Anaïs

Miguel Máiquez, 29/12/2010

Con qué ternura acaricias mi cabello, con qué entrega absoluta reposo mi cabeza en tu hombro desnudo. La casa nos protege de la noche oscura y la cama nos adentra dulcemente en el océano de lo que somos, de lo que sueño que seamos… Me embriago en el perfume exótico de tu piel, en el rastro intenso de tu sexo latiendo apenas bajo esa misteriosa alquimia de melocotones y mandarinas, de violetas y jazmines. El roce de las sábanas de seda, la temblorosa luz de tus velas… Cierro los ojos para retener bajo los párpados la imagen de tus pechos, pequeños, blancos, perfectos, para que me acaricien tus pechos por dentro, y poso mis labios ardientes en el frescor de tu nuca. Te das la vuelta y pegas tu cuerpo al mío, a mi vientre, al centro mismo de mi ser… Pero ya no estás, ya te has ido, o te estás yendo… Permaneces inmóvil, como en una despedida silenciosa, cerrando una tras otra todas las puertas y las ventanas de tu hogar, buscando ese rincón en llamas donde habitas. Te incorporas, coges tu cuaderno, te vuelcas, te derramas sobre él… Puedo escuchar los latidos acelerados de tu corazón, el empuje salvaje de tu respiración sobre el papel. Puedo sentir el placer que inunda las yemas de tus dedos mientras empiezas a desgranar tu mente, a reinventarte en cada palabra, a refundar tus cimientos una y otra vez. Tus secretos y tus dudas, tu anhelo caníbal, tu amor total, prohibido, ineludible… El bosque de tu alma furtiva está cuajado de trampas para atrapar la belleza y poseerla eternamente. Pero siento que hay más deseo en la tinta que viertes que en toda la sangre que corre por tus venas. O tal vez no, cómo saberlo… Porque la noche me vence y todo se va desvaneciendo al ritmo hipnótico de tu escritura incansable, entre bocanadas de incienso. Te vas, me voy, y entonces no sueño contigo, sino con otra. ¿Con quién sueñas tú? Al amanecer me abandonas y te pierdes en la niebla de las calles, mientras París se despereza entre aromas de pan recién hecho y restos de vino ácido. Cómo saberlo, querida, cómo saberlo si cuando al fin cae la tarde te encuentro sentada junto a la ventana, envuelta en el olor de otro, pensando en mí.

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Anaïs Nin en «The High Place», ca. 1929 (Colección Joaquín Nin-Culmell)

Publicado el 29/12/2010
En el relato: Anaïs Nin
Imagen superior: «The Unmade Bed» (detalle), Imogen Cunningham, 1957

Comentarios

3 comentarios

  • Enrique dice:

    Cuánto te echamos de menos, Anais, aunque no pensamos mucho en ti. Eres como el jardín oscuro que sabíamos que existía en alguna parte, y que después nunca encontramos.

  • Miguel dice:

    «La memoria es una gran traidora» (o eso dijo ella).

  • kuki dice:

    … Y leo esto y es, sobre todo, mi memoria olfativa quien me lo agradece. Fenomenal 🙂

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