafez al Asad, Rifaat,veterano comandante en jefe de los servicios de inteligencia y antiguo número dos del régimen sirio. Pero Rifaat había intentado derrocar a Hafez en 1983 y, pese a que ambos se habían reconciliado posteriormente, el presidente no se fiaba de él. Además, Rifaat llevaba varios años fuera del país, alejado de la escena política.
Descartada Bushra, el siguiente en la lista era, pues, el actual presidente. No obstante, muchos analistas se inclinaron por el hermano menor, Maher: Militar de carrera y con fama de duro, su perfil parecía encajar mejor en el puesto. Hafez, sin embargo, decidió no alterar el orden y optó por la “cara amable” de Bashar. Maher quedó fuera, según unos por ser demasiado joven aún, y según otros porque ya por entonces tenía fama de “demasiado inestable” (años después, en 1999, se informó de que le había pegado un tiro a su cuñado, un general, durante una disputa de carácter personal). Maher, uno de los líderes sirios cuyas cuentas bancarias han sido vetadas por la Unión Europea, es ahora el número dos del régimen y uno de los máximos responsables de la represión militar.
4. Construyendo un líder
En febrero de 1994, y por orden de su padre, un veinteañero Bashar al Asad abandona sus estudios en Londres y vuelve a Damasco, donde iniciará una instrucción militar y política a marchas forzadas. Pronto empieza a acumular cargos y galones, a ocupar responsabilidades en los cuerpos de élite y de seguridad del régimen, y a integrarse en el organigrama del partido. Hafez es consciente de que necesita otorgar a su hijo legitimidad en un país donde, a diferencia del Irak de Sadam Huseín, la estructura de mando es importante, y también de que la popularidad es un factor fundamental para preservar el dominio de la minoría alauí en una nación mayoritariamente sunní.
En 1999, ya como coronel, Bashar gestiona los asuntos del Líbano, se ha dado a conocer a los demás líderes árabes y se ha reunido con el entonces presidente francés, Jacques Chirac. Al mismo tiempo, los medios de comunicación, controlados por el Estado, van divulgando su figura y se potencia su imagen ‘occidental’ para hacerlo más atractivo entre los jóvenes, incluyendo su afición a la música pop y a las nuevas tecnologías.
Nada más fallecer Hafez al Asad, Bashar es proclamado líder del partido Baaz, ascendido a teniente general y nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército. A continuación, la Asamblea Popular enmienda la Constitución para permitir que pueda ocupar el cargo de presidente, ya que tenía entonces 34 años, y la edad mínima para acceder al puesto eran 40. Tras unas elecciones sin oposición en la que, según el régimen, obtuvo el 97,2% de los votos, Bashar al Asad se convirtió, el 17 de junio de 2000 (justo una semana después de la muerte de su padre), en el líder más joven en heredar la presidencia de un país árabe.
5. ¿Reformas?
En su discurso inaugural, el nuevo presidente anunció una serie de intenciones que, a pesar de su calculada ambigüedad, fueron rápidamente interpretadas como un programa aperturista de reformas, y bautizadas más tarde en Occidente como «la primavera de Damasco». Asad rindió tributo al «glorioso» legado de su padre, pero reconoció la necesidad de «mejoras» y habló de «descartar ideas obsoletas», de «nuevas estrategias» y «cambios económicos», de «modernización de las leyes» y de «reactivación del sector privado»… Posteriormente prometió asimismo el indulto de miles de presos políticos islamistas, rebajó el carácter personalista del régimen y, oponiéndose a los sectores más conservadores de su entorno, introdujo Internet en el país, permitió la apertura de cibercafés y llevó las nuevas tecnologías a las escuelas. Además, el gobierno emprendió una reforma financiera que terminó con el monopolio del Estado, permitiendo la creación de bancos privados y de una bolsa de valores. Sin embargo, Asad confirmó en sus puestos a muchos de los principales oficiales de la vieja guardia y el pluralismo político real siguió descartado.
6. La primera dama
En la Nochevieja del mismo año en que fue nombrado presidente, Bashar al Asad dio un paso personal que contribuyó más aún a acrecentar su imagen de ‘líder moderno’: Su boda en Londres con Asma Fawaz Al Ajras, una joven economista de 25 años, nacida y criada en el Reino Unido, educada en el King’s College, e hija de unos profesionales liberales sunníes procedentes de Homs. La había conocido durante su época de estudiante en la capital británica, y con ella tendrá dos hijos: Zein, nacido en 2003, y Karim, un año después.
Como explica Roberto Ortiz de Zárate, del Centro de Estudios y Documentación Internacional de Barcelona, «el estilo sofisticado de Asma, quien tenía experiencia laboral como analista y ejecutiva bancaria del Deutsche Bank y JP Morgan, y se movía con soltura en los ambientes cosmopolitas, abundó en el aura de modernidad que rodeaba a Asad. La elegante y jovial primera dama de Siria iba a adquirir un rol público bastante prominente, acompañando a su marido en la mayoría de sus viajes y actos oficiales, al modo de las parejas presidenciales estadounidenses o europeas, y poniéndose al frente de una serie de iniciativas oficiales para reducir la pobreza, desarrollar la agricultura y promover la posición de la mujer en la sociedad, lo que no podía granjearle más que simpatías. Además, estaba su condición de sunní, algo que fácilmente podía verse como un decidido intento de demoler la imagen sectaria del clan familiar de los Asad, que dejaba de ser cerradamente alauí».
7. Entre el ‘eje del mal’ y el Líbano
Ante la amenaza de la política de guerra preventiva llevada a cabo por el gobierno estadounidense (el entonces presidente de EE UU, George W. Bush, sumó Siria a su famoso ‘eje del mal’, que originariamente conformaban Irak, Irán y Corea del Norte), la inestabilidad del Líbano, donde Damasco mantenía una fuerte presencia militar, y las constantes tensiones con su vecino Israel, Bashar Al Asad trató de mantener un discurso reformista que pudiera satisfacer los deseos de la Unión Europea y Estados Unidos, pero que en la práctica no supuso ni concesiones al movimiento opositor en el interior, ni, en el exterior, abandono de la línea dura de confrontación llevada a cabo por su padre.
La fuerte presión internacional sobre Asad tras la muerte en un atentado en 2005 del exprimer ministro libanés Rafik Hariri, cuya autoría fue atribuida a los servicios sirios de información, hizo finalmente que el presidente ordenara retirar las tropas del Líbano.
8. Reelección y fin de la fiesta
El 27 de mayo de 2007, tras finalizar el periodo de siete años de su mandato, Bashar al Asad fue reelegido en referéndum. De nuevo sin opositores, el presidente logró un apoyo que el gobierno situó sin rubor en el 97,6% de los votos. Desde entonces, Asad fue acentuando la aniquilación de las tímidas reformas emprendidas, desmontando los foros políticos y las ONG de defensa de derechos humanos que habían surgido durante el periodo de apertura, encarcelando a activistas en favor de la democracia, obligando por ley a los cibercafés a grabar todos los comentarios de los usuarios de los chats, y controlando y bloqueando interminantemente portales y redes sociales como Wikipedia en árabe, Youtube o Facebook.
Asad mantuvo en vigor el estado de emergencia vigente en el país desde 1963, y los organismos de seguridad continuaron deteniendo a muchas personas sin órdenes judiciales, manteniéndolas en régimen de incomunicación durante largos periodos; los islamistas y activistas kurdos siguieron siendo condenados con frecuencia a duras penas de prisión, y el supuesto proceso de liberalización económica benefició principalmente a las élites y los aliados del presidente, mientras se sucedían denuncias de abusos y torturas.
Muchos analistas, no obstante, consideran que en realidad Asad tenía las manos atadas, y que sus reformas fueron abortadas por la vieja guardia del régimen. Su familia también estaría desempeñando un papel importante en este sentido, incluyendo a su hermano Maher, actual jefe de la Guardia Republicana; a su hermana Bushra; al hermano de ésta, Asef Shawkat, jefe adjunto del Estado Mayor; y a su primo Rami Makhlouf, considerado la figura económica más importante de Siria.
9. Rebelión y represión
Cuando en marzo de 2011, hace ahora un año, y emulando las protestas de Túnez y Egipto, estalló en Siria la rebelión contra el régimen, Asad respondió inicialmente tratando de contener a los opositores con promesas de cambio. En su primer discurso, dos semanas después de los primeros disturbios, el presidente insistió en culpar del levantamiento a «pequeños grupos de alborotadores» y a una «conspiración externa» para socavar la estabilidad del país y la unidad nacional. Más tarde, en abril, cuando el número de muertos superaba ya los 200, Asad remodeló el gobierno, retiró las leyes de emergencia y suprimió el Alto Tribunal para la Seguridad Nacional, corte que desde 1968 llevaba a cabo juicios sumarísimos contra acusados de atentar contra la seguridad del Estado. Asimismo, en mayo, anunció la liberación de los presos políticos y en agosto de 2011 la instauración de una comisión para regular la creación de partidos políticos.
La rebelión, sin embargo, continuó extendiéndose y Asad empezó a mandar tanques y soldados a los focos de la protesta. La ONU advirtió en octubre de 2011 del peligro de una guerra civil, al tiempo que varios centenares de soldados desertaban para unirse a la oposición.
La situación se agravó entre enero y febrero de 2012, a raíz de la intensificación de los bombardeos del Ejército contra los manifestantes en Homs, ciudad convertida en el epicentro de las protestas. Los ataques han provocado centenares de muertos. La cifra oficial de fallecidos en toda Siria que maneja Naciones Unidas se acerca ya a los 8.000. Miles de personas intentan buscar refugio en los países vecinos, pero el número de civiles que han conseguido escapar no llega a los 30.000, una cantidad relativamente pequeña, y la vigilancia a las familias de los oficiales impide que las deserciones desintegren el Ejército.
Ni la misión de la Liga Árabe, que desplegó en Siria a varios grupos de observadores para verificar la situación de los derechos humanos, ni los esfuerzos del enviado especial de la ONU, Kofi Annan, ni las sanciones internacionales (aguadas por los vetos de Rusia y China) han conseguido, hasta ahora, detener la represión.
10. «Tonterías»
En este clima de violencia total, la vida privada del presidente sirio y de su esposa no parece haber sufrido muchos cambios. Así se desprende, al menos, de una serie de correos electrónicos personales enviados por Bashar al Asad, obtenidos por la oposición y publicados hace unos días por The Guardian. Los mensajes, más de 3.000 documentos que el diario británico considera auténticos, aunque aclara que no puede descartarse la existencia de falsificaciones en las copias, ofrecen un retrato de una familia aislada por la crisis pero que continúa disfrutando de una vida llena de lujos.
Aparte de cuestiones más relevantes, como un posible asesoramiento iraní al régimen sirio, los correos detallan, por ejemplo, que Asma gasta decenas de miles de dólares en compras por Internet de objetos de diseño como candelabros y mesas procedentes de París, o que Bashar utiliza una dirección estadounidense para saltarse las sanciones de Washington, poder conectarse a páginas de entretenimiento en su tableta electrónica y bajarse música «dance» de iTunes y Apple.
En un correo fechado en el pasado mes de julio, Asma comunica a su marido que estaría libre a las cinco de la tarde. Asad, que a menudo deja entrever en sus mensajes un tono autocompasivo y aislado mientras el país se incendia a su alrededor, responde: «Que me digas dónde estarás es la mejor reforma que cualquier país puede tener. Esa reforma sí que hay que hacerla y no todas esas tonterías de leyes de partido, elecciones y libertad de medios de comunicación».