Un viaje con rostro humano a las heridas aún abiertas del franquismo

María Martín, en un fotogra­ma del doc­u­men­tal ‘El silen­cio de los otros’.

«Yo tenía seis años cuan­do fueron a por mi madre, gente del pueblo, todos los de Fran­co. La encon­traron al día sigu­iente, en la oril­la de la car­retera. No la pudieron pon­er en el cemente­rio. El pueblo no les dejó». La voz gas­ta­da de María Martín, una anciana nona­ge­nar­ia, nave­ga por sus recuer­dos mien­tras la vemos deposi­tar un ramo de flo­res jun­to al quita­miedos de una car­retera, apoy­a­da en un bastón. El con­traste entre las imá­genes que pueblan su memo­ria y la belleza de la luz de la mañana que inun­da la esce­na tiene algo de perturbador.

Del cuel­lo de María cuel­ga un medal­lón con la ima­gen de su madre, Fausti­na López González, asesina­da el 21 de sep­tiem­bre de 1936 en Bue­naven­tu­ra, un pequeño pueblo de Tole­do, durante los primeros meses de la Guer­ra Civ­il españo­la. La foto, un ros­tro en sepia de otro tiem­po al que se decidió no mirar demasi­a­do para poder seguir ade­lante, parece un antí­do­to con­tra el olvi­do, pero María no ha deja­do de recor­dar ni un solo día des­de hace más de ocho décadas. Y como el de su madre, has­ta 100.000 cadáveres per­manecen aún a la espera de ser exhuma­dos en toda España. «Este es el sitio de la fosa», cuen­ta, miran­do a la cámara, en la cune­ta, con los ojos llorosos: «Mira, allí, en esos zarza­les, tiraron las ropas». Y luego: «Qué injus­ta que es la vida… No la vida, los humanos. Somos injustos».

Almudena Carracedo y Robert Bahar
Almu­de­na Car­race­do y Robert Bahar, en el Fes­ti­val Hot Docs, en Toron­to. Foto: Julio César Rivas / Lat­tin Magazine

María Martín murió en 2014, unos años después de la grabación de esta esce­na, con la que arran­ca el doc­u­men­tal El silen­cio de los otros. Fal­l­e­ció sin haber podi­do recu­per­ar los restos de su madre, y sin haber podi­do cumplir la prome­sa que le hizo a su padre de que lo haría. Su his­to­ria es uno de los ejes de una pelícu­la, real­iza­da por la españo­la Almu­de­na Car­race­do y el esta­dounidense Robert Bahar que, a lo largo de seis años, acom­paña de for­ma ínti­ma y a la vez disc­re­ta las vidas de varias víc­ti­mas y famil­iares de víc­ti­mas del fran­quis­mo, en su batal­la por que se haga jus­ti­cia y con­tra la imposi­ción por ley del olvi­do, el perdón y el silen­cio. El doc­u­men­tal, que cuen­ta con la pro­duc­ción ejec­u­ti­va de El Deseo (la pro­duc­to­ra de Pedro y Agustín Almod­ó­var), obtu­vo el Pre­mio del Públi­co y el Pre­mio de Cine por la Paz de la Fun­dación Hein­rich Böll en el últi­mo Fes­ti­val de Cine de Berlín, y se pre­sen­tó este viernes en Toron­to, en el mar­co del Fes­ti­val Inter­na­cional de Doc­u­men­tales Hot Docs, uno de los más impor­tantes del mun­do, si no el que más, en su género.

«Se nos ha impuesto ese silen­cio, y lo hemos asum­i­do; mi gen­eración aún sabe un poco, pero la sigu­iente ape­nas conoce nada, no es parte de su memo­ria ni de sus luchas colec­ti­vas», cuen­ta a Lat­tin Mag­a­zine Car­race­do, naci­da en Madrid en ple­na tran­si­ción españo­la a la democ­ra­cia. «No es una pelícu­la sobre la Guer­ra Civ­il, ni pre­tendemos explicar la tran­si­ción; nues­tra his­to­ria es en pre­sente», añade. «Puedes bus­car infor­ma­ción en Google, pero no te puedes pon­er en el lugar del otro si no te sumerges en su his­to­ria», expli­ca, a su vez, Robert Bahar: «Nues­tra inten­ción era bucear en esas his­to­rias, en lo que se hizo invis­i­ble durante cuarenta años».

Niños robados

El doc­u­men­tal abor­da, a través de tes­ti­mo­nios y expe­ri­en­cias per­son­ales (el con­tex­to históri­co se resuelve con una voz en off en ape­nas unos min­u­tos al prin­ci­pio), tres sinies­tras caras del fran­quis­mo cuyas heri­das con­tinúan abier­tas para muchos de quienes las sufrieron y sus descen­di­entes: los desa­pare­ci­dos de la Guer­ra Civ­il, los tor­tu­ra­dos durante la dic­tadu­ra y los cien­tos de casos de niños roba­dos, arrebata­dos a sus madres nada más nac­er medi­ante fal­sos informes de defun­ción, algunos de los cuales lle­gan inclu­so has­ta comen­za­da ya la déca­da de los ochen­ta, var­ios años después de la muerte de Franco.

Los recuer­dos de los tor­tu­ra­dos y las secue­las con las que aún con­viv­en (des­de el trau­ma mis­mo de la tor­tu­ra al hecho de que, como en el caso de José María ‘Cha­to’ Galante, su tor­tu­rador, Anto­nio González Pacheco, ‘Bil­ly el Niño’, siga vivien­do impune­mente a unos cuan­tos met­ros de su casa) son des­gar­radores, como lo es tam­bién el dolor de los famil­iares de los enter­ra­dos en las cune­tas, inca­paces de poder cer­rar su due­lo tan­tas décadas después. Hay una especie de aliv­io agridulce y difí­cil de proce­sar cuan­do vemos, por ejem­p­lo, a Ascen­sión Mendi­eta, de 90 años, llo­rar ante los hue­sos medio descom­puestos de su padre, Tim­o­teo, un sindi­cal­ista fusila­do en Guadala­jara en 1939, cuyos restos pudieron ser final­mente exhuma­dos en 2017 gra­cias al pro­ce­so inter­na­cional puesto en mar­cha por la jueza argenti­na María Servini.

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José María Galante recorre las antiguas depen­den­cias poli­ciales en las que fue tor­tu­ra­do, en el doc­u­men­tal ‘El silen­cio de los otros’.

Pero es el escán­da­lo de los niños roba­dos, por lo poco cono­ci­do que sigue sien­do entre la sociedad españo­la en gen­er­al, lo que resul­ta, quizá, más impac­tante. «Empezamos a grabar intere­sa­dos por los casos de los niños roba­dos, y por el hecho de que algo así hubiese podi­do ocur­rir en España, y fue entonces cuan­do nos encon­tramos con la querel­la argenti­na», expli­ca Car­race­do. Así, el proyec­to, que no esta­ba con­ce­bido en un prin­ci­pio como espe­cial­mente largo, acabó con­vir­tién­dose en un tra­ba­jo de seis años y más de 450 horas de rodaje.

Justicia universal

La lla­ma­da querel­la argenti­na, cuya con­struc­ción, desar­rol­lo y con­se­cuen­cias nos mues­tra des­de den­tro el doc­u­men­tal, es la deman­da inter­pues­ta final­mente en el país suramer­i­cano, y dirigi­da por la jueza Servi­ni, ante el per­sis­tente silen­cio y las tra­bas legales a los que se enfrenta­ban las víc­ti­mas en su pro­pio país, como con­se­cuen­cia de la Ley de Amnistía de 1977, aún vigente. La úni­ca excep­ción que les había abier­to un camino en España, el inten­to del juez Bal­tasar Garzón de aplicar al fran­quis­mo los mecan­is­mos de jus­ti­cia uni­ver­sal que le per­mi­tieron ini­ciar el históri­co pro­ce­so con­tra el exdic­ta­dor chileno Augus­to Pinochet, acabó con el proce­samien­to del pro­pio juez.

«Es impor­tante situ­ar a España en ese con­tex­to inter­na­cional en el que después de un con­flic­to se han abier­to pro­ce­sos de inves­ti­gación, como ha ocur­ri­do en Ruan­da, Sudáfrica o Cam­boya», señala Bahar. «España, que fue pio­nera en el uso de la jus­ti­cia uni­ver­sal [en el caso Pinochet], nie­ga esa mis­ma jus­ti­cia para sus pro­pios crímenes», apun­ta Carracedo.

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Acen­sión Mendi­eta, que pudo final­mente exhumar los restos de su padre, ante los medios, en el doc­u­men­tal ‘El silen­cio de los otros’.

Hace poco más de un mes, el 20 de mar­zo, el Con­gre­so español rec­hazó, con los votos en con­tra de tres par­tidos (incluyen­do el con­ser­vador PP, en el Gob­ier­no, y el PSOE, social­ista) una refor­ma de la Ley de Amnistía que habría abier­to una vía para juz­gar los crímenes del fran­quis­mo. La refor­ma ni siquiera pre­tendía derog­ar com­ple­ta­mente la ley o abrir juicios con­tra cualquier cualquier acto políti­co cometi­do antes de 1975 que hubiese resul­ta­do en deli­to. Solo bus­ca­ba refor­mar la nor­ma para que algunos crímenes con­sid­er­a­dos imper­don­ables has­ta por Naciones Unidas, como la desapari­ción forza­da o la tor­tu­ra, pud­iesen ser juz­ga­dos. «¿Cómo puede un país como España, con insti­tu­ciones democráti­cas ya fuertes y asen­tadas, per­mi­tir este tipo de cosas?», se pre­gun­ta Carracedo.

«Existen»

El doc­u­men­tal, en cualquier caso, no es un pan­fle­to políti­co, ni pre­tende ser tam­poco un exhaus­ti­vo repa­so a la his­to­ria reciente de España. Es, al final, algo mucho más humano. Y esa intim­i­dad que des­ti­la (se lle­ga a olvi­dar que hay una cámara rodan­do) no habría sido posi­ble de no ser por, como expli­can sus pro­pios real­izadores, dos fac­tores fun­da­men­tales: el mucho tiem­po que pasaron con los pro­tag­o­nistas y sus famil­ias, y la sen­cillez de los medios téc­ni­cos que utilizaron.

«Éramos tan solo yo con la cámara y Robert con el sonido, y eso fue cre­an­do una con­fi­an­za espe­cial», expli­ca Car­race­do. «La primera vez que grabas todo es más con­sciente, pero después de trein­ta veces esa bar­rera desa­parece», añade. De hecho, tan­to ella como Bahar siguen en con­tac­to con muchas de las per­sonas que apare­cen en el filme: «Quince de ellos esta­ban con nosotros en el estreno», cuen­ta Bahar: «Fue muy emo­cio­nante cuan­do el públi­co empezó a aplaudir, y ellos pudieron sen­tir que su his­to­ria está viva, que, al fin, existen».

El hecho de que los acon­tec­imien­tos fue­sen incor­porán­dose a la pelícu­la a medi­da que se iban pro­ducien­do otor­ga además al doc­u­men­tal un drama­tismo espe­cial. «No sabíamos qué iba a suced­er después, o cómo iban a acabar, por ejem­p­lo, los pro­ce­sos judi­ciales», señala Bahar. A lo largo de los años que tran­scur­ren en la pelícu­la hay muchos momen­tos de frus­tración, de desán­i­mo ante batal­las judi­ciales per­di­das tras haber cel­e­bra­do lo que parecía una pequeña vic­to­ria, instantes de rabia ante una impunidad que parece blinda­da. Pero tam­bién esce­nas en las que se abre paso cier­ta esper­an­za, la con­stat­ación de que han surgi­do ya las primeras gri­etas en ese muro de silen­cio, de que las voces que han per­maneci­do tan­tos años al otro lado, y que en la may­oría de los casos no hablan de ven­gan­za, sino de jus­ti­cia, empiezan, por fin, a escucharse.