Vampirizar las palabras, los gestos y las vidas de los que me rodean. Morderles en el cuello y chuparles las frases. La voz mandona en la vieja cassette de aquellas clases de francés reclama, tantos años después, su sentido último…
—Muchas gracias por la invitación.
—Es un sitio precioso, al lado del mar. ¡Y puedes ir a ver los delfines!
Dos mujeres, de más de 40 años, en el metro. Hablan (en inglés, con bastante acento) de sus hijas y de sus respectivas culturas (la primera es de origen africano; la segunda, filipina). Ninguna de las dos parece tener demasiados recursos económicos. La primera sujeta un gran monedero negro, a modo de bolso; la segunda, un carrito de la compra. Aunque llevan un buen rato charlando, da la impresión de que apenas se conocen. Pero están a gusto la una con la otra.
Metro de Toronto, Yonge Line, entre York Mills y Eglinton, 24–2‑2009. Diez menos cuarto de la mañana.
—Coge taxis, coge taxis para ir a la universidad, con 18 años. Tiene su abono para el metro y el autobús, pero coge taxis. Y yo le digo: «Daniel, ¿te parece normal? ¿Te parece normal gastar lo que gastas? Cuando yo tengo que ir al médico, o donde sea, voy en autobús». Él tiene su paga, 60 dólares a la semana, se supone que es cosa suya, y yo no quiero discutir, pero soy su madre. Soy su madre, ¿no? No quiero pasar el poco tiempo que estamos juntos los fines de semana discutiendo de dinero, pero estoy preocupada. ¿Por qué tiene que comer en un restaurante, o en un burguer, todos los días? Dice que la comida en la universidad es horrible… No sé qué hacer.
Una mujer de unos 45 años, tal vez más, de clase media, morena y vestida de negro, hablando con, por lo que parece, una amiga íntima. Se expresa con preocupación, pero sin angustia. La amiga dice algo de vez en cuando, apoyando sus palabras o preguntando por algún detalle.
Café en Eglinton Avenue West, Toronto, 14-12-2008. Sobre las 16.30 h.
—Te cuento mi fin de semana… Haciendo unas migas, con el puchero…
Tres hombres, de unos cuarenta y tantos años. Caminan deprisa. Uno de ellos va mirando fotos en un móvil. El que habla viste un chubasquero rojo y gris y tiene el pelo corto. Tiene, también, pinta de ir al campo todos los fines de semana, en todo terreno. La mañana es muy gris, de lluvia, aunque no llueve. Un día perfecto para unas migas.
Plaza del Callao, Madrid, 9–1‑2007. 13.15 h.
—Pues a mí me parece que me va a tocar un suéter, porque, cuando salía esta mañana, va mi madre y me dice: «Oye, ¿tú que talla llevas?»
El chico lleva el pelo cortado a casco, como muy mod, pero poco auténtico. Retro, quizá. Tendrá unos 16 años. Él, su novia (van abrazados) y otra pareja ocupan cuatro asientos juntos en el vagón del metro. Parecen bastante amigos. Se ríen. Ellas parecen cansadas (llevan un par de bolsas llenas de regalos: «Toda la puta mañana comprando, tío», pero dicho con auténtica satisfacción); ellos hablan para ellas. La novia es guapa, pero no se lo cree.
Línea 3, Madrid, 4–1‑2007. 17.30 h.
—Yo tengo que tener claras mis prioridades. Y lo tengo claro… Ahora mismo, lo primero, una casa, irme de casa de mis padres…
Dos chicas, dos mujeres. Treinta y pocos. Abrigos, bufandas, nada de vaqueros. Peluquería. Oficina y comida de menú. Caminan muy juntas, tal vez cogidas del brazo. Sólo habla una; la otra, escucha. Son bastante diferentes físicamente, pero están cortadas por el mismo patrón. El tiempo (escaso) que permanezcan en la memoria del resto de la gente que se cruza con ella lo harán, es posible, como hermanas gemelas.
Gran Vía, Madrid, 2–1‑2007. Mediodía.
—¡Tenemos un bisnieto! ¡Somos bisabuelos!
Ambos bien vestidos, casi de domingo. Él, con chaqueta y corbata; ella, traje de chaqueta oscuro, maquillada, pelo recogido. No pueden, ni quieren, contener la sonrisa. Lo repiten varias veces. La alegría es sincera, sin exhibicionismo. Acaban de entrar a tomarse unos vinos en el bar de los Hermanos Granados, un sitio que, salvo por una pequeña modificación en los años sesenta, no ha cambiado apenas desde que lo abrieron, en 1922, probablemente antes de que los dos bisabuelos nacieran.
Granada, 24-11-2006. Sobre las 20.00 h.
—Yo reconozco que tuve una etapa… No sé, desde los trece hasta…
Un chico de unos veinticinco años, alto, pelo rizado y perilla, hablando más para sí mismo que para la chica que, a su lado, le escucha atentamente, sin quitarle apenas los ojos de encima. Caminan algo adelantados en un grupo muy heterogéneo.
Plaza del Callao, Madrid, 6-10-2006. Sobre las 17.00 h.
—Y cuando vengas vamos a hacer el amor, pero el amor de verdad… Amor del de verdad.
Un inmigrante ecuatoriano de unos cuarenta años, en la acera de la calle Labrador, hablando por el móvil. Está rodeado de varios compatriotas que mantienen una conversación al margen, sin prestarle atención. Habla sin bajar la voz ni torcer la cabeza ni apartarse del grupo.
Madrid, 2-10-2008. Medianoche.
—Escucha, mira, con cincuenta años que tiene, lo que no haya hecho no lo va a hacer ya…
Un hombre de unos cincuenta años, algo calvo, polo rosa, a una chica de pelo largo, negro y rizado. Vistos de espaldas. Caminan a toda prisa por el vestíbulo de la estación de Atocha.
Madrid, 8–9‑2006. Mediodía.
—¿Quieres creerte que llevo dos o tres días acordándome de ti?
Una mujer mayor, una abuela de pelo blanco y camisa de abuela con flores grises de abuela pero que aún no es exactamente una anciana, le tiende los brazos a otra abuela como ella, coronada de mechas. Las dos, con su bolso de mañana de jueves. La primera, con una sonrisa dulce, sincera; la segunda, más seria.
Parada del 148, Embajadores, Madrid. 20–7‑2006. Sobre las 10.00 h.
—¡Pero por qué eres tan maricón! ¡Coge el teléfono, hijo de puta! ¡Cógelo, que te mato, que te mato! ¡Coge el teléfono que te mato!
Un travesti en Callao. Pelucón negro desmadejado, vestido de cebra marcándole todos los músculos, la falda a medio muslo. Taconazos. Aprieta el móvil como si lo fuera a destrozar. La mirada clavada en sus propios pasos, o simplemente en el suelo. La voz, ronca, machacada, le sale a gritos…
Madrid, 11–7‑2006. 23.15 h.
He ojeado todoa tu web: ¡Felicidades!.Tenemos en común algunas cosas, pero sobre todo nos une una palabra: Cartografiar. Según el diccionario: «Levantar y trazar la carta geográfica de una porción de superficie terrestre». Sólo que a mi me gusta trazar los mapas conceptuales del hombre y tú te inclinas por los mapas del corazón y los sentidos. Yo cartografío en la fría mesa de operaciones, tú lo haces desde la mirada en tránsito, desde la ventana del autobús o la barra del café. Si pudiéramos un día desplegar sobre una mesa nuestros mapas, y ver lo poco que quedará un día de nosotros, del mundo que vivimos y se va cada día más y más lejos. Si pudiéramos poner un mapa sobre otro y comprobar los cabos del miedo, los golfos de los desencuentros, las ínsulas y penínsulas del placer, las fallas del amor, las selvas del sexo, los bosques de la amistad, las cavernas del tiempo, las fosas submarinas del alma, tantos y tantos accidentes geográficos que son la cara del tiempo, del que fué, del que es, del que será.
Si pudieras dibujar en un mapa tus canciones, como ríos de agua, tus amigos como faros o mojones, tus amantes como lugares donde dormir o abrevar, tus libros como sueños diurnos, tus personajes históricos como los más verdaderos compañeros de tribu. Si pudieras hacer de cada frase adivinada o una novela y poema al mismo tiempo. Si pudieras tender tus manos como puentes hacia la maravilla que mora en tu corazón y abrazar uno a uno a tantos y tantos desconocidos con intensos suspiros. Si pudieras gritar y gritar y gritar los desvaríos que como buen testigo de la actualidad presencias, y dejarte a ti mismo ahí, salir haciendo mutis por el forro en un barco de tablas de madera Mississippi dejándo escapar la vida mientras cantan en la orilla dos negros. Si hicieras todo eso yo pensaría que eres tú, y que ha nacido en ti un artista, aún más que ha nacido una nueva forma de arte que se basa en compartir. Una sugerencia, desarrolla una historia de cada una de esas frases breves, seguro que te saldrá. No sigo.Un abrazo
Uf… Gracias. Qué placer leerte, qué gusto tenerte de visita (has estrenado los comentarios, además, quién mejor). Todo está en los libros… Todo está en los mapas.
Déjalo estar. Todo está en el corazón, puro y perfecto en su imperfección. Let it be.
…dónde irán a parar todas esas frases? esas historias?
una recopilación de vértigo 🙂
Pues, a ti, por ejemplo… Muchas gracias por pasar, Lorena.