Rendidos al algoritmo: los códigos que modelan las redes, las finanzas, el consumo, la política y hasta el amor

La pal­abra «algo­rit­mo» vivía reclu­i­da has­ta hace no tan­to en el entorno espe­cial­iza­do de la cien­cia en gen­er­al, y de las matemáti­cas y la infor­máti­ca en par­tic­u­lar. Hoy en día, sin embar­go, y aunque aún nos cueste com­pren­der exac­ta­mente de qué se tra­ta, la may­oría de las per­sonas mín­i­ma­mente famil­iar­izadas con Inter­net saben al menos, si no cómo fun­ciona, sí para qué sirve: nos dicen que Face­book «ha cam­bi­a­do su algo­rit­mo» y que aho­ra ver­e­mos más pub­li­ca­ciones de nue­stros ‘ami­gos’ y menos de pági­nas de empre­sas, y enten­demos que detrás de esa decisión no hay miles de oper­ar­ios humanos que nos cono­cen per­sonal­mente, ded­i­ca­dos a reor­denar el con­tenido de nue­stro muro. Lo que enten­demos es que Face­book ha intro­duci­do una fór­mu­la capaz de ges­tionar todos nue­stros datos y ofre­cer, de for­ma más o menos automáti­ca, un resultado.

De hecho, un algo­rit­mo no es más que eso: una fór­mu­la; un con­jun­to orde­na­do de opera­ciones sis­temáti­cas que per­mite hac­er un cál­cu­lo y hal­lar la solu­ción a un prob­le­ma; un códi­go que proce­sa infor­ma­ción para lle­gar a un resul­ta­do, cuyos com­po­nentes esen­ciales son los datos de los que se nutre, y que, para bien o para mal, está cam­bian­do nues­tras vidas.

Los algo­rit­mos condi­cio­nan nues­tras búsquedas en Inter­net, en fun­ción de dónde esta­mos, qué hemos bus­ca­do antes, qué se bus­ca más, qué tiene más ‘cal­i­dad’ o ‘interés’, qué es más nove­doso, qué está cen­sura­do o no, patroci­na­do no, y muchos otros fac­tores, no siem­pre asép­ti­cos, que prob­a­ble­mente nun­ca conoceremos.

Tam­bién deter­mi­nan lo que vemos (y lo que no) en las redes sociales, los anun­cios que nos per­siguen de una pági­na a otra y se cue­lan en las apli­ca­ciones del móvil, y la serie con la que nos ten­tará esta noche nues­tra platafor­ma de stream­ing favorita.

Están pre­sentes en nue­stros telé­fonos móviles y en nues­tras tar­je­tas de crédi­to, ges­tio­nan transac­ciones financieras y han trans­for­ma­do el com­er­cio. Los algo­rit­mos nos pueden ayu­dar a ubi­carnos en un mapa, a encon­trar un empleo, a recono­cer una cara y has­ta a encon­trar pare­ja o un ligue de una noche.

Son, en defin­i­ti­va, la clave del éxi­to de empre­sas como Face­book, Google, YouTube, Ama­zon, Spo­ti­fy, Tin­der, Net­flix

¿Convertidos en datos?

El cre­ciente empleo de algo­rit­mos en todos los sec­tores es crit­i­ca­do a menudo por el alto gra­do de des­per­son­al­ización que pueden con­ll­e­var, o por las posi­bil­i­dades que abren a la hora de con­ver­tir, aún más, a los seres humanos en mer­cancías o en sim­ples números y datos en el engrana­je del mer­ca­do, el con­sumo y la publicidad.

Con respec­to a lo primero, baste recor­dar el caso de los 200 pro­fe­sores des­pe­di­dos en 2010 en Wash­ing­ton DC (EE UU), después de que un algo­rit­mo eval­u­ase su rendimien­to. O el desar­rol­lo de algo­rit­mos capaces de pre­de­cir cuál será el sen­ti­do de una res­olu­ción judi­cial con un 79% de acier­to, iden­ti­f­i­can­do patrones, leyes y jurispru­den­cia, pero abrien­do tam­bién la puer­ta a incor­po­rar fac­tores como el entorno, la famil­ia o los ami­gos. O desnudos que son arte —o noti­cia—, trata­dos como pornografía por los algo­rit­mos de las redes sociales. O máquinas que selec­cio­nan y descar­tan cur­rícu­lums bus­can­do exclu­si­va­mente pal­abras clave.

Eso por no hablar de deci­siones financieras en las que, de nue­vo a través de algo­rit­mos, un ban­co puede con­ced­er o no un crédi­to depen­di­en­do de las predic­ciones de ries­go que la fór­mu­la aplique a quien lo solici­ta, o de estrate­gias políti­cas en las que un algo­rit­mo es capaz de deter­mi­nar qué esper­ar de, y qué prom­e­ter a, una base conc­re­ta de votantes poten­ciales. Los algo­rit­mos pueden resul­tar insusti­tu­ibles si lo que quer­e­mos es ‘leer’, o inclu­so per­pet­u­ar, la real­i­dad, pero tal vez no tan­to si lo que quer­e­mos es cambiarla.

Un ejem­p­lo: en octubre de 2016 la mon­e­da británi­ca cayó has­ta un 6,1% frente al dólar en los mer­ca­dos asiáti­cos, en lo que supu­so el may­or descen­so de la libra des­de el refer­én­dum que dio la vito­ria al brex­it. Según señalaron espe­cial­is­tas del Pew Research Cen­ter cita­dos por la BBC, el desplome se debió, en parte, a opera­ciones com­puta­rizadas con algo­rit­mos. No sería la últi­ma vez que la veloci­dad con la que oper­an los mer­ca­dos autom­a­ti­za­dos hiciese ade­lan­tar deci­siones que, prob­a­ble­mente, no habrían sido tomadas por seres humanos.

Y uno más, tal vez el más cono­ci­do: según la may­oría de los exper­tos, los algo­rit­mos, y su difi­cul­tad para dis­tin­guir hechos incier­tos que se pre­sen­tan como reales, fueron uno de los prin­ci­pales fac­tores por los que platafor­mas como Face­book con­tribuyeron a difundir y sobred­i­men­sion­ar las famosas noti­cias fal­sas durante la cam­paña pres­i­den­cial de 2016 en EE UU. Des­de entonces nos dicen que se han mejo­ra­do y reforza­do los códi­gos, en para­le­lo al avance impa­ra­ble de la inteligen­cia arti­fi­cial. Nos recuer­dan, tam­bién, que un algo­rit­mo puede evi­tar, por ejem­p­lo, un sui­cidio o un asesina­to, detectan­do no solo el lengua­je del posi­ble sui­ci­da o del posi­ble agre­sor, sino inclu­so señales de alar­ma en sus pub­li­ca­ciones. La pre­gun­ta es: ¿lle­gare­mos al extremo de aplicar con­se­cuen­cias penales en base a las predic­ciones de una fór­mu­la matemáti­ca? La respues­ta ya la daba en 2002 la pelícu­la Minor­i­ty Report, basa­da, a su vez, en un rela­to cor­to de Philip K. Dick… de 1956.

Y, sin embar­go, sería absur­do obviar que los algo­rit­mos, al ten­er la capaci­dad de lle­var a cabo opera­ciones infor­máti­cas muy com­ple­jas que sería prác­ti­ca­mente imposi­ble realizar de otro modo, tam­bién sal­van vidasy nos hacen avan­zar como sociedad. Acotan, por ejem­p­lo, la zona de búsque­da en un rescate, orga­ni­zan una situación caóti­ca, facil­i­tan la logís­ti­ca tras un desas­tre, sir­ven para ahor­rar energía y usar recur­sos de for­ma más inteligente, ayu­dan en la lucha con­tra el crimen, pueden deter­mi­nar cómo dis­tribuir mejor una ayu­da human­i­taria, acel­er­an las inves­ti­ga­ciones médi­cas y nos per­miten detec­tar estrel­las y plan­e­tas a mil­lones de años luz.

La percepción limitada del mundo

El pasa­do día 13, el Cen­tro del Car­men de Valen­cia inau­guró una ambi­ciosa exposi­ción que, bajo el sug­er­ente nom­bre de Los algo­rit­mos suaves, com­bi­na videoarte y escul­turas para invi­tar a reflex­ionar sobre la influ­en­cia de los códi­gos de la inteligen­cia arti­fi­cial en la vida cotid­i­ana. Tal vez no por casu­al­i­dad, la mues­tra coin­cide con un momen­to espe­cial­mente caliente en la polémi­ca sobre el uso com­er­cial o políti­co de datos per­son­ales en redes sociales como Face­book (lejos aún de recu­per­arse tras el escán­da­lo de Cam­bridge Ana­lyt­i­ca), cuyos algo­rit­mos «lim­i­tan la per­cep­ción de la real­i­dad y el mun­do y supo­nen una meta­cen­sura, ya que se estable­cen a par­tir de los gus­tos de los inter­nau­tas», según señal­a­ba a la agen­cia Efe el direc­tor del Con­sor­cio de Museos de la Comu­ni­tat Valen­ciana, José Luis Pérez Pont.

Los algo­rit­mos, con­tinúa Pérez Font, impli­can «una for­ma suave de inter­venir en nues­tras deci­siones» y «están trascen­di­en­do mundial­mente», ya que los ges­tio­nan «empre­sas con intere­ses económi­cos y geopolíticos».

El comis­ario de la mues­tra, Rafael Bar­ber, desta­ca­ba por su parte, tam­bién a Efe, que el auge de estos códi­gos coin­cide con un «momen­to de cri­sis», en el que «se impul­sa el fas­cis­mo y se acen­túa el cam­bio climáti­co», entre otros prob­le­mas. Según Bar­ber, Los algo­rit­mos suaves plantea el hecho de que «una inteligen­cia arti­fi­cial no puede hac­er arte», pero no bus­ca «posi­cionarse a favor o en con­tra de los algo­rit­mos, sino rep­re­sen­tar qué podemos hac­er den­tro de ese discurso».

Coviene no olvi­dar, en cualquier caso, las pal­abras de la cien­tí­fi­ca de datos Cathy O’Neil, auto­ra del libro Weapons of Math Destruc­tion, cuan­do advertía, como recuer­da el por­tal Xat­a­ca, que «los algo­rit­mos no son jus­tos de for­ma inher­ente porque la per­sona que con­struye ese mod­e­lo es la que define el con­cep­to del éxito».

El escándalo de Facebook evidencia la falsa gratuidad de las redes sociales: el precio son tus datos

Cuan­do puedes conec­tarte en todo momen­to con tus famil­iares y ami­gos des­de cualquier parte del mun­do, acced­er a mucha más infor­ma­ción de la que un ser humano es capaz de digerir, entreten­erte con el últi­mo meme o vídeo de gati­tos, o inclu­so infor­mar en direc­to de una rev­olu­ción, orga­ni­zar una man­i­festación o denun­ciar un abu­so, y todo, en teoría, sin que te cobren por ello, ¿es real­mente tan impor­tante perder privacidad?

La respues­ta, al final, depende de cada per­sona, pero si esa pér­di­da se tra­duce en la manip­u­lación de los datos per­son­ales de mil­lones de usuar­ios para influir en un resul­ta­do elec­toral, la evi­den­cia de que nada es gratis —en las redes sociales el pre­cio es la infor­ma­ción que damos sobre nosotros mis­mos— se con­vierte en un escándalo.

Acosa­do por una de las may­ores tor­men­tas en la his­to­ria de Face­book, provo­ca­da por la fil­tración de datos de unos 50 mil­lones de usuar­ios a la con­sul­to­ra británi­ca Cam­bridge Ana­lyt­i­ca —vin­cu­la­da con la cam­paña elec­toral de Don­ald Trump—, el fun­dador de la red social, Mark Zucker­berg, ha tenido que admi­tir «errores en la gestión de la cris»: «Ten­emos la respon­s­abil­i­dad de pro­te­ger vue­stros datos, y si no lo podemos hac­er no mere­ce­mos servi­ros», dijo el CEO este miér­coles. «Hemos cometi­do errores, hay muchas cosas por hac­er, y ten­emos que dar un paso ade­lante y hac­er­las», añadió.

Es ver­dad que a Face­book no le está ayu­dan­do el hecho de estar atrav­es­an­do un momen­to com­pli­ca­do con la pren­sa, como con­se­cuen­cia de los recientes cam­bios en su algo­rit­mo. Hace unos meses la com­pañía empezó a dar pri­or­i­dad a las pub­li­ca­ciones de «las per­sonas» (ami­gos y famil­ia), y eso se ha tra­duci­do en un duro golpe para la vis­i­bil­i­dad (y los con­tratos pub­lic­i­tar­ios) de muchos por­tales depen­di­entes de los «me gus­ta». En respues­ta, algunos de los medios más influyentes pare­cen estar espe­cial­mente pre­dis­puestos aho­ra a airear las vergüen­zas del gigante crea­do por Zucker­berg, y en la cri­sis de Cam­bridge Ana­lyt­i­ca hay muni­ción de sobra.

Pero más allá de la respon­s­abil­i­dad de Face­book en este escán­da­lo, o inclu­so de la vul­ner­a­bil­i­dad que pue­da pre­sen­tar la red ante este tipo de fil­tra­ciones, lo que resul­ta evi­dente es que los datos se fil­tran de Face­book porque Face­book los tiene. Y los tiene con nue­stro con­sen­timien­to, tal y como puede com­pro­bar cualquiera que se tome la moles­tia de leer detenida­mente la políti­ca de pri­vaci­dad de la com­pañía, ese aparta­do que suele acep­tarse con un click rápi­do al damos de alta, tan­to en la red de Zucker­berg como en cualquier otra.

No se comparte todo, pero casi

Cuan­do com­par­ti­mos algo en Face­book podemos ele­gir qué otros usuar­ios quer­e­mos que ten­gan acce­so a nues­tra pub­li­cación, o si quer­e­mos que sea total­mente públi­ca o total­mente ‘pri­va­da’. Deci­damos lo que deci­damos, la empre­sa se reser­va el dere­cho de recopi­lar los datos durante tan­to tiem­po como con­sidere necesario.

Esa infor­ma­ción, como detal­la la propia com­pañía, incluye «el con­tenido y otros datos que pro­por­cionas cuan­do usas nue­stros ser­vi­cios, por ejem­p­lo, al abrir una cuen­ta, al crear o com­par­tir con­tenido, y al enviar men­sajes o al comu­ni­carte con otras per­sonas». La infor­ma­ción puede cor­re­spon­der a datos inclu­i­dos en el pro­pio con­tenido que pro­por­cionas o rela­ciona­dos con este. Por ejem­p­lo, el lugar donde se tomó una foto o a la fecha de creación de un archivo.

Face­book tam­bién recopi­la infor­ma­ción sobre el modo en que usamos los ser­vi­cios de la red social, es decir, el tipo de con­tenido que vemos o con el que inter­ac­tu­amos, la fre­cuen­cia y la duración de nues­tras activi­dades, las per­sonas y los gru­pos con los que esta­mos conec­ta­dos y cómo inter­ac­tu­amos con ellos, las per­sonas con las que más nos comu­ni­camos, los gru­pos donde com­par­ti­mos más contenido…

La empre­sa guar­da infor­ma­ción asimis­mo acer­ca de los orde­nadores, telé­fonos u otros dis­pos­i­tivos en los que insta­lam­os Face­book, así como los datos gen­er­a­dos por esos dis­pos­i­tivos, en fun­ción de los per­misos que les hayamos con­ce­di­do, que en la may­oría de los casos sue­len ser todos, porque quer­e­mos que la apli­cación fun­cione. Tam­bién reg­is­tra la posi­ción geográ­fi­ca del dis­pos­i­ti­vo, si ten­emos acti­va­do el GPS, Blue­tooth o esta­mos conec­ta­dos a la red WiFi, e infor­ma­ción sobre la conex­ión (el nom­bre del oper­ador, el tipo de nave­g­ador, el idioma y la zona horaria, el número de móvil y la direc­ción IP).

Eso sin con­tar todo lo que pro­por­cionamos si efec­tu­amos com­pras o transac­ciones financieras (el número de la tar­je­ta de crédi­to o débito, otros datos sobre la cuen­ta, detalles de fac­turación, envíos y con­tac­tos), o la infor­ma­ción que damos cuan­do visi­ta­mos sitios web y apli­ca­ciones de ter­ceros que usan la red social (medi­ante el botón «Me gus­ta» o a través del ini­cio de sesión con Face­book, o cuan­do usan sus ser­vi­cios de medición y publicidad).

El usuario-anuncio

¿Y para que quiere Face­book toda esa infor­ma­ción? Uno puede creer a Zucker­berg («para servi­ros») o pen­sar que, además, Face­book es, a fin de cuen­tas, un nego­cio. La empre­sa afir­ma que los datos se usan para «pro­por­cionar, mejo­rar y desar­rol­lar los ser­vi­cios», para «mejo­rar nue­stros sis­temas de pub­li­ci­dad y de medición con el fin de mostrarte anun­cios rel­e­vantes», para «medir la efi­ca­cia y el alcance de los anun­cios y los ser­vi­cios» y para «fomen­tar la seguri­dad y la protección».

Sin menos­pre­ciar los motivos rela­ciona­dos con la seguri­dad, el mejor fun­cionamien­to de la red o inclu­so lo que deman­dan los pro­pios usuar­ios, la parte de la pub­li­ci­dad es espe­cial­mente impor­tante, ya que Face­book siem­pre podrá con­vencer mejor a un anun­ciante si es capaz de garan­ti­zarle que sus pro­duc­tos serán vis­tos por alguien que ya se sabe que está intere­sa­do en ellos.

Así, los datos se com­parten, entre otros, con apli­ca­ciones, con sitios web e inte­gra­ciones de ter­ceros que usan Face­book, y con ser­vi­cios de pub­li­ci­dad, medición y análi­sis. En prin­ci­pio, estas empre­sas solo tienen acce­so a datos de carác­ter gen­er­al (sexo, edad, lugar de res­i­den­cia, intere­ses), pero si se pro­duce un requer­im­ien­to por parte de las autori­dades o Face­book entiende que puede estar cometién­dose un deli­to, sí se podrían pro­por­cionar datos más con­cre­tos y personales.

Es impor­tante recor­dar, en este con­tex­to, que la aceptación de las condi­ciones de pri­vaci­dad de una red social no supone dar­le car­ta blan­ca a la empre­sa. Los usuar­ios tienen dere­chos de los que no se les puede pri­var, y que pueden vari­ar según las difer­entes leg­is­la­ciones de sus países.

El pasa­do mes de noviem­bre, por ejem­p­lo, la Agen­cia Españo­la de Pro­tec­ción de Datos (AEPD) san­cionó a Face­book con 1,2 mil­lones de euros por alma­ce­nar datos per­son­ales de usuar­ios sin per­miso. La san­ción con­sta­ba de dos infrac­ciones graves y una muy grave de la Ley Orgáni­ca de Pro­tec­ción de Datos.

La AEPD explicó que la red social esta­ba recopi­lan­do datos sobre ide­ología, sexo, creen­cias reli­giosas o gus­tos per­son­ales para su pos­te­ri­or uso con fines pub­lic­i­tar­ios sin infor­mar al usuario de man­era clara y exhaus­ti­va, y ver­i­ficó, además, que Face­book trata­ba datos «espe­cial­mente pro­te­gi­dos» con fines de pub­li­ci­dad sin haber obtenido el con­sen­timien­to expre­so de los usuar­ios, en con­tra de lo que exige la nor­ma­ti­va de pro­tec­ción de datos.

¿Alternativas?

Siem­pre que­da la opción, obvi­a­mente, de bor­rar nues­tra cuen­ta y bus­car una alter­na­ti­va, o has­ta de regre­sar al mun­do analógi­co, pero la his­to­ria de las redes sociales mues­tra que ini­cia­ti­vas como el movimien­to «Bor­ra Face­book», surgi­do estos días a raíz de la fil­tración de Cam­bridge Ana­lyt­i­ca, no sue­len pros­per­ar. Hace años que van surgien­do otras redes donde garan­ti­zan tu total pri­vaci­dad, pero la may­oría duran poco o están vacías. Bus­cadores como Duck­Duck­Go o Start­Page son exce­lentes y no te ras­tre­an, pero no son tan potentes como Google. Nadie nos impi­de darnos de baja en What­sApp (cuyos men­sajes están encrip­ta­dos, pero que pertenece a Face­book, la com­pañía que alma­ce­na los datos tam­bién aquí), pero quién quiere irse del bar donde está todo el mundo.

La exposi­ción de nues­tra pri­vaci­dad en el uni­ver­so dig­i­tal no es algo nue­vo. Ya sabe­mos que nos ras­tre­an y que siguen nue­stros pasos, y no solo por grandes escán­da­los rela­ciona­dos con el espi­ona­je estatal, como el destapa­do por Edward Snow­den, sino tam­bién porque nada más salir de un restau­rante recibi­mos en nue­stro telé­fono un men­saji­to o una noti­fi­cación sobre el establec­imien­to en el que acabamos de comer.

Y es cier­to que a muchos usuar­ios no solo no les impor­ta, sino que inclu­so lo agrade­cen, o has­ta lo desean, como lo es tam­bién que prob­a­ble­mente el con­cep­to mis­mo de pri­vaci­dad ha evolu­ciona­do con el tiem­po, y que lo que las nuevas gen­era­ciones con­sid­er­an pri­va­do es a menudo difer­ente a lo que sus padres y abue­los entendían como algo estric­ta­mente per­son­al. El prob­le­ma derivaría del uso que se hace de esa dosis de pri­vaci­dad que hemos con­sen­ti­do compartir.

Retomar el control

Existe, en cualquier caso, un pun­to inter­me­dio en el que, sin renun­ciar al uso de las redes sociales y de otros pro­duc­tos y ser­vi­cios en Inter­net, podemos ejercer un may­or con­trol sobre lo que com­par­ti­mos, un con­trol que incluye des­de usar nave­g­adores, exten­siones y her­ramien­tas que incre­men­tan nues­tra pri­vaci­dad al nave­g­ar, has­ta sim­ple­mente ser más con­scientes de que todo lo que subi­mos a la web se que­da allí para siempre.

A veces bas­ta recor­dar que con tan solo unos pocos clicks podemos decir que ‘no’ a un gran número de opciones en, por ejem­p­lo, los ajustes de nues­tra cuen­ta de Google, el may­or con­sum­i­dor de datos online. O que en Face­book se pueden apa­gar los ser­vi­cios de ubi­cación, desac­ti­var apli­ca­ciones en las que no con­fi­amos o de las que no ten­emos sufi­ciente infor­ma­ción, o pon­er límites en la con­fig­u­ración de lo que compartimos.

En España, la Orga­ni­zación de Con­sum­i­dores y Usuar­ios (OCU) ini­ció hace un año una cam­paña en este sen­ti­do (Mis datos son míos), con el fin de «con­seguir que los con­sum­i­dores asuman un rol pos­i­ti­vo, proac­ti­vo y cen­tral en el nue­vo mer­ca­do de datos».

Además de exi­gir a las empre­sas que exista siem­pre conocimien­to y con­sen­timien­to expre­so por parte del usuario sobre el uso pos­te­ri­or de la infor­ma­ción, y que sea posi­ble revo­car ese con­sen­timien­to en cualquier momen­to, y cor­re­gir y recu­per­ar los datos de una for­ma sen­cil­la, la OCU desta­ca espe­cial­mente la impor­tan­cia de ten­er bien con­fig­u­ra­da la pri­vaci­dad en las redes sociales.

Es un primer paso para, al menos, ser con­scientes del pre­cio que esta­mos pagan­do, y decidir en con­se­cuen­cia mien­tras dis­fru­ta­mos de los gati­tos o hace­mos la revolución.

El año en que el terremoto de Internet sacudió los kioskos de prensa y las tiendas de discos

Han desa­pare­ci­do los vende­dores de enci­clo­pe­dias, los atlas están prác­ti­ca­mente con­de­na­dos a caras edi­ciones de lujo, los dic­cionar­ios y los calle­jeros acu­mu­lan pol­vo en las estanterías, los úni­cos que envían car­tas son ya los ban­cos y los román­ti­cos, los apuntes de la Uni­ver­si­dad no se foto­copi­an, se descar­gan; al telé­fono tradi­cional podrían quedar­le dos tele­di­ar­ios, cada vez es más difí­cil com­prar una entra­da para un concier­to en algún sitio que no sea online y las lla­madas redes sociales engan­chan a mil­lones de per­sonas que pasan más tiem­po exponién­dose, rela­cionán­dose y com­par­tien­do su vida frente a la pan­talla de un orde­nador que en la bar­ra de un bar.

Son sólo algunos de los efec­tos que, en ape­nas dos décadas, ha cau­sa­do una rev­olu­ción que, algún día, los libros de his­to­ria (si es que aún exis­ten libros) colo­carán prob­a­ble­mente a la altura de la agrí­co­la o la indus­tri­al: la rev­olu­ción de Inter­net. De momen­to, eso sí, sólo en el primer mundo.

Este domin­go se cel­e­bra un nue­vo Día de Inter­net, tras un año en el que todos estos cam­bios se han ido con­sol­i­dan­do de man­era imparable.

Ninguno de ellos, no obstante, parece haber tenido tan­tos efec­tos, económi­cos y sociales, como los que se han pro­duci­do y se aveci­nan en dos cam­pos muy con­cre­tos: la músi­ca (tam­bién el cine, pero aún de un modo menos masi­vo) y la prensa.

Ambas cri­sis vienen fraguán­dose des­de hace tiem­po, pero, con la rece­sión económi­ca, han empeza­do a ser mucho más evi­dentes en el últi­mo año, dan­do lugar a todo tipo de reac­ciones, incluyen­do ren­o­varse, morir e inten­tar pon­er­le puer­tas al cam­po con nuevas leyes o inten­tos de regulación.

¿Has­ta dónde va a lle­gar la lla­ma­da sociedad 2.0? ¿O es ya la 3.0? ¿Se van a acabar los per­iódi­cos? ¿Se van a acabar los los cedés? ¿Se van a morir de ham­bre los peri­odis­tas y los músi­cos o acabará imponién­dose otra man­era de hac­er peri­odis­mo y otra man­era de com­er­cializar la música?

Des­de las últi­mas leyes con­tra la lla­ma­da piratería has­ta las nuevas for­mas de hac­er y vender per­iódi­cos, éstos son los datos, las claves, los casos más rel­e­vantes y lo que se avecina.

EL NUEVO ORDEN PERIODÍSTICO

1. LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO

La paradoja

En un artícu­lo pub­li­ca­do recien­te­mente en el diario El País, John Car­lin señal­a­ba que «nun­ca ha habido una mejor época para hac­er peri­odis­mo escrito, y nun­ca ha habido una peor para ganarse la vida ejer­cién­do­lo; hay más mer­ca­do que nun­ca, pero menos ingresos».

Reacción tardía

Pese a que han pasa­do ya más de dos décadas des­de que se empezó a exten­der el uso de la red, la may­oría de los per­iódi­cos de papel siguen sien­do prác­ti­ca­mente iguales, y tan sólo des­de hace un par de años han empeza­do a tomarse en serio la apues­ta por sus edi­ciones digitales.

Final­mente, se han vis­to empu­ja­dos por dos hechos incues­tion­ables: por un lado, Inter­net gana lec­tores cada día mien­tras que la pren­sa en papel los pierde; por otro, la escasa pub­li­ci­dad de los actuales tiem­pos de cri­sis económi­ca empieza a emi­grar de un modo irre­versible del papel a la web.

Transición difícil

El prob­le­ma es que la may­oría de los diar­ios no han encon­tra­do aún el modo de rentabi­lizar toda esta migración de lec­tores, en un momen­to, además, en que la pub­li­ci­dad en Inter­net no gen­era todavía los ingre­sos sufi­cientes, y en que la cul­tura de la gra­tu­idad exten­di­da ya en la Red hace muy difí­cil volver a mod­e­los de per­iódi­cos online de pago.

Otro tipo de lector

Los lec­tores en Inter­net no se infor­man igual que los de papel. Beben de muchas fuentes, van a lo que les intere­sa, no exis­ten las mis­mas fidel­i­dades a los medios. Y las empre­sas que ponen pub­li­ci­dad lo saben: Google aca­para el 25% de toda la pub­li­ci­dad en la Red.

Más mirar que leer

Andrew Cur­rah, académi­co de la uni­ver­si­dad de Oxford espe­cial­iza­do en la economía dig­i­tal y el futuro de Inter­net, ha indi­ca­do que «los avances tec­nológi­cos están mod­e­lando un nue­vo con­sum­i­dor de noti­cias más acos­tum­bra­do a mirar que a leer, algo a lo que deben respon­der los medios –sobre todo escritos– si no quieren desa­pare­cer, arrastra­dos tam­bién por la caí­da de la publicidad».

2. LOS DATOS CANTAN

  • Inter­net es ya la segun­da fuente de infor­ma­ción más con­sul­ta­da entre los ciu­dadanos de Esta­dos Unidos, por detrás tan sólo de la tele­visión y por delante de la pren­sa escri­ta. El 60% de los menores de 30 años de este país pre­fiere ya Inter­net a la tele­visión. Son datos del Pew Research Center.
  • Según un informe de Ras­mussen, el número de los que con­sid­er­an al papel como el medio más impor­tante para infor­marse se ha reduci­do a sólo el 35% en EE UU.
  • En 2008 el 40% de los esta­dounidens­es se infor­mó sobre asun­tos nacionales e inter­na­cionales a través de Inter­net (en 2007, el 24%).
  • Este año The Wall Street Jour­nal era el úni­co de los grandes diar­ios esta­dounidens­es que tenía pre­vis­to cre­cer en plan­til­la. En la may­oría de los demás, incluyen­do The New York Times y The Wash­ing­ton Post, hay recortes y despidos.
  • La empre­sa edi­to­ra del Chica­go Tri­bune y Los Ange­les Times se declaró en ban­car­ro­ta (Los Ange­les Times es ya el primer diario que, según su edi­tor, se finan­cia por com­ple­to medi­ante ingre­sos por pub­li­ci­dad online, aunque para ello ha tenido que reducir su plantilla.
  • The Chris­t­ian Sci­ence Mon­i­tor, de Boston, ha deja­do de pub­li­carse en papel. Ya sólo tiene edi­ción dig­i­tal. Lo mis­mo The Seat­tle Post-Intel­li­gencer, que apagó sus rota­ti­vas tras 146 años.
  • En España, y a pesar de que tam­bién han baja­do las ven­tas de los per­iódi­cos de pago, la reduc­ción de la pub­li­ci­dad es el prin­ci­pal prob­le­ma, con descen­sos de has­ta el 20% en algu­nas cabeceras.
  • Según el Libro Blan­co de la Pren­sa Diaria de la Aso­ciación de Edi­tores de Diar­ios Españoles (AEDE), los ingre­sos de las empre­sas españo­las de pren­sa diaria descendieron en 2008 un 8,11% (de 2.931 a 2.694 mil­lones de euros).
  • Los medios esta­dounidens­es han per­di­do un 25% de su pub­li­ci­dad en los dos últi­mos años.
  • Según un informe de la con­sul­to­ra ZenithOp­ti­me­dia, los diar­ios, que en 2007 suponían el 27,1% del total de inver­sión pub­lic­i­taria en el mun­do, bajarán al 23,8% este año y al 21,2% en 2011.
  • Des­de el 1 de enero de 2007, las acciones de The New York Times han per­di­do el 71% de su val­or. La empre­sa edi­to­ra ha tenido que pon­er en ven­ta el ras­ca­cie­los de su sede.
  • Las edi­ciones dig­i­tales de los 10 diar­ios esta­dounidens­es más impor­tantes tenían en 2008 40 mil­lones de lec­tores (el 16% más que el año ante­ri­or). En cabeza, la edi­ción online de The New York Times, con 18,2 mil­lones de usuar­ios (un 6% más).
  • Lib­er­a­tion, el per­iódi­co francés naci­do del Mayo del 68, ha tenido que dejarse com­prar por los ban­queros Roth­schild.
  • El grupo de pren­sa Hearst Cor­po­ra­tion anun­ció el pasa­do 25 de febrero un drás­ti­co recorte de la plan­til­la del San Fran­cis­co Chron­i­cle para evi­tar el cierre del prin­ci­pal diario de la ciu­dad californiana.
  • Tres de los diez primeros diar­ios británi­cos, según infor­mó La Gac­eta de los Nego­cios, perdieron entre mayo y noviem­bre de 2008 el 8% de sus ven­tas. Otros dos han per­di­do más del 5%.
  • En España, los lec­tores de las edi­ciones dig­i­tales de los diar­ios alcan­zaron en 2008 los 6,4 mil­lones, casi el 48% de los 14 mil­lones de lec­tores de pren­sa escrita.
  • Un informe de Arce Media, cita­do tam­bién por La Gac­eta de los Nego­cios, señala que mien­tras que Inter­net ganó el año pasa­do 22 mil­lones de euros de inver­sión, la pren­sa escri­ta perdió 262 mil­lones, y el con­jun­to de los medios, 636 mil­lones, casi 30 veces más que la suma gana­da por la Red.
  • En España ha habido, según los cál­cu­los más mod­er­a­dos, más de 1.000 despi­dos en la pren­sa en el últi­mo año. En EE UU más de 10.000 peri­odis­tas han per­di­do su tra­ba­jo des­de 2002.

3. ALGUNAS REACCIONES

  • En Fran­cia, el pres­i­dente, Nico­las Sarkozy, anun­ció que se dupli­cará el gas­to públi­co en pub­li­ci­dad para per­iódi­cos como una de las medi­das de un plan de 600 mil­lones de euros para ayu­dar al sector.
  • La Aso­ciación de Edi­tores de Diar­ios Españoles, AEDE, ha pedi­do ayu­das al Gob­ier­no español, y la la Aso­ciación Españo­la de Edi­to­ri­ales de Pub­li­ca­ciones Per­iódi­cas (AEEPP) ha solic­i­ta­do que se baje el IVA de la pub­li­ci­dad y se impulse un plan de fomen­to de la lectura.
  • Prisa ha pedi­do al Ejec­u­ti­vo la implantación de un IVA cero para los per­iódi­cos.
  • The Guardian Media Group, edi­tor de los per­iódi­cos británi­cos The Guardian y su her­mano The Observ­er, ha inver­tido unos 1.000 mil­lones de libras entre 2001 y 2008 en con­tenidos dig­i­tales y en una redac­ción multimedia.
  • El pasa­do mes de febrero, la revista Time apos­ta­ba en un repor­ta­je tit­u­la­do «Cómo sal­var tu per­iódi­co» por un nue­vo mod­e­lo a medio camino entre las antiguas sucrip­ciones com­ple­tas a los diar­ios online y la gra­tu­idad total que impera actual­mente, y que en muchos casos resul­ta incom­pat­i­ble con los gas­tos que gen­era realizar una infor­ma­ción propia de cal­i­dad (enviar cor­re­spon­sales para no depen­der de las agen­cias, por ejem­p­lo). Se trataría de que el lec­tor real­izase, al modo de iTunes, micropa­gos por piezas sueltas (tan sólo unos cén­ti­mos), y que estos pud­iesen lle­varse a cabo de for­ma sen­cil­la, segu­ra, cómo­da y rápida.

4. EL FUTURO

Otra forma de hacer periódicos

Casi todos los grandes per­iódi­cos están inten­tan­do adap­tarse al nue­vo panora­ma, con may­or o menor éxi­to, impul­san­do al máx­i­mo sus con­tenidos en Inter­net y evolu­cio­nan­do hacia mod­e­los difer­entes, más acordes con lo que con­sid­er­an que deman­da el mer­ca­do (las audi­en­cias en Inter­net se pueden medir de for­ma inmediata).

Así, pre­sen­tan con­tenidos más vari­a­dos y flex­i­bles (de hecho, muchos pre­fieren hablar ya de «por­tales» o «gen­er­adores de con­tenidos» en lugar de per­iódi­cos), que incluyen no sólo noti­cias tradi­cionales, sino tam­bién todo tipo de ser­vi­cios, retrans­mi­siones en direc­to, mucha inter­ac­tivi­dad con los lec­tores (el lla­ma­do «peri­odis­mo ciu­dadano»), redes sociales, foros, comu­nidades, blogs, inte­gración máx­i­ma de ele­men­tos audio­vi­suales como vídeos o pod­casts (con­tenidos de audio), etc.

Pros y contras

Esta ren­o­vación puede pre­sen­tar en el futuro grandes opor­tu­nidades para los medios, con audi­en­cias mil­lonar­ias y mucho menores gas­tos de pro­dución que los que con­ll­e­van los per­iódi­cos en papel.

Entre los ries­gos que estos cam­bios supo­nen desta­ca, no obstante, el peli­gro de que se acabe pro­ducien­do una banal­ización de la infor­ma­ción. En este sen­ti­do, está más vivo que nun­ca el viejo debate sobre has­ta qué pun­to los peri­odis­tas deben sat­is­fac­er la deman­da del públi­co may­ori­tario, o de si la cal­i­dad de la pren­sa des­cansa en el peri­odis­mo pro­fe­sion­al o cualquiera puede ser periodista.

Por un lado, Inter­net ha democ­ra­ti­za­do la infor­ma­ción y ha con­segui­do eludir en muchos casos tan­to situa­ciones de cen­sura como los intere­ses de las grandes cor­po­ra­ciones mediáti­cas. Es la labor que a diario real­izan los blog­gers y los por­tales inde­pen­di­entes de noticias.

Por otra parte, sin embar­go, la red ha hecho más difí­cil com­pro­bar la veraci­dad de muchas noti­cias y ha gen­er­al­iza­do la elab­o­ración de infor­ma­ciones en los que los medios se copi­an entre sí (muchas veces sin citarse), con la con­sigu­iente reduc­ción de infor­ma­ción propia o de inves­ti­gación, uni­da a una may­or depen­den­cia de las mega-agen­cias de noti­cias y los gigantes mediáticos.

Otro pun­to polémi­co tiene que ver con el aprovechamien­to que algu­nas empre­sas de medios de comu­ni­cación estarían hacien­do de la actu­al situación de cam­bio y cri­sis económi­ca para jus­ti­ficar ajustes y solu­cionar, de este modo, prob­le­mas cuyo ori­gen no sería tan­to la rev­olu­ción dig­i­tal como la apues­ta que hicieron en el pasa­do por el poder financiero, cuan­do adquirieron enormes deu­das para seguir creciendo.

Periodistas multiusos

El mis­mo con­cep­to de peri­odista tam­bién está cam­bian­do. Del redac­tor espe­cial­iza­do que se lim­ita­ba a escribir, a apare­cer en tele­visión o a infor­mar por la radio, o el fotó­grafo que se lim­ita­ba a hac­er fotos, se está pasan­do a una inte­gración de fun­ciones en las que una mis­ma per­sona aca­ba escri­bi­en­do para var­ios for­matos, hacien­do fotos y gra­ban­do vídeos o audios.

EL NUEVO ORDEN MUSICAL

1. LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO

La paradoja

La músi­ca dig­i­tal es el fenó­meno cul­tur­al más con­sum­i­do en el mun­do. Las nuevas gen­era­ciones de con­sum­i­dores pre­fieren los for­matos dig­i­tales tipo mp3 a los dis­cos com­pactos. Según datos de la Fed­eración Inter­na­cional de Pro­duc­tores Fono­grá­fi­cos (IFPI), 2008 fue el sex­to año con­sec­u­ti­vo en el que este sec­tor crecía (un 25%), con unas ganan­cias totales de 3.700 mil­lones de dólares. Y, sin embar­go, las indus­trias discográ­fi­cas ase­gu­ran que se están arruinando.

Las causas

La cri­sis de la indus­tria de la músi­ca puede inter­pre­tarse de tres maneras:

  1. La rev­olu­ción dig­i­tal y el desar­rol­lo de los sis­temas de inter­cam­bios de archivos en las redes P2P han exten­di­do las ven­tas ile­gales (‘top man­ta’) y la lla­ma­da piratería en Inter­net, con lo que la gente con­sume músi­ca sin pagar por ella o pagan­do menos.
  2. El sec­tor no ha sabido adap­tarse a los nuevos tiem­pos y tra­ta de sobre­vivir con mod­e­los ancla­dos en el pasa­do en lugar de apos­tar por vías alternativas.
  3. Una com­bi­nación de las dos anteriores.

A la carta

En cualquier caso, el modo de escuchar y con­seguir músi­ca ha cam­bi­a­do y seguirá hacién­do­lo, gra­cias a los for­matos dig­i­tales, a las descar­gas en Inter­net (pagan­do o no) y a través de los móviles, a los por­tales online de músi­ca gratis en stream­ing y al desar­rol­lo de repro­duc­tores de mp3 como el iPod.

Se com­pran, se con­siguen o sim­ple­mente se escuchan can­ciones sueltas y no tan­to álbumes com­ple­tos. Y, con la excep­ción de la tele­visión, fenó­menos como las redes sociales, YouTube o MySpace empiezan a ten­er más peso a la hora de con­fig­u­rar la deman­da y los gus­tos que la pro­mo­ción real­iza­da a la man­era tradi­cional por las casas discográ­fi­cas o las radios.

2. LOS DATOS CANTAN

  • En 2008, los españoles se gas­taron en dis­cos casi un 12,5% menos que en 2007, una trayec­to­ria a la baja que se man­i­fi­es­ta ya por octa­vo año con­sec­u­ti­vo, según datos de Pro­mu­si­cae, la aso­ciación de los pro­duc­tores de músi­ca. El gas­to en 2008 fue de 225, 2 mil­lones de euros, 32 mil­lones menos que el año anterior.
  • El val­or de las ven­tas del sec­tor de la indus­tria musi­cal ha baja­do un 60% des­de 2001, según la con­sul­to­ra GfK.
  • Según cifras de la Alian­za Inter­na­cional de la Propiedad Int­elec­tu­al (IIPA), la indus­tria del entreten­imien­to perdió en España 637,4 mil­lones de dólares en 2008 debido a la lla­ma­da piratería y más de 1.000 mil­lones en 2007.
  • El 67% de los inter­nau­tas españoles, unos 8,77 mil­lones, admite bajarse con­tenidos de la red no autor­iza­dos y en 2008 se descar­garon casi 2.000 mil­lones de can­ciones de este modo, frente a los 2,2 mil­lones que se compraron.
  • Entre los menores de 24 años, el 81% reconoce descar­gar sin autor­ización con­tenidos de Inter­net con pro­gra­mas P2P.
  • Chi­na es el país con may­or por­centa­je de inter­nau­tas ‑el 99%- que real­izan descar­gas no autor­izadas de for­ma reg­u­lar. España encabeza la lista en Europa, con un 35%. Son datos del Informe de Músi­ca Dig­i­tal 2008 dela IFPI.
  • En 2007, la ven­ta de músi­ca en Inter­net y a través de canales móviles alcanzó los 1.970 mil­lones de euros (539 mil­lones más que en el ejer­ci­cio ante­ri­or), lo que supone el 15% del nego­cio discográ­fi­co, que en 2006 era del 11% y era inex­is­tente en 2003.

3. ALGUNAS REACCIONES

  • Fran­cia aprobó esta mis­ma sem­ana una con­tro­ver­ti­da ley con­tra la denom­i­na­da piratería en Inter­net, que pre­vé cor­tar el acce­so a la Red a los inter­nau­tas rein­ci­dentes que se descar­guen de for­ma ile­gal archivos someti­dos a dere­chos de autor. La ley pre­vé un dis­pos­i­ti­vo pro­gre­si­vo de san­ciones: primero se enviará una adver­ten­cia por Inter­net; seguirá una segun­da por car­ta cer­ti­fi­ca­da, y a la ter­cera caerá la san­ción, que puede ir des­de los seis meses a los dos años de sus­pen­sión del acce­so a Inter­net (sin dejar de pagar).
  • En España, la refor­ma real­iza­da en 2006 de la Ley de la Propiedad Int­elec­tu­al estable­ció un polémi­co canon para las copias pri­vadas y los soportes dig­i­tales, con el obje­ti­vo de com­pen­sar a los artis­tas por las pér­di­das que sufren a causa de las descar­gas en Inter­net y las ven­tas en los ‘top manta’.
  • El Min­is­te­rio de Cul­tura puso en mar­cha a prin­ci­p­ios de año la cam­paña «Si eres legal, eres legal», para com­bat­ir la lla­ma­da piratería con­cien­cian­do a los usuar­ios. El hecho de que se crim­i­nal­izase las descar­gas P2P (en España no es deli­to penal) encendió las críti­cas de los inter­nau­tas.
  • La cam­paña con­tra la lla­ma­da piratería la encabeza en España la Sociedad Gen­er­al de Autores y Edi­tores (SGAE).
  • Los oper­adores de tele­fonía e Inter­net y la SGAE han plantea­do la creación de «un super­por­tal» de con­tenidos dig­i­tales a «pre­cios ase­quibles», adap­ta­dos a la real­i­dad de la Red, así como la defini­ción de tres nive­les de usuar­ios (según con­tribuyan más o menos) a la hora de com­bat­ir las descar­gas no autor­izadas des­de Internet.

4. EL FUTURO

No retorno

La mayo­ria de los exper­tos y de los rep­re­sen­tantes de los sec­tores afec­ta­dos por la rev­olu­ción dig­i­tal en la músi­ca coin­ci­den en señalar que la cosa tiene ya una difí­cil vuelta atrás.

Por más que inten­ten reg­u­larse los mer­ca­dos o crear leyes nuevas, el con­tin­uo avance de la tec­nología hace posi­ble que cada restric­ción o inten­to de con­trol sea ‘burla­do’ al poco tiem­po, en un mar­co de ale­gal­i­dad sufi­ciente como para que sobre­vi­va lo necesario.

Y no se tra­ta sólo de un cam­bio de for­ma­to, como en el caso del paso del vini­lo al cedé, o del VHS al DVD, o como ocur­rió con la desapari­ción de las cas­settes. Se tra­ta de una nue­va for­ma de consumo.

Nuevas formas de vender música

Ante este panora­ma, no fal­tan quienes, sin más, dan por muer­to al sec­tor, al igual que han ido murien­do a lo largo de la his­to­ria otros sec­tores económi­cos tradi­cionales. Otros, sin embar­go, bara­jan aún diver­sas opciones de supervivencia:

  • Seguir pre­sio­n­an­do más por la vía legal, tratan­do de incre­men­tar las mul­tas y san­ciones, o de con­seguir leyes más restrictivas.
  • Seguir apo­s­tan­do por cam­pañas de con­cien­ciación, pero planteán­dose nuevos tonos y men­sajes, más efi­caces que los lle­va­dos a cabo has­ta ahora.
  • Inten­tar com­pe­tir con pre­cios más bajos en Inter­net, ofre­cien­do a la vez más seguri­dad y mejores con­tenidos, capaces de resul­tar lo sufi­cien­te­mente atrac­tivos para el público.
  • Plantearse el actu­al repar­to de los dere­chos de autor (a muchos usuar­ios no les impor­taría pagar si les garan­ti­za­sen que su dinero va a su artista favorito, en lugar de a un lote que luego se reparte pro­por­cional­mente de acuer­do con otros criterios).
  • Apos­tar defin­i­ti­va­mente, como alter­na­ti­va prin­ci­pal, por los ingre­sos que gen­era la músi­ca en directo.