—Pero abuelo, por Dios, ¿qué hacía usted allí?
—Estaba viendo el concierto, como todo el mundo.
—¿Y su nieto? ¿Dónde está su nieto?
—No sé a qué se refiere. Tengo nueve hijos (en realidad he tenido veinte, pero sólo sobrevivieron nueve) de dos mujeres y una cantidad innumerable de nietos y nietas, pero a ninguno, que yo sepa, le gusta Radiohead.
—¿No ha ido acompañando a nadie? ¿Ha ido solo?
—Pues sí, qué pasa.
—Hombre, no sé, diría que le pega otro tipo de música… Ya sabe, pasodobles, copla, esas cosas.
—No crea.
—O música clásica, zarzuela… ¿No le gusta la música clásica, abuelo?
—Digamos que estoy un poco harto. La tengo en barbecho.
—En barbecho… En fin. Quería denunciar un robo, ¿no?
—Sí, me han robado la cartera.
—Por cierto, ¿cuántos años tiene, si no es indiscreción?
—Muchos.
—Ya veo… ¿Nombre?
—Juan.
—Juan qué.
—Juan Sebastián.
—Apellido…
—Bach.
—¿Bach?
—Bach.
Miguel Máiquez, 13/12/2008
En el relato: Johann Sebastian Bach