Del Che a Ruiz Zafón, 50 años vendiendo libros en español en Montreal

En 1966, con­fian­do en el tirón de la Exposi­ción Uni­ver­sal que iba a cel­e­brarse al año sigu­iente en Mon­tre­al, Fran­cis­co González, un sevil­lano «de espíritu aven­turero», hizo las male­tas y, tras una estancia en París en la que cono­ció a quien acabaría sien­do su esposa, puso rum­bo a Canadá para empren­der una nue­va vida. Como a tan­tos otros emi­grantes, antes y aho­ra, al prin­ci­pio no le quedó otra que tra­ba­jar en la hostel­ería. Deci­di­do a ampli­ar sus estu­dios, sacó tiem­po para matric­u­larse en los cur­sos noc­turnos de la pres­ti­giosa Uni­ver­si­dad de McGill. Es allí donde se da cuen­ta de la difi­cul­tad con que se encuen­tran los alum­nos a la hora de con­seguir libros en español. Fran­cis­co vuelve entonces a Madrid y, «con su bue­na pres­en­cia y su pal­abr­ería», con­vence a unas cuan­tas edi­to­ri­ales. Regre­sa a Mon­tre­al, alquila un pequeño local y mon­ta una tien­da, casi un chirin­gui­to, al lado de la Uni­ver­si­dad. Era el ver­a­no de 1972 y acaba­ba de nac­er la libr­ería Las Américas.

La his­to­ria la cuen­ta Pilar Marín, nuera de Fran­cis­co, sevil­lana como él, y actu­al direc­to­ra de la libr­ería. Casi cin­cuen­ta años después, y deja­do ya atrás aquel primer peri­o­do en el que el val­or del nego­cio era «inex­is­tente», Las Améri­c­as es actual­mente la may­or libr­ería espe­cial­iza­da en libros en español de Canadá.

No en vano, el español es ya la ter­cera lengua más habla­da en la francó­fona Que­bec. «Todo el mun­do quiere apren­der­lo», expli­ca Pilar, «no solo los estu­di­antes». «Des­de direc­tivos de grandes empre­sas que invierten cada vez más en Lati­noaméri­ca, has­ta tur­is­tas que van, o iban, al sur de vacaciones».

El matiz de Pilar, ese «o iban», se refiere, claro está, a la pan­demia del coro­n­avirus: «Es ter­ri­ble. En estas fechas, por ejem­p­lo, es cuan­do los pro­fe­sores vienen con sus encar­gos, y tuvi­mos que cer­rar, dos meses ya… Seguimos como podemos, por Inter­net, por telé­fono». De momen­to van tiran­do con un prés­ta­mo del Gobierno.

El parón académi­co es impor­tante. Los libros rela­ciona­dos con el apren­diza­je del español con­sti­tuyen, de hecho, 80% de las ven­tas. «La gente lee muy poca lit­er­atu­ra, cada vez menos —se lamen­ta Pilar—. Se descar­ga mucho por Inter­net para los via­jes, pero poco más; el bom­bardeo con­tin­uo de tex­tos cor­tos desvía el interés».

El 20% restante (fic­ción, ensayos, biografías), y su evolu­ción a lo largo de las décadas, es un buen refle­jo de cómo ha ido cam­bian­do la comu­nidad his­panoh­ab­lante en Canadá con las difer­entes oleadas migra­to­rias: españoles en los 60, chilenos y argenti­nos en los 70, cen­troamer­i­canos en los 80… No leen lo mis­mo los exil­i­a­dos políti­cos que los refu­gia­dos o los inmi­grantes económicos.

Como expli­ca Fran­cis­co Her­mosín, librero de Las Améri­c­as, y otro andaluz apa­sion­a­do por los libros, «antes se vendían más obras que tenían que ver con la real­i­dad sociopolíti­ca del momen­to, Roque Dal­ton, Cabr­era Infante, Reinal­do Are­nas, el Che, Rigob­er­ta Menchú… Aparte de con­sagra­dos españoles como Delibes. Aho­ra, nue­stro últi­mo boom políti­co fue la tra­duc­ción de la biografía de Michelle Oba­ma, y, en cuan­to a fic­ción, Ruiz Zafón, Pérez-Reverte, María Dueñas y Julia Navar­ro, jun­to a los que siem­pre per­sis­ten, Gar­cía Márquez e Isabel Allende».

¿Y los clási­cos? ¿Cer­vantes, Lope? Los escasísi­mos que se venden son reduc­to de, en pal­abras de Fran­cis­co, «unas cuan­tas almas, pre­cisa­mente, qui­jotescas». «Ten­emos cien­tos de libros de Cát­e­dra que esta­mos ven­di­en­do a mitad de pre­cio porque aquí no fun­cio­nan», expli­ca. Ocurre algo seme­jante con los ensayos, com­pra­dos sobre todo por lec­tores francó­fonos o angló­fonos que han apren­di­do español y se intere­san por la cul­tura hispana.

En cualquier caso, la rev­olu­ción dig­i­tal ha cam­bi­a­do el paisaje por com­ple­to: «Hoy pri­ma el entreten­imien­to, y los gus­tos son mucho más homogé­neos», indi­ca Fran­cis­co. «Antes el librero tenía capaci­dad de pre­scrip­ción, hoy el lec­tor viene ya con una idea pre­con­ce­bi­da», añade.

En el diag­nós­ti­co de una sociedad cada vez menos lec­to­ra de libros coin­cide la cubana Sonia Álvarez, propi­etaria de Span­ish Books, otra libr­ería de libros en español en Toron­to. Sonia apun­ta una difi­cul­tad extra: «A los his­panoh­ab­lantes no les gus­ta com­prar por Inter­net». En su libr­ería, y qui­tan­do a la omnipresente Allende, los número uno son, prin­ci­pal­mente, españoles (Ilde­fon­so Fal­cones, Almu­de­na Grandes), y lo más deman­da­do, la nov­ela históri­ca, el género negro y la autoayuda.

La clien­tela de Sonia es una mues­tra de quién com­pra lit­er­atu­ra en español en Canadá: «His­panoh­ab­lantes asid­u­os que bus­can novedades, cana­di­ens­es que via­jan a Lati­noaméri­ca, y padres que bus­can libros infan­tiles para que sus hijos no pier­dan el idioma. Cuan­do lle­gan a Har­ry Pot­ter leen ya en inglés».


Pub­li­ca­do en el No. 8 de la revista Archile­tras (julio-sep­tiem­bre 2020)