El fin del pacto con Irán, otro clavo de Trump en el ataúd del legado de Obama

Miguel Máiquez, 10/5/2018

Don­ald Trump no ha ocul­ta­do nun­ca su inten­ción de rever­tir has­ta donde le fuese posi­ble las ini­cia­ti­vas impul­sadas y pues­tas en mar­cha por su pre­de­ce­sor en la Casa Blan­ca. Des­de que asum­ió la pres­i­den­cia el 20 de enero de 2017, el mag­nate ha inten­ta­do mod­i­ficar, o direc­ta­mente elim­i­nar, los prin­ci­pales logros de Barack Oba­ma, incluyen­do algunos de los más emblemáti­cos, como los referi­dos a la sanidad o el medio ambi­ente. Trump no es, des­de luego, el primer man­datario que tra­ta de cor­re­gir el lega­do recibido, tan­to en Esta­dos Unidos como en cualquier otro país, pero pocos lo han hecho de un modo tan sis­temáti­co y tan poco sutil.

En este sen­ti­do, el anun­cio hecho esta sem­ana por el pres­i­dente de que EE UU aban­dona el pacto nuclear alcan­za­do con Irán puede inter­pre­tarse como un nue­vo paso en lo que algunos exper­tos han definido como políti­ca neg­a­ti­va de Trump, más ori­en­ta­da a destru­ir lo ante­ri­or que a pro­pon­er novedades o mejo­rar lo alcanzado.

El acuer­do con Irán, fir­ma­do por Rusia, Chi­na, el Reino Unido, Fran­cia y Ale­ma­nia, además de por Wash­ing­ton y Teherán, fue con­segui­do tras largas y duras nego­cia­ciones durante la ante­ri­or Admin­is­tración esta­dounidense, con un fuerte coste políti­co para Oba­ma, quien tuvo que enfrentarse a una enorme pre­sión, no solo parte del Par­tido Repub­li­cano, sino tam­bién de tradi­cionales ali­a­dos de EE UU en la región, como Ara­bia Saudí y, espe­cial­mente, Israel (jun­to con el poderoso lob­by pro israelí en Washington).

‘America First’

Nada más asumir el car­go, en su primera jor­na­da de tra­ba­jo, Trump fir­mó una orden ejec­u­ti­va (ven­drían muchas más después, todas ellas rubri­cadas de for­ma teatral ante las cámaras) para sacar a EE UU del Acuer­do Transpací­fi­co de Coop­eración Económi­ca (TPP, por sus siglas en inglés), un trata­do impul­sa­do por Oba­ma y que EE UU había alcan­za­do jun­to con otros 11 países.

La decisión se enmar­ca­ba en la nue­va políti­ca pro­tec­cionista de la Casa Blan­ca (Amer­i­ca First, Esta­dos Unidos primero), que lle­varía pos­te­ri­or­mente a Wash­ing­ton a forzar la rene­go­ciación del Trata­do de Libre Com­er­cio de Améri­ca del Norte (TLCAN) con Canadá y Méx­i­co, y a impon­er arance­les a las importa­ciones de acero y alu­minio, así como altas tasas a pro­duc­tos chi­nos.

Algu­nas de estas deci­siones com­er­ciales están aún en sus­pen­so (en abril el Gob­ier­no esta­dounidense afir­mó que se esta­ba plante­an­do volver al TPP porque «cree en el libre com­er­cio», las espadas de la nego­ciación del TLCAN siguen en alto, y los arance­les del met­al a la UE y otros país­es no se han mate­ri­al­iza­do todavía), pero el efec­to pub­lic­i­tario, espe­cial­mente de cara a su base elec­toral, ya se ha conseguido.

Adiós a París

Más defin­i­ti­va fue la que quizá haya sido, jun­to con la rup­tura uni­lat­er­al del pacto iraní, su decisión inter­na­cional más trascen­den­tal has­ta aho­ra: la sal­i­da de Esta­dos Unidos del Acuer­do de París sobre el cam­bio climáti­co, en junio de 2017.

Al aban­donar el trata­do, Trump anun­ció que EE UU «cesará todas las imple­menta­ciones» de sus com­pro­misos climáti­cos en el mar­co de París «a par­tir de hoy», lo que incluye la meta prop­ues­ta por Oba­ma de reducir para 2025 las emi­siones de gas­es de efec­to inver­nadero entre un 26% y un 28% respec­to a los nive­les de 2005.

El acuer­do, dijo el man­datario, fue «nego­ci­a­do mal y con deses­peración» por el Gob­ier­no de Oba­ma, «en detri­men­to» de la economía y el crec­imien­to de EE UU. Después, la famosa frase: «He sido elegi­do para rep­re­sen­tar a los ciu­dadanos de Pitts­burgh, no de París».

Las ‘cor­reciones’ de las políti­cas de Oba­ma con respec­to al medio ambi­ente tam­bién han tenido lugar de puer­tas aden­tro. En diciem­bre del año pasa­do, por ejem­p­lo, Trump ordenó la may­or reduc­ción de tier­ras públi­cas pro­te­gi­das en la his­to­ria de EE UU, al recor­tar más de 9.200 kilómet­ros cuadra­dos en dos par­ques en Utah, una medi­da que fue alaba­da por los con­ser­vadores del esta­do y dura­mente crit­i­ca­da por ecol­o­gis­tas y tribus nati­vas. En con­cre­to, Trump ordenó reducir sus­tan­cial­mente la super­fi­cie de dos mon­u­men­tos nacionales que habían res­guarda­do tan­to Oba­ma, como Bill Clin­ton.

Además, Trump ha anun­ci­a­do per­misos para per­forar el Árti­co en bus­ca de com­bustibles fósiles, y ha reac­ti­va­do la con­struc­ción de polémi­cos oleo­duc­tos con­ge­la­dos por su ante­cesor en el cargo.

Soñadores y sanidad

Otro de los grandes cabal­los de batal­la de Trump ha sido, y sigue sien­do, la inmi­gración, y tam­bién aquí su medi­da más con­tro­ver­ti­da has­ta aho­ra (aparte de la con­struc­ción del muro en la fron­tera con Méx­i­co) es un dis­paro direc­to con­tra el lega­do de Oba­ma: la elim­i­nación del plan DACA, una ini­cia­ti­va aproba­da por el ante­ri­or inquili­no de la Casa Blan­ca, que pro­tege de la deportación a miles de jóvenes indoc­u­men­ta­dos que lle­garon al país sien­do menores de edad (los cono­ci­dos como dream­ers, soñadores).

De momen­to, diver­sos reveses judi­ciales con­tra el Gob­ier­no de Trump mantienen vivo el plan, y el pro­pio pres­i­dente ha sido ambiguo sobre quién se vería afec­ta­do exac­ta­mente, al tiem­po que es con­sciente del val­or del DACA como mon­e­da de cam­bio en la nego­ciación que mantiene con el Con­gre­so sobre su políti­ca migra­to­ria (y el dinero que nece­si­ta para su muro).

Sin aban­donar la políti­ca inte­ri­or, la otra gran obsesión ‘anti-Oba­ma’ de Trump es el sis­tema de pro­tec­ción san­i­taria puesto en mar­cha por su pre­de­ce­sor, la nor­ma cono­ci­da como Oba­macare. Tum­bar­la fue una de sus prome­sas elec­torales estrel­la, y el mag­nate neoy­orquino no se ha ren­di­do aún, pero has­ta aho­ra no ha con­ta­do con el apoyo sufi­ciente en el Con­gre­so para derog­ar y reem­plazar la reforma.

El pasa­do mes de sep­tiem­bre, la oposi­ción de tres senadores hizo imposi­ble apro­bar el proyec­to de ley impul­sa­do por el pres­i­dente, en el que era ya su segun­do inten­to. Días antes, no obstante, Trump anun­ció su inten­cion de asfix­i­ar el pro­gra­ma, reducien­do en un 90% los fon­dos des­ti­na­dos a pub­li­ci­dad y ayu­da para las inscrip­ciones ciu­dadanas en el mer­ca­do de seguros médi­cos de la ley.

Frenazo en Cuba

Por últi­mo, y volvien­do al exte­ri­or, Trump ha dado mar­cha atrás, o al menos ha fre­na­do en seco, con respec­to a una de las deci­siones de la ante­ri­or Admin­is­tración cal­i­fi­cadas como «históri­c­as»: la aper­tu­ra con Cuba y la pro­gre­si­va nor­mal­ización de las rela­ciones bilat­erales, tras medio siglo de hostilidades.

En un dis­cur­so pro­nun­ci­a­do el pasa­do mes de junio en Mia­mi (donde se con­cen­tra la may­or can­ti­dad de exil­i­a­dos y disidentes cubanos en EE UU), el pres­i­dente anun­ció un cam­bio, «con efec­to inmedi­a­to», de la políti­ca esta­dounidense hacia la isla, que incluye el man­ten­imien­to del embar­go com­er­cial y financiero que había empeza­do a aliviar Oba­ma, y su oposi­ción a las peti­ciones inter­na­cionales de que el Con­gre­so lo levante.

Una vez más, sin embar­go, tam­bién en el caso de Cuba es impor­tante dis­tin­guir entre las pal­abras y los hechos. Pese al lengua­je habit­u­al de cam­bios rad­i­cales emplea­do por Trump, lo cier­to es que sus medi­das no anu­lan las rela­ciones diplomáti­cas con La Habana restable­ci­das por Oba­ma, ni pro­híben las conex­iones aéreas y marí­ti­mas con la isla. De momen­to, tan solo se revisan algunos aspec­tos de la relación bilat­er­al encam­i­na­dos a reducir los pagos de esta­dounidens­es a empre­sas con­tro­ladas por mil­itares cubanos, o a aumen­tar las restric­ciones de via­jes indi­vid­uales a Cuba.

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