El escándalo de Facebook evidencia la falsa gratuidad de las redes sociales: el precio son tus datos

Miguel Máiquez, 22/3/2018

Cuan­do puedes conec­tarte en todo momen­to con tus famil­iares y ami­gos des­de cualquier parte del mun­do, acced­er a mucha más infor­ma­ción de la que un ser humano es capaz de digerir, entreten­erte con el últi­mo meme o vídeo de gati­tos, o inclu­so infor­mar en direc­to de una rev­olu­ción, orga­ni­zar una man­i­festación o denun­ciar un abu­so, y todo, en teoría, sin que te cobren por ello, ¿es real­mente tan impor­tante perder privacidad?

La respues­ta, al final, depende de cada per­sona, pero si esa pér­di­da se tra­duce en la manip­u­lación de los datos per­son­ales de mil­lones de usuar­ios para influir en un resul­ta­do elec­toral, la evi­den­cia de que nada es gratis —en las redes sociales el pre­cio es la infor­ma­ción que damos sobre nosotros mis­mos— se con­vierte en un escándalo.

Acosa­do por una de las may­ores tor­men­tas en la his­to­ria de Face­book, provo­ca­da por la fil­tración de datos de unos 50 mil­lones de usuar­ios a la con­sul­to­ra británi­ca Cam­bridge Ana­lyt­i­ca —vin­cu­la­da con la cam­paña elec­toral de Don­ald Trump—, el fun­dador de la red social, Mark Zucker­berg, ha tenido que admi­tir «errores en la gestión de la cris»: «Ten­emos la respon­s­abil­i­dad de pro­te­ger vue­stros datos, y si no lo podemos hac­er no mere­ce­mos servi­ros», dijo el CEO este miér­coles. «Hemos cometi­do errores, hay muchas cosas por hac­er, y ten­emos que dar un paso ade­lante y hac­er­las», añadió.

Es ver­dad que a Face­book no le está ayu­dan­do el hecho de estar atrav­es­an­do un momen­to com­pli­ca­do con la pren­sa, como con­se­cuen­cia de los recientes cam­bios en su algo­rit­mo. Hace unos meses la com­pañía empezó a dar pri­or­i­dad a las pub­li­ca­ciones de «las per­sonas» (ami­gos y famil­ia), y eso se ha tra­duci­do en un duro golpe para la vis­i­bil­i­dad (y los con­tratos pub­lic­i­tar­ios) de muchos por­tales depen­di­entes de los «me gus­ta». En respues­ta, algunos de los medios más influyentes pare­cen estar espe­cial­mente pre­dis­puestos aho­ra a airear las vergüen­zas del gigante crea­do por Zucker­berg, y en la cri­sis de Cam­bridge Ana­lyt­i­ca hay muni­ción de sobra.

Pero más allá de la respon­s­abil­i­dad de Face­book en este escán­da­lo, o inclu­so de la vul­ner­a­bil­i­dad que pue­da pre­sen­tar la red ante este tipo de fil­tra­ciones, lo que resul­ta evi­dente es que los datos se fil­tran de Face­book porque Face­book los tiene. Y los tiene con nue­stro con­sen­timien­to, tal y como puede com­pro­bar cualquiera que se tome la moles­tia de leer detenida­mente la políti­ca de pri­vaci­dad de la com­pañía, ese aparta­do que suele acep­tarse con un click rápi­do al damos de alta, tan­to en la red de Zucker­berg como en cualquier otra.

No se comparte todo, pero casi

Cuan­do com­par­ti­mos algo en Face­book podemos ele­gir qué otros usuar­ios quer­e­mos que ten­gan acce­so a nues­tra pub­li­cación, o si quer­e­mos que sea total­mente públi­ca o total­mente ‘pri­va­da’. Deci­damos lo que deci­damos, la empre­sa se reser­va el dere­cho de recopi­lar los datos durante tan­to tiem­po como con­sidere necesario.

Esa infor­ma­ción, como detal­la la propia com­pañía, incluye «el con­tenido y otros datos que pro­por­cionas cuan­do usas nue­stros ser­vi­cios, por ejem­p­lo, al abrir una cuen­ta, al crear o com­par­tir con­tenido, y al enviar men­sajes o al comu­ni­carte con otras per­sonas». La infor­ma­ción puede cor­re­spon­der a datos inclu­i­dos en el pro­pio con­tenido que pro­por­cionas o rela­ciona­dos con este. Por ejem­p­lo, el lugar donde se tomó una foto o a la fecha de creación de un archivo.

Face­book tam­bién recopi­la infor­ma­ción sobre el modo en que usamos los ser­vi­cios de la red social, es decir, el tipo de con­tenido que vemos o con el que inter­ac­tu­amos, la fre­cuen­cia y la duración de nues­tras activi­dades, las per­sonas y los gru­pos con los que esta­mos conec­ta­dos y cómo inter­ac­tu­amos con ellos, las per­sonas con las que más nos comu­ni­camos, los gru­pos donde com­par­ti­mos más contenido…

La empre­sa guar­da infor­ma­ción asimis­mo acer­ca de los orde­nadores, telé­fonos u otros dis­pos­i­tivos en los que insta­lam­os Face­book, así como los datos gen­er­a­dos por esos dis­pos­i­tivos, en fun­ción de los per­misos que les hayamos con­ce­di­do, que en la may­oría de los casos sue­len ser todos, porque quer­e­mos que la apli­cación fun­cione. Tam­bién reg­is­tra la posi­ción geográ­fi­ca del dis­pos­i­ti­vo, si ten­emos acti­va­do el GPS, Blue­tooth o esta­mos conec­ta­dos a la red WiFi, e infor­ma­ción sobre la conex­ión (el nom­bre del oper­ador, el tipo de nave­g­ador, el idioma y la zona horaria, el número de móvil y la direc­ción IP).

Eso sin con­tar todo lo que pro­por­cionamos si efec­tu­amos com­pras o transac­ciones financieras (el número de la tar­je­ta de crédi­to o débito, otros datos sobre la cuen­ta, detalles de fac­turación, envíos y con­tac­tos), o la infor­ma­ción que damos cuan­do visi­ta­mos sitios web y apli­ca­ciones de ter­ceros que usan la red social (medi­ante el botón «Me gus­ta» o a través del ini­cio de sesión con Face­book, o cuan­do usan sus ser­vi­cios de medición y publicidad).

El usuario-anuncio

¿Y para que quiere Face­book toda esa infor­ma­ción? Uno puede creer a Zucker­berg («para servi­ros») o pen­sar que, además, Face­book es, a fin de cuen­tas, un nego­cio. La empre­sa afir­ma que los datos se usan para «pro­por­cionar, mejo­rar y desar­rol­lar los ser­vi­cios», para «mejo­rar nue­stros sis­temas de pub­li­ci­dad y de medición con el fin de mostrarte anun­cios rel­e­vantes», para «medir la efi­ca­cia y el alcance de los anun­cios y los ser­vi­cios» y para «fomen­tar la seguri­dad y la protección».

Sin menos­pre­ciar los motivos rela­ciona­dos con la seguri­dad, el mejor fun­cionamien­to de la red o inclu­so lo que deman­dan los pro­pios usuar­ios, la parte de la pub­li­ci­dad es espe­cial­mente impor­tante, ya que Face­book siem­pre podrá con­vencer mejor a un anun­ciante si es capaz de garan­ti­zarle que sus pro­duc­tos serán vis­tos por alguien que ya se sabe que está intere­sa­do en ellos.

Así, los datos se com­parten, entre otros, con apli­ca­ciones, con sitios web e inte­gra­ciones de ter­ceros que usan Face­book, y con ser­vi­cios de pub­li­ci­dad, medición y análi­sis. En prin­ci­pio, estas empre­sas solo tienen acce­so a datos de carác­ter gen­er­al (sexo, edad, lugar de res­i­den­cia, intere­ses), pero si se pro­duce un requer­im­ien­to por parte de las autori­dades o Face­book entiende que puede estar cometién­dose un deli­to, sí se podrían pro­por­cionar datos más con­cre­tos y personales.

Es impor­tante recor­dar, en este con­tex­to, que la aceptación de las condi­ciones de pri­vaci­dad de una red social no supone dar­le car­ta blan­ca a la empre­sa. Los usuar­ios tienen dere­chos de los que no se les puede pri­var, y que pueden vari­ar según las difer­entes leg­is­la­ciones de sus países.

El pasa­do mes de noviem­bre, por ejem­p­lo, la Agen­cia Españo­la de Pro­tec­ción de Datos (AEPD) san­cionó a Face­book con 1,2 mil­lones de euros por alma­ce­nar datos per­son­ales de usuar­ios sin per­miso. La san­ción con­sta­ba de dos infrac­ciones graves y una muy grave de la Ley Orgáni­ca de Pro­tec­ción de Datos.

La AEPD explicó que la red social esta­ba recopi­lan­do datos sobre ide­ología, sexo, creen­cias reli­giosas o gus­tos per­son­ales para su pos­te­ri­or uso con fines pub­lic­i­tar­ios sin infor­mar al usuario de man­era clara y exhaus­ti­va, y ver­i­ficó, además, que Face­book trata­ba datos «espe­cial­mente pro­te­gi­dos» con fines de pub­li­ci­dad sin haber obtenido el con­sen­timien­to expre­so de los usuar­ios, en con­tra de lo que exige la nor­ma­ti­va de pro­tec­ción de datos.

¿Alternativas?

Siem­pre que­da la opción, obvi­a­mente, de bor­rar nues­tra cuen­ta y bus­car una alter­na­ti­va, o has­ta de regre­sar al mun­do analógi­co, pero la his­to­ria de las redes sociales mues­tra que ini­cia­ti­vas como el movimien­to «Bor­ra Face­book», surgi­do estos días a raíz de la fil­tración de Cam­bridge Ana­lyt­i­ca, no sue­len pros­per­ar. Hace años que van surgien­do otras redes donde garan­ti­zan tu total pri­vaci­dad, pero la may­oría duran poco o están vacías. Bus­cadores como Duck­Duck­Go o Start­Page son exce­lentes y no te ras­tre­an, pero no son tan potentes como Google. Nadie nos impi­de darnos de baja en What­sApp (cuyos men­sajes están encrip­ta­dos, pero que pertenece a Face­book, la com­pañía que alma­ce­na los datos tam­bién aquí), pero quién quiere irse del bar donde está todo el mundo.

La exposi­ción de nues­tra pri­vaci­dad en el uni­ver­so dig­i­tal no es algo nue­vo. Ya sabe­mos que nos ras­tre­an y que siguen nue­stros pasos, y no solo por grandes escán­da­los rela­ciona­dos con el espi­ona­je estatal, como el destapa­do por Edward Snow­den, sino tam­bién porque nada más salir de un restau­rante recibi­mos en nue­stro telé­fono un men­saji­to o una noti­fi­cación sobre el establec­imien­to en el que acabamos de comer.

Y es cier­to que a muchos usuar­ios no solo no les impor­ta, sino que inclu­so lo agrade­cen, o has­ta lo desean, como lo es tam­bién que prob­a­ble­mente el con­cep­to mis­mo de pri­vaci­dad ha evolu­ciona­do con el tiem­po, y que lo que las nuevas gen­era­ciones con­sid­er­an pri­va­do es a menudo difer­ente a lo que sus padres y abue­los entendían como algo estric­ta­mente per­son­al. El prob­le­ma derivaría del uso que se hace de esa dosis de pri­vaci­dad que hemos con­sen­ti­do compartir.

Retomar el control

Existe, en cualquier caso, un pun­to inter­me­dio en el que, sin renun­ciar al uso de las redes sociales y de otros pro­duc­tos y ser­vi­cios en Inter­net, podemos ejercer un may­or con­trol sobre lo que com­par­ti­mos, un con­trol que incluye des­de usar nave­g­adores, exten­siones y her­ramien­tas que incre­men­tan nues­tra pri­vaci­dad al nave­g­ar, has­ta sim­ple­mente ser más con­scientes de que todo lo que subi­mos a la web se que­da allí para siempre.

A veces bas­ta recor­dar que con tan solo unos pocos clicks podemos decir que ‘no’ a un gran número de opciones en, por ejem­p­lo, los ajustes de nues­tra cuen­ta de Google, el may­or con­sum­i­dor de datos online. O que en Face­book se pueden apa­gar los ser­vi­cios de ubi­cación, desac­ti­var apli­ca­ciones en las que no con­fi­amos o de las que no ten­emos sufi­ciente infor­ma­ción, o pon­er límites en la con­fig­u­ración de lo que compartimos.

En España, la Orga­ni­zación de Con­sum­i­dores y Usuar­ios (OCU) ini­ció hace un año una cam­paña en este sen­ti­do (Mis datos son míos), con el fin de «con­seguir que los con­sum­i­dores asuman un rol pos­i­ti­vo, proac­ti­vo y cen­tral en el nue­vo mer­ca­do de datos».

Además de exi­gir a las empre­sas que exista siem­pre conocimien­to y con­sen­timien­to expre­so por parte del usuario sobre el uso pos­te­ri­or de la infor­ma­ción, y que sea posi­ble revo­car ese con­sen­timien­to en cualquier momen­to, y cor­re­gir y recu­per­ar los datos de una for­ma sen­cil­la, la OCU desta­ca espe­cial­mente la impor­tan­cia de ten­er bien con­fig­u­ra­da la pri­vaci­dad en las redes sociales.

Es un primer paso para, al menos, ser con­scientes del pre­cio que esta­mos pagan­do, y decidir en con­se­cuen­cia mien­tras dis­fru­ta­mos de los gati­tos o hace­mos la revolución.

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