La llamada crisis de la deuda y la respuesta que ante esta crisis están teniendo los mercados se han llevado por delante ya a dos gobernantes europeos en menos de una semana. Primero fue el primer ministro griego, Yorgos Papandréu. Este sábado le ha tocado el turno a su homólogo italiano, el polémico y hasta ahora incombustible Silvio Berlusconi.
El mandatario italiano estaba contra las cuerdas. Había perdido la mayoría parlamentaria, llevaba casi dos décadas siendo el principal responsable de un gobierno que ha colocado al país en una de las peores crisis de su historia moderna, y se encuentra, además, envuelto en cinco procesos judiciales, con tres juicios pendientes por corrupción, abuso de poder e incitación a la prostitución de menores.
Probablemente, sin embargo, nada de esto habría bastado para hacerle renunciar. A lo largo de sus 17 años de poder político, Berlusconi ha logrado salir airoso de otras situaciones difíciles y de multitud de escándalos. A fuerza de impunidad, populismo y un innegable respaldo electoral,‘Il Cavaliere’ había sabido apañárselas para mantenerse a flote.
La clave, esta vez, ha venido de fuera. En una situación de pánico internacional por la magnitud de la economía italiana, con la eurozona luchando desesperadamente por no desintegrase, y con el precedente de la dimisión de Papandréu, Berlusconi ha optado finalmente por la retirada después de que la Unión Europea y los mercados pidieran su cabeza al presidente de la República, Giorgio Napolitano.
La dimisión de Berlusconi servirá, en principio, para devolver a los mercados y a los acreedores algo de confianza en una Italia en práctica quiebra, con una deuda mastodóntica y un gobierno descompuesto. O eso es, al menos, lo que esperan en Bruselas…
¿Cuál es el problema de Italia?
En una palabra: la deuda.
La deuda de Italia, la tercera economía de la eurozona, asciende a 1,9 billones de euros (el 120% del PIB), y es casi seis veces más grande que la de Grecia. Semejante cantidad, unida al comportamiento de los mercados, genera un círculo vicioso del que, a estas alturas, es muy difícil salir: La confianza en la capacidad del país para pagar a sus acreedores se reduce, y, en el caso de Italia, con un gobierno fuera de juego y una economía en retroceso (se reducirá un 0,2% este trimestre y un 0,1% en el primero del próximo año, según la CE), más aún. Cuanta menos confianza hay, más alto es el interés de los bonos que el país tiene que pedir si quiere obtener más dinero para poder pagar. Y si, para colmo, las agencias calificadoras bajan la nota de la deuda, como ha ocurrido recientemente con Italia, peor aún.
Como explica el editor de Negocios de la BBC, Robert Peston, «nadie quiere prestarle dinero a un país que va a usar ese dinero para pagar los intereses de préstamos anteriores».
La confianza en Italia está en estos momentos en su nivel más bajo desde que entró en vigor el euro. Es decir, Italia está pagando para financiar su deuda más de lo que había pagado nunca. Solo en 2012 el país deberá obtener 300.000 millones de euros para saldar intereses y otras obligaciones.
Pero lo peor es que las tasas de interés de los bonos italianos (el interés que tiene que pagar el país a los prestamistas que compran los bonos que emite el Gobierno) han sobrepasado el 7%, un umbral tras el que, según muchos especialistas, ya no hay vuelta atrás. La prueba es que Grecia, Irlanda y Portugal tuvieron que ser rescatadas cuando el rendimiento de sus bonos superó ese punto y se mantuvo por encima de él durante un tiempo prolongado.
Se calcula que si Italia tuviera que pagar el 7% de interés por toda su deuda, el país tendría que cancelar 70.000 millones de euros extra al año sólo por intereses, lo que anularía los 45.000 millones de euros que Italia planeaba ahorrar hasta 2013 con su paquete inicial de ajuste. De no haber ayuda, a largo plazo podría terminar en insolvencia.
La clave ahora es ver por cuánto tiempo se mantendrán los bonos italianos en ese nivel, y si descenderán o no, una vez que se forme el nuevo gobierno que sustituya al de Berlusconi.
¿Cómo ha llegado hasta aquí?
Por un lado, Italia no ha sido inmune en los últimos años a las consecuencias de una crisis global que, según algunos economistas, está suponiendo el final de un modelo económico basado la capacidad de Estados, empresas, familias y personas físicas para endeudarse.
Las raíces del problema italiano, sin embargo, se hunden más allá. La prosperidad de la posguerra permitió que cientos de miles de trabajadores se jubilasen con todos los beneficios antes de cumplir los 50 años, y hubo «excesos» en el gasto público que, aparte de menguar las arcas del Estado, han dado lugar desde entonces a una enorme burocracia que consume buena parte de la riqueza generada por el país todos los años.
Un ejemplo son las pensiones. Según informa El País, si se cruzan los datos de la edad de jubilación y las expectativas de vida, Italia es el país del mundo donde se viven más años cobrando la pensión —22,2 años los hombres y 26,9 las mujeres—. Más de 130.000 personas se jubilaron en 2010 con menos de 60 años, casi cuatro millones de italianos cobran actualmente la pensión y el Estado se gasta cada año 73.000 millones de euros.
A lo largo de la última década, no obstante, Italia salió adelante con un gran endeudamiento público y un limitado crecimiento (un 0,2% anual, frente a la media europea del 1,1%, entre 2001 y 2010), sin que sonasen las alarmas. A diferencia de su gobierno, además, los italianos tienen un nivel general de ahorro alto y, por otra parte, Italia no ha sufrido la crisis inmobiliaria que ha golpeado a otras economías, como la española.
Estos y otros factores, unidos al hecho de que Italia no tuvo que salir al rescate de sus bancos, porque no habían corrido excesivos riesgos con sus políticas de préstamos, hicieron que el país superase en falso la crisis mundial de 2008. Hasta que la deuda soberana contraída en los últimos dos años explotó, y el Gobierno de Berlusconi fue incapaz de aprobar medidas al respecto para calmar a los mercados con la velocidad suficiente.
¿Qué culpa tienen los mercados?
Mucha. Numerosos expertos mantienen que el verdadero problema no es el endeudamiento, sino la estampida de los mercados, es decir, el pánico financiero y especulativo que hace disparar la prima de riesgo y hunde la confianza, por motivos que serían más «psicológicos» que reales.
De hecho, el nivel de deuda actual de Italia, por más que haya crecido en estos últimos años, no es tan superior al que ha venido arrastrando el país durante los últimos 20 años. Además, y según informa el diario Expansión, el déficit público de Italia ha sido en estos años de crisis de los menores de Europa, con un promedio anual de un 4%, frente al 9% del Reino Unido, el 8% de España y el 6% de Francia. Comparado con otros gobiernos europeos, el italiano no es, precisamente, de los que más gastan.
¿Se puede rescatar a Italia?
Los países de la eurozona no tienen previsto prestar asistencia financiera a Italia, pese a que su prima de riesgo marcó máximos el pasado lunes (ha llegado a rozar los 500 puntos básicos) y los intereses superaron el mencionado nivel del 7%, porcentaje que desencadenó los rescates de Grecia, Portugal e Irlanda.
El principal motivo es que no hay bastante dinero en el fondo de rescate de la UE para cubrir las necesidades de una economía como la italiana. Al igual que España, Italia es, según los expertos, demasiado grande para ser rescatada.De los 440.000 millones de euros disponibles inicialmente, sólo quedan ya alrededor de 250.000 millones si se descuentan los fondos comprometidos para Irlanda, Portugal y el segundo rescate de Grecia.
El fondo europeo de estabilidad financiera está ya autorizado a dar líneas de crédito preventivas a los países sometidos a la presión de los mercados, para evitar que sea necesario llegar a un rescate completo. Sin embargo, estos nuevos poderes no podrán empezar a utilizarse al menos hasta diciembre, cuando está previsto que se apruebe el refuerzo del mecanismo para que alcance la potencia prevista de 1 billón de euros. De todos modos, según los analistas financieros, un rescate a Italia podría alcanzar los 1,4 billones de euros.
Y entonces, ¿qué?
Por un lado, Francia y Alemania, los países que han tomado las riendas de la crisis en la eurozona, esperan que el nuevo gobierno italiano sea capaz de devolver confianza a los mercados, y que la prima de riesgo baje.
Roma, por su parte, insiste en quitar hierro a la escalada de la prima de riesgo porque prácticamente la mitad de su deuda está en manos de los bancos del país, lo que, según el Gobierno italiano, facilita la refinanciación. De hecho, la situación sería similar a la de Japón, que también tiene un nivel de deuda muy alto, pero controlada por las entidades nacionales, de manera que no necesita recurrir a financiación exterior.
Lo que parece claro es que la UE está cada vez más convencida de que no hay mucho más que pueda hacer por Italia, aparte de mantener la presión para que acelere los recortes y reformas ya aprobados, con el objetivo de estabilizar su economía. De ello se intentará asegurar la misión de inspectores de la Comisión y del Banco Central Europeo (BCE) que se encuentra ya en Roma.
En cualquier caso, los países de la eurozona confían en que el BCE no dejará caer a Italia y seguirá comprando bonos italianos mientras sea necesario. Es más, la mayoría de los expertos considera que solo el BCE tiene la capacidad suficiente para resolver la crisis. El problema es que, en principio, el tratado de la zona euro no lo permite, ya que su artículo 101 prohíbe al Banco Central ofrecer créditos a los gobiernos (por eso la compra de bonos se hace a través de intemediarios,o de terceros), y el 103 sostiene que la eurozona no debería responsabilizarse de la deuda de los estados miembros.
¿En qué consisten las reformas?
Cuando se habla de «reformas», de lo que realmente se está hablando es de recortes, es decir, de meter la tijera para reducir el gasto público. En el caso de Italia, las llamadas «reformas estructurales» que, con carácter de «urgencia», exige la UE, suponen un duro reajuste que afectará no solo a las cuentas macroeconómicas del país, sino, especialmente, al bolsillo de los ciudadanos. Las líneas básicas son comunes a las medidas puestas en marcha en Grecia, Portugal, Irlanda o la misma España. En general, contemplan un ahorro de de 59.800 millones de euros con una combinación de reducción de gastos y aumento de impuestos, con el objetivo de equilibrar el presupuesto para finales de 2014.
Para empezar, una reforma laboral: Bruselas exige la revisión del actual sistema de prestaciones por desempleo, teniendo en cuenta «la reducción del presupuesto». La UE no entra en muchos más detalles, pero los sindicatos ya se temen, también, el abaratamiento de los despidos. La reforma laboral deberá ir unida a un aumento de la edad de jubilación hasta los 67 años, de aquí a 2026.
La exigencia fundamental, no obstante, es que Italia sanee sus cuentas y reduzca su deuda soberana. Así, el país deberá alcanzar el equilibrio presupuestario (no tener déficit) en 2013 (no sólo eso, sino lograr un superávit en 2014) y tendrá que reducir el porcentaje de la deuda sobre su PIB hasta el 113% (actualmente está en torno al 120%).
Por último, Bruselas pide a Italia «revisar las prioridades» de los proyectos financiados con fondos de la UE para dar mayor relevancia a la «educación, el empleo y la agenda digital, así como a las redes ferroviarias y de transporte.
La Ley de Presupuestos para 2012, que incluye las reformas económicas exigidas por la UE, salió adelante este sábado en el Congreso italiano con 380 votos a favor, 26 en contra y dos abstenciones, después de más de cinco horas de debate.
¿Servirán de algo?
Según la doctrina económica de la eurozona, no hay otra salida. Para los líderes europeos, la causa de la enfermedad es el despilfarro estatal; la consecuencia, el endeudamiento masivo, y la solución, la austeridad. Mientras, debido sobre todo a la negativa frontal de Alemania, se siga descartando la intervención directa del Banco Central Europeo a la manera en que interviene, por ejemplo, la Reserva Federal de EE UU, no hay otra.
Otros economistas y analistas, sin embargo, ponen en duda el efecto sanador de los recortes. Por un lado, afirman, drásticas medidas de austeridad como las impuestas a Grecia podrían empujar a la economía italiana a la recesión (crecimiento negativo), al reducirse la actividad económica y el consumo, lo que haría imposible bajar el porcentaje de deuda sobre el PIB.
Por otra parte, excepto en el periodo inmediatamente posterior a la crisis crediticia mundial y a la recesión de 2008, el déficit presupuestario de Italia no ha sido particularmente grande. En la actualidad, se sitúa en el mencionado promedio del 4% del PIB, y se calcula que habría caído a alrededor de 3% el próximo año si se hubiesen aprobado las medidas propuestas el pasado mes de agosto por el ministro de Economía, Giulio Tremonti.
No hay que olvidar que la economía griega ha tenido que ser rescatada ya en dos ocasiones. A pesar de haber emprendido las reformas y recortes exigidos por la UE y el Fondo Monetario Internacional (FMI) tras el primer paquete de rescate, un año después volvió a verse en un punto en el que no podía afrontar sus deudas. Como consecuencia acudió a un segundo rescate. Y la UE y el FMI le exigieron más recortes.