—¿Realmente puedes ver mi futuro en esa bola?
—Oh, sí… Estás sentada en un restaurante, sola. Es de noche y no es tu barrio. Eres la única dominicana en todo el local. Mientras esperas a que te traigan la cuenta te quedas mirando distraída por la ventana. Y entonces los ves. Son cuatro o cinco. Esvásticas tatuadas, botas de clavos, cabezas rapadas… Vuelves la cabeza rápidamente, pero ya es demasiado tarde. Ellos te han visto también a ti, se acercan a la ventana y empiezan a hacerte gestos obscenos. Así que pides otro café y decides quedarte un rato más para ver si se aburren y se van. Y al cabo de veinte minutos o media hora te atreves a volver a mirar y compruebas que ya se han ido. Te levantas, te pones tu abrigo y sales a la calle. Todavía tienes miedo y el corazón te late a cien por hora, pero miras por todas partes y no los ves. Empiezas a caminar hacia el metro, tan deprisa como puedes, pero sin correr, procurando parecer tranquila. Sólo son tres manzanas. Tres manzanas y ya está. Pero cuando estás a punto de llegar te das cuenta de que te has dejado el bolso en el restaurante y ahora tienes que volver. Miras el reloj: es tarde, están a punto de cerrar… Decides coger un atajo para llegar cuanto antes. Ya casi no te acuerdas de los monstruos, sólo piensas en el bolso. Pero los monstruos no se han ido. Siguen ahí y están sedientos de sangre, de tu sangre. Primero sientes un golpe seco en la espalda y luego un salivazo en la cara. Suplicas que te dejen ir, pero eso es justo lo que quieren oír para poder cabalgar sobre tu miedo. Te agarran, te llevan al callejón y te empujan contra la pared. Uno de los demonios saca una navaja y tú cierras los ojos y vuelves a rezar como cuando eras niña… Y entonces, de pronto, un extraño silencio te hace volver a mirar… La cabeza de tu verdugo rueda por el suelo y los otros monstruos han caído de rodillas implorando piedad. La sangre brilla aún en la hoja afilada de Excalibur, y Arturo tiene los ojos más hermosos que has visto jamás. Muy despacio, el rey se acerca hasta tí, saca un pañuelo y te limpia la cara. Vuelves a casa escoltada por sus tres mejores caballeros y nunca más vuelves a tener miedo.
Publicado el 4/4/2010
En el relato: Arturo
Imagen superior: «Kabe City Alley», Kentaro Kanamoto
Imagen inferior: «Camelot», Alexandre Khodyrev, The IRTC Archive
3 comentarios
¡Vaya final más inesperado!
(En ocasiones como esta es cuando me alegra no dejarme llevarme siempre por mis impulsos… y es que reconozco que, cuando leo el título o veo la foto y no se sabe quién es, siempre pienso: ‘¿Y si miro los ‘tags’ para descubrir ya cuál es el personaje’?)
Ja, ja. ¡Voy a tener que ocultar las etiquetas! Un beso y, como siempre, gracias por la visita.
Ains, y yo que pensaba que quizás hasta tendría suerte… Bueno, lo seguiré intentando por si algún día te reconcilias con el verbo ‘actualizar’ 😉
Espero que todo bien. Un beso.