Acostumbrados a perder toda la vida en grandes competencias internacionales, a muchos españoles les cuesta creer que su selección de fútbol sea considerada ahora la mejor del mundo. Demasiado bonito para ser verdad, o, según los más pesimistas, a ver qué tanto dura. Algo similar, guardadas proporciones, está ocurriendo en los últimos años con la economía latinoamericana, que ha pasado de ser una de las más débiles del mundo – la memoria de la terrible crisis de la deuda hace 30 años sigue viva en Argentina, Brasil y México –, a gozar de una salud, si no de hierro, al menos lo suficientemente sólida como para aguantar la embestida de la crisis económica mundial. No en vano la región fue calificada como «un oasis» de estabilidad, crecimiento y oportunidades, en el último Foro Económico Mundial de Davos, Suiza.
La recesión que está devastando buena parte de los países europeos no ha cruzado, de momento, el Atlántico, como tampoco parecen notarse los efectos de la crisis bancaria y financiera de Estados Unidos. Es más, varios gobiernos latinoamericanos han recibido elogios de organismos como la Organización de Naciones Unidas – ONU -, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional por haber acumulado reservas y por mantener, en general, niveles bajos, o razonables, de deuda pública. Es decir, lo contrario que en Europa, donde países como Grecia, España, Italia, Portugal o Irlanda se esfuerzan, sin mucho éxito, por salir a flote entre políticas que, dictadas por los dirigentes de la Eurozona, con Alemania a la cabeza, insisten en priorizar la austeridad sobre el crecimiento.
No es posible generalizar en un continente donde conviven economías tan pujantes como la brasileña con situaciones tan difíciles como las de Honduras o Haití, pero lo cierto es que, por primera vez en décadas, muchos gobiernos de la región están en condiciones de utilizar sus abundantes reservas para escapar, a través del gasto, de la caída de la actividad económica mundial. Algunos ejemplos: Según informó el diario británico The Guardian, las reservas internacionales de Brasil pasaron de 38.000 millones de dólares en 2002 a más de 370.000 millones en 2012; Chile cuenta con un crecimiento del PIB calculado en un 4.5 por ciento para este año, y con un fondo de estabilización de cerca de 14.000 millones de dólares; Perú vive una expansión sostenida; Venezuela podría crecer más del 5.0 por ciento y en Colombia, con un crecimiento anual del 4.5 por ciento, aumenta la tasa de inversión externa y baja el desempleo.
El peligro, como suele ocurrir, está en confiarse. La crisis económica en Europa y Estados Unidos, no ha tocado fondo, y sus efectos empiezan a sentirse también, poco a poco, en América Latina. Se trata todavía de un coletazo poco peligroso, pero que puede ser mucho mayor en el futuro si no se toman medidas oportunas. Así lo cree la Secretaría General Iberoamericana – SEGIB –, dirigida por Enrique Iglesias, quien, en declaraciones a la agencia de noticias EFE, recordó que la crisis incluye una subida, aparentemente irreversible, en los precios de los alimentos, algo que amenaza a millones de pobres en Latinoamérica. En este sentido, Iglesias señaló que la crisis «está ahora concentrada en Europa y Estados Unidos, donde nació y se asentó, pero el mundo está vinculado, y ya comienza a afectar a América Latina, lo que se nota en la bajada de las tasas de crecimiento». «Es inevitable tener ese tipo de impacto, y puede ser mucho mayor de lo que ha sido hasta ahora, aunque, en este momento, en comparación con otros, América Latina está mucho mejor preparada», añadió Iglesias.
Según las previsiones del Banco Interamericano de Desarrollo – BID –, Latinoamérica volverá a crecer un 4.2 por ciento en 2013, pero ello sucederá tras una modesta expansión de un 3.5 por ciento este año, reflejo de la crisis mundial, pues la región creció un 4.3 por ciento el año anterior. Y es que en los últimos años, el crecimiento de América Latina y su resistencia a los golpes de la crisis de deuda en la Eurozona, han estado alimentados por la exportación de materias primas y el continuo aumento del consumo por parte de una clase media emergente. Pero la persistencia de las turbulencias en Europa, unida a una desaceleración de la economía china – principal mercado de las materias primas latinoamericanas –, está ensombreciendo el horizonte económico de la región. Brasil, por ejemplo, crecerá este año, según las previsiones, por debajo del 2.0 por ciento, muy lejos del 7.5 por ciento en 2010.
Por otra parte, el clima para los negocios en Latinoamérica bajó el pasado mes de julio a su peor nivel en nueve meses, y muestra «riesgo de recesión» – depresión de las actividades económicas en general que tiende a ser pasajera –, según el índice que el centro de estudios económicos brasileño Fundación Getulio Vargas (FGV) mide trimestralmente. Así, el llamado Índice de Clima Económico (ICE) para América Latina bajó desde 5,2 puntos en abril hasta 4,8 puntos en julio, quedando por debajo del promedio de la última década que fue de 5,1 puntos.
A esta cifra negativa hay que agregar que las 500 empresas más grandes de América Latina, lideradas por las petroleras Petrobras, de Brasil; PDVSA, de Venezuela y Pemex, de México, ganaron el año pasado un 8.9 por ciento menos que el año anterior, y ello a pesar de que sus ingresos se incrementaron casi en la misma proporción, ya que se elevaron un 8.3 por ciento, alcanzando los 2,4 billones de dólares. Esta disparidad, según informó la publicación digital estadounidense Latin Business Chronicle, se debería al efecto que ha tenido la crisis europea y estadounidense en los precios de las materias primas, en paralelo a la mencionada reducción del crecimiento económico regional.
En general, y según resumió en el diario español El País Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe – CEPAL –, los principales desafíos que afronta la región pasan por la necesidad de controlar una inflación creciente, fruto del referido aumento de las materias primas internacionales; por asumir la apreciación de los tipos de cambio, que favorecen las importaciones, en detrimento de las exportaciones, dañando la cuenta corriente, y por mantener una postura firme frente a la inestabilidad de los mercados financieros. También será importante acortar la brecha existente entre las pequeñas y medianas empresas y las grandes corporaciones, y mejorar una política fiscal que sigue siendo deficiente, pues se recauda poco y mal.
Pero el gran reto de Latinoamérica sigue siendo la reducción de la pobreza, una lacra que afecta a 174 millones de personas, es decir, el 31 por ciento de la población total. Este porcentaje es mucho menor que el de hace unas décadas, y supone el índice más bajo en 20 años, pues la tasa ha descendido más de un 10 por ciento con respecto a 1990. Pese a esto, la reducción en la pobreza total contrasta con un alza en el número de personas que viven en extrema pobreza o indigencia, que aumentó de 70 a 73 millones de personas en 2011, con lo que la tasa se elevó hasta el 12.8 por ciento. Las causas, según la CEPAL, hay que buscarlas en el aumento del precio de los alimentos, algo que se deja sentir con más fuerza en los hogares más pobres, y que contrarresta el incremento en los ingresos.
En todo caso, la desigualdad continúa disminuyendo poco a poco. Entre 2008 y 2010, el índice Gino, que mide la inequidad, se redujo a un ritmo superior al 2.0 por ciento, y en El Salvador y Perú por ejemplo, bajó por encima del 1.0 por ciento. Este progreso, según la CEPAL, ha ido de la mano de un aumento significativo del gasto social en las últimas dos décadas, gasto que, en esos 20 años, llegó al 62.2 por ciento del gasto público total.
La propia CEPAL advierte, sin embargo, que la reducción de la pobreza y la desigualdad están limitadas por una estructura productiva basada en mercados laborales segmentados, con mucho empleo de baja productividad, baja remuneración y escasa protección social. Así, en 2009 los estratos sociales bajos en América Latina representaron el 50.2 por ciento de la fuerza laboral, pero solo el 10.6 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) – la medida macroeconómica que expresa el valor monetario de la producción de bienes y servicios de un país durante un período determinado de tiempo –, mientras que el estrato alto supuso el 19.6 por ciento del empleo, pero el 66,9% del PIB. Por otra parte, solo cuatro de cada diez trabajadores contribuyen a la seguridad social, asociada al empleo formal. Son los hogares con mayor cantidad de miembros y de sectores rurales los que tienen menor acceso a la protección contributiva en la región.
En resumen, América Latina aguanta, pero las amenazas están a la vuelta de la esquina. Los gobiernos de la región, y especialmente los de aquellos países que están liderando el tirón económico, encabezados por Brasil y México, con Colombia, Argentina y Perú siguiéndoles de cerca, tienen ante sí un triple desafío: Mantener esta situación de cierto privilegio, protegerse ante lo que está por venir y, sobre todo, aprovechar esta coyuntura favorable para avanzar en el combate contra una pobreza y una desigualdad que siguen siendo endémicas en muchos países latinoamericanos.