No pienso ir a buscarte a las puertas del infierno, no voy a ir a recibirte cuando tengas aún el fuego de tu viaje en los ojos, el alma erizada, las palabras cayéndosete de los labios. Es mejor que llegues solo y en silencio. Que te entristezcas, que pienses que para qué todo si no estoy yo allí al final, para qué el descenso a las tinieblas, para qué la luz de Dios. Y que eches luego a andar sin rumbo, cansado, herido, ofendido, frustrado. Que las palabras te quemen la lengua al principio, y que vayan anidando después, con dolor, en cada rincón de tu ser. Encontrando sus huecos, encajándose entre tus células. Que camines y camines hasta que el cansancio vaya calmando, poco a poco, tu furor. Y que llegues a casa, sin saber cómo, una tarde cualquiera, cuando ya casi me hayas olvidado. El agua estará caliente y yo te estaré esperando, desnuda, tuya, dispuesta a recibir, ahora sí, tu brillante vestido de palabras maduras.
Publicado el 17/9/2011
En el relato: Beatrice
Imagen: «Sulphur Bath, Big Sur», Ellen Auerbach, 1949
3 comentarios
Prefiero la estética más poética «cayendo de tus labios» que «cayéndosete». Aparte eso, me parece sencillamente magistral y profundamente literario. Hay que conocer mucho los mundos de Dante que están en nuestro interior para escribir eso…mi felicitación, y mis respetos.
Juanjo.
“cayendo de tus labios” me gusta más.
Es sublime Miguel.
Es que hay cosas que se caen, y cosas que se te caen… 😉
Gracias a los dos.