Aparté su mano suavemente; deshice, muy despacio, el nudo de sus piernas. La contemplé.
Me aprendí las formas de su sueño, robé el leve subir y bajar de su pecho desnudo. Aspiré su olor, inhalé su recuerdo.
Me aparté de su piel, me vestí, respiré hondo y la abandoné.
En la calle olía a lluvia, los zapatos reconocían el suelo. En el bar, sobre una servilleta, escribí su nombre. Luego, saludé.
—Buenos días.
—Buenos días, Don Juan, ¿cómo estamos hoy?
—Muy triste.
Publicado el 9/3/2009
En el relato: Don Juan
Imagen: «Schlummernde Frau», Johann Baptist Reiter, 1849
3 comentarios
Si viviera en la época de Don Juan quizá no tendría más elección que acercarme a su mesa en el bar y, con leve sonrisa, quitarme el sombrero.
Precioso.
Don Juan vive en todas las épocas, así que tú sabrás lo que te haces…
Muchas gracias, i.
Gracias por el consejo, prometo andarme con mucho ojo 😉