Vivo en Canadá, a miles de kilómetros de mi familia y mis amigos en España. Podernos comunicar con la facilidad que ofrecen las aplicaciones actuales de mensajería es esencial. Y en España, como en buena parte del resto del mundo, WhatsApp es, desde hace años, el sistema de comunicación por defecto. En 2019 el 93% de los usuarios españoles utilizaban WhatsApp como principal canal de mensajería; en 2023, algo menos, pero aún el 89,7%. No tener WhatsApp es, al menos en teoría, aislarte socialmente, cortar lazos, quedarte fuera.
Hay, obviamente, alternativas, pero la interoperabilidad con otras aplicaciones que la UE ha obligado a empezar a implementar está todavía muy lejos de ser una realidad fuera de la Unión, y, mientras llega (si llega), siempre he sentido como una imposición que alguien tenga que instalarse una aplicación más solo para poder hablar conmigo.
Hasta ahora.
Hace mucho que tengo claro que no quiero usar WhatsApp, tanto por razones de privacidad como por razones éticas. Con respecto a las primeras, es verdad que WhatsApp encripta el contenido de tus comunicaciones, pero todo lo demás (cuándo usas la aplicación, con quién, durante cuánto tiempo, desde dónde, con qué configuración, etc) son datos personales que WhatsApp recoge y que, por supuesto, usa y explota, especialmente en Facebook e Instagram (las tres aplicaciones pertenecen, junto con Threads y Messenger, a una misma compañía, Meta),
Tus datos, entre otras cosas, satisfacen las demandas de los anunciantes para bombardearte con publicidad ‘personalizada’ —en Facebook e Instagram, pero también en cualquier otro lugar de Internet que albergue elementos de rastreo de esas dos plataformas, es decir, en todas partes—, y alimentan, además, los algoritmos que deciden los ‘contenidos’ diseñados para que pases cuanto más tiempo posible haciendo scroll.
Esta violación de tu privacidad debería ser ya un motivo lo suficientemente importante, pero si eso no es algo que te preocupe especialmente, tal vez sea oportuno recordar algunos grandes hitos de la compañía de Mark Zuckerberg, como el escándalo de Cambridge Analytica (la consultora que recopiló datos de millones de usuarios de Facebook para impulsar en 2016 las campañas de Trump y a favor del Brexit), la forma en que los algoritmos de Facebook promovieron las atrocidades cometidas contra la población rohinyá en Mianmar; o las gotas que han colmado el vaso para mí: la decisión de Meta de donar un millón de dólares para la ceremonia de toma de posesión de Trump (algo a lo que se sumaron también, qué sorpresa, Amazon y los directores ejecutivos de Apple y OpenAI), y los cambios introducidos por Zuckerberg en la moderación de Facebook e Instagram (ya no se verificarán los hechos, por ejemplo, y estará permitido llamar enfermos mentales o anormales a las personas LGTBQ), que ahora se parecerán más aún a X/Twitter, el vertedero racista, misógino, homófobo y ultra de Elon Musk. No es que las grandes tecnológicas de Silicon Valley hayan dado un giro ideológico (su única ideología es seguir creciendo y hacer más dinero); es simplemente que se han quitado las caretas.
Comprendo perfectamente que en el mundo en que vivimos no hay más remedio que tragar con ciertas cosas a menos que quieras vivir en una cueva. Pero hay otras cosas que sí está en nuestra mano cambiar, aunque sea de forma personal. El mundo va a seguir siendo el mismo, pero nuestro mundo puede ser un poco mejor.
Hay vida ahí fuera
Hace algunos años decidí dejar de usar Gmail como mi correo electrónico personal (las mil razones para huir de Google, para otro día). Pensaba que iba a ser un proceso largo y complicado, pero me llevó apenas una tarde cambiar la información de las cuentas en las que lo usaba, y diez minutos escribir a los contactos más frecuentes para informarles del cambio. Al resto se lo digo al responderles cuando me escriben a Gmail, en una simple postdata. El resultado es que ahora utilizo un servicio de correo que no me espía ni recoge mis datos, sin publicidad y hasta respetuoso con el medio ambiente. Es verdad que no es ‘gratis’ como Gmail, pero el euro y pico que pago el mes me parece no solo una ganga para un servicio tan importante y que uso a diario, sino un precio más que justo e incluso una garantía, además de una forma de apoyar un proyecto en el que creo.
Así que, existiendo una alternativa como Signal, WhatsApp era otra de las candidatas obvias para dar el paso que di con el correo electrónico y con otras muchas aplicaciones que he ido sustituyendo poco a poco por opciones menos tóxicas. Signal, que pertenece a una fundación sin ánimo de lucro, es también gratis y sin publicidad, pero no recoge (ni, lógicamente, comparte) tus datos, encripta también por defecto todas las comunicaciones (no como Telegram, por ejemplo), y tiene las mismas funciones que WhatsApp, incluyendo videollamadas, mensajes de voz, grupos, stories, aplicación de escritorio, compartir imágenes, vídeos y documentos… Es, además, y a diferencia de WhatsApp, de código libre y abierto, algo importante para mí.
En resumen, Signal no es perfecta (ninguna plataforma lo es), pero es mucho mejor. El problema, claro, es: ¿quién la usa? En mi entorno, prácticamente nadie, y en general, muy poca gente. Afortunadamente, entre esa gente se encuentra mi familia en Canadá y tres o cuatro amigos. Pero al final volvemos siempre al problema de poder comunicarme con mi familia y amigos en España. ¿De verdad voy a pedirles que se instalen una aplicación solo para poder hablar conmigo? ¿Tan importante es?
Hasta que comprendes que, a lo mejor, la pregunta correcta es: ¿y por qué no? ¿qué puedo perder?
Por eso he decidido escribir esto. Para pedirte que, si te encuentras entre mis contactos, y si te parece razonable y puedes, utilices por favor Signal en lugar de WhatsApp cuando quieras comunicarte conmigo. La aplicación se puede descargar aquí si tienes un teléfono con Android, o aquí si tienes un iPhone. También está disponible en escritorio para Linux, Windows y Mac.
Me gustaría tener el valor de decir simplemente que voy a desinstalar WhatsApp y que a partir de ahora solo podrás comunicarte conmigo a través de Signal, correo electrónico, o teléfono/sms. Tal vez sea la única manera realmente efectiva. Pero, por ahora, la experiencia me dice que probablemente perdería el contacto con muchos de vosotros. Hace varios años años que mi estado en WhatsApp dice «Mejor contacta conmigo en Signal», y en todo este tiempo tan solo una persona se ha descargado la aplicación para poder hacerlo. Por otra parte, soy consciente de que, desgraciadamente, siempre habrá un grupo de WhatsApp en el que necesite o quiera estar, alguien con quien no haya otro modo de comunicarse, una necesidad del trabajo…
Dicho esto, entiendo que no quieras añadir una aplicación más solo para mí. O por cualquier otro motivo. Cada uno tiene, por supuesto, sus razones y necesidades.
Pero, quién sabe, lo mismo te animas a dar el paso y descubres que no soy el único raro entre tus contactos.
A veces pides y no recibes, pero como seguro que no recibes nunca es no pidiendo.
Gracias.
Publicado por Miguel el 19/1/2025