Espanola, la remota localidad canadiense que olvidó su pasado y perdió su eñe

Miguel Máiquez, 1/1/2019
Publicado en Archiletras

Situ­a­da a oril­las del río Span­ish, y a solo 40 kilómet­ros de otra población lla­ma­da tam­bién Span­ish, la remo­ta local­i­dad de Espanola, en la provin­cia cana­di­ense de Ontario, no con­ser­va, sin embar­go, ni una huel­la de su supuesto pasa­do español más allá de su nom­bre, un nom­bre que ni siquiera ha logra­do man­ten­er la eñe en su denom­i­nación oficial.

La actu­al Espanola, con sus cer­ca de 5.000 habi­tantes (el tamaño de Chinchón, en Madrid), es un tran­qui­lo pueblo cer­ca del lago Hurón, en una espec­tac­u­lar zona boscosa que alber­ga has­ta dos par­ques nat­u­rales; una pequeña local­i­dad en una región a la que no lle­garon jamás, que se sepa, los con­quis­ta­dores españoles, y en la que tam­poco existe hoy, ni exis­tió en el pasa­do, ningu­na comu­nidad rel­e­vante de emi­gra­dos que jus­ti­fique su pecu­liar toponimia.

A fal­ta de doc­u­men­tos ofi­ciales o cróni­cas con­trastadas, para dar con el ori­gen de su nom­bre no hay más reme­dio que acud­ir a la leyen­da, una leyen­da cuyo úni­co tes­ti­mo­nio escrito lo recogió en el libro Espanola on the Span­ish, pub­li­ca­do en 1989, George R. Mor­ri­son, un vet­er­a­no de la Segun­da Guer­ra Mundi­al, emplea­do fore­stal, pro­fe­sor en el insti­tu­to local y apa­sion­a­do por la his­to­ria de su pueblo, que fal­l­e­ció en 2005 a los 85 años.

Según Mor­ri­son, a medi­a­dos del siglo XVII explo­radores de la Primera Nación Ojib­wa, uno de los gru­pos étni­cos orig­i­nar­ios de Canadá más impor­tantes, partieron hacia el sur des­de la desem­bo­cadu­ra del río Span­ish, cer­ca de la actu­al Sud­bury, en direc­ción a lo que hoy en día es Esta­dos Unidos. Tras una larga mar­cha, el grupo con­sigu­ió aden­trarse en una zona que forma­ba parte por entonces de las perte­nen­cias españo­las en Améri­ca del Norte (el Vir­reina­to de Nue­va España llegó a abar­car, además de Méx­i­co y las Antil­las, los actuales Nue­vo Méx­i­co, Ari­zona, Texas, Cal­i­for­nia, Neva­da, Flori­da, Utah, Luisiana, Wyoming, Kansas, Okla­homa y parte de Colorado).

A par­tir de ahí, la leyen­da entron­ca con otras his­to­rias de asim­i­lación, mes­ti­za­je e inter­cam­bios, libres o forza­dos, que tan­to han inspi­ra­do a la lit­er­atu­ra y el cine, des­de Un hom­bre lla­ma­do cabal­lo a Bai­lan­do con lobos. Según el rela­to, los indí­ge­nas regre­saron de su via­je trayen­do con­si­go «una mujer blan­ca que habla­ba español». Esta «españo­la» acabó casán­dose con uno de los jefes locales y enseñó a sus hijos a hablar castel­lano. Con el tiem­po, otros miem­bros de la comu­nidad aprendieron tam­bién algu­nas pal­abras… Cuan­do, décadas más tarde, expe­di­cionar­ios france­ses (prob­a­ble­mente Coureurs des bois, como se conocía en Nue­va Fran­cia a los primeros com­er­ciantes de pieles) lle­garon a este asen­tamien­to, des­cubrieron sor­pren­di­dos que muchos de los nativos uti­liz­a­ban con nor­mal­i­dad expre­siones españo­las. Los france­ses deci­dieron lla­mar al lugar Espag­nole, y el nom­bre acabó con­vir­tién­dose en Espanola cuan­do, tras el Trata­do de París de 1763, los británi­cos se hicieron con la total­i­dad de Ontario. El río que atraviesa el ter­ri­to­rio pasó a denom­i­narse, a su vez, Span­ish Riv­er (Río Español).

La mod­er­na Espanola, sin embar­go, no se fun­daría has­ta prin­ci­p­ios del siglo XX, cuan­do, aprovechan­do la abun­dante madera de la zona y los recur­sos del río, una fil­ial de la Mead Cor­po­ra­tion abrió una fábri­ca de pul­pa y papel en el lugar y lev­an­tó un cam­pa­men­to para sus emplea­d­os. El pueblo cre­ció ráp­i­da­mente y pron­to se con­vir­tió en un destaca­ble cen­tro urbano con un hotel, una escuela y has­ta un teatro. De esta época, la ciu­dad guar­da, no obstante, un triste recuer­do. El 21 de enero de 1910, un tren de pasajeros de la Cana­di­an Pacif­ic Rail­way descar­riló a 10 kilómet­ros al este de Espanola, y uno de los vagones cayó a las aguas heladas del río. Murieron 43 per­sonas, en el que sigue sien­do uno de los peo­res acci­dentes en la his­to­ria de la com­pañía ferroviaria.

La Gran Depre­sión de los años trein­ta se llevó por delante la fábri­ca, con­vir­tien­do Espanola en una ciu­dad fan­tas­ma, pero durante la Segun­da Guer­ra Mundi­al la local­i­dad albergó un cam­po de pri­sioneros ale­manes, y eso volvió a situ­ar­la en el mapa. En 1946 la ya extin­ta Kala­ma­zoo Veg­etable Parch­ment Com­pa­ny reabrió la fac­toría y, diez años después, Espanola se con­sti­tuyó legal­mente como ciu­dad. La fábri­ca, que pertenece actual­mente a Dom­tar, una empre­sa líder en pro­duc­ción de papel, sigue sien­do la prin­ci­pal fuente de empleo de la local­i­dad. Como en muchas otras ciu­dades de Ontario, el nom­bre de la población puede verse escrito en grandes letras sobre la super­fi­cie del depósi­to de agua cuya enorme altura dom­i­na el paisaje: Espanola, sin eñe, como un hom­e­na­je fal­li­do al empeño por que no se perdiera la lengua de sus padres de una mujer que exis­tió hace sig­los… O no.


Pub­li­ca­do en el No. 1 de la revista Archile­tras (octubre-diciem­bre 2018)

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