Me llamo Henry Green y hablo con los locos. Enfermos mentales, lo que sea. Hace tiempo que entendí que sus historias son tan reales como las mías, como las de cualquiera, si no más. Del mismo modo que es posible que existan muchos mundos superpuestos. Realidades paralelas, por utilizar una expresión que detesto.
Hablo con los locos porque me interesa lo que me cuentan y porque tal vez un día escriba un libro con todo ello.
Los periódicos, por ejemplo, están llenos de pistas. La televisión también. Sólo hay que saber buscarlas, prestar un poco de atención. El resto es fácil. Tengo buenos contactos, en la prensa y en la policía. Hago un par de llamadas y obtengo un nombre y una dirección. A veces lleva un poco más de tiempo, pero basta con perseverar.
Suelo encontrarles cuando han llegado ya a la última estación, cuando están ya ingresados en clínicas, sanatorios… Cuando la última persona que aún les creía ha dejado de hacerlo.
Entonces alquilo un coche y viajo hasta donde quiera que estén. No me importa hacer los kilómetros que haga falta. Me gusta conducir, me gusta pasar la noche en hoteles de carretera y desayunar rodeado de extraños. Todos tienen también su propia historia.
Cuando llego a mi destino lo primero que hago es mentir. Normalmente he logrado reunir la información necesaria para resultar convincente. Me hago pasar por un familiar, un amigo, un antiguo médico de cabecera, según.
A los locos, sin embargo, no les miento. Nada más sentarme con ellos (siempre en una sala parecida, con un café de máquina parecido, rodeados de caras parecidas) les digo quién soy y por qué estoy allí. Les cuento que no les conozco de nada pero que me gustaría oír lo que tengan que contarme. Les explico que a lo mejor escribo un libro con todo ello. Pongo la grabadora encima de la mesa y les pregunto si les importa que les grabe. Casi nunca se niegan.
Me llamo Henry Green, soy escritor y no estoy loco, pero acabo de pasar una noche entera oculto tras unos matorrales, vigilando un viejo caserón aislado a las afueras de L., medio muerto de frío.
Conozco bien la diferencia entre lo posible y lo imposible. No tengo problemas con eso. Aún así, ésta ha sido, quizá, la noche más emocionante de mi vida.
Poco después de amanecer he visto cómo se abría al fin la puerta del caserón. Entonces han salido. Sólo dos, efectivamente. ¿Eran ellos? Es difícil saberlo con certeza. Estaban demasiado lejos. Por otra parte, ¿cómo no iban a serlo? ¿Y la música? ¿Venía realmente de la casa o estaba dentro de mí, en mi mente? ¿Acaso importa?
Me llamo Henry Green, hablo con los locos. Ayer pasé un buen rato con uno. Ocupa la habitación 21 A del hospital provincial para enfermos mentales de L.
Ésta es su historia, y, ahora, también la mía:
ARCHIVO #54
2008.12.05
SUJETO: A. R.
… ¿Está grabando ya? Bien… La verdad es que a mí me da igual. Quiero decir que ya no me importa si me creen o no me creen, me da lo mismo. ¿Qué más da? ¿Acaso cambia algo? No, no cambia nada. Nada en absoluto. No cambiaría ni aunque yo no los hubiese visto nunca. Pero resulta que sí les he visto, ya ve. Con estos ojos. Como le estoy viendo a usted ahora. Y no una, ni dos, sino seis veces. Seis veces, ¿me entiende? Seis veces. Hasta que ya no pude callármelo más y lo solté. El error de mi vida. Y aquí estoy. Podría estar allí, escuchándoles, pero estoy aquí. Seis veces. ¿No me cree? Le repito que me da lo mismo. De todos modos, no tiene más que ir allí y comprobarlo. Tan fácil como eso. Lógico, ¿no? Sólo ir y comprobarlo. Pues no. ¿Cree que lo ha hecho alguien? ¿Cree que alguien se ha molestado en ir allí y comprobarlo? Nadie. Y aquí estoy. Pero qué más da. Imagínese la noticia en primera plana, la exclusiva. Aunque sólo fuese por eso. Pero no. Me da igual, ya no me importa, en serio. Yo los he visto. Tengo bastante con eso… El primer viernes de cada mes, durante seis meses seguidos. ¿No me cree? Hasta que no pude más y lo conté. El error de mi vida. Pero ellos siguen reuniéndose, estoy seguro. El primer viernes de cada mes… John y George están siempre dentro. No salen nunca. Ringo y Paul llegan después del anochecer, cada uno en su coche. A veces traen cervezas, o un par de pizzas. Después de un rato empieza a escucharse la música. No paran de tocar hasta que sale el sol. Y luego, Paul y Ringo salen y se van, cada uno en su coche. ¿No me cree? Tan fácil como ir a comprobarlo. Hoy es viernes, ¿no? El primer viernes de cada mes, amigo. Tan fácil como eso…
Miguel Maiquez, 16/12/2008
En el relato: George Harrison, John Lennon