El recién concluido Congreso Mundial del Móvil (Mobile World Congress, o MWC) de Barcelona ha vuelto a ser el gran escaparate anual en el que las empresas del sector han mostrado las joyas de sus coronas, sus últimas innovaciones y proyectos, la tecnología de un futuro al que, actualmente, se llega en apenas unos pocos meses. Más de 67.000 personas (un récord de visitantes) se han paseado por los expositores, impulsadas, en esencia, por un deseo tan viejo como el ser humano: asomarse al mundo que viene, atisbar lo que está por llegar.
Pero si las profecías tecnológicas de hoy parecen estar siempre a la vuelta de la esquina, hace tan solo unas décadas la cosa iba mucho más despacio, y anticiparse al futuro requería buenas dosis de imaginación y un poco de temeridad que, en ocasiones, lograba acercarse a lo visionario.
Es el caso, por ejemplo, de un conocido vídeo de 1969, extraído de un programa estadounidense de televisión, y rescatado hace unos años en YouTube, donde en apenas dos minutos se nos explica, con una lucidez que asusta, cómo podremos disfrutar en el futuro, sin salir de casa, de algo increíblemente parecido no solo al ordenador personal, sino a la mismísima Internet: Compras y operaciones bancarias ‘online’, ‘webcams’ y hasta correo electrónico. Todo ello, eso sí, en un contexto donde lo único que parece no evolucionar es el machismo al uso de la época (la esposa ordena las compras en la computadora y el marido las controla luego en otra pantalla poniendo cara de pocos amigos).
La red está llena de historias para asombrarse de la capacidad de predicción del ser humano. Basta bucear un poco en Google: ¿Vernos mientras hablamos por teléfono? Julio Verne ya describía, en su cuento La jornada de un periodista americano en 2889, el «fonotelefoto», lo más parecido a Skype que pudo haberse concebido en 1889. ¿Puertas que se abren solas cuando estamos a punto de entrar? H. G. Wells hablaba de ellas en su libro Cuando el durmiente despierte, en 1899, más de medio siglo antes de que Dee Horton y Lew Hewitt, dos jóvenes de Texas, instalasen las primeras puertas automáticas. ¿Un tocadiscos tan pequeño que quepa en el oído? Ray Bradbury se anticipaba a los auriculares en Fahrenheit 451 (1953), al referirse a unas «pequeñas conchas apretadas en los oídos, de las que sale un océano de sonidos electrónicos, de palabras, de música…». ¿Un teléfono portátil que permite hacer llamadas a personas, en vez de a lugares? El Capitán Kirk, de Star Trek, ya llevaba años usando un móvil cuando Martin Cooper realizó, en 1973, la histórica primera llamada a un celular de verdad, en la Sexta Avenida de Nueva York.
Lo cierto en que en esto de las predicciones tecnológicas (las de Nostradamus son otra cosa) uno puede remontarse hasta Leonardo, o no salir del propio Julio Verne, pero donde realmente abundan las profecías de este tipo es en el siglo XX, el siglo en que la tecnología dio el salto a la vida cotidiana, la fantasía sobre las posibilidades de la ciencia se disparó y el futuro, convertido en palabra talismán, parecía más cercano que nunca.
Los mejores ejemplos de lo que ahora denominamos ‘retrofuturismo’, o ‘paleofuturo’ pertenecen a los años postbélicos. Los avances tecnológicos surgidos de la industria de la guerra y el optimismo de las generaciones que acababan de superar el horror de los conflictos mundiales llenaron los años veinte y, después, los cincuenta, de todo tipo de elucubraciones sobre un futuro mejor, en el que la tecnología nos haría la vida más fácil: La ciudad del futuro, los coches y los trenes del futuro, las comunicaciones del futuro y, cómo no, la casa del futuro.
Las predicciones sobre adelantos en la vida doméstica han gozado siempre de una lógica popularidad. Tal vez no tengan el pedigrí de la máquina del tiempo, ni el atractivo de la teleportación o las ciudades submarinas, pero anticipaban una vida más cómoda, donde artefactos y robots nos van liberando poco a poco de más y más tareas. Y muchas de estas predicciones, efectivamente, se han cumplido: Ordenadores, sistemas de alarma, vitrocerámica, microondas, lavavajillas, pantallas gigantes de televisión, teléfonos inalámbricos, Internet… Todo se imaginó antes de existir. Otras también se hicieron realidad, pero siguen estando solo al alcance de los pocos que pueden pagarse una «casa inteligente», con persianas que se suben y se bajan solas cuando estamos de viaje, climatización programada para las distintas áreas de la vivienda, o electromésticos que se activan desde el coche. Y muchas otras, algunas de ellas fascinantes, quedaron en nada.
Este es un pequeño repaso a algunas de las profecías para el hogar que nunca llegaron, a la ciencia ficción (doméstica) que se quedó en ficción.
Tubos para todo
Cuando los tubos neumáticos (sistemas en los que contenedores cilíndricos son propulsados a través de una red de tuberías por medio de aire comprimido o de vacío, y que se usan para transportar objetos sólidos) empezaron a utilizarse en el siglo XIX, se pensó que serían el gran medio de comunicación del futuro. El libro ilustrado Le Vingtième Siècle («El siglo veinte», 1882), de Albert Robida, describe un París en una futura década de 1950 donde trenes en tubos reemplazan a los ferrocarriles, el correo neumático es omnipresente, y las empresas de catering ofrecen comidas a los hogares a través de este sistema.
Hoy en día apenas se usan (solo en algunos bancos y oficinas, para enviar cheques, dinero o paquetes de un departamento a otro), pero en su famosa novela utópica Looking Backward, el escritor estadounidense (y socialista) Edward Bellamy lo tenía muy claro: «El tubo neumático alcanzará su perfección antes de mediados de siglo. […]. Las personas recibirán en sus propias casas, a través de ellos, las cartas, comida ya cocinada, la ropa limpia de la lavandería, los periódicos de la mañana y cualquier cosa que necesiten de la tienda de alimentación, sólida o líquida, con solo apretar un botón […]».
La ilustración de la derecha, un receptor de tubos neumáticos para el hogar, pertenece a un artículo publicado en el diario Boston Globe, en el año 1900, bajo el título de Boston al final del siglo XX, un vistazo al futuro lejano y a lo que vaticinan los profetas locales.
El super robot
Se trata, tal vez, de la predicción más recurrente: En el futuro los robots se encargarán de todas las tareas del hogar. Limpiarán el polvo, fregarán los suelos, lavarán la ropa, harán las camas, cocinarán y nos servirán la comida, cambiarán pañales, cortarán el césped y cambiarán bombillas. De momento, sin embargo, y pese a los espectaculares avances de la robótica, lo más que hemos visto son perritos haciendo gracias en ferias tecnológicas japonesas.
El científico estadounidense Marvin Minsky, considerado uno de los padres de las ciencias de la computación, cofundador del laboratorio de inteligencia artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts y consejero de Stanley Kubrick en la película 2001: Una odisea del espacio, lo resumía en esta cita: «En los cincuenta se predijo que en cinco años los robots estarían en todas partes; en los sesenta se predijo que sería en 10 años; en los setenta, que en veinte años; en los ochenta, que en cuarenta años…».
La «Casa del futuro»
En 1957, la compañía Monsanto, dedicada a la biotecnología, y el Instituto Tecnológico de Massachusetts diseñaron, en colaboración con Walt Disney Imagineering, la llamada «Casa del futuro» («Monsanto House of the Future»). Construida completamente en plástico (los muebles, los electrodomésticos, los utensilios, todo), fue instalada en Tomorrowland, el área dedicada al futuro de Disneylandia, y la visitaron unos 20 millones de personas hasta que fue desmantelada y derribada en 1967, cuando más que una vivienda futurista era ya una especie de museo.
La «Casa del futuro» presentaba muchos adelantos que acabaron siendo comunes en los hogares (las luces de intensidad cambiante, por ejemplo), pero también otros que nunca llegaron a cuajar, desde un lavavajillas que lavaba sin agua (por «ondas ultrasónicas») hasta armarios para la cocina con compartimentos a distintas temperaturas (para ser utilizados como frigorífico, congelador, horno, despensa…), pasando por cajones que se abrían con solo tocarlos, lavabos que se ajustaban a la altura de la persona, o interfonos con señal de vídeo en todas las habitaciones de la casa.
Frigoríficos transparentes y recetas automatizadas
La actual República Checa, entonces Checoslovaquia, produjo un vídeo en 1957 para la Exposición del Futuro de París que, salido directamente del otro lado del telón de acero, en plena euforia por el reciente éxito del Sputnik, no tiene desperdicio en cuestión de profecías tecnológicas: Entre las que aciertan, la teletienda (salvo el detalle de que las compras se hacen hablando directamente con el televisor), el horno microondas, o la cocina de inducción (aunque con mármol en lugar de vitrocerámica); entre las que no, frigoríficos transparentes con bandejas giratorias , dispensadores de comida lista para ser cocinada («simplemente pulse un butón y obtendrá los ingredientes necesarios»), recetas de cocina sustituidas por tarjetas perforadas con código binario (las mismas que se usaban para suministrar información a los primeros ordenadores), asadores de pollos a base de rayos infrarrojos…
El pasado en la televisión
«Las ondas luminosas van recorriendo el espacio constantemente. Allí están esperando que surja el aparato capaz de captarlas de forma retrospectiva. Algún día podrán recogerse [en una pantalla] las escenas del principio del mundo» (Desde el 1800 al año 2000, Realidades de hoy y fantasías del mañana, una colección de cromos española de 1963, ilustrada por Manuel Gutiérrez ‘Gutmaga’):
La aspiradora nuclear
«Las aspiradoras impulsadas por energía nuclear serán una realidad en unos 10 años» (Alexander Lewyt, inventor y presidente de la empresa pionera de aspiradoras Lewyt Vacuum Cleaner, citado el 10 de junio de 1955 en The New York Times).
Correo en cohetes
«Antes de que el hombre llegue a la Luna, el correo se entregará en cuestión de horas, desde Nueva York hasta Australia, a bordo de cohetes teledirigidos. Estamos en el umbral del ‘correo-cohete’ » (Arthur Summerfield, director de la compañía postal estadounidense en 1959).
El coche volador
En toda película futurista que se precie, desde Blade Runner hasta Regreso al futuro, aparecen coches voladores. En realidad, no tendría por qué ser tan difícil. Tenemos coches, tenemos aviones… Y, sin embargo, el utilitario volador sigue ahí, en las películas. Las razones pueden ser varias: La mecánica sería realmente complicada, haría falta una infraestructura especial en las ciudades, los costes de combustible excederían las posibilidades de la inmensa mayoría de los bolsillos…
En cualquier caso, algunos no se han rendido. La empresa Terrafugia está trabajando en el denominado Transition Roadable Aircraft (aeronave rodante de transición), un vehículo capaz de volar y de circular por carretera. Según la compañía, el aparato estará disponible este año, a un precio de 194.000 dólares (unos 147.000 euros), y permitirá al usuario conducirlo como un coche desde su casa hasta el aeropuerto y, una vez allí, despegar y volar con él hasta una distancia de 740 kilómetros. «El ‘Transition’ no está diseñado para sustituir su coche», explica la compañía, «pero podría sustituir su avioneta». El mercado al que está dirigido no parece, a tenor del reclamo, demasiado amplio…