Un inesperado tono naranja

Miguel Máiquez, 28/01/2009

Emma, Emma Bovary, ha pasado toda la noche entre pesadillas. Pesadillas complicadas e intensas en las que convivían antiguos amigos de la infancia con los ogros de su juventud. Ha pasado toda la noche oscilando entre la apatía de una prisión gris y el mordisco del deseo en las venas. Y cuando al fin ha sonado el despertador llevaba ya casi dos horas despierta, mirando al techo y recordando, si no toda su vida, sí la mayor parte. Luego se ha puesto a limpiar convulsivamente y se ha olvidado de desayunar. Hasta que al final, invadida por un hastío apenas consciente, se ha sentado en un sillón a mirar por la ventana y a esperar que dieran las diez y media para salir a la calle.

A Anna, Anna Karenina, el despertador la ha sacado abruptamente de un sueño apacible, muy profundo. Al abrir los ojos no sabía muy bien dónde estaba. Le ha costado levantarse y se ha preparado el café con la mente en blanco. Sólo cuando ha empezado a caerle sobre el cuerpo el agua caliente de la ducha ha empezado a entrelazar pensamientos. Escribir dos cartas, llamar al banco y regar las plantas. Dejar la chaqueta en el tinte cuando pase por allí de camino al centro. Mirar la agenda para comprobar si la cita es a las once o a las once y media.

Cuando Emma ha atravesado el parque que hay justo enfrente de su casa una pareja estaba comiéndose a besos, como si no fueran a morirse nunca, como si no fuese todo, en el fondo, completamente absurdo.

Al pasar junto al colegio de su barrio, Anna ha escuchado el griterío de los escolares en el patio y ha echado de menos estar abrazada a un niño. Ha echado de menos, también, el extraño silencio que parece gobernarlo todo cuando nieva.

Emma ha llegado primero; Anna, un poco más tarde. Las dos han visto, antes de entrar, un inesperado tono naranja en la luz que bañaba la fachada del café.

Sólo después de un buen rato ha puesto Emma su hastío encima de la mesa y Anna, su nostalgia.

Miguel Máiquez, 28/1/2009
En el relato: Anna Karenina, Emma Bovary
Imagen: Chop Suey (Edward Hopper, 1929), detalle

Comentarios

1 comentario

  • flaneur dice:

    bonito texto, dos grandes obras unidas en una gran pintura 🙂

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