Procurando hacer el menor ruido posible, Julia entró en el aula, hizo un gesto de disculpa y se sentó discretamente, mientras los ojos de Esteban se clavaban de inmediato en ella, con una mezcla de sorpresa, alegría e interrogación. Julia sonrió.
La música empezó a sonar de nuevo. El sol de la siesta entraba de lleno por los grandes ventanales del conservatorio y caía a plomo sobre el piano, revelando una brillante capa de polvo. Uno tras otro, los alumnos fueron tocando sus lecciones y la clase terminó.
Julia y Esteban salieron juntos, pero no dijeron nada hasta que estuvieron ya en la calle. Sabían que iban a hablar largo y tendido, no había prisa.
—¡Bueno! —dijo entonces él—, ¿qué te ha pasado? ¡Hace dos semanas que no vienes a clase!
—No te lo vas a creer…
Julia le miró fijamente a los ojos, y esperó a que Esteban acabase de sumar dos más dos.
—No… No puede ser —dijo él al fin.
—Sí…
—¿Estás segura? ¿Estás segura de que era él?
—Completamente.
—Erik…
—Erik.
—Dios… ¿Y?
—Le seguí, Esteban. No pude evitarlo.
—¿Le seguiste?
—Durante dos semanas.
—Estás loca… ¿Has… hablado con él?
—No. Sólo le seguí. A todas partes… Viaja mucho.
—¿Viaja mucho?
—Por todo el país.
—No me lo imagino…
—Pues sí… No sé cuántos autobuses y trenes he cogido estos días… Ha sido increíble.
—¿Cómo es?
—¿Cómo es, qué?
—Él, cómo es él, físicamente… ¿Como en las fotos?
—Sí, más o menos. Aunque después de tanto tiempo observándole empiezas a verle de otra manera.
—¿Y ahora? ¿Dónde está?
—No lo sé. Le perdí de vista ayer… Creo que me quedé dormida… Le he perdido… Por eso he vuelto a clase.
—¿Te llevaste música? ¿Te llevaste su música?
—Sí, en el ipod… Pero no hacía falta. Sonaba todo el tiempo… Todo el rato, como dentro de mí, o como en todas partes. No es fácil de explicar.
—…
—Y llovía, Esteban. Continuamente. No paraba de llover. Llovía por donde él pasaba. Sin parar. Ni antes ni después, sólo cuando pasaba él. Llovía… tranquilamente.
—Como su música.
—Sí…
—…
—…
—Me alegro de que hayas vuelto.
Entre la gran cantidad de dibujos, retratos, cartas personales, partituras (algunas de ellas, inéditas) y objetos de todo tipo que se encontró en la habitación de Arcueil, cerca de París, donde vivió el compositor francés Erik Satie durante 27 años (hasta su muerte), y en la que no había entrado jamás nadie salvo él mismo, había siete trajes de terciopelo y una colección de alrededor de cien paraguas. La mayoría de los paraguas estaban sin estrenar.
Publicado el 27/2/2009
En el relato: Erik Satie
2 comentarios
«Apres la pluie» ha sido uno de los discos con los que más he sentido nunca… Enhorabuena por tu relato, ha conseguido emocionarme. Me encanta esta frase: «Llovía por donde él pasaba. Sin parar. Ni antes ni después, sólo cuando pasaba él.»
A mí lo que me gusta es esto: «y esperó a que Esteban acabase de sumar dos más dos»
aunque no lo entiendo.