Indignada, Isabel subió los escalones de tres en tres, abrió la puerta de un empujón, se plantó en mitad de la sala de estar y, con las bolsas de la compra aún en la mano, le espetó a su marido:
—Fernando, voy a empezar un blog.
—Ajá…
—Ni siquiera hablan nuestro idioma.
—¿Quiénes no hablan nuestro idioma, cariño?
—En la tienda, Fernando, la tienda de los chinos. No entienden ni la palabra «patata». ¿Te lo puedes creer?
—¿No son patatas lo que tienes ahí?
—Eso no importa. Al final he tenido que ir y cogerlas yo misma. ¿Dónde vamos a ir a parar? Una tienda de mala muerte, en mi propio barrio, y ni siquiera hablan castellano.
—Bueno, ya aprenderán. Tampoco hablas tú chino, que yo sepa.
—A ti todo te da igual, ¿verdad?
—¿Eh?
—Tú como si no fuera contigo.
—¿No tienes ya las patatas? Pues, anda, déjalo estar. Por Dios…
—¿Te importaría al menos cerrar el libro mientras te estoy hablando?
—Vaya día tenemos…
—Voy a empezar un blog, voy a extender la palabra, eso es lo que voy a hacer. Y no descansaré hasta que este país recupere su gloria y sus raíces.
—Muy bien, cariño. Ahora, si no te importa…
—¿No me crees?
—Que sí, que sí…
—Ya lo verás. Tú no me conoces.
—¿Y por qué no te presentas a las elecciones? No te van a devolver el trono, pero lo mismo te hacen concejala de algo…
—Muy gracioso.
—O cambia de tienda.
—Olvídame. Voy a llamar a Juana ahora mismo. Seguro que ella me apoya.
—Tu hija está loca, pero no tanto…
—¿Cómo has dicho?
—Nada, nada. Que sí, que seguro que sí…
Miguel Máiquez, 19/12/2008
En el relato: Isabel la Católica, Fernado el Católico
Imagen: Los Reyes Católicos (Norman Narotzky, 1966; dos obras en acrílico y collage), detalle
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