Ketchum, Sun Valley, Idaho
22 de junio, 1961
Son casi las dos de la madrugada. Me acabo de preparar otro café. Acabo de terminarme otra botella. Llevo más de seis horas devanándome los sesos en busca de alguna explicación, alguna pista… Porque tiene que haber una explicación lógica, racional… Aunque sea en mi propia mente. Un guiño extraño del cerebro, o un nervio rebelde, tal vez; una disfunción de la memoria, un extraordinario caso de ‘déjà vu’… Los efectos secundarios de los jodidos electroshoks… Lo que sea ¿O es que acaso ha empezado ya la putrefacción irreversible de mi jodido cerebro? He llamado a P. y le he pedido que me contase todo lo que supiera sobre alucinaciones e ilusiones ópticas. Para un libro, le he dicho, pero no se lo ha tragado. Quiere que vaya a verle para otro puto chequeo. Bueno, prefiero quedarme con la explicación fantástica sobrenatural, entonces… Porque ahí está, justo ahí, en el cajón: la hoja de papel amarillenta y desgastada… Y es la misma hoja de papel. Desde luego que es la misma. Los ojos aún me funcionan, creo. La he mirado desde todos los ángulos posibles, la he observado al trasluz hasta casi quedarme ciego… He llegado incluso a ponerla sobre la llama del encendedor, recordando aquellos trucos de tinta invisible de cuando era pequeño niño… No he podido encontrar nada extraño, nada en absoluto. Es, sin duda, la misma hoja de papel que encontré ayer en el primer cajón de este escritorio inglés que compré en el anticuario. La misma hoja de papel que volví a guardar después en el mismo cajón tras cerrarlo con llave concienzudamente (es el cajón que he elegido para guardar estos últimos vómitos de escritura, el depósito de cadáveres final). No he salido de casa desde entonces. No ha entrado nadie en casa desde entonces. Ayer la hoja de papel estaba en blanco. Hoy está escrita.
Rodmell, Lewes, East Sussex
19 de marzo, 1941
Hola, escritorio maravilloso. ¿Me ayudarás a sobrevivirme unos cuantos días más? Veremos si eres capaz de aguantarme cuando ya no quede ni rastro de este sol que aún se atreve a entrar por la ventana… Pero el invierno está todavía muy lejos, ¿no?
Hoy me he levantado exhausta, muda. No deseo intercambiar ni una sola palabra con nadie.
23 de junio
La cabeza me da vueltas. Necesito otro whisky. Estoy listo para sumergirme desnudarme por completo y sumergirme en las profundidades oscuras insondables terribles malditas del océano.
La hojita de papel no ha vuelto a «cambiar». Se trata, pues, de mi cerebro. De mi cerebro podrido, pudriéndose.
20 de marzo
Ha llegado al fin, parece, el momento de la desconexión completa con el mundo «real». Como un preludio de locura antes de que todo acabe de una vez para siempre. ¡Ja! Oh, Dios… ¿Quieres escuchar la última de tu loca esposa, querido Leonard? No tiene desperdicio…
Ayer terminé de escribir, saqué la hojita de la máquina y, al meterla en el cajón del escritorio maravilloso, vi que ya había otra hojita esperándola… Tenemos un visitante del futuro, Leonard, ¿qué te parece? Y no eres tú, cariño, porque el cajón estaba cerrado con llave, y la llave sólo la tengo yo. Verás, te explico…
Viene del año 1961, es un trasnochador y le da a la botella. Dice tacos. Y, fíjate, también a él le bailan las letras sobre el papel…
Me hundo, Leonard. Cada vez me cuesta más encontrar fuerzas para nadar hacia arriba y salir a la superficie a respirar. Me hundo.
24 de junio
La carta… Otra vez… La puta carta otra vez… ¿Quién coño eres? ¿En dónde estás? ¿En CUÁNDO estás? ¿Te hundes?
21 de marzo
¿Hola??
25 de junio
Hola
Ernest H.
22 de marzo
Virginia W.
26 de junio
¿W. de Woolf? ¿Virginia Woolf???
23 de marzo
Sí…
27 de junio
Cristo bendito. Tengo a Virginia Woolf escribiéndome desde el interior de mi cerebro podrido…
24 de marzo
Ernest… ¿Hemingway?
28 de junio
Eso me temo, sí.
25 de marzo
Leonard trajo el otro día un ejemplar de tu último libro… Bueno, tu «último» hasta ahora, supongo… «Por quién doblan las campanas». Me gusta el título.
29 de junio
Gracias… Yo… Anoche no pegué ojo, Woolf. Releyendo «Las olas». Es increíble.
26 de marzo
Esa cita que has puesto al principio de tu libro, la cita de John Donne… Es como un… Como un abrazo.
30 de junio
«Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a toda la humanidad; por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti».
27 de marzo
Ernest. Voy a acabar con todo. Mañana. En el río. Iba a acabar con todo. Mañana, en el río.
1 de julio
Lo sé. He mirado el calendario. Yo prefiero la escopeta.
28 de marzo
No, no lo hagas. Aún no, al menos… ¿Y si me esperas? Sólo son 20 años…
2 de julio
¿Tomas el whisky solo o con hielo?
Ernest Hemingway se disparó con una escopeta el 2 de julio de 1961, en su casa de Sun Valley, en Idaho (EE UU). No dejó ninguna nota de suicidio. Tenía 62 años. En los últimos meses de su vida su estado depresivo, empeorado por el alcoholismo, se había acentuado, y se especula con la posibilidad de que se le hubiese diagnosticado una enfermedad mental de carácter degenerativo. Poco antes de su muerte estuvo hospitalizado y recibió terapia con electroshocks.
Virginia Woolf acabó con su vida el 28 de marzo de 1941. Llenó de piedras los bolsillos de su abrigo y se sumergió en el río Ouse, cerca de su casa en East Sussex, Inglaterra. Tenía 59 años y padecía la enfermedad conocida actualmente como trastorno bipolar. Dejó a su marido, Leonard, la siguiente nota:
Querido:
Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros.
V.
Miguel Máiquez, 22/9/2009
En el relato: Ernest Hemingway, Virginia Woolf
3 comentarios
Ningún hombre es una isla,…doblan por nosotros.
«No me queda nada excepto la certeza de tu bondad»
[Se me han saltado las lágrimas]