Frentes judiciales, menos medios amigos, la sombra del Capitolio, rivales fuertes… Trump vuelve cuesta arriba a la carrera presidencial

«Devolver la glo­ria» a Esta­dos Unidos; un país «en deca­den­cia», «inva­di­do» y «de rodil­las»; «voy a ser vues­tra voz»; «soy una víc­ti­ma»… Con un dis­cur­so lleno de sus habit­uales hipér­boles, y recur­rien­do una vez más al vic­tim­is­mo, al pop­ulis­mo y al nativis­mo más bási­co, Don­ald Trump con­fir­mó este martes ofi­cial­mente que volverá a inten­tar ser el can­dida­to de su par­tido en las elec­ciones pres­i­den­ciales de 2024, abrien­do así la car­rera por la nom­i­nación republicana.

Trump, de 76 años, escogió la opu­len­cia de su man­sión de Mar-a-Lago en Flori­da para hac­er un anun­cio que venía insin­uan­do des­de hace meses, y que aho­ra lle­ga en un momen­to en que su estrel­la políti­ca no es lo que solía ser, con prob­le­mas, además, tan­to con la Jus­ti­cia como en el Congreso.

Será la ter­cera vez que com­pi­ta por ser can­dida­to a la Casa Blan­ca. Lo hizo en 2000 por un par­tido alter­na­ti­vo, después ya como repub­li­cano en 2016 —su por aho­ra úni­co inten­to vic­to­rioso—, y final­mente en 2020, cuan­do acabó sien­do ven­ci­do por el hoy pres­i­dente, Joe Biden, aunque nun­ca haya admi­ti­do su der­ro­ta y siga atribuyen­do el resul­ta­do de las elec­ciones a «un robo».

Antes de él, úni­ca­mente seis expres­i­dentes han inten­ta­do regre­sar a la Casa Blan­ca después de haber­la aban­don­a­do, y solo uno, Stephen Grover Cleve­land, lo logró… en 1893.

En su anun­cio del martes, Trump se mostró seguro de que logrará más votos en 2024 que en 2016, sin lle­gar a men­cionar siquiera que para ser can­dida­to deberá primero ganar las pri­marias republicanas.

Sin embar­go, las encues­tas sobre inten­ción de voto para esas pri­marias le son adver­sas, y hay numerosos políti­cos repub­li­canos que, disc­re­ta­mente, señalan ya que Trump no debe ser la opción.

Por si fuera poco, medios de comu­ni­cación que fueron sus may­ores pro­pa­gan­dis­tas le han dado la espal­da, o ya no le tien­den la alfom­bra roja que solían pon­er a su disposición.

‘Hombre de Florida hace anuncio’

Su tradi­cional bastión, Fox News, por ejem­p­lo, no retrans­mi­tió ínte­gra­mente su anun­cio del martes, que inter­rumpió para dar paso a sus anal­is­tas, eso sí, después de dejar hablar al expres­i­dente durante unos 40 min­u­tos (CNN aguan­tó solo 20, y MSNBC no llegó ni a conec­tar en directo).

La cade­na con­ser­vado­ra de tele­visión no es, además, la úni­ca rama del impe­rio mediáti­co de Rupert Mur­doch que se ha dis­tan­ci­a­do de Trump, que parece haber sido aban­don­a­do a su suerte por el mag­nate aus­traliano, mien­tras antigu­os adu­ladores le cul­pan aho­ra de que el Par­tido Repub­li­cano no haya sido capaz de lograr una vic­to­ria clara en las elec­ciones de medio manda­to (han con­segui­do la may­oría en la Cámara de Rep­re­sen­tantes, pero no el Sena­do).

Aparte del más pre­vis­i­ble ataque de The Wall Street Jour­nal, uno de cuyos edi­to­ri­ales llevó por títu­lo «Trump es el may­or perde­dor del Par­tido Repub­li­cano», la bofe­ta­da más dura des­de los medios de Mur­doch (has­ta aho­ra) ha lle­ga­do nada menos que des­de el tabloide New York Post. En la parte de aba­jo de su por­ta­da de este miér­coles, ape­nas desta­ca­do, podía leerse: «Hom­bre de Flori­da hace anuncio».

Y un ejem­p­lo más: la revista Nation­al Review, toda una insti­tu­ción en el peri­odis­mo con­ser­vador en EE UU, pub­licó este mis­mo miér­coles un edi­to­r­i­al tit­u­la­do escue­ta­mente «No», en el que describe la can­di­datu­ra pres­i­den­cial de Trump como una «invitación a redoblar los atro­pel­los y fra­ca­sos de los últi­mos años que los repub­li­canos deberían rec­haz­ar sin vac­ilar ni dudar».

Rivales de peso

Otra de las grandes difer­en­cias con respec­to a su ante­ri­or car­rera para con­ver­tirse en el can­dida­to repub­li­cano a la Casa Blan­ca es que esta vez sus posi­bles rivales no se lo van a pon­er tan fácil.

Los últi­mos son­deos indi­can que el fla­mante reelegi­do gob­er­nador de Flori­da, su exali­a­do Ron DeSan­tis —que aún no ha desve­la­do si se pre­sen­tará o no—, le sacaría una ven­ta­ja sig­ni­fica­ti­va si final­mente se diera un due­lo entre ambos en las pri­marias. A tenor de los recientes ataques y burlas de Trump con­tra la emer­gente estrel­la repub­li­cana, a quien el expres­i­dente lla­ma «Ron DeSan­tur­rón», puede aveci­narse una guer­ra sin cuar­tel. Más aún tenien­do en cuen­ta que el gob­er­nador está ganan­do cada vez más apoyo en medios como la propia Fox News.

El otro nom­bre que sue­na con fuerza es Mike Pence, que fue su vicepres­i­dente, y que aca­ba de sacar un libro en el que Trump no sale nada bien para­do. «Hay mejores opciones», dijo Pence sobre su antiguo jefe en una reciente entre­vista. En cuan­to a sus inten­ciones de com­pe­tir él mis­mo por la nom­i­nación tan solo men­cionó que lo «está considerando».

Ante la Justicia, frente al Congreso, y sin sus hijos

Trump atraviesa además por un peri­o­do espe­cial­mente difí­cil, con difer­entes frentes abier­tos ante la Jus­ti­cia y en el Con­gre­so. En el primer caso, por las finan­zas de su empre­sa famil­iar, y en el segun­do, por el asalto al Capi­to­lio de enero de 2021 por parte de una tur­ba de seguidores suyos, a los que antes había aren­ga­do en un mitin para que defendiesen su supues­ta vic­to­ria electoral.

En su dis­cur­so de este martes, Trump no dudó en describirse como «una víc­ti­ma», «persegui­do» por una con­fab­u­lación de toda clase de fuerzas y peor trata­do que el gáng­ster Al Capone.

Por otra parte, tam­poco parece que vaya a ten­er en esta ocasión el apoyo direc­to de sus hijos con el que ha con­ta­do otras veces. Durante su esper­a­do anun­cio de este martes no estu­vo pre­sente ninguno de ellos. En un comu­ni­ca­do tras el dis­cur­so, Ivan­ka dijo que «amo a mi padre», pero que «esta vez he deci­di­do dar­le pri­or­i­dad a mis hijos pequeños y la vida pri­va­da», aña­di­en­do que «no ten­go planea­do estar involu­cra­da en políti­ca». Don­ald Trump Junior alegó por su parte haber per­di­do un avión, y Tiffany se encuen­tra de luna de miel. Solo estu­vo, entre el públi­co, Eric, su hijo con Mela­nia, de 16 años.

Y aún así…

Trump con­fía en que el anun­cio de su entra­da en las pri­marias repub­li­canas insu­fle un nue­vo aire de opti­mis­mo en las filas de un par­tido que había apos­ta­do por lograr mejores resul­ta­dos en las elec­ciones de mitad de manda­to aprovechan­do la caí­da de pop­u­lar­i­dad de la Admin­is­tración de Biden. 

En la tarea pesarán, sin duda, sus años al frente de la Casa Blan­ca, incluyen­do su crit­i­ca­da gestión de la pan­demia o el dudoso hon­or de ser el primer pres­i­dente de Esta­dos Unidos en haberse tenido que enfrentar a dos juicios políticos.

Y a pesar de todo, la can­di­datu­ra de Trump, que provo­ca tan­to entu­si­as­mo como temor den­tro de su pro­pio par­tido, es, a día de hoy, la favorita. No en vano, el mag­nate sabe bien lo que es moverse en unas pri­marias: en 2016 no dudó en atacar con espe­cial vir­u­len­cia a la doce­na de opo­nentes que se pos­tu­la­ban como can­didatos, provo­can­do per­ple­ji­dad den­tro del par­tido, pero las deli­cias de un elec­tora­do de base que más tarde se con­ver­tiría en el prin­ci­pal acti­vo de su mandato. 

Esa base incondi­cional sigue sien­do, de momen­to, su prin­ci­pal esperanza.


Con infor­ma­ción de Efe y Europa Press.

EE UU intenta superar el trauma del asalto al Capitolio un año después, con Trump cada vez más contra las cuerdas

El 6 de enero de 2021 fue un día que quedará graba­do para siem­pre en la memo­ria de los esta­dounidens­es. En un ataque sin prece­dentes, retrans­mi­ti­do en direc­to por tele­visión, una tur­ba de sim­pa­ti­zantes del entonces pres­i­dente, Don­ald Trump, destroz­a­ba las puer­tas y ven­tanas de la sede del Con­gre­so, en Wash­ing­ton DC, e irrumpía en el Capi­to­lio, inter­rumpi­en­do la sesión con­jun­ta del poder leg­isla­ti­vo que se disponía a cer­ti­ficar la vic­to­ria de Joe Biden en las elec­ciones pres­i­den­ciales de 2020.

El asalto se pro­du­jo jus­to después de un incen­di­ario mitin de Trump, en el que el man­datario agitó sus men­ti­ras sobre un supuesto fraude elec­toral, y alen­tó a sus seguidores a mar­char hacia el Capi­to­lio y «luchar». Tras el dis­cur­so, unas 10.000 per­sonas se dirigieron hacia el Con­gre­so y, tras rodear­lo, cer­ca de 800 lograron entrar en el emblemáti­co edi­fi­cio, superan­do las bar­reras poli­ciales y obligan­do a los leg­is­ladores a bus­car refu­gio a toda prisa.

Las imá­genes sur­re­al­is­tas que se pro­du­jeron entonces, con energú­menos cam­pan­do a sus anchas por las insta­la­ciones, atavi­a­dos con exóti­cas ves­ti­men­tas y parafer­na­lia trump­ista, y cau­san­do destro­zos mien­tras onde­a­ban ban­deras con­fed­er­adas, dieron la vuelta al mun­do y con­tinúan aún en la reti­na de los ciudadanos.

La jor­na­da ter­minó con el trági­co bal­ance de cin­co muer­tos, cer­ca de 140 agentes heri­dos y el trau­ma colec­ti­vo de haber vis­to ame­naza­do el corazón mis­mo de las insti­tu­ciones democráti­cas del país.

Ya de madru­ga­da, el Con­gre­so cumplió con su mis­ión de cer­ti­ficar la vic­to­ria de Biden en las elec­ciones y la der­ro­ta de Trump, quien pos­te­ri­or­mente se con­ver­tiría en el úni­co pres­i­dente de la his­to­ria de EE UU en super­ar un segun­do impeach­ment (juicio políti­co), impul­sa­do esta vez bajo la acusación de inci­tar la insurrección.

Un año después, la heri­da sigue abier­ta: el 68% de los votantes repub­li­canos pien­sa todavía que a Trump le robaron las elec­ciones y que, por tan­to, Biden ejerce su poder de for­ma ilegí­ti­ma, según una encues­ta de noviem­bre de la fir­ma demoscópi­ca PRRI.

Contra «el odio» y «las mentiras»

Biden, por su parte, dará este jueves un dis­cur­so en el que, según ha ade­lan­ta­do la Casa Blan­ca, con­denará el «odio» que provocó el ataque y las «men­ti­ras» que des­de entonces han difun­di­do Trump y sus ali­a­dos, apoyán­dose en teorías de la con­spir­ación, según las cuales los asaltantes no fueron seguidores del entonces pres­i­dente, a pesar de que varias inves­ti­ga­ciones han demostra­do ya que sí lo eran.

«El pres­i­dente hablará del sig­nifi­ca­do históri­co del 6 de enero [de 2021], y de lo que supone para el país un año después», dijo este martes la por­tavoz de la Casa Blan­ca, Jen Psaki.

Tan­to Biden como la vicepres­i­den­ta, Kamala Har­ris, pro­nun­cia­rán sendos dis­cur­sos des­de el mis­mo Capi­to­lio, donde hay pro­gra­ma­dos var­ios actos solemnes con moti­vo del primer aniver­sario del asalto.

«El pres­i­dente hablará sobre la ver­dad de lo que ocur­rió, no sobre las men­ti­ras que algunos han difun­di­do des­de entonces, y sobre el peli­gro que ha supuesto para la legal­i­dad y para nue­stro sis­tema de Gob­ier­no democráti­co», recal­có Psa­ki. Además, Biden pedirá seguir tra­ba­jan­do para «ase­gu­rar y for­t­ale­cer la democ­ra­cia y las insti­tu­ciones», para «rec­haz­ar el odio y las men­ti­ras que vimos el 6 de enero», y para «unir al país», agregó.

No está claro si Biden criti­cará direc­ta­mente a Trump en su dis­cur­so, pero Psa­ki ase­guró que el actu­al man­datario tiene claro que su pre­de­ce­sor «inten­tó blo­quear la tran­si­ción pací­fi­ca de poder» tras las elec­ciones de 2020 y «defendió a la tur­ba que atacó el Capi­to­lio y a los policías» que lo custodiaban.

En cuan­to al pro­pio Trump, el expres­i­dente tenía pre­vis­to dar una rue­da de pren­sa sobre el aniver­sario tam­bién este jueves, pero final­mente anun­ció en un comu­ni­ca­do este martes que había deci­di­do can­ce­lar­la, debido a «la total par­cial­i­dad» del comité de la Cámara de Rep­re­sen­tantes que inves­ti­ga el asalto.

Culpables materiales e intelectuales

Porque, entre tan­to, la jus­ti­cia y la inves­ti­gación siguen su cur­so. Un año después del asalto, cen­tenares de pro­ce­sos, tan­to judi­ciales como políti­cos, con­tinúan bus­can­do a los cul­pa­bles mate­ri­ales e int­elec­tuales del ataque, y estrechan­do cada vez más el cer­co sobre Don­ald Trump. 

Las inves­ti­ga­ciones se div­i­den en dos grandes gru­pos: por un lado, la per­se­cu­ción poli­cial (encabeza­da por el FBI) y judi­cial a cen­tenares de per­sonas que pro­tag­oni­zaron actos vio­len­tos o vandáli­cos en esa jor­na­da; por otro, el pro­ce­so políti­co cen­tra­do en miem­bros de la órbi­ta del exman­datario, que lle­va a cabo el comité del Con­gre­so al que se refer­ía Trump este martes.

Has­ta la fecha se han pre­sen­ta­do car­gos con­tra más de 700 per­sonas por deli­tos que van des­de atacar físi­ca­mente a policías has­ta impedir el ejer­ci­cio de sus fun­ciones, pasan­do por destru­ir propiedad del Gob­ier­no o entrar en un edi­fi­cio de acce­so restringi­do. La may­or con­de­na emi­ti­da has­ta aho­ra —dada a cono­cer el pasa­do 17 de diciem­bre— recayó sobre un hom­bre que atacó a agentes de policía con un extin­tor y que fue sen­ten­ci­a­do a cin­co años y tres meses de prisión.

Los hombres del presidente

Y mien­tras el FBI y la Jus­ti­cia lid­i­an con los ciu­dadanos anón­i­mos que pro­tag­oni­zaron los hechos, el men­ciona­do comité de la Cámara de Rep­re­sen­tantes —con­tro­la­da por el Par­tido Demócra­ta— desar­rol­la una inves­ti­gación para­lela sobre qué ocur­rió el 6 de enero y los días prece­dentes en las más altas instan­cias del Gob­ier­no estadounidense. 

Este comité fue crea­do por la pres­i­den­ta de la Cámara de Rep­re­sen­tantes, la demócra­ta Nan­cy Pelosi, y está for­ma­do por una may­oría de con­gre­sis­tas demócratas, aunque hay tam­bién dos inte­grantes repub­li­canos ‑Liz Cheney y Adam Kinzinger- que están enfrenta­dos con Trump. Su mis­ión es inves­ti­gar por qué ocur­rió el asalto, quién fue respon­s­able y qué puede hac­erse para evi­tar otro suce­so similar.

El Con­gre­so no tiene capaci­dad de san­cionar, por lo que la inves­ti­gación es mera­mente infor­ma­ti­va, pero si alguno de los lla­ma­dos a tes­ti­ficar se nie­ga a hac­er­lo, el comité puede declarar en desaca­to a esa per­sona, para que el Depar­ta­men­to de Jus­ti­cia deci­da después si pre­sen­ta cargos. 

Es lo que ha suce­di­do, pre­cisa­mente, con tres exco­lab­o­radores de Trump: su exas­esor y exjefe de cam­paña Steve Ban­non, su exjefe de gabi­nete Mark Mead­ows, y el exayu­dante del fis­cal gen­er­al Jef­frey Clark, todos ellos declar­a­dos en desaca­to. Si son hal­la­dos cul­pa­bles, podrían ser con­de­na­dos a var­ios meses o inclu­so un año de prisión.

Denuncias directas contra Trump

En el fon­do del debate tras los casos de Ban­non, Mead­ows y Clark está la figu­ra del pro­pio expres­i­dente, y la incóg­ni­ta sobre si el comité pedirá al Depar­ta­men­to de Jus­ti­cia que pre­sente car­gos crim­i­nales con­tra Trump, en fun­ción de lo que encuen­tre. La pren­sa esta­dounidense ase­gu­ra que los demócratas lo tienen sobre la mesa, pero inclu­so entre las propias filas pro­gre­sis­tas existe división de opiniones.

Por lo pron­to, tres policías deman­daron este mis­mo martes al expres­i­dente por su papel durante el asalto al Capi­to­lio, con lo que ya son diez las acciones legales impul­sadas con­tra Trump, después de que dos agentes denun­cia­ran al exgob­er­nante repub­li­cano en mar­zo y siete más en agos­to del año pasado.

Los policías acu­san a Trump de asalto y agre­sión, com­pli­ci­dad en el asalto y la agre­sión, y vio­lación del estatu­to de seguri­dad públi­ca del Dis­tri­to de Colum­bia, entre otros delitos.

Los documentos secretos

Por otra parte, sigue en pie la batal­la judi­cial de Trump por man­ten­er ocul­tos una serie doc­u­men­tos sobre el asalto al Capi­to­lio que están aho­ra en poder de los Archivos Nacionales de Esta­dos Unidos. 

A prin­ci­p­ios de octubre, Biden autor­izó que los Archivos entre­gasen los doc­u­men­tos al comité del Con­gre­so que inves­ti­ga el asalto, rec­hazan­do así los argu­men­tos de Trump, que defiende que esos informes deben man­ten­erse en secre­to porque podrían pon­er en peli­gro la seguri­dad nacional. El 18 de octubre, Trump inter­pu­so una deman­da ante la Corte Fed­er­al de Wash­ing­ton, pero en noviem­bre una jueza de esa instan­cia fal­ló en su con­tra. Trump recur­rió, y el pasa­do 9 de diciem­bre un tri­bunal fed­er­al de apela­ciones rec­hazó su recur­so. No obstante, el exman­datario aún puede acud­ir al Tri­bunal Supremo.

El con­tenido exac­to de esos doc­u­men­tos se desconoce, pero supues­ta­mente se tra­ta de corre­os elec­tróni­cos, bor­radores de dis­cur­sos y reg­istros de vis­i­tas que podrían rev­e­lar qué pasó exac­ta­mente en la Casa Blan­ca durante el asalto al Capi­to­lio y en los días que rodearon el suceso.


Con infor­ma­ción de Efe

Ganar con menos votos que el rival: el peculiar sistema electoral de EE UU podría beneficiar de nuevo a Trump

En las elec­ciones de 2016 Don­ald Trump recibió unos 3,2 mil­lones de votos menos que su rival demócra­ta, Hillary Clin­ton, a pesar de lo cual el can­dida­to repub­li­cano obtu­vo la vic­to­ria, al aca­parar más votos en el Cole­gio Elec­toral. Cua­tro años después, la his­to­ria podría repetirse.

Miles de sim­u­lacros por orde­nador real­iza­dos en la Uni­ver­si­dad de Colum­bia indi­can que, si el lla­ma­do voto pop­u­lar (el número total de sufra­gios que recibe cada can­dida­to) aca­ba sien­do muy igual­a­do, el pecu­liar sis­tema de Cole­gio Elec­toral por el que se rigen los comi­cios pres­i­den­ciales en EE UU volverá a incli­narse la sem­ana que viene a favor del actu­al inquili­no de la Casa Blan­ca, aunque algo menos que en 2016, según señala un estu­dio pub­li­ca­do esta sem­ana en la revista Pro­ceed­ings of the Nation­al Acad­e­my of Sci­ences (PNAS), y recogi­do por Efe.

Los respon­s­ables del informe, Robert Erik­son, un pro­fe­sor de cien­cias políti­cas, y Karl Sig­man, pro­fe­sor de inge­niería indus­tri­al, exam­i­naron la for­ma en que los resul­ta­dos del Cole­gio Elec­toral están condi­ciona­dos por el modo en que los Esta­dos votaron en elec­ciones pre­vias. Tras analizar los desen­laces elec­torales des­de el año 1980, y después de efec­tu­ar miles de sim­u­lacros, con­cluyeron que Trump ten­drá ven­ta­ja en el Cole­gio Elec­toral frente a su rival demócra­ta, el ex vicepres­i­dente Joe Biden, en el caso de que el resul­ta­do sea, como se pre­vé, ajustado.

Los autores sostienen que, de acuer­do con los datos de su análi­sis, el pun­to de inflex­ión entre una prob­a­ble vic­to­ria demócra­ta o repub­li­cana en el Cole­gio Elec­toral no está en un voto pop­u­lar repar­tido 50 a 50, sino más bien en una horquil­la de un 51% de voto demócra­ta frente a un 49% republicano. 

Actual­mente, las encues­tas dan a Biden el lid­er­az­go con un 52,1% del voto pop­u­lar, mien­tras que Trump acu­mu­la el 43%, según la media pon­der­a­da que elab­o­ra la web espe­cial­iza­da FiveThirtyEight.

Erik­son recuer­da que Trump sal­ió airoso del Cole­gio Elec­toral debido a su vic­to­ria por már­genes muy estre­chos en Wis­con­sin, Michi­gan y Pen­sil­va­nia, pero que hay otros Esta­dos, como Ari­zona, Flori­da, Geor­gia y Car­oli­na del Norte, que «tam­bién podrían ten­er peso en 2020».

El voto delegado

A difer­en­cia de la may­oría de las otras democ­ra­cias del mun­do, en Esta­dos Unidos el pres­i­dente no resul­ta elegi­do direc­ta­mente a par­tir del voto de los ciu­dadanos. No es, por tan­to, el voto pop­u­lar el que deter­mi­na quién ocu­pará el Despa­cho Oval, sino el Cole­gio Elec­toral, en cuyos miem­bros los ciu­dadanos del­e­gan esa función. 

Este Cole­gio está for­ma­do por 538 com­pro­mis­ar­ios o elec­tores –nom­i­na­dos por los par­tidos y dis­tribui­dos en pro­por­ción a la población de cada esta­do– que, en nom­bre de los ciu­dadanos, votan en los 50 esta­dos del país y el Dis­tri­to de Colum­bia (sede de la cap­i­tal). Para ser elegi­do, el can­dida­to debe ten­er una may­oría (al menos 270) de los votos emi­ti­dos por el Cole­gio Elec­toral, y si ninguno de los dos la logra, la decisión pasa al Con­gre­so. Cada com­pro­mis­ario emite un voto elec­toral que debe ser, en prin­ci­pio, para el can­dida­to más vota­do en el Esta­do, sal­vo en los casos de Nebras­ka y Maine, donde el voto elec­toral se dis­tribuye en fun­ción del por­centa­je de los votos obtenidos.

El can­dida­to que recibe la may­oría de los votos de un Esta­do gana de esta for­ma todos los sufra­gios emi­ti­dos por los elec­tores de ese Esta­do, y por eso las cam­pañas elec­torales se con­cen­tran en ganar el voto pop­u­lar en una com­bi­nación de los Esta­dos que otorguen una may­oría de elec­tores, en lugar de en con­seguir el may­or número de votos a niv­el nacional.

Mandato ciudadano

La con­se­cuen­cia de este sis­tema es que cuan­do una per­sona deposi­ta su voto por un can­dida­to pres­i­den­cial en EE UU, lo que real­mente está hacien­do es pedir a los com­pro­mis­ar­ios de su Esta­do que voten por su aspi­rante en el Cole­gio Elec­toral, algo que se da por hecho, al enten­der­se como un manda­to ciu­dadano. Los com­pro­mis­ar­ios son per­sonas con­sid­er­adas leales al par­tido, y en algunos Esta­dos sus nom­bres apare­cen inclu­so en las papele­tas jun­to a los del can­dida­to a pres­i­dente y vicepresidente.

De hecho, la his­to­ria reg­is­tra tan solo un puña­do de casos (en 1948, 1956, 1960, 1968, 1972, 1976 y 1988) en los que algún elec­tor se negó a apo­yar al can­dida­to con el que se había com­pro­meti­do (en 2000 hubo un voto en blan­co), y una sola vez en la que el Cole­gio Elec­toral no votó por el ganador, cuan­do, en 1836, el órgano le negó a Richard Men­tor John­son los votos nece­sar­ios para ser nom­bra­do vicepres­i­dente. En 2016 hubo siete com­pro­mis­ar­ios que se des­mar­caron en la votación por el pres­i­dente y seis que lo hicieron en la del vicepresidente.

Precedentes

La vic­to­ria de Trump en 2016 pese a haber obtenido menos votos (el 46,15% frente al 48,17% de Clin­ton) no es el úni­co caso en la his­to­ria de la democ­ra­cia esta­dounidense en que el can­dida­to más vota­do acabó der­ro­ta­do. En 1825, ni John Quin­cy Adams ni Andrew Jack­son con­sigu­ieron la may­oría de los votos elec­torales y final­mente la Cámara de Rep­re­sen­tantes eligió a Adams pres­i­dente, a pesar de que Jack­son había recibido más votos populares.

En 1876 Ruther­ford B. Hayes obtu­vo el apoyo casi unán­ime de los Esta­dos pequeños y resultó elegi­do pres­i­dente, a pesar de que Samuel J. Tilden había logra­do 264.000 votos más, y en 1888 Ben­jamin Har­ri­son se impu­so frente a su rival, Grover Cleve­land, que había tenido más sufragios.

Ya en 2000, George W. Bush fue elegi­do con 271 votos elec­torales después de se le adju­dicaran los com­pro­mis­ar­ios de Flori­da —por solo 573 votos— tras la impu­gnación del resul­ta­do y un nue­vo recuen­to, aunque Al Gore había logra­do casi 450.000 votos pop­u­lares más en todo el país.

¿Un sistema injusto?

El Cole­gio Elec­toral fue crea­do por los rep­re­sen­tantes de los Esta­dos que con­for­maron la repúbli­ca, antes de que la may­oría de la población pud­iese votar, y con el obje­ti­vo de evi­tar el dominio de las zonas más pobladas del país. Los autores del estu­dio de la Uni­ver­si­dad de Colum­bia señalan que «a menudo es vis­to como insti­tu­ción injus­ta que puede negar la pres­i­den­cia al ganador del voto pop­u­lar, una cir­cun­stan­cia denom­i­na­da a veces como una ‘inver­sión’ electoral».

Erik­son y Sig­man añaden que hay quienes argu­men­tan que «el Cole­gio Elec­toral favorece a los Esta­dos pequeños, dado que sus cuo­tas siem­pre incluyen dos votos extra que rep­re­sen­tan a los dos senadores que cada Esta­do elige sea cual sea su población».

Otros, sin embar­go, «opinan que el favoritismo se incli­na hacia los Esta­dos más pobla­dos, puesto que el ganador se lle­va todos los rep­re­sen­tantes, lo cual les da un poder enorme». Cal­i­for­nia, por ejem­p­lo, con 39,5 mil­lones de habi­tantes, tiene 55 votos elec­torales (com­pro­mis­ar­ios); Mon­tana, con cer­ca de un mil­lón, tiene 3.

Según expli­ca a Europa Press Jere­my May­er, pro­fe­sor aso­ci­a­do de Políti­ca y Gob­ier­no en la Uni­ver­si­dad George Mason, el sis­tema se ideó de este modo para «evi­tar que hubiera un pres­i­dente region­al, por ejem­p­lo del sur, lo que podría provo­car una nue­va guerra».

El exper­to sub­raya que, tenien­do en cuen­ta que «ben­e­fi­cia a los Esta­dos más pequeños», parece poco prob­a­ble que estos accedan a respal­dar una refor­ma, algo para lo que sería nece­sario enmen­dar la Con­sti­tu­ción, con el respal­do de dos ter­ceras partes del Con­gre­so y de tres cuar­tas partes de los 50 estados.

Biden y Trump chocan por la pandemia, la inmigración y el racismo en un último debate muy duro pero menos caótico

El can­dida­to repub­li­cano a la pres­i­den­cia de EE UU y actu­al pres­i­dente, Don­ald Trump, y su rival demócra­ta, el ex vicepres­i­dente Joe Biden, pro­tag­oni­zaron este jueves en la Uni­ver­si­dad de Bel­mont, en Nashville (Ten­nessee), un segun­do y últi­mo debate elec­toral menos caóti­co que el ante­ri­or cara a cara, pero en el que no fal­taron, al igual que en el primer encuen­tro, graves acusa­ciones y duros inter­cam­bios dialécticos.

A la may­or flu­idez con­tribuyó, sin duda, la medi­da imple­men­ta­da por los orga­ni­zadores de silen­ciar el micró­fono del can­dida­to que no esta­ba en uso de la pal­abra durante los primeros min­u­tos de la inter­ven­ción de su rival, al prin­ci­pio de los dis­tin­tos tramos, para evi­tar inter­rup­ciones. Tam­bién, el hecho de que la mod­er­ado­ra, la peri­odista de la cade­na NBC Kris­ten Welk­er, no lle­gara a perder del todo las rien­das, como le ocur­rió en el ante­ri­or debate a su cole­ga de Fox News, Chris Wallace.

Los can­didatos chocaron en todos los tramos, pero espe­cial­mente en los referi­dos a la inmi­gración y los menores indoc­u­men­ta­dos sep­a­ra­dos de sus famil­ias, la gestión de la pan­demia del coro­n­avirus, el racis­mo, y el supuesto dinero que ambos se acusaron mutu­a­mente de haber recibido de gob­ier­nos extran­jeros. Y Chi­na volvió a ocu­par, como en el ante­ri­or encuen­tro, un lugar predominante.

Una vacuna «en semanas» frente a «un invierno oscuro»

El debate arrancó con la pan­demia de COVID-19 sobre la mesa, una cri­sis san­i­taria que este jueves se sald­a­ba ya con 8.399.689 casos y 222.965 muer­tos en Esta­dos Unidos.

Los dos can­didatos dibu­jaron un panora­ma com­ple­ta­mente difer­ente del reto al que se enfrenta el país. «Creo que habrá una vac­u­na den­tro de sem­anas, y será dis­tribui­da muy rápi­do, está lista», ase­guró Trump. Inter­pela­do por la mod­er­ado­ra, el pres­i­dente recono­ció, no obstante, que no tiene «garan­tías» de que la vac­u­na vaya a dis­tribuirse en ese pla­zo, pero insis­tió en que cree que lle­gará «antes de que acabe el año», a pesar de que muchos cien­tí­fi­cos apun­tan más bien a 2021.

Pre­gun­ta­do sobre cuál será la far­ma­céu­ti­ca que lo con­seguirá, Trump respondió: «Johnson&Johnson lo está hacien­do muy bien, Mod­er­na lo está hacien­do muy bien, Pfiz­er lo está hacien­do muy bien».

Por su parte, Biden acusó al pres­i­dente de no asumir «su respon­s­abil­i­dad» por el impacto de la pan­demia en el país, y sen­ten­ció: «Cualquiera que sea respon­s­able por tan­tas muertes no debería seguir sien­do presidente».

«Esta­mos a pun­to de entrar en un invier­no oscuro, y él no tiene un plan claro» para com­bat­ir la COVID-19, sub­rayó el can­dida­to demócra­ta, a lo que Trump replicó: «[A Biden] le gus­ta meterse en un sótano y quedarse ahí, pero la gente no puede hac­er eso, ten­emos que apren­der a vivir con ello. El 99% de la gente se recu­pera. No podemos cer­rar la nación, ten­emos que abrir las escuelas».

«Dice que esta­mos apren­di­en­do a vivir con esto, ¡increíble! Esta­mos apren­di­en­do a morir con esto», le respondió Biden.

El dinero de Rusia y los impuestos

Otro de los momen­tos ten­sos del debate se pro­du­jo cuan­do ambos se acusaron mutu­a­mente de haber recibido dinero de gob­ier­nos extran­jeros, lo que los dos negaron.

Trump acusó a Biden de haber recibido dinero de Rusia, de haber puesto a su hijo Hunter en una com­pañía gasís­ti­ca ucra­ni­ana y de haber facil­i­ta­do nego­cios para sus her­manos en sitios como Irak: «Joe con­sigu­ió 3,5 mil­lones de dólares de Rusia y vinieron de Putin porque fue muy ami­ga­ble con el exal­calde de Moscú, y fue la esposa del alcalde de Moscú [sic], y ust­ed obtu­vo 3,5 mil­lones de dólares», dijo.

Biden, que negó haber recibido «ni un cen­ta­vo» de gob­ier­nos extran­jeros, respondió que los nego­cios de su hijo en Ucra­nia fueron «éti­cos». «El tipo que se metió en prob­le­mas en Ucra­nia fue este [Trump], que inten­tó sobornar al Gob­ier­no ucra­ni­ano para que dijera algo neg­a­ti­vo sobre mí, lo que no hicieron», añadió el demócrata.

Biden aprovechó tam­bién para recor­dar que Trump «paga más impuestos en el extran­jero que en Esta­dos Unidos» y que tiene «una cuen­ta ban­car­ia sec­re­ta en Chi­na». «Yo he pub­li­ca­do mis impuestos durante toda mi vida, algo que tú no has hecho, ¿por qué? Pub­li­ca tus impuestos». 

Trump replicó, sin pre­sen­tar prue­bas, que él ha «‘prepa­ga­do’ mil­lones y mil­lones de dólares en impuestos». Sobre la supues­ta cuen­ta ban­car­ia en Chi­na, el pres­i­dente alegó que estu­vo acti­va entre 2013 y 2015 cuan­do esta­ba ded­i­ca­do a nego­cios inmobiliarios.

La separación de familias inmigrantes, «criminal»

En el aparta­do ded­i­ca­do a la inmi­gración, Biden, tachó de «crim­i­nal» la políti­ca de sep­a­ración de famil­ias inmi­grantes sin pape­les en la fron­tera, mien­tras que Trump defendió que su Gob­ier­no «tra­ta muy bien» a los 545 niños cuyos padres todavía no ha local­iza­do después de imple­men­tar esa medida.

«Es algo crim­i­nal. Hace que seamos el hazmer­reír del mun­do y vio­la todo los con­cep­tos de lo que somos como nación», dijo el demócra­ta. Trump respondió que su gob­ier­no está «inten­tan­do muy en serio» localizar a los padres de esos menores, a pesar de que no es cier­to que sea su Ejec­u­ti­vo sino que los que lo hacen son abo­ga­dos y gru­pos de dere­chos humanos. 

«Los esta­mos tratan­do tan bien, están en insta­la­ciones que son tan limpias», afir­mó el pres­i­dente, en ref­er­en­cia a los niños sep­a­ra­dos de sus padres. «A los niños los han traí­do ‘coy­otes’ [traf­i­cantes] y mala gente», agregó, algo que Biden rebatió de inmedi­a­to al insi­s­tir en que vinieron «con sus padres».

Trump, además, insultó a los indoc­u­men­ta­dos que, una vez den­tro de EE UU, siguen la ley y se pre­sen­tan ante los tri­bunales de inmi­gración: «Odio decir­lo, pero los úni­cos que podrían apare­cer son los que tienen el coe­fi­ciente int­elec­tu­al más bajo», dijo.

«El menos racista de esta sala», «el más racista de la historia»

«Creo que ten­go bue­nas rela­ciones con todo el mun­do, soy la per­sona menos racista de esta sala», dijo Trump, en el bloque del cara a cara ded­i­ca­do al racis­mo en el país. El pres­i­dente recordó asimis­mo que su rival fue el impul­sor en el Sena­do de una ley del crimen en 1994 que provocó que «miles de afroamer­i­canos ter­mi­nasen entre rejas», y que él aprobó una refor­ma en el sen­ti­do con­trario poco después de lle­gar al poder.

Tam­bién afir­mó que ha sido el pres­i­dente que «más ha hecho por la comu­nidad negra en la his­to­ria de Esta­dos Unidos, con la posi­ble excep­ción de Abra­ham Lin­coln», quien abolió la esclav­i­tud en 1863.

Biden, por su parte, repasó el his­to­r­i­al de comen­tar­ios racis­tas de Trump y recordó que en 1989 abogó por la pena de muerte para un grupo de ado­les­centes afroamer­i­canos cono­ci­dos como los «Cen­tral Park Five» que fueron acu­sa­dos de un crimen que no cometieron.

«Nun­ca hemos respon­di­do del todo a nue­stro ide­al de que todos somos crea­d­os iguales, pero siem­pre nos hemos movi­do hacia allí, paso a paso. Este es el primer pres­i­dente que ha para­do eso, es el pres­i­dente más racista de la his­to­ria mod­er­na de EE UU», dijo el demócrata.

Las claves de un ‘acuerdo del siglo’ a la medida de Israel, inaceptable para los palestinos y oportuno para Trump

«Mi prop­ues­ta pre­sen­ta una opor­tu­nidad con la que ganarían los dos lados, una solu­ción real­ista de dos Esta­dos que resuelve el ries­go que suponía para la seguri­dad de Israel un Esta­do palesti­no». Así desve­la­ba este martes Don­ald Trump en la Casa Blan­ca su «acuer­do del siglo» para Israel y Palesti­na, en una solemne cer­e­mo­nia en la que el pres­i­dente esta­dounidense apare­ció acom­paña­do del primer min­istro israelí en fun­ciones, Ben­jamin Netanyahu, y en la que, sig­ni­fica­ti­va­mente, no hubo rep­re­sentación palesti­na algu­na, ni de ningún otro man­datario internacional.

El acuer­do fue rec­haz­a­do de inmedi­a­to y con vehe­men­cia por el pres­i­dente palesti­no, Mah­mud Abás (lo cal­i­ficó como «la bofe­ta­da del siglo»), y tam­bién por las dis­tin­tas fac­ciones palesti­nas, en una poco habit­u­al mues­tra de unidad. En las calles de Gaza y Cisjor­da­nia el anun­cio fue recibido con airadas protes­tas, mien­tras que Amnistía Inter­na­cional señal­a­ba que se tra­ta de «un man­u­al para más sufrim­ien­to y abusos».

Esper­a­do des­de hace más de dos años, el plan se ha dado final­mente a cono­cer en un momen­to políti­ca­mente cru­cial, tan­to para Trump como para Netanyahu. El primero bus­ca pon­er­le un broche históri­co a su políti­ca inter­na­cional y, según muchos anal­is­tas, desviar tam­bién el foco del juicio políti­co (impeach­ment) al que está sien­do someti­do en el Sena­do; el segun­do, imputa­do por fraude, cohe­cho y abu­so de con­fi­an­za en tres casos de cor­rup­ción, y can­dida­to asimis­mo en los comi­cios gen­erales que cel­e­brará Israel en mar­zo (los ter­ceros en menos de un año), recibe un espal­dara­zo fun­da­men­tal de su prin­ci­pal y más poderoso socio, y prác­ti­ca­mente car­ta blan­ca para con­sol­i­dar prome­sas elec­torales que has­ta aho­ra eran con­sid­er­adas prob­lemáti­cas, como la anex­ión de las colo­nias en los ter­ri­to­rios ocupados.

¿Cuáles son los principales puntos del acuerdo?

En esen­cia, el plan de Trump mantiene la lla­ma­da solu­ción de los dos Esta­dos, recono­cien­do el dere­cho palesti­no a ten­er uno, pero anteponien­do en cualquier caso la seguri­dad de Israel y dan­do por muer­tas las demar­ca­ciones que aún reconoce la ONU. Para ello con­tem­pla cam­bios fron­ter­i­zos que per­mi­tirían a Israel anex­ionarse parte de Cisjor­da­nia. Tam­bién amplía el ter­ri­to­rio palesti­no, pero lo frag­men­ta más aún, dejan­do den­tro los asen­tamien­tos israelíes. Además, en uno de sus aspec­tos más polémi­cos, apun­ta­la Jerusalén como «cap­i­tal indi­vis­i­ble» de Israel y, en prin­ci­pio, de un futuro Esta­do palesti­no que se anto­ja inviable.

¿Quién lo ha negociado y cómo?

Uno de los prin­ci­pales artí­fices del plan es Jared Kush­n­er, yer­no de Trump y asesor del pres­i­dente. Kush­n­er elaboró la hoja de ruta jun­to con el emba­jador esta­dounidense en Israel, David Fried­man, y el aho­ra exen­vi­a­do de la Casa Blan­ca para Ori­ente Medio, Jason Green­blatt.

El equipo hizo un primer ama­go de pre­sen­tar su acuer­do hace dos años, pero acabó aplazán­do­lo una y otra vez, ale­gan­do que quería esper­ar a con­tar con un gob­ier­no estable en Israel, y esperan­do con­seguir asimis­mo más apoyos de los país­es árabes. Mien­tras, Trump seguía hacien­do gestos políti­cos hacia Netanyahu, como el reconocimien­to por parte de Wash­ing­ton de la sober­anía israelí sobre los Altos del Golán.

Los líderes palesti­nos se han nega­do a nego­ciar en los tér­mi­nos pre­vis­tos y, de hecho, no tienen con­tac­to ofi­cial con Wash­ing­ton des­de que Trump recono­ció a Jerusalén como cap­i­tal de Israel en 2017.

¿En qué se diferencia de acuerdos anteriores?

El acuer­do pre­sen­ta­do por Trump incluye nuevas prop­ues­tas ref­er­entes al traza­do de fron­teras entre Israel y los ter­ri­to­rios ocu­pa­dos, y conc­re­ta el esta­tus de Jerusalén, que en pro­ce­sos de paz ante­ri­ores se había deja­do siem­pre como uno de los pun­tos finales sobre los que lle­gar a un con­sen­so, una vez que se hubiesen con­segui­do los demás objetivos.

Resuci­ta además la solu­ción de los dos Esta­dos, que empezó a ges­tarse tras el reconocimien­to mutuo entre Israel y la OLP en 1993, a través de los Acuer­dos de Oslo de ese mis­mo año, pero que esta­ba enter­ra­da en la práctica.

Trump argu­men­tó este martes que su plan de paz es «difer­ente» al de sus pre­de­ce­sores porque con­tiene muchos más detalles «téc­ni­cos» de par­ti­da, con 80 pági­nas de prop­ues­tas. «Esta es la primera vez que Israel ha autor­iza­do la pub­li­cación de un mapa con­cep­tu­al que ilus­tra las con­ce­siones ter­ri­to­ri­ales que está dis­puesto a hac­er para con­seguir la paz», subrayó.

Lo más nove­doso, no obstante, quizá sea que, a difer­en­cia de todos los demás acuer­dos de paz nego­ci­a­dos por Esta­dos Unidos, la Casa Blan­ca no ha bus­ca­do esta vez la aprobación de Palesti­na antes de cer­rar el plan, sino que le ha bas­ta­do la luz verde israelí.

¿Desde cuándo están estancadas las negociaciones?

El últi­mo plan de paz de Wash­ing­ton para la zona lo pre­sen­tó Barack Oba­ma en 2011, e incluía un Esta­do palesti­no basa­do en las fron­teras pre­vias a la Guer­ra de los Seis Días de 1967, «con inter­cam­bios de tier­ra acor­da­dos mutu­a­mente», algo que Netanyahu rechazó.

Aunque hubo un inten­to, fal­li­do, de retomar con­ver­sa­ciones direc­tas entre palesti­nos e israelíes en 2010, la nego­cia­ciones están estancadas des­de 2008, cuan­do Israel lanzó la operación Plo­mo Fun­di­do en la fran­ja de Gaza en respues­ta al lan­za­mien­to de cohetes por Hamás, una operación que dejó más de 1.400 palesti­nos muertos.

¿Cómo cambiarían las fronteras actuales con el plan de Trump, y cómo sería el Estado palestino?

La Casa Blan­ca señala que su plan «quiere lograr un reconocimien­to mutuo del Esta­do de Israel como una nación-Esta­do para el pueblo judío y el futuro Esta­do de Palesti­na como el Esta­do-nación del pueblo palesti­no, con los mis­mos dere­chos civiles para todos los ciudadanos».

El mapa que mar­ca mues­tra, no obstante, un Esta­do palesti­no hiper­frag­men­ta­do a modo de archip­iéla­go, con asen­tamien­tos israelíes en su inte­ri­or, conec­ta­dos con el Esta­do israelí a través de corre­dores que parten el territorio.

Asimis­mo, con­cede a Israel zonas al oeste del valle del río Jordán, situ­adas en Cisjor­da­nia, con lo que este área ocu­pa­da quedaría sin sal­i­da direc­ta a Jor­da­nia, a la que estaría vin­cu­la­da por dos car­reteras que cruzarían ter­ri­to­rio israelí. «El valle del Jordán, que es críti­co para la seguri­dad nacional de Israel, estará bajo la sober­anía de Israel», sen­ten­cia el tex­to. Se tra­ta de una zona que con­sti­tuye alrede­dor del 30% del ter­ri­to­rio de Cisjor­da­nia, y su anex­ión es un reclamo históri­co de la derecha israelí.

Cisjor­da­nia y Gaza estarían unidas a través de un túnel que las conec­taría y que atrav­es­aría Israel.

Según el plan, las nuevas fron­teras garan­ti­zan una «expan­sión ter­ri­to­r­i­al» a los palesti­nos a través de ter­ri­to­rios en el desier­to del Negev, que supon­drían un ter­ri­to­rio «com­pa­ra­ble en tamaño» al que con­tro­la­ban antes de 1967.

Mapa del plan del gob­ier­no esta­dounidense de Don­ald Trump para Israel y Palesti­na. Mapa: Pres­i­den­cia de Esta­dos Unidos

¿Qué pasaría con los asentamientos?

Los asen­tamien­tos israelíes exis­tentes en Cisjor­da­nia (con­sid­er­a­dos ile­gales por la leg­is­lación inter­na­cional) serían incor­po­ra­dos al Esta­do de Israel, que se com­pro­m­e­tería a no con­stru­ir nuevos asen­tamien­tos, expandir los exis­tentes o apro­bar planes para con­struc­ción en las zonas que serán parte del Esta­do de Palestino.

Israel no pro­ced­erá a demol­er estruc­turas exis­tentes, una mora­to­ria que no incluye «con­struc­ciones ile­gales» ni aque­l­las que «supon­gan un ries­go de seguri­dad, según deter­mine el Esta­do de Israel», o «demo­li­ciones de cas­ti­go por actos de terrorismo».

Cer­ca del 97% de los israelíes en asen­tamien­tos en Cisjor­da­nia quedarían en ter­ri­to­rio israelí ady­a­cente, cifra sim­i­lar para los palesti­nos en Cisjor­da­nia que quedarían en ter­ri­to­rio palestino.

¿Y con Jerusalén?

La prop­ues­ta de la Casa Blan­ca reconoce a «Jerusalén como cap­i­tal de Israel» y reit­era que «debería per­manecer como una ciu­dad íntegra».

Además, sostiene que Israel debe ser guardián de los lugares reli­giosos en Jerusalén, tan­to judíos, como cris­tianos y musul­manes, y abo­ga por man­ten­er el «esta­tus quo actual».

En cuan­to a la cap­i­tal del hipotéti­co Esta­do palesti­no, el plan recoge que debería ubi­carse en Jerusalén Este, conc­re­ta­mente, en «todas las zonas al este y el norte de las bar­reras de seguri­dad exis­tentes, incluyen­do Kafr Aqab, la parte este de Shuafat y Abu Dis», y que podría ser renom­bra­da como Al Quds (como la denom­i­nan los árabes) o con otra denom­i­nación que deci­dan los palestinos.

Esto sig­nifi­ca que la posi­ble cap­i­tal palesti­na se localizaría en bar­rios ubi­ca­dos en las afueras de la Jerusalén actual.

¿Algún cambio sobre Gaza?

El plan recuer­da que Gaza ha esta­do gob­er­na­da por el grupo islámi­co Hamás, al que describe como una «orga­ni­zación ter­ror­ista, respon­s­able de asesinatos y ataques a miles de israelíes», y con­cede a Israel la sober­anía de las aguas ter­ri­to­ri­ales de la fran­ja, al con­sid­er­ar que son vitales para la seguri­dad del Esta­do israelí.

Advierte además de que «no habrá mejo­ras sig­ni­fica­ti­vas en Gaza has­ta que haya un alto el fuego con Israel, una desmil­i­ta­rización com­ple­ta de la fran­ja y una estruc­tura de gob­ier­no que per­mi­ta a la comu­nidad inter­na­cional inver­tir de for­ma segu­ra y cómo­da» para mejo­rar su economía.

La ini­cia­ti­va pro­pone tam­bién que Israel ceda ter­ri­to­rio a los palesti­nos cer­ca de Gaza, que pueden ser «áreas pobladas y no pobladas».

¿Quién se encargaría de la seguridad, y cómo?

Israel man­ten­dría una «respon­s­abil­i­dad de seguri­dad pre­dom­i­nante» del Esta­do de Palesti­na, con las fuerzas palesti­nas encar­gadas úni­ca­mente de la seguri­dad inter­na, de la lucha antiter­ror­ista, la seguri­dad fron­ter­i­za y la respues­ta a desastres.

Israel sería respon­s­able de la seguri­dad en los cruces inter­na­cionales y, en el caso de Rafá, en la fron­tera con Egip­to, se abor­darían acuer­dos especí­fi­cos con El Cairo.

Además, Israel man­ten­dría el con­trol del espa­cio aéreo al oeste del río Jordán, mien­tras que la Arma­da israelí podría blo­quear la entre­ga de «armas y mate­ri­ales para la fab­ri­cación de mate­ri­ales en el Esta­do de Palesti­na, inclu­i­da Gaza».

¿Podrían regresar los refugiados palestinos?

La ini­cia­ti­va abor­da uno de los temas más espinosos en unas hipotéti­cas nego­cia­ciones entre israelíes y palesti­nos: el dere­cho de retorno de los refugiados.

A ese respec­to, y pese a lo que establece la res­olu­ción 194 de la ONU, el plan mar­ca que «no habrá dere­cho de retorno, o absor­ción de ningún refu­gia­do palesti­no en Israel».

Establece, no obstante, tres opciones para los refu­gia­dos palesti­nos que busquen un sitio per­ma­nente de res­i­den­cia: «absor­ción» para aque­l­los reg­istra­dos en la Agen­cia de la ONU para los Refu­gia­dos Palesti­nos (UNRWA) en el futuro Esta­do palesti­no; inte­gración en sus país­es actuales de acogi­da; o su reasen­tamien­to en los país­es miem­bros de la Orga­ni­zación de Coop­eración Islámi­ca (OCI), que los acepten.

En ese sen­ti­do, el plan indi­ca que «los her­manos árabes tienen la respon­s­abil­i­dad moral de inte­grar a los refu­gia­dos en sus ter­ri­to­rios del mis­mo modo que los judíos fueron inte­gra­dos en el Esta­do de Israel».

¿Qué limitaciones tendría el nuevo Estado palestino

Entre otras, Palesti­na no podría alcan­zar acuer­dos mil­itares, de Inteligen­cia o seguri­dad con ningún Esta­do u orga­ni­zación que «afecte de for­ma adver­sa la seguri­dad de Israel» ni podrá desar­rol­lar capaci­dades «mil­itares o para­mil­itares» den­tro o fuera de su territorio.

Tam­poco podría unirse a orga­ni­za­ciones inter­na­cionales sin el con­sen­timien­to de Israel, y debería reti­rar sus deman­das con­tra Israel, EE UU y los ciu­dadanos de estos país­es ante el TPI, la CIJ o cualquier otro tri­bunal, así como no recur­rir a Inter­pol con­tra ellos.

Así, el nue­vo esta­do no podría ten­er «capaci­dades que puedan ame­nazar al Esta­do de Israel», mien­tras que Israel ten­dría dere­cho a «des­man­te­lar o destru­ir» insta­la­ciones uti­lizadas para pro­ducir armas o con «propósi­tos hos­tiles», así como para adop­tar medi­das de seguri­dad para man­ten­er Palesti­na «desmil­i­ta­riza­da».

¿Recoge el plan alguna demanda palestina?

Según declaró a Efe el exper­to de la Uni­ver­si­dad George Wash­ing­ton Nizar Farsakh, antiguo asesor del ex primer min­istro palesti­no Salam Fayad y miem­bro en el pasa­do del equipo nego­ci­ador palesti­no, cuan­do se lee el plan, «si se com­para con la pos­tu­ra palesti­na pub­li­ca­da en la pági­na web del Depar­ta­men­to de Esta­do, es exac­ta­mente lo opuesto a lo que los palesti­nos piden».

Trump prometió a los palesti­nos una inver­sión de 50.000 mil­lones de dólares para duplicar su PIB y crear un mil­lón de empleos, pero exigió a cam­bio un alto el fuego con Israel, cam­bios en su estruc­tura de Gob­ier­no y la desmil­i­ta­rización de Gaza.

¿Hay un plazo para negociar?

Aunque Abás ya ha dicho «mil veces no» a la prop­ues­ta, Trump le ha dado cua­tro años para super­ar sus reser­vas y sen­tarse a la mesa de nego­ciación, y el Gob­ier­no israelí ha indi­ca­do asimis­mo que está dis­puesto a esper­ar ese tiempo.

¿Cómo ha reaccionado la comunidad internacional?

La ONU seguirá defen­di­en­do una solu­ción al con­flic­to que pase por la creación de dos Esta­dos basa­dos en las fron­teras pre­vias a 1967, según dijo este mis­mo martes el sec­re­tario gen­er­al de la orga­ni­zación, António Guter­res.

Entre los país­es árabes, Egip­to llamó a Israel y Palesti­na a con­sid­er­ar «a fon­do» el plan de Trump, y aplaudió los esfuer­zos de Wash­ing­ton para lograr un acuer­do «amplio y jus­to». En una línea seme­jante se expresó Ara­bia Saudí, val­o­ran­do pos­i­ti­va­mente los esfuer­zos de EE UU y reafir­man­do su «apoyo a lograr una solu­ción jus­ta y com­ple­ta al con­flic­to palestino».

Rusia con­sid­era que el plan debe ser anal­iza­do por el lla­ma­do Cuar­te­to de Madrid, for­ma­do por EE UU, la ONU, la UE y la propia Rusia, mien­tras que Irán afir­mó que el acuer­do bus­ca «humil­lar» a los musul­manes, y que «está muer­to» antes de ver la luz. Es un plan que «nace muer­to», indicó igual­mente el Gob­ier­no de Turquía.

El primer min­istro del Reino Unido, Boris John­son, afir­mó por su parte que el plan de paz «podría ser un paso pos­i­ti­vo hacia ade­lante», y la Unión Euro­pea señaló, a través de su Alto Rep­re­sen­tante para Políti­ca Exte­ri­or y Seguri­dad Común, Josep Bor­rell, que la prop­ues­ta «supone una opor­tu­nidad para relan­zar los muy nece­sar­ios esfuer­zos» para lograr un acuerdo.

El primer min­istro del Reino Unido, Boris John­son, afir­mó por su parte que el plan de paz «podría ser un paso pos­i­ti­vo hacia ade­lante», y la Unión Euro­pea señaló, a través de su Alto Rep­re­sen­tante para Políti­ca Exte­ri­or y Seguri­dad Común, Josep Bor­rell, que la prop­ues­ta «supone una opor­tu­nidad para relan­zar los muy nece­sar­ios esfuer­zos» para lograr un acuerdo.


Con infor­ma­ción de Efe y Europa Press

El fin del pacto con Irán, otro clavo de Trump en el ataúd del legado de Obama

Don­ald Trump no ha ocul­ta­do nun­ca su inten­ción de rever­tir has­ta donde le fuese posi­ble las ini­cia­ti­vas impul­sadas y pues­tas en mar­cha por su pre­de­ce­sor en la Casa Blan­ca. Des­de que asum­ió la pres­i­den­cia el 20 de enero de 2017, el mag­nate ha inten­ta­do mod­i­ficar, o direc­ta­mente elim­i­nar, los prin­ci­pales logros de Barack Oba­ma, incluyen­do algunos de los más emblemáti­cos, como los referi­dos a la sanidad o el medio ambi­ente. Trump no es, des­de luego, el primer man­datario que tra­ta de cor­re­gir el lega­do recibido, tan­to en Esta­dos Unidos como en cualquier otro país, pero pocos lo han hecho de un modo tan sis­temáti­co y tan poco sutil.

En este sen­ti­do, el anun­cio hecho esta sem­ana por el pres­i­dente de que EE UU aban­dona el pacto nuclear alcan­za­do con Irán puede inter­pre­tarse como un nue­vo paso en lo que algunos exper­tos han definido como políti­ca neg­a­ti­va de Trump, más ori­en­ta­da a destru­ir lo ante­ri­or que a pro­pon­er novedades o mejo­rar lo alcanzado.

El acuer­do con Irán, fir­ma­do por Rusia, Chi­na, el Reino Unido, Fran­cia y Ale­ma­nia, además de por Wash­ing­ton y Teherán, fue con­segui­do tras largas y duras nego­cia­ciones durante la ante­ri­or Admin­is­tración esta­dounidense, con un fuerte coste políti­co para Oba­ma, quien tuvo que enfrentarse a una enorme pre­sión, no solo parte del Par­tido Repub­li­cano, sino tam­bién de tradi­cionales ali­a­dos de EE UU en la región, como Ara­bia Saudí y, espe­cial­mente, Israel (jun­to con el poderoso lob­by pro israelí en Washington).

‘America First’

Nada más asumir el car­go, en su primera jor­na­da de tra­ba­jo, Trump fir­mó una orden ejec­u­ti­va (ven­drían muchas más después, todas ellas rubri­cadas de for­ma teatral ante las cámaras) para sacar a EE UU del Acuer­do Transpací­fi­co de Coop­eración Económi­ca (TPP, por sus siglas en inglés), un trata­do impul­sa­do por Oba­ma y que EE UU había alcan­za­do jun­to con otros 11 países.

La decisión se enmar­ca­ba en la nue­va políti­ca pro­tec­cionista de la Casa Blan­ca (Amer­i­ca First, Esta­dos Unidos primero), que lle­varía pos­te­ri­or­mente a Wash­ing­ton a forzar la rene­go­ciación del Trata­do de Libre Com­er­cio de Améri­ca del Norte (TLCAN) con Canadá y Méx­i­co, y a impon­er arance­les a las importa­ciones de acero y alu­minio, así como altas tasas a pro­duc­tos chi­nos.

Algu­nas de estas deci­siones com­er­ciales están aún en sus­pen­so (en abril el Gob­ier­no esta­dounidense afir­mó que se esta­ba plante­an­do volver al TPP porque «cree en el libre com­er­cio», las espadas de la nego­ciación del TLCAN siguen en alto, y los arance­les del met­al a la UE y otros país­es no se han mate­ri­al­iza­do todavía), pero el efec­to pub­lic­i­tario, espe­cial­mente de cara a su base elec­toral, ya se ha conseguido.

Adiós a París

Más defin­i­ti­va fue la que quizá haya sido, jun­to con la rup­tura uni­lat­er­al del pacto iraní, su decisión inter­na­cional más trascen­den­tal has­ta aho­ra: la sal­i­da de Esta­dos Unidos del Acuer­do de París sobre el cam­bio climáti­co, en junio de 2017.

Al aban­donar el trata­do, Trump anun­ció que EE UU «cesará todas las imple­menta­ciones» de sus com­pro­misos climáti­cos en el mar­co de París «a par­tir de hoy», lo que incluye la meta prop­ues­ta por Oba­ma de reducir para 2025 las emi­siones de gas­es de efec­to inver­nadero entre un 26% y un 28% respec­to a los nive­les de 2005.

El acuer­do, dijo el man­datario, fue «nego­ci­a­do mal y con deses­peración» por el Gob­ier­no de Oba­ma, «en detri­men­to» de la economía y el crec­imien­to de EE UU. Después, la famosa frase: «He sido elegi­do para rep­re­sen­tar a los ciu­dadanos de Pitts­burgh, no de París».

Las ‘cor­reciones’ de las políti­cas de Oba­ma con respec­to al medio ambi­ente tam­bién han tenido lugar de puer­tas aden­tro. En diciem­bre del año pasa­do, por ejem­p­lo, Trump ordenó la may­or reduc­ción de tier­ras públi­cas pro­te­gi­das en la his­to­ria de EE UU, al recor­tar más de 9.200 kilómet­ros cuadra­dos en dos par­ques en Utah, una medi­da que fue alaba­da por los con­ser­vadores del esta­do y dura­mente crit­i­ca­da por ecol­o­gis­tas y tribus nati­vas. En con­cre­to, Trump ordenó reducir sus­tan­cial­mente la super­fi­cie de dos mon­u­men­tos nacionales que habían res­guarda­do tan­to Oba­ma, como Bill Clin­ton.

Además, Trump ha anun­ci­a­do per­misos para per­forar el Árti­co en bus­ca de com­bustibles fósiles, y ha reac­ti­va­do la con­struc­ción de polémi­cos oleo­duc­tos con­ge­la­dos por su ante­cesor en el cargo.

Soñadores y sanidad

Otro de los grandes cabal­los de batal­la de Trump ha sido, y sigue sien­do, la inmi­gración, y tam­bién aquí su medi­da más con­tro­ver­ti­da has­ta aho­ra (aparte de la con­struc­ción del muro en la fron­tera con Méx­i­co) es un dis­paro direc­to con­tra el lega­do de Oba­ma: la elim­i­nación del plan DACA, una ini­cia­ti­va aproba­da por el ante­ri­or inquili­no de la Casa Blan­ca, que pro­tege de la deportación a miles de jóvenes indoc­u­men­ta­dos que lle­garon al país sien­do menores de edad (los cono­ci­dos como dream­ers, soñadores).

De momen­to, diver­sos reveses judi­ciales con­tra el Gob­ier­no de Trump mantienen vivo el plan, y el pro­pio pres­i­dente ha sido ambiguo sobre quién se vería afec­ta­do exac­ta­mente, al tiem­po que es con­sciente del val­or del DACA como mon­e­da de cam­bio en la nego­ciación que mantiene con el Con­gre­so sobre su políti­ca migra­to­ria (y el dinero que nece­si­ta para su muro).

Sin aban­donar la políti­ca inte­ri­or, la otra gran obsesión ‘anti-Oba­ma’ de Trump es el sis­tema de pro­tec­ción san­i­taria puesto en mar­cha por su pre­de­ce­sor, la nor­ma cono­ci­da como Oba­macare. Tum­bar­la fue una de sus prome­sas elec­torales estrel­la, y el mag­nate neoy­orquino no se ha ren­di­do aún, pero has­ta aho­ra no ha con­ta­do con el apoyo sufi­ciente en el Con­gre­so para derog­ar y reem­plazar la reforma.

El pasa­do mes de sep­tiem­bre, la oposi­ción de tres senadores hizo imposi­ble apro­bar el proyec­to de ley impul­sa­do por el pres­i­dente, en el que era ya su segun­do inten­to. Días antes, no obstante, Trump anun­ció su inten­cion de asfix­i­ar el pro­gra­ma, reducien­do en un 90% los fon­dos des­ti­na­dos a pub­li­ci­dad y ayu­da para las inscrip­ciones ciu­dadanas en el mer­ca­do de seguros médi­cos de la ley.

Frenazo en Cuba

Por últi­mo, y volvien­do al exte­ri­or, Trump ha dado mar­cha atrás, o al menos ha fre­na­do en seco, con respec­to a una de las deci­siones de la ante­ri­or Admin­is­tración cal­i­fi­cadas como «históri­c­as»: la aper­tu­ra con Cuba y la pro­gre­si­va nor­mal­ización de las rela­ciones bilat­erales, tras medio siglo de hostilidades.

En un dis­cur­so pro­nun­ci­a­do el pasa­do mes de junio en Mia­mi (donde se con­cen­tra la may­or can­ti­dad de exil­i­a­dos y disidentes cubanos en EE UU), el pres­i­dente anun­ció un cam­bio, «con efec­to inmedi­a­to», de la políti­ca esta­dounidense hacia la isla, que incluye el man­ten­imien­to del embar­go com­er­cial y financiero que había empeza­do a aliviar Oba­ma, y su oposi­ción a las peti­ciones inter­na­cionales de que el Con­gre­so lo levante.

Una vez más, sin embar­go, tam­bién en el caso de Cuba es impor­tante dis­tin­guir entre las pal­abras y los hechos. Pese al lengua­je habit­u­al de cam­bios rad­i­cales emplea­do por Trump, lo cier­to es que sus medi­das no anu­lan las rela­ciones diplomáti­cas con La Habana restable­ci­das por Oba­ma, ni pro­híben las conex­iones aéreas y marí­ti­mas con la isla. De momen­to, tan solo se revisan algunos aspec­tos de la relación bilat­er­al encam­i­na­dos a reducir los pagos de esta­dounidens­es a empre­sas con­tro­ladas por mil­itares cubanos, o a aumen­tar las restric­ciones de via­jes indi­vid­uales a Cuba.

Escándalos sexuales en la Casa Blanca: nada nuevo bajo el sol

El arraiga­do puri­tanis­mo de la sociedad esta­dounidense es, a ojos de muchos europeos al menos, una de las grandes con­tradi­ciones del país norteam­er­i­cano. La mis­ma nación que ven­era la lib­er­tad indi­vid­ual y en la que el sexo es uti­liza­do con­stan­te­mente como reclamo com­er­cial, cen­sura cualquier pal­abra ‘subi­da de tono’ en la tele­visión gen­er­al­ista y no per­dona el más mín­i­mo ‘deva­neo’ a sus políti­cos: un escán­da­lo sex­u­al, espe­cial­mente si está rela­ciona­do con el adul­te­rio, puede acabar con la car­rera del más pop­u­lar de los per­son­ajes públi­cos. Como sue­len bromear los pro­pios esta­dounidens­es, a nadie le impor­ta cuán­tas amantes tiene un pres­i­dente de Fran­cia, mien­tras que Mon­i­ca Lewin­sky sigue dan­do titulares.

Con­tradic­ciones aparte, sin embar­go, el prob­le­ma, con la ley en la mano, no suele ser la ‘aven­tu­ra’ en sí. A pesar de que Esta­dos Unidos es uno de los pocos país­es occi­den­tales donde el adul­te­rio puede ser con­sid­er­a­do aún un deli­to (no a niv­el fed­er­al, pero sí en has­ta 21 esta­dos), los pro­ce­sos judi­ciales por ese moti­vo son muy raros. El prob­le­ma real, sobre todo si se tra­ta de políti­cos o car­gos de la admin­is­tración públi­ca, es men­tir sobre ello y, espe­cial­mente –como bien pudo com­pro­bar Bill Clin­ton–, hac­er­lo bajo jura­men­to. Cuan­do además se suman pre­sun­tos abu­sos de poder, o com­por­tamien­tos clara­mente con­tra­dic­to­rios con la moral que pred­i­ca el pro­pio per­son­aje, las con­se­cuen­cias pueden ir mucho más allá de una cri­sis matrimonial.

El últi­mo en sumarse a la larga lista de pres­i­dentes de EE UU salpic­a­dos por escán­da­los sex­u­ales ha sido, quién lo iba a decir, Don­ald Trump. Su pre­sun­to affaire con una actriz porno (ocur­ri­do, supues­ta­mente, antes de que el mil­lonario accediese a la pres­i­den­cia, pero cuan­do ya esta­ba casa­do), colocó hace solo unos días a más 22 mil­lones de espec­ta­dores frente al tele­vi­sor, cuan­do Stormy Daniels, la actriz que ase­gu­ra haber man­tenido rela­ciones con el mag­nate, detal­ló en el pop­u­lar pro­gra­ma 60 Min­utes de la CBS no solo los por­menores del encuen­tro («Me dijo que le record­a­ba a su hija, gua­pa, lista…»), sino cómo habría sido ame­naza­da después para que guardase silen­cio.

Trump, pese a su demostra­da ver­bor­rea en Twit­ter, no ha respon­di­do aún per­sonal­mente a las acusa­ciones, y este mis­mo jueves un tri­bunal de Los Ánge­les rec­hazó una peti­ción de la actriz que le habría oblig­a­do a tes­ti­ficar bajo jura­men­to, y recono­cer, o negar, la exis­ten­cia de un supuesto pacto de con­fi­den­cial­i­dad con la estrel­la porno.

No todos los escán­da­los sex­u­ales rela­ciona­dos con la Casa Blan­ca han resul­ta­do ser tan sór­di­dos (Daniels afir­ma que fue intim­i­da­da en un aparcamien­to, al más puro esti­lo de las pelícu­las de gang­sters), pero algunos no se quedan muy atrás. Muchos, en cualquier caso, no han podi­do ser proba­dos, y en otros ni siquiera hubo adul­te­rio. La lista se remon­ta nada menos que a uno de los «padres fun­dadores» del país, Thomas Jef­fer­son.

Thomas Jefferson y Sally Hemings

Los primeros rumores acer­ca de que Thomas Jef­fer­son había tenido un hijo con una de sus propias esclavas, Sal­ly Hem­ings, los pub­licó en 1802 James Cal­len­der, un rival políti­co del entonces pres­i­dente de EE UU. Jef­fer­son, que ocupó la Casa Blan­ca entre 1801 y 1809, era entonces viu­do. Hem­ings era hija de otra escla­va y del sue­gro del pro­pio presidente.

Durante años, los his­to­ri­adores tendieron a tratar la acusación como sim­ples cotilleos exten­di­dos por los ene­mi­gos del pres­i­dente, pero en 1998 una prue­ba de ADN real­iza­da a un descen­di­ente de Jef­fer­son mostró que, efec­ti­va­mente, podía exi­s­tir una conex­ión entre Jef­fer­son y el últi­mo hijo de Hemings.

Un estu­dio pos­te­ri­or lle­va­do a cabo por la Thomas Jef­fer­son Foun­da­tion llegó a la mis­ma con­clusión, y apun­tó inclu­so la posi­bil­i­dad de que el padre fun­dador hubiera sido tam­bién padre no solo de uno de los hijos de Hem­ings, sino de los seis que tuvo ésta.

Grover Cleveland y Maria Halpin

Unos días antes de que Grover Cleve­land se pre­sen­tase por primera vez como can­dida­to a la pres­i­den­cia de EE UU, en 1884, Maria Halpin, depen­di­en­ta en una tien­da de Buf­fa­lo, ase­guró que el aspi­rante demócra­ta era el padre de su «hijo ilegími­to». La his­to­ria saltó a los per­iódi­cos durante la cam­paña elec­toral –sus opo­nentes le canta­ban «Ma, ma, where’s my pa? Gone to the White House, ha ha ha!» («Mamá, mamá, ¿dónde está papá? ¡Se fue a la Casa Blan­ca, ja, ja, ja!»)– y el can­dida­to, pese a que no llegó ni a con­fir­mar­la ni a negar­la, sí admi­tió que paga­ba la manun­ten­ción de un hijo con el nom­bre de Oscar Fol­som Cleveland.

El escán­da­lo no impidó que Cleve­land ganase las elec­ciones (por tan solo 62.000 votos), una vic­to­ria que repe­tiría en 1893, sien­do el úni­co pres­i­dente de EE UU que ha tenido dos mandatos no con­sec­u­tivos. En junio de 1886, Cleve­land con­tra­jo mat­ri­mo­nio con Frances Fol­som, hija de un com­pañero de su bufete de abo­ga­dos. Se casaron en la mis­ma Casa Blan­ca (el úni­co pres­i­dente que lo ha hecho), y Fol­som se con­vir­tió, con 21 años, en la primera dama más joven de la his­to­ria del país. Cleve­land tenía 49.

Woodrow Wilson y Edith Bolling

El escán­da­lo rela­ciona­do con Woodrow Wil­son (pres­i­dente entre 1913 y 1921) no tuvo que ver ni con el adul­te­rio ni con hijos ilegí­ti­mos ni con cualquier otra con­duc­ta cas­ti­ga­da por la ley. En una época en la que se esper­a­ba que los viu­dos guardasen como mín­i­mo un año de luto, el pres­i­dente se com­pro­metió con Edith Bolling Galt ape­nas siete meses después de la muerte de su esposa, llen Axson Wil­son, fal­l­e­ci­da a los 29 años, y que había sido primera dama durante tan solo 17 meses. Una parte de la pren­sa cen­suró su «fal­ta de respeto», y entre los rumores más dis­parata­dos se llegó inclu­so a insin­uar que Wil­son había asesina­do a su primera mujer.

Cuan­do Wil­son sufrió un ictus severo en octubre de 1919, Edith, con la que se había casa­do nueve meses después de com­pro­m­e­terse, comen­zó a super­vis­ar los asun­tos de Esta­do, lle­gan­do a diri­gir de fac­to el poder ejec­u­ti­vo del Gob­ier­no durante el resto del segun­do manda­to del pres­i­dente, has­ta mar­zo de 1921.

Warren Harding y Carrie Phillips (y Nan Britton)

War­ren Hard­ing (pres­i­dente entre 1921 y 1923) tuvo una relación extra­mat­ri­mo­ni­al con Car­rie Ful­ton Phillips que duró quince años, a pesar de lo cual el públi­co en gen­er­al no tuvo conocimien­to de ello has­ta décadas más tarde, cuan­do un bió­grafo del man­datario, Fran­cis Rus­sell, hal­ló en los años sesen­ta las car­tas esri­tas por Hard­ing a su amante. En 1971 esas car­tas fueron don­adas a la Libr­ería del Con­gre­so, aunque, como resul­ta­do de un liti­gio judi­cial, no pudieron ver la luz has­ta 2014.

A Hard­ing se le atribuyó otra amante, Nan Brit­ton, quien en 1927 pub­licó el libro The Pres­i­den­t’s Daugh­ter (La hija del pres­i­dente), en el que ase­gura­ba que el padre de su hija Eliz­a­beth era el inquili­no de la Casa Blan­ca. El libro, ded­i­ca­do «a todas las madres solteras», llegó a vender­se como si fuera pornografía, puer­ta a puer­ta y envuel­to en papel mar­rón para ocul­tar­lo. Brit­ton fue deman­da­da por difamación y un jura­do fal­ló en su con­tra, pero en 2015 prue­bas de ADN real­izadas a miem­bros de las dos famil­ias con­fir­maron final­mente que sí existía una relación.

Franklin D. Roosevelt y Lucy Mercer

En 1913, Eleanor Roo­sevelt, esposa de Franklin D. Roo­sevelt des­de 1905, con­trató a una joven de 22 años, Lucy Mer­cer, como sec­re­taria. Cua­tro años después, Eleanor des­cubrió las car­tas de amor que habían inter­cam­bi­a­do Mer­cer y su esposo, y ame­nazó con pedir el divor­cio. El futuro pres­i­dente (fue elegi­do por primera vez en 1933 y no aban­donaría la Casa Blan­ca has­ta su muerte, en 1945) prometió que daría por ter­mi­na­da la relación, pero no fue así.

El con­tac­to entre Roo­sevelt y Mer­cer se man­tu­vo a lo largo de los años, y, cuan­do el pres­i­dente murió, en Warn Spring, ella se encon­tra­ba jun­to a él, un hecho que, al igual que la relación en sí, se ocultó al públi­co has­ta que fue rev­e­la­do en 1966 por Jonathan W. Daniels, un antiguo asis­tente del man­datario, en su libro The Time Between the Wars (El tiem­po entre guerras).

John F. Kennedy y Marilyn Monroe

El 19 de mayo de 1962, en el emblemáti­co Madi­son Square Gar­den de Nue­va York, una exu­ber­ante Mar­i­lyn Mon­roe se acer­ca­ba al micró­fono y, ante el entonces pres­i­dente de Esta­dos Unidos, John Fitzger­ald Kennedy, enton­a­ba con voz sen­su­al uno de los Feliz cumpleaños más famosos de la his­to­ria: Hap­py Birth­day, Mr. Pres­i­dent. La esposa del hom­e­na­jea­do, Jacque­line, no esta­ba entre las más de 15.000 per­sonas que asistieron al even­to porque, según las muchas infor­ma­ciones fil­tradas a pesar del celo pro­tec­tor de la pren­sa, hacía tiem­po que sabía de la (a día de hoy, aún ‘supues­ta’) relación entre su mari­do y la gran estrel­la de Hollywood.

La fama de promis­cuo de JFK está bien doc­u­men­ta­da, y numerosos artícu­los y libros han inclu­i­do entre sus romances, además de a Mar­i­lyn, a la actriz Mar­lene Diet­richt (al pare­cer, la cosa no habría pasa­do de un breve encuen­tro), a una becaria de la Casa Blan­ca, a una sec­re­taria per­son­al de la propia Jacque­line e inclu­so a una joven, Judith Camp­bell Exn­er, a quien pos­te­ri­or­mente el FBI rela­cionaría con la mafia. Kennedy y Camp­bell habrían sido pre­sen­ta­dos por Frank Sina­tra en Las Vegas en 1960, cuan­do el futuro pres­i­dente aún era senador .

Bill Clinton y Monica Lewinsky

«Yo no tuve rela­ciones sex­u­ales con esa mujer, la señori­ta Lewin­sky. Yo nun­ca le dije a nadie que mintiera, ni una sola vez, nun­ca. Esas ale­ga­ciones son fal­sas». Así de rotun­do se mostra­ba Bill Clin­ton ante la pren­sa el 26 de enero de 1998, tratan­do de zafarse del que era ya el may­or, el más pub­lic­i­ta­do, y el más uti­liza­do como arma políti­ca escán­da­lo sex­u­al en toda la his­to­ria de la Casa Blan­ca. El pres­i­dente –acom­paña­do en ese momen­to por su esposa, Hillay Clin­ton, quien le apo­yaría a lo largo de todo el pro­ce­so– esta­ba, como se con­fir­mó después, mintiendo.

En 1995, Mon­i­ca Lewin­sky fue con­trata­da para tra­ba­jar como pas­ante (becaria) en la Casa Blan­ca, durante la primera pres­i­den­cia de Clin­ton. La relación que la joven (tenía entonces 22 años) man­tu­vo has­ta 1997 con el pres­i­dente (una serie de breves encuen­tros sex­u­ales en el Despa­cho Oval) saltó a la luz a raíz de un caso dis­tin­to, en el que otra mujer, Paula Jones, había deman­da­do a Clin­ton por pre­sun­to acoso sex­u­al cuan­do este era gob­er­nador de Arkansas.

Lin­da Tripp, una ami­ga de Lewin­sky, emplea­da tam­bién en la Casa Blan­ca, y a quien la becaria había con­fi­a­do su his­to­ria, había graba­do en secre­to con­ver­sa­ciones tele­fóni­cas en las que qued­a­ba clara la relación entre Lewin­sky y el pres­i­dente. Al enter­arse de que Lewin­sky se había com­pro­meti­do a no declarar sobre su relación con Clin­ton en el caso Jones, Tripp decidió hac­er públi­cas las cin­tas, y fue entonces cuan­do estal­ló la tormenta.

El 28 de julio de 1998, Lewin­sky, tras recibir pro­tec­ción de tes­ti­go a cam­bio de dar tes­ti­mo­nio acer­ca de su relación con Clin­ton, entregó a los inves­ti­gadores el ya famoso vesti­do azul man­cha­do con semen, cuyo ADN probó la relación. El 17 de agos­to Clin­ton admi­tió ante el gran jura­do que había tenido una «relación físi­ca impropia» con Lewin­sky, aunque aclaró que «no había tenido rela­ciones sex­u­ales» con la becaria, sino que se había lim­i­ta­do a recibir sexo oral.

Dos meses después, el pres­i­dente, someti­do entre tan­to a un juicio políti­co de des­ti­tu­ción (impeach­ment) por haber men­ti­do bajo jura­men­to sobre sus rela­ciones con Lewin­sky en el pro­ce­so judi­cial, no rela­ciona­do, sobre acoso sex­u­al, fue hal­la­do cul­pa­ble por desaca­to y mul­ta­do con 90.000 dólares por fal­so tes­ti­mo­nio. El Con­gre­so, no obstante, lo absolvió de todos los car­gos de per­ju­rio, lo que le per­mi­tió per­manecer en el cargo.