Estamos en la mañana de mi 40 cumpleaños, una espléndida mañana primaveral. El sol brilla en un cielo casi dolorosamente azul y todo aparece ante mis ojos bajo el mágico manto de una luz divina.
Me he levantado muy temprano y he recorrido la casa en silencio, deleitándome en los rostros dormidos de mi familia, en el gozo de saberlos felices y en paz, en el amor infinito que siento por ellos. El cuerpo de mi esposa adivinado bajo las sábanas, el rastro de su presencia en cada rincón; los sueños de mis hijos dejándoles entrever ya las maravillas de la creación.
Reciclo toda mi basura, voy a trabajar en bicicleta, he instalado placas solares en el tejado y salgo a correr cuatro veces a la semana. He dejado de fumar y apenas pruebo la carne. El jardín está lleno de flores. Tengo un empleo que adoro y una humilde biblioteca que me lleva de viaje cada noche. Siempre que puedo, abandono la ciudad y doy largos paseos por la montaña. No tengo problemas serios de salud, y tampoco de dinero.
Estamos en la mañana de mi 40 cumpleaños, una espléndida mañana primaveral. Sentado en un banco del parque que hay junto a mi casa, veo jugar a los niños sobre la hierba. La temperatura es perfecta. Lo bastante fría como para que sea una delicia sentarse al sol y dejar que la piel responda con un leve estremecimiento de placer. Una brisa ligera lleva de un lado a otro los aromas de la Naturaleza y nos hace compartirlos en una maravillosa comunión inconsciente.
Entonces te veo. Vienes caminando despacio por el camino, hacia mí. Parece que flotaras. Jamás en mi vida había visto a nadie tan hermoso. Como un ángel, el ángel más bello. Un espléndido ángel lleno de luz.
Te sientas a mi lado, me miras a los ojos y me sonríes.
—¿Una manzana? —dices.
—Ya era hora —digo yo.
Publicado el 4/6/2009
En el relato: Satanás
3 comentarios
😀
Felicidades.
Pues hoy miraré a mis hijas como si fuera mi cumpleaños también.
Sin duda no eran Lilith, ni Eva, era la Muerte, la del fin de su presente y la que anuncia su nuevo futuro.