Llegué a la fiesta tarde y me deprimí a los cinco minutos, pero ella estaba sentada en un rincón, sola, y ya no pude dejar de mirarla en toda la noche.
Era como si estuviese iluminada por un foco de luz, como si su cuerpo emitiese en mi misma longitud de onda, en mi misma frecuencia. El resto del mundo desapareció. Se me hizo la boca agua.
Hasta que, de pronto, se levantó, cogió su impermeable y, sin más, se fue. Cuando logré alcanzarla estaba parada en mitad de la calle, sintiendo la lluvia caer sobre su cara. Feliz.
—¿Dónde vas, caperucita?
—A casa de mi abuelita.
—Te sienta muy bien ese impermeable.
—Gracias. Es nuevo. Estaba harta del rojo.
Miguel Máiquez, 13/11/2010
En el relato: Caperucita Roja
Ilustración: Pluja (Maria Zeldis), detalle
1 comentario
¡Nunca caperucita dejará de ser roja…en los cuentos! ¡Aunque en este sí!