—Salgo un momento a fumar.
—¿Otra vez?
—Otra vez, sí, qué pasa.
—¿Qué pasa?
—Sí, qué pasa.
—¿Te vas a poner chula?
—Aquí el único chulo que hay eres tú.
—Como tardes de la hostia que te meto te tragas los dientes.
—…
—En cinco minutos te quiero aquí.
El golpe de aire helado nada más abrir la puerta es como beber, como sentir el gin tonic bajando por la garganta, engañando a la sed… Siempre tengo sed. Piso la nieve y el primer impulso es echarme sobre ella, hundir la cabeza y beber hasta saciarme, desaparecer en esta nieve roja y verde de neón, convertirme en agua, disolverme. Como te disolvías tú en mis ojos cuando todavía me mirabas, cuando te escondías entre los clientes, devorado por los celos, por el deseo, mi pobre príncipe desamparado, mientras yo me restregaba contra los pantalones de los banqueros y los borrachos, de los trabajadores, los esposos, los desahuciados. Sin asco aún, enamorada aún, unida a ti. En un club de carretera, en el camino, qué más daba. La vida nos estaba esperando y la vida era paciente.
Apoyada en la pared, entre los coches, medio desnuda, temblando de frío… No ha parado de nevar en toda la noche. La nieve borra las pisadas, los vómitos, los paquetes estrujados de tabaco. Se amontona en la ventana hasta que empieza a caer como desde una nube descolgada, cinco metros, tal vez seis. Me pregunto si sería suficiente, me pregunto qué sonido haría mi cuerpo al estrellarse contra esta nieve, cuánto tardaría esta nieve en borrarme a mí también. Cuánto vas a tardar tú en salir a escupir mi nombre. Eras la nieve cayendo sobre mi boca, eras la nieve en el bosque, el príncipe de la nieve. Ya no eres más que el barro que la ensucia. El fuego que arde en mi cara con cada golpe.
—¡Blanca!
Los ojos de los clientes me vuelven invisible. Me siento en la barra y espero hasta que siento acercarse los tuyos, tus ojos muertos.
—Baja cinco mil a caja, mueve el culo.
Los ojos me siguen como perros arrastrados por correas. Pero no me ven, y cuando llego arriba ya no existen. Solo la sed. Aparto cinco mil y meto el resto en una bolsa. No lo cuento, no hace falta. Sé que es más de lo que me atrevo a imaginar.
Abro la ventana y es como volver a beber, como sentir el gin tonic bajando frío por la garganta. Me pregunto qué sonido hará la bolsa al estrellarse contra la nieve.
—¿Qué coño estabas haciendo?
—Aquí tienes. Cinco mil. Salgo un momento a fumar.
—¿Otra vez?
Piso la nieve, medio desnuda, temblando de frío, apretando las llaves del coche en la mano.
Publicado el 8/12/2012
En el relato: Blancanieves
Imagen: «Snow White Portrait», Mike Kupka
4 comentarios
¿Por qué imagino como viñetas de cómic en blanco y negro al leerte?
Bravo, me ha gustado. Como dice mi director musical: ¡Bravo bravísimo!
Besos a Blancanieves.
Se los daré, los merece. ¡Ella es la auténtica bravísima aquí!
Hola. Te leo el relato ahora por primera vez, siempre has escrito de maravilla. Me ha gustado mucho y recordado historias similares igual de tristes.
Saludos a Juanjomar tb. En el instituto y en aquel progrsma de radio que haciais ya se te veia el porvenir.
Ayer justo estuve revisando papeles y me aparecieron el libro de notas del instituto y mi traslado de expediente desde Ubeda al alfonso X y me acordé un monton de todos vosotros . Eramos 3 c y cou b. Una de las mejores epocas de mi vida. Avisa cuanfo vengas q me encantaria verte ok?
Besos
Hola, Mari Carmen. Muchas gracias por el comentario (¡y por los recuerdos!).