La voz metálica y mandona de la vieja cassette en aquellas clases de francés reclama al fin, tantos años después, su auténtico sentido. Écoutez et répétez.
—Coge taxis, coge taxis para ir a la universidad, con 18 años. Tiene su abono para el metro y el autobús, pero coge taxis. Y yo le digo: «Daniel, ¿te parece normal? ¿Te parece normal gastar lo que gastas? Cuando yo tengo que ir al médico, o donde sea, voy en autobús». Él tiene su paga, 60 dólares a la semana, se supone que es cosa suya, y yo no quiero discutir, pero soy su madre. Soy su madre, ¿no? No quiero pasar el poco tiempo que estamos juntos los fines de semana discutiendo de dinero, pero estoy preocupada. ¿Por qué tiene que comer en un restaurante, o en un burguer, todos los días? Dice que la comida en la universidad es horrible… No sé qué hacer.
Café en Eglinton Avenue West, Toronto, 14 de diciembre de 2008, sobre las cuatro y media de la tarde. Una mujer de unos 45 años, de clase media, morena y vestida de negro, habla con, por lo que parece, una amiga íntima. Se expresa con preocupación, pero sin angustia. La amiga asiente y solo dice algo de vez en cuando, apoyando sus palabras.
Miguel Máiquez, 22/3/2023