José Vivar, de líder pandillero y narcotraficante a emprendedor de ‘fitness’: «Es posible cambiar»

Miguel Máiquez, 15/10/2018

Con tan solo 19 años, José Vivar, un joven de ori­gen ecu­a­to­ri­ano naci­do en Toron­to, esta­ba ya al man­do de los LA Boys (Lati­no Ameri­cos Boys), una pandil­la que por entonces con­tro­la­ba bue­na parte del trá­fi­co de dro­gas en la ciu­dad. En 2002 fue acu­sa­do de asesina­to en primer gra­do tras la muerte a tiros en un bar de un miem­bro de una pandil­la rival. Fue absuelto.

Cin­co años después, en 2007, la Policía de Toron­to puso en mar­cha la operación Ched­dar, con Vivar (apo­da­do «Cheesie») como prin­ci­pal obje­ti­vo. En la reda­da en la que le detu­vieron, los agentes se incau­taron de 10 kilos de cocaí­na, una gran can­ti­dad de éxta­sis y mar­i­hua­na, seis armas de fuego (entre ellas, el mod­e­lo favorito de Sadam Husein), 300 car­tu­chos de muni­ción y 130.000 dólares en metáli­co. Le con­denaron a diez años y cua­tro meses en el cor­rec­cional fed­er­al de Bath and Collins Bay (la «escuela de glad­i­adores», como lo lla­ma él), en Kingston.

Durante su estancia en prisión, Vivar decide dar un giro a su vida. Comien­za a hac­er ejer­ci­cio, dis­eña un pro­gra­ma de entre­namien­to «al esti­lo carce­lario» y obtiene un cer­ti­fi­ca­do de instruc­c­tor de fit­ness. Se con­vierte, inclu­so, en colum­nista reg­u­lar de un diario local, el Kingston Whig-Stan­dard. Tras cumplir ocho años y medio de sen­ten­cia, obtiene la lib­er­tad condi­cional por bue­na con­duc­ta (no ten­drá la lib­er­tad com­ple­ta has­ta 2022).

Es entonces cuan­do pone en prác­ti­ca su proyec­to, y fun­da 25/7 Fit­ness – Prison Pump, una orga­ni­zación sin áni­mo de lucro ded­i­ca­da a pro­mover la gim­na­sia y el ejer­ci­cio físi­co, a través de clases sem­anales gra­tu­itas y acce­si­bles, y de pro­gra­mas para jovenes.

Sin embar­go, a primera hora de la mañana del 30 de julio de 2016, su vida vuelve a dar un vuel­co. Durante una clase al aire libre en el par­que de Christie Pits, en Toron­to, un sicario le dis­para cin­co balas a boca­jar­ro, en frente de sus alum­nos. Mila­grosa­mente, Vivar sobrevive.

Tras recu­per­arse en el hos­pi­tal, Vivar es traslada­do a un lugar seguro, lejos de Toron­to. Allí con­tinúa dirigien­do Prison Pump y, final­mente, logra abrir un gim­na­sio en Sud­bury, activi­dad que com­bi­na con su ambi­ción de con­ver­tirse en un orador inspira­cional (llegó a ser semi­fi­nal­ista en el con­cur­so inter­na­cional de oradores Toast­mas­ters).

Su his­to­ria, con él mis­mo como pro­tag­o­nista, la cuen­ta en detalle el doc­u­men­tal Prison Pump, dirigi­do por Gary Lange, pro­duci­do por Ed Bar­rev­eld, y recién estre­na­do en la CBC: «Antes de cono­cer­le —cuen­ta el direc­tor—, José Vivar no con­ta­ba pre­cisa­mente con mi sim­patía. Era un líder pandillero, un nar­co­traf­i­cante, un hom­bre cuya vida había esta­do defini­da por la vio­len­cia. Vendía cocaí­na a los chicos de mi bar­rio. Llev­a­ba un arma des­de los 13 años… José sabe que no puede cam­biar su pasa­do, pero tam­bién le ator­men­tan las pér­di­das que ha sufri­do como con­se­cuen­cia de sus deci­siones. No pudo ver cre­cer a sus hijos [Vivar tiene dos, uno de 12 años y otro de 17], y no solo destrozó a sus padres, sino que tam­bién puso sus vidas en peli­gro. Además, los ami­gos en los que más con­fi­a­ba acabaron dán­dole la espal­da y con­ver­tidos en infor­mantes de la policía. Aho­ra inten­ta deses­per­ada­mente cam­biar su vida, pero sabe que el camino hacia la reden­ción no es un camino fácil».

Con moti­vo de la pro­mo­ción del doc­u­men­tal, José Vivar ha esta­do estos días en Toron­to, donde habló con Lat­tin Magazine.

¿Qué le pasa por la cabeza al volver a Toronto?

Toron­to es mi casa. Yo nací aquí. Mis padres vinieron en 1974, yo nací en el 81… He pasa­do aquí toda mi vida. Pero aho­ra que ten­go expe­ri­en­cias en otras ciu­dades, Toron­to es demasi­a­do grande, demasi­a­da gente. Yo quiero vivir una vida en paz, y a veces creo que Toron­to no me puede dar esa paz. Pero siem­pre voy a ten­er­la en mi corazón. Mi famil­ia está aquí, mi papá, mi mamá y mi hijo de doce años viv­en aquí.

¿Ha sido difí­cil adap­tarse a la vida en una ciu­dad pequeña?

Sí, pero lo pre­fiero. A veces me abur­ro, pero eso me está per­mi­tien­do apren­der nuevas cosas. Aho­ra leo, me con­cen­tro en escribir, camino, paseo con mi per­ri­to… Es una vida com­ple­ta­mente difer­ente. Estoy tam­bién escri­bi­en­do un libro con The Globe and Mail, The Lure of the Gun, donde cuen­to mis expe­ri­en­cias con las armas.

¿Cómo se sin­tió al revivir su pasa­do durante la fil­mación del documental?

No fue fácil, pero es una his­to­ria que quería con­tar. La gente tiene que saber cómo es ese tipo de vida, tiene que saber que es real, que no es solo algo de las películas.

En una de las esce­nas recrea inclu­so, con todo detalle, el momen­to en que le dispararon…

Yo siem­pre supe que iba a pasar. Cuan­do me dis­pararon, pen­sé: «ya está, está pasan­do»… Por supuesto que fue hor­ri­ble. Pero mi mantra es con­ver­tir lo neg­a­ti­vo en pos­i­ti­vo. Todo lo que me ha pasa­do en la vida no solo me ha hecho más fuerte a mí mis­mo, sino que puede inspi­rar tam­bién a otras per­sonas. En el pasa­do he lid­er­a­do a gente de la for­ma equiv­o­ca­da. Esta es mi opor­tu­nidad de hac­er­lo correctamente.

El ataque se pro­du­jo cuan­do ust­ed ya había empeza­do a cam­biar su vida. ¿Cómo reaccionó?

Al prin­ci­pio fue como si me arras­traran de vuelta a todo ese mun­do. Cuan­do me dis­pararon, lo úni­co en lo que podía pen­sar era en ven­garme. Ten­go que acabar con estos tipos antes de que ellos acaben con­mi­go… Pero para entonces había puesto ya tan­to esfuer­zo en vivir de otro modo que no podía per­mi­tirme pen­sar de esa man­era. Aún así, sigo luchan­do con esos demo­ni­os cada día. Estuve meti­do en esa vida durante décadas… Esta es la ver­dadera prue­ba. Aho­ra hay mucha gente que depende de mí y a la que no puedo fal­lar. Mis dos hijos… Ellos son mi motor. Ten­go que hac­er lo cor­rec­to. Y es posi­ble cambiar.

¿Recibió algún tipo de ayu­da en prisión?

Es uno de los prob­le­mas del sis­tema pen­i­ten­cia­rio. Porque en una situación así tienes que pedir ayu­da, y yo tuve la suerte de ten­er a guardias, y después, ofi­ciales en la lib­er­tad condi­cional, que estu­vieron dis­puestos a tra­ba­jar con­mi­go, y a hac­erme ver la vida con otros ojos. Pero hay muchos que no tienen esa opor­tu­nidad. Y son esos los que vuel­ven a la calle, los que no con­fían en el sis­tema, los que vuel­ven a meterse en problemas.

Ust­ed cuen­ta que no cre­ció en un ambi­ente famil­iar prob­lemáti­co, o de fal­ta de recur­sos económi­cos. ¿Qué le llevó a unirse a una ban­da en su adolescencia?

Por supuesto que tuve la posi­bil­i­dad de no hac­er­lo… Pero me daban pal­izas los his­panos, los por­tugue­ses, los ital­ianos… Tenía que tomar una decisión. No podía acud­ir a mi padre, un ecu­a­to­ri­ano de la vie­ja escuela, que me habría dicho que lo que tenía que hac­er era defen­d­erme. Tam­poco podía decir: «vámonos a otra zona», porque no habría sido acept­able… Unirme a una ban­da fue, para mí, un modo de enfrentarme al trau­ma que había vivi­do antes. Después, claro, cuan­do estás en la ban­da exper­i­men­tas más trau­ma, un trau­ma que no es muy difer­ente al que se vive en las guer­ras, en Irak… Es una guer­ra urbana. Y luego, más trau­ma aún en prisión. Mucha gente no es capaz de ges­tionar todo eso. Yo tuve la suerte de con­tar con buenos con­se­jeros y psicól­o­gos en la cárcel.

Un doc­u­men­tal como este sig­nifi­ca volver a estar expuesto. ¿Es un riesgo?

Sí, pero tam­bién me ha abier­to muchas puer­tas. Ten­go que bus­car una man­era de gan­arme la vida, y esta es, para mí, la for­ma de hac­er­lo. Es tam­bién la for­ma de devolver lo que he recibido de la comunidad.

Este está sien­do un año espe­cial­mente duro en Toron­to, con un niv­el de vio­len­cia descono­ci­do en la ciu­dad des­de hace mucho…

La situación es real­mente mala. Es un prob­le­ma cul­tur­al… Lo que Toron­to tiene que enten­der es que todo el mun­do debería sen­tirse inclu­i­do. Lo que a mí me hizo sen­tirme inte­gra­do fue pertenecer a una ban­da lati­na. El resto me hacía sen­tir exclu­i­do. A mí nadie me enseñó finan­zas, o cómo empren­der un nego­cio inmo­bil­iario, por ejem­p­lo. A mí me enseñaron a vender dro­gas, y que es así como vas a ten­er éxi­to. Todos estos tiro­teos en los que hay envuel­tos chicos están moti­va­dos por un esti­lo de vida que quieren man­ten­er, y para eso nece­si­tas dinero… Lo que hay que hac­er es enseñar a estos chicos otras for­mas de ganar ese dinero, enseñar­les a mon­tar un nego­cio, pro­por­cionarles becas y ayu­das para que puedan ganarse la vida hon­rada­mente. Si cuan­do yo tenía 19 años alguien me hubiera dado una ayu­da económi­ca para empezar un nego­cio, eso habría cam­bi­a­do mi vida. Si me hubier­an pro­por­ciona­do un men­tor que me hubiese acon­se­ja­do… Porque las habil­i­dades están ahí. Si eres bueno ven­di­en­do dro­gas, tam­bén serás bueno hacien­do nego­cios. Podría haber puesto toda esa energía en algo legí­ti­mo. Ten­emos que iden­ti­ficar quiénes son estos chicos, quienes son los más influyentes, y echarles una mano. Eso ayu­daría a resolver el problema.

¿Es tam­bién un prob­le­ma policial?

Pon­er más policías no es la solu­ción. Así no se ata­ca la raíz del prob­le­ma… Estos chicos no dis­paran porque sí. Han sido tes­ti­gos de algún tiro­teo, o les han dis­para­do a ellos, o tienen miedo, y entonces van y dis­paran ellos tam­bién, y matan a alguien. Ten­emos que encon­trar la man­era de sacar a esos chicos de esas situa­ciones de alto ries­go, lle­var­los a otros lugares, a otra ciu­dad, inclu­so. Si per­maneces en el mis­mo sitio donde está el prob­le­ma, no podrás evitarlo.

¿Qué planes tiene para el futuro?

La idea es seguir desar­rol­lan­do 25/7 Fit­ness, con el foco espe­cial­mente puesto en los jóvenes, y con­ver­tir­lo en un pro­gra­ma que incluya tam­bién una escuela de nego­cios. Lo bueno de este pro­gra­ma, en cualquier caso, es que es para todo el mun­do. Hay médi­cos y abo­ga­dos hacien­do ejer­ci­cio jun­to a antigu­os dro­ga­dic­tos. Porque se tra­ta de unir a la comu­nidad. Todos somos humanos.

¿Cómo se financia?

Todas nues­tras insta­la­ciones han sido finan­ciadas por donantes pri­va­dos. Recibi­mos mate­r­i­al que esta­ba acu­mu­lan­do pol­vo en sótanos de gente que ya no lo usaba.

¿Mantiene algún con­tac­to con Ecuador?

Claro que sí, ten­go allí mucha famil­ia, en Quito, en Cuen­ca, en Guayaquil… Y algún día voy a regre­sar. Yo nací aquí, pero Ecuador es mi país. Lo primero que haré cuan­do acabe el peri­o­do de lib­er­tad condi­cional será ir allí y estar dos meses en la playa con mis hijos.

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