Hillary Clinton: ambiciosa, tenaz, con déficit de popularidad y a un paso de hacer historia

Miguel Máiquez, 09/06/2016

Actualizado el 4/11/2016

Cerebral, fría, ambiciosa, demasiado paternalista, poco carismática, elitista, incapaz de enamorar al electorado… No lo dicen sus más enconados enemigos políticos, que prefieren tacharla directamente de deshonesta, o incluso acusarla de fraude y de clientelismo, sino muchos de sus propios compañeros de partido, los asesores de imagen que llevan meses tratando de ‘humanizarla’, y hasta, resignados, sus votantes.

Hillary Diane Rodham Clinton (nacida en Chicago, EE UU, hace 68 años) tiene muchas virtudes, pero no es, precisamente, la personificación de la popularidad. Se admira su resistencia, su inteligencia, su tenacidad, su capacidad de trabajo, su detallismo, su carácter incombustible… Pero no se le perdona el más mínimo fallo. No levanta pasiones. La exsecretaria de Estado ya hizo historia al proclamarse candidata a la presidencia de Estados Unidos, y convertirse así en la primera mujer que ha llegado tan lejos en el camino hacia la Casa Blanca, y, sin embargo, no fue fácil encontrar en semejante logro el entusiasmo que sacudió al país cuando, justo ocho años antes, Barack Obama ofreció su primer discurso como el primer candidato negro a la presidencia de la nación más poderosa de la Tierra.

Firmemente instalada en el ala más centrista del Partido Demócrata, la esposa del expresidente Bill Clinton, abogada de profesión, no es ninguna revolucionaria. Sus ideas y sus propuestas, incluyendo su mantenida defensa de las mujeres, nuevas medidas fiscales para apoyar a los sectores más desfavorecidos, aumento del sueldo mínimo, cierto impulso a las energías limpias, mayor asistencia social, o la regularización de inmigrantes indocumentados, se sitúan en los límites de un programa más o menos progresista, pero Clinton no ha venido a sacudir los cimientos del sistema, y a nadie se le ocurriría calificarla de «radical». Ni en política nacional, ni en política internacional, donde no hay que olvidar que apoyó inicialmente la guerra de Bush contra Irak, o que sigue siendo una de las voces menos críticas con el Gobierno israelí.

En un contexto de votantes enojados y desencantados con el statu quo, su imagen de pertenencia al establishment, su estrecha conexión con grandes corporaciones económicas, con Wall Street y con el aparato político de un Washington «alejado de la realidad», son factores que han sido percibidos como un freno ante el ascenso de opciones más rupturistas, tanto desde la izquierda, con su rival demócrata en las primarias, Bernie Sanders, como desde la derecha, con los planteamientos populistas y racistas del candidato republicano, el polémico magnate Donald Trump.

Hillary Clinton fue desde el principio la favorita para hacerse con la candidatura demócrata, pero pocos esperaban una marcha triunfal, como tampoco lo ha sido, pese a haber permanecido siempre por delante en las encuestas, la dura y larga batalla electoral contra Trump.

Luchadora nata

La dureza del camino, no obstante, no es algo que asuste a la exprimera dama. Como ha demostrado una y otra vez, Hillary es una luchadora nata, con la vista en el futuro y capaz de encajar golpes. Y a lo largo de su dilatada carrera política los golpes han sido muchos, desde la humillación del escándalo matrimonial que marcó la presidencia de su marido, y el fracaso de su intento de reformar la seguridad social, hasta la derrota frente a Obama en 2008, fiascos internacionales como su gestión del ataque al consulado estadounidense en Libia en 2012 (cuando era secretaria de Estado), o la interminable polémica por su uso irregular de correo electrónico privado para cuestiones oficiales, incluyendo asuntos calificados de alto secreto. Por no hablar del tono sexista que ha caracterizado los ataques de muchos de sus rivales políticos.

Consiga o no su sueño de ser la primera mujer presidenta de Estados Unidos (sería la segunda persona de mayor edad en ocupar el cargo, tras Ronald Reagan), Hillary Clinton ha marcado ya un hito en la historia política su país, y ha logrado, en sus propias palabras, «romper el techo de cristal» que limita las aspiraciones de las mujeres en la vida pública estadounidense. Muchos siguen creyendo que ese techo invisible seguirá existiendo mientras no se corrijan otros problemas que tienen que ver tanto con el género como con los privilegios y la falta de oportunidades de los sectores más desfavorecidos, pero el momento es, en cualquier caso, histórico.

Tras imponerse finalmente a Sanders en la última jornada de las primarias demócratas (incluyendo los estados clave de Nueva Jersey y California), y apuntalar así el respaldo de delegados necesarios para su nominación como candidata, Clinton apareció exultante en el escenario, consciente de que estaba ante uno de los discursos más importantes de su carrera: «Atrás quedan los años en los que el mundo de la política y de la cultura eran hostiles hacia las mujeres con ambición. Ya no hay límites para nadie», proclamó.

«Dos por el precio de uno»

Hillary Clinton nació el 26 de octubre de 1947 en un hogar de religión metodista, clase media-alta y carácter conservador, hija de Dorothy y Hugh Rodham, un pequeño industrial textil. Tras acabar sus estudios de grado en el Wellesley College, ingresó en la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale en 1970, donde conoció al entonces estudiante Bill Clinton, con quien se casó en 1975 en el estado natal de su marido, Arkansas.

Pronto destacó como abogada, y en 1991 fue calificada como una de las mejores letradas del país por la prestigiosa revista National Law Journal. Durante esa etapa trabajó como firme defensora de las libertades individuales y los derechos de las mujeres y los niños, y perteneció al Fondo de Defensa de la Infancia.

La decisión de entrar en política tomada por Bill Clinton convirtió a Hillary en su más firme aliada, tanto en la derrota, cuando su esposo no logró ser elegido congresista, como en la victoria, primero como gobernador de Arkansas (1978-1980 y 1982-1990) y después como presidente de Estados Unidos (1992-2000). Como decía el propio Bill Clinton durante la campaña presidencial de 1991, al apoyarle a él los votantes obtenían «dos por el precio de uno». Desde su llegada a la Casa Blanca, Hillary imprimió un nuevo aire a su papel como primera dama, compaginando sus tareas de esposa y madre con las de una líder comprometida.

Su primera gran oportunidad política llegó en 1994, cuando su marido, el presidente Clinton, le encargó un programa de reforma de la seguridad social, que recibió la férrea oposición republicana y que finalmente no consiguió llevar a buen puerto, lo que supuso un duro revés para ella.

Del escándalo Lewinsky al Senado

Los éxitos políticos de la administración Clinton se vieron ensombrecidos por los escándalos de índole personal aireados para desprestigiar al presidente, entre ellos el caso inmobiliario Whitewater y, especialmente, el que tuvo como protagonista a Monica Lewinsky, la becaria de la Casa Blanca cuya relación sexual con Bill Clinton casi le cuesta a éste la presidencia.

A pesar de las infidelidades, Hillary apoyó a su esposo en pleno escándalo, y se convirtió en su gran valedora y su principal activo político, en una mezcla de fidelidad y de sacrificio que le hicieron ganarse el respeto y la admiración de muchos estadounidenses. Su popularidad, según una encuesta de Gallup de diciembre de 1998, llegó a alcanzar el 67%, un nivel récord al que no se ha acercado desde entonces.

Al término de la presidencia de su marido, Hillary apostó por continuar en política, y el 7 de noviembre de 2000 fue elegida senadora por Nueva York. Ese día, Hillary se convirtió además en la primera esposa de un presidente elegida para un cargo público, y en la primera mujer senadora de ese estado, al ser respaldada por 3,3 millones de neoyorquinos (55%) frente a 2,6 millones (43%) del republicano, Rick Lazio. En 2006 fue reelegida senadora, con el 67% de los votos.

Derrota frente a Obama y secretaria de Estado

En enero de 2007 anunció su candidatura a la nominación como candidata demócrata en las elecciones presidenciales de 2008. Tras una ventajosa carrera frente al resto de los aspirantes demócratas, el 3 de junio de 2008 perdió frente al entonces candidato Barack Obama.

Una vez elegido presidente, Obama la propuso como nueva secretaria de Estado, candidatura que fue finalmente aceptada el 21 de enero de 2009. Clinton basó los ejes de su política en la necesidad de construir un mundo con «más socios y menos adversarios» y expresó su interés en colaborar con Rusia y China y en tender la mano a viejos aliados como Europa, India, Japón y Corea del Sur. Además, destacó que EE UU no puede resolver por si solo los problemas más acuciantes del planeta, si bien insistió en que «el resto del mundo tampoco puede solucionarlos sin EE UU».

El asunto más espinoso durante su gestión fue el asalto al consulado estadounidense en Bengasi, en Libia, perpetrado en septiembre de 2012, y en el que murieron el embajador, Chris Stevens, y otros tres estadounidenses, en represalia por un vídeo realizado supuestamente en EE UU y considerado ofensivo contra el islam. Posteriores informaciones en el sentido de que el ataque pudo ser planeado, y de que se trató de una acción terrorista, levantaron dudas sobre la seguridad en el consulado y provocaron la dimisión de varios funcionarios y una investigación del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, ante el que Clinton fue llamada a declarar.

Memorias, nueva candidatura y la pesadilla de los ‘emails’

En 2004 publicó su primer libro de memorias, Living History (Historia viva), al que siguió Hard Choices (Decisiones difíciles), aparecido en 2014 y en el que Hillary Clinton reconocía que se había equivocado al apoyar la invasión de Irak en 2003. Este segundo volumen fue considerado como su pistoletazo de salida para posicionarse como candidata a la nominación demócrata en las presidenciales de 2016, algo que finalmente anunció oficialmente en abril de 2015.

Respecto a la publicación en varios medios de comunicación de que la exsecretaria de Estado habría utilizado entre 2009 y 2013 su cuenta privada de correo electrónico para sus comunicaciones oficiales cuando estuvo en el Gobierno, en marzo de 2015 Clinton afirmó que consideró «conveniente» usar una cuenta privada porque se lo había permitido el Departamento de Estado y porque le pareció «más fácil». Además, matizó que, en su mayoría, estos correos estaban grabados en el registro oficial del sistema público.

Tras meses de análisis, el FBI concluyó este verano que no había razones para presentar cargos en su contra. Sin embargo, el director de la agencia, James Comey, notificó el pasado día 28 a ocho presidentes de comités del Congreso que habían sido hallados en otro caso diferente —el caso Weiner— documentos que podrían estar relacionados con los correos de Clinton, y que el FBI procedía a investigarlos. La nota provocó un gran revuelo en el país (incluyendo críticas a la agencia por parte del presidente Obama), ya que la decisión de Comey se producía a apenas 11 días de la cita electoral.

Bill y Hillary Clinton son padres de una hija, Chelsea, nacida en 1980, y abuelos de la hija de ésta, Charlotte, nacida en 2014.


Con información de la agencia Efe
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