El agridulce legado de Barack Obama, un cambio a medias

Miguel Máiquez, 19/1/2017
Barack Obama, en Chicago, durante su último discurso en público como presidente de los Estados Unidos. Foto: The White House / Wikimedia Commons
Barack Oba­ma, en Chica­go, durante su últi­mo dis­cur­so en públi­co como pres­i­dente de los Esta­dos Unidos. Foto: The White House / Wiki­me­dia Commons

Al 44º pres­i­dente de los Esta­dos Unidos se le podrán reprochar muchas cosas, pero la fal­ta de opti­mis­mo no es una de ellas. Cuan­do el pasa­do día 11, de vuelta en su queri­da Chica­go, Barack Oba­ma se des­pidió del pueblo esta­dounidense en su últi­mo dis­cur­so públi­co (una nue­va demostración de su bril­lante ora­to­ria y de su capaci­dad para conec­tar con la gente), el todavía inquili­no de la Casa Blan­ca recu­peró, sin dudar­lo, el históri­co lema que le llevó has­ta la pres­i­den­cia por primera vez, hace ocho años. Ante una audi­en­cia entre­ga­da que clam­a­ba por el imposi­ble («Four more years!», ¡cua­tro años más!), y pese al ‘coitus inter­rup­tus’ de saber que en tan solo unos días ocu­pará su puesto un per­son­aje como Don­ald Trump, Oba­ma cer­ró sus pal­abras con el mis­mo men­saje de esper­an­za que con­ven­ció a mil­lones de per­sonas en 2008, hacien­do posi­ble la haz­a­ña de situ­ar por vez primera a un hom­bre negro en el car­go más impor­tante del país, y, en muchos sen­ti­dos, del mun­do: Yes, we can (Sí, podemos). Y luego añadió: Yes, we did (Sí, lo hici­mos; sí, pudi­mos). Pero, ¿ha podi­do realmente?

En tér­mi­nos gen­erales, Oba­ma deja un país mejor que el que encon­tró, al menos en lo que respec­ta a la economía, pero tam­bién un buen número de expec­ta­ti­vas frustradas o direc­ta­mente incumpl­i­das. El que fuera el can­dida­to del «cam­bio» y la «esper­an­za»ha sido asimis­mo, para muchos, el pres­i­dente de las opor­tu­nidades per­di­das, unas opor­tu­nidades que, a la vista de quien va a sen­tarse en el Despa­cho Oval a par­tir del próx­i­mo viernes, no van a volver a repe­tirse fácil­mente. Y algunos de sus logros más impor­tantes, como la refor­ma san­i­taria o la migra­to­ria, podrían ten­er los días contados.

En el exte­ri­or, Oba­ma, pre­mi­a­do en 2009 con un Nobel de la Paz que resultó ser, prob­a­ble­mente, algo pre­maturo, tam­poco puede pre­sumir demasi­a­do. El entu­si­as­mo ini­cial que des­pertó en todo el mun­do el cam­bio que el joven pres­i­dente suponía con respec­to a su ante­cesor (George W. Bush), con sus acer­camien­tos al mun­do musul­mán (qué lejos que­da ya aquel famoso dis­cur­so en El Cairo), o sus deci­siones de pon­er fin a dos guer­ras (Afgan­istán e Irak), se fue trans­for­man­do poco a poco en decep­ción y, en muchas oca­siones, en más de lo mismo.

Quedarán, en el aparta­do del debe, sus fra­ca­sos en el trági­co atol­ladero de Siria y en el mori­bun­do pro­ce­so de paz palesti­no-israelí, o los miles de muertes cau­sadas por sus drones (durante el manda­to de Oba­ma, EE UU ha bom­bardea­do un total de siete país­es —Afgan­istán, Irak, Pak­istán, Soma­lia, Yemen, Lib­ia y Siria—, frente a los cua­tro bom­bardea­d­os por Bush —los cua­tro primeros— ). En el aparta­do del haber, pasos históri­cos como la reaper­tu­ra de rela­ciones con Cuba y el acuer­do nuclear con Irán, sus ini­cia­ti­vas en con­tra de la tor­tu­ra, o momen­tos ‘cum­bre’ como, dejan­do a un lado las nor­mas del dere­cho inter­na­cional, el asesina­to del líder de Al Qae­da y cere­bro de los aten­ta­dos del 11‑S, Osama Bin Laden.

Cambios profundos

No obstante, y como siem­pre en estos casos, tan injus­to sería cul­par al pres­i­dente de todos los aspec­tos neg­a­tivos ocur­ri­dos durante su manda­to, como atribuir­le en exclu­si­va todos los logros. La sociedad esta­dounidense, como la glob­al, ha exper­i­men­ta­do durante estos ocho años cam­bios muy pro­fun­dos, unos cam­bios que han acaba­do tra­ducién­dose, de algún modo, en una gran polar­ización ide­ológ­i­ca y una evi­dente desconex­ión entre ciu­dadanos y politi­cos, de izquier­da a derecha, refle­jadas en man­i­festa­ciones tan dis­tin­tas como el movimien­to Occu­py que se extendió por EE UU en 2011 tras el 15‑M español, o la ines­per­a­da elec­ción como pres­i­dente del mil­lonario Don­ald Trump en 2016. Unos cam­bios que, al mis­mo tiem­po, han per­mi­ti­do tam­bién hitos como el reconocimien­to, en todo el país, de la legal­i­dad del mat­ri­mo­nio entre homo­sex­u­ales, o el hecho de que, por primera vez, una mujer (Hillary Clin­ton) haya esta­do a pun­to de ocu­par la Casa Blanca.

Paradóji­ca­mente, ha sido durante el manda­to del primer pres­i­dente negro cuan­do los hon­dos con­flic­tos raciales tan pre­sentes aún en EE UU han vuel­to a exac­er­barse (debido, sobre todo, a la vio­len­cia dis­crim­i­na­to­ria ejer­ci­da por la Policía con­tra ciu­dadanos negros), y ha sido tam­bién durante el manda­to del que iba a ser «el pres­i­dente de la gente» cuan­do hemos cono­ci­do, por ejem­p­lo, el masi­vo espi­ona­je cibernéti­co al que el Gob­ier­no esta­dounidense somete a sus ciu­dadanos. A menudo, tam­bién es cier­to, Oba­ma se ha dado de frente con­tra el muro de la fal­ta de apoyo políti­co, espe­cial­mente en el Con­gre­so, una cámara que ha esta­do fér­rea­mente dom­i­na­da por los repub­li­canos en estos últi­mos años: para cuan­do el pres­i­dente quiso apre­tar el acel­er­ador de sus refor­mas, en el tramo final de su manda­to, ya era demasi­a­do tarde. A su pesar, Guan­tá­namo sigue abier­to, y el cam­bio en las leyes que reg­u­lan la pos­esión de armas, pendiente.

Tal vez el error, vis­to sobre todo des­de Europa, o des­de la Europa más de izquier­das, haya sido creer que Oba­ma era un autén­ti­co rev­olu­cionario, y no tan­to lo que final­mente resultó ser: un pres­i­dente con hon­es­tas inten­ciones trans­for­mado­ras, pero depen­di­ente, al fin y al cabo, y no siem­pre en con­tra de su vol­un­tad, de los mecan­is­mos de poder (políti­cos, económi­cos, mil­itares) y los val­ores tradi­cionales (cap­i­tal­is­mo incues­tion­able, cier­to chau­vin­is­mo) que siguen mar­can­do bue­na parte de la real­i­dad de su país.

Lo que parece claro es que Oba­ma se va con la pop­u­lar­i­dad prác­ti­ca­mente intac­ta, un fac­tor al que prob­a­ble­mente haya con­tribui­do el cli­ma vici­a­do que ha car­ac­ter­i­za­do las últi­mas elec­ciones pres­i­den­ciales. Según un últi­mo son­deo de Asso­ci­at­ed Press-Norc Cen­ter for Pub­lic Affairs, el 57% de los esta­dounidens­es encues­ta­dos aprue­ban su gestión, lo que le sitúa muy por delante de su pre­de­ce­sor (Bush se fue con un 32%) y lig­era­mente por enci­ma de Ronald Rea­gan (51%), aunque aún lejos de Bill Clin­ton (63%). Para el 27%, Oba­ma ha sido inca­paz de man­ten­er su prome­sa de unificar el país, y uno de cada tres opina que ha incumpli­do sus com­pro­misos, si bien el 44% cree que, al menos, lo ha intentado.

Oba­ma asum­ió la pres­i­den­cia de EE UU con una heren­cia, la de George W. Bush, que incluía, entre otras cosas, dos guer­ras, una cri­sis económi­ca inter­na sin prece­dentes des­de la Gran Depre­sión y una ima­gen de Esta­dos Unidos en el mun­do por los sue­los. El nue­vo pres­i­dente ofrecía, para empezar, un talante com­ple­ta­mente dis­tin­to: más inteligente y tol­er­ante, con un mejor carác­ter y un fino y agu­do sen­ti­do del humor, edu­ca­do en Har­vard pero no elit­ista, soñador pero real­ista, pro­gre­sista pero en modo alguno rad­i­cal, e inmune (algo que ha logra­do man­ten­er) a cualquier escán­da­lo de cor­rup­ción o de carác­ter per­son­al. Repasamos aho­ra su lega­do, recor­dan­do tam­bién sus prome­sas y retos de hace ocho años, tan­to en políti­ca exte­ri­or como en políti­ca interior.

EL LEGADO DE OBAMA EN EL EXTERIOR

Oriente Medio

Cuan­do Oba­ma llegó al poder en enero de 2009, tres años antes del estal­li­do de la ‘pri­mav­era árabe’, y ocho antes de la san­gri­en­ta irrup­ción de Esta­do Islámi­co, el nue­vo pres­i­dente tenía ante sí tres desafíos fun­da­men­tales en lo que respec­ta a la región más con­vul­sa del plan­e­ta: reti­rar las tropas esta­dounidens­es de Irak y y lograr la esta­bi­lización del país, pon­er fin a la guer­ra en Afgan­istán, y con­tribuir a un pro­ce­so de paz real entre palesti­nos e israelíes. Ocho años después, la reti­ra­da de los sol­da­dos es una real­i­dad en Irak, pero el país, aso­la­do por el ter­ror­is­mo yihadista, la división sec­taria y la debil­i­dad de su gob­ier­no tras la nefas­ta gestión esta­dounidense que sigu­ió a la invasión de 2003, está muy lejos de ser estable; la guer­ra de Afgan­istán se cer­ró más bien en fal­so (EE UU aún mantiene tropas allí); y el pro­ce­so de paz palesti­no-israelí está com­ple­ta­mente muerto.

En el camino, las nuevas real­i­dades de la zona han supuesto un desafío con­stante, al que la admin­is­tración esta­dounidense no ha sabido respon­der ade­cuada­mente. La trage­dia de la guer­ra en Siria es, tal vez, el prin­ci­pal ejem­p­lo: la políti­ca con­tra­dic­to­ria y pasi­va de Wash­ing­ton ha con­tribui­do a per­pet­u­ar el con­flic­to y ha dado alas a la Rusia de Putin, cuyo apoyo incondi­cional al rég­i­men de Asad sigue hacien­do imposi­ble una sal­i­da. Por otro lado, EE UU ha inten­ta­do dis­tan­ciar su dis­cur­so de la políti­ca israelí, pero no ha pre­sion­a­do lo sufi­ciente como para forzar avances en el pro­ce­so de paz, e inclu­so ha alcan­za­do nive­les récord en la ven­ta de armas a este país. Y en Yemen, donde otra guer­ra prác­ti­ca­mente olvi­da­da sigue masacran­do a la población, Wash­ing­ton mantiene su respal­do a la coali­ción, lid­er­a­da por Ara­bia Saudí, que está lan­zan­do las bombas.

Según expli­ca a 20minutos.es Igna­cio Álvarez-Oso­rio, pro­fe­sor de Estu­dios Árabes e Islámi­cos en la Uni­ver­si­dad de Ali­cante y coor­di­nador de Ori­ente Medio y el Magreb en la Fun­dación Alter­na­ti­vas, «la inac­ción, el dis­tan­ci­amien­to y la paráli­sis» que han car­ac­ter­i­za­do la políti­ca «fal­l­i­da, erráti­ca e impro­visa­da» de Oba­ma en Ori­ente Medio han deja­do una región «bas­tante peor de lo que esta­ba hace ocho años», incluyen­do la expan­sión de Esta­do Islámi­co, frente al que EE UU no ha sido capaz de opon­er una estrate­gia ver­dadera­mente efi­caz. Aún recono­cien­do el condi­cio­nante de la heren­cia de Bush, Álvarez-Osso­rio no duda en hablar de «gran decep­ción», tras un prin­ci­pio que parecía esper­an­zador, «gra­cias al dis­cur­so en El Cairo, o al hecho de que se dejase caer a Mubarak en Egipto».

Sin embar­go, tenien­do en cuen­ta las duras críti­cas recibidas por Bush a causa de su inter­ven­cionis­mo en la región, ¿qué opciones reales tenía Oba­ma? «Podía haber explo­rado más otras alter­na­ti­vas, basadas en una diplo­ma­cia más coher­ente y en el mul­ti­lat­er­al­is­mo, en bus­car otros actores», expli­ca Álvarez-Oso­rio. «El inter­ven­cionis­mo mil­i­tar no es la úni­ca opción, pero es difí­cil ganar cred­i­bil­i­dad cuan­do tus prin­ci­pales ali­a­dos siguen sien­do país­es autocráti­cos, o cuan­do el dis­tan­ci­amien­to de gob­ier­nos como el saudí o el israelí es tan tibio».

El may­or logro con­segui­do por la admin­is­tración de Oba­ma en Ori­ente Medio es, sin duda, la con­se­cu­ción del acuer­do con Irán, un acuer­do que per­mi­tió con­tro­lar la escal­a­da nuclear en este país y lev­an­tar las san­ciones impues­tas a Teherán; que, en cualquier caso, no es atribuible en exclu­si­va a la diplo­ma­cia esta­dounidense, y que está pen­di­ente aho­ra de lo que pue­da hac­er con él el nue­vo pres­i­dente Trump.

Cuba y Corea del Norte

Jun­to con el acuer­do nuclear con Irán, el otro gran momen­to del manda­to de Oba­ma en políti­ca exte­ri­or ha sido la nor­mal­ización de las rela­ciones con Cuba, un pro­ce­so cuya primera fase cul­minó en el históri­co apretón de manos en La Habana entre el pres­i­dente esta­dounidense y el cubano, Raúl Cas­tro, en mar­zo de 2016. Era la primera vez en 88 años que un man­datario de EE UU vis­ita­ba la isla, un gesto com­pa­ra­ble, en sig­nifi­cación históri­ca, a la visi­ta que Oba­ma hizo tam­bién a Hiroshi­ma, la primera de un pres­i­dente esta­dounidense a la ciu­dad japone­sa arrasa­da por la primera bom­ba atómi­ca hace 50 años.

No obstante, tam­poco aquí el éxi­to es atribuible tan solo a Oba­ma. La situación de cier­to aper­tur­is­mo en la isla tras la reti­ra­da de Fidel Cas­tro del poder, y el final de los años duros de George W. Bush fueron fac­tores fun­da­men­tales. Y no hay que olvi­dar que, al igual que en lo ref­er­ente a Irán, el nue­vo pres­i­dente, Trump, ten­drá la autori­dad ejec­u­ti­va de rever­tir las prop­ues­tas diplomáti­cas de Oba­ma para con la isla, incluyen­do la rela­jación de las san­ciones y las restric­ciones de via­je. Trump, de momen­to, mantiene abier­tas «todas las opciones».

Con otro de los tradi­cionales antag­o­nistas de EE UU, Corea del Norte, las cosas no han ido tan bien, aunque, en este caso, ha sido la pos­tu­ra ais­la­cionista y belig­er­ante del rég­i­men dic­ta­to­r­i­al de Pio­nyang la que no ha con­tribui­do, pre­cisa­mente, a alla­nar el camino. La ten­sión nuclear, las provo­ca­ciones a los veci­nos y los ensayos arma­men­tís­ti­cos han segui­do incre­men­tán­dose, y los conatos de diál­o­go pare­cen haber pasa­do a mejor vida.

Europa y Rusia

«Cuan­do Oba­ma fue elegi­do en 2008 se gen­eró una gran expectación en Europa», comen­ta a 20minutos.es Car­lota Gar­cía Enci­na, inves­ti­gado­ra del Real Insti­tu­to Elcano y pro­fe­so­ra de Rela­ciones Inter­na­cionales en la Uni­ver­si­dad Fran­cis­co de Vito­ria de Madrid: «Parecía, sobre todo en com­para­ción con los años de Bush, que se ini­cia­ba una nue­va relación transatlán­ti­ca, pero la gen­eración de Oba­ma no se siente tan lig­a­da al Viejo Con­ti­nente como las ante­ri­ores y, aunque en un primer momen­to el tra­to fue cor­dial, EE UU empezó a mirar cada vez más a Asia y a los país­es emer­gentes, y a dejar claro su deseo de que los país­es europeos se fue­sen hacien­do car­go de su propia defen­sa», añade.

Esta cier­ta dis­tan­cia, no obstante, ha ido evolu­cio­nan­do a lo largo de todo el manda­to, espe­cial­mente ante la mag­ni­tud de prob­le­mas glob­ales como el ter­ror­is­mo o la lle­ga­da masi­va de refu­gia­dos, o debido a situa­ciones de cri­sis como la guer­ra en Ucra­nia. Gar­cía Enci­na señala, en este sen­ti­do, que «Oba­ma fue cada vez más con­sciente de que nece­sita­ba una Europa fuerte, de que no existe una alter­na­ti­va, y de que esta­dounidens­es y europeos son quienes siguen hacién­dose car­go de la may­oría de los prob­le­mas del mun­do». «Por eso», agre­ga, «Oba­ma ha venido insistien­do, sobre todo al final de su pres­i­den­cia, en la necesi­dad de ‘más Europa’ [cuan­do apoyó la opción con­traria al brex­it, por ejem­p­lo], y de una Europa más acti­va que reactiva».

La relación con el otro lado del Atlán­ti­co, sin embar­go, ha esta­do mar­ca­da por la cre­ciente ten­sión, cuan­do no ene­mis­tad direc­ta, con la Rusia de Putin. Como recuer­da Gar­cía Enci­na, los planes de Oba­ma para mejo­rar las rela­ciones con Moscú (ese «volver a empezar» que se pro­pu­so al ini­cio de su segun­do manda­to) se vieron trun­ca­dos por la guer­ra en Ucra­nia y la anex­ión rusa de Crimea en 2014, y, espe­cial­mente, por el apoyo del Krem­lin al rég­i­men sirio de Bashar al Asad. Tras las acusa­ciones a Moscú de haber inter­venido en la cam­paña elec­toral esta­dounidense, y a pesar del ‘idilio’ políti­co entre Vladimir Putin y Don­ald Trump, restable­cer una mín­i­ma nor­mal­i­dad entre ambas poten­cias no va a ser tarea fácil.

Tratados comerciales

Antes de ser elegi­do pres­i­dente, Oba­ma, quien llegó a ser acu­sa­do de «pro­tec­cionista encu­bier­to» por su primer rival elec­toral, el repub­li­cano John McCain, se había mostra­do par­tidario, en gen­er­al, del libre com­er­cio mundi­al, si bien mati­zan­do que «no todos los acuer­dos son buenos». Al tér­mi­no de su manda­to, el bal­ance en este sen­ti­do es más bien pobre, con solo tres acuer­dos imple­men­ta­dos exi­tosa­mente (Panamá, Colom­bia y Corea del Sur), algo no nece­sari­a­mente neg­a­ti­vo para los detrac­tores de este tipo de trata­dos, tan­to des­de la derecha más pro­tec­cionista («roban tra­ba­jo a los locales y favore­cen a las empre­sas extran­jeras»), como des­de el activis­mo izquierdista («con­tribuyen a aumen­tar el poder de las grandes cor­po­ra­ciones frente a los gob­ier­nos, y minan los dere­chos sociales y laborales»).

Los dos grandes obje­tivos de su admin­is­tración fueron el Acuer­do Transpací­fi­co de Coop­eración Económi­ca (TPP) y la Aso­ciación Transatlán­ti­ca para el Com­er­cio y la Inver­sión (TTIP). El TPP, fir­ma­do en febrero de 2016 por 12 país­es que, jun­tos, rep­re­sen­tan el 40% de la economía mundi­al, todavía no ha sido rat­i­fi­ca­do y, tenien­do en cuen­ta que Trump ha anun­ci­a­do la reti­ra­da esta­dounidense del mis­mo, su futuro es, sien­do opti­mis­tas, incier­to. Mien­tras, el TTIP, la con­tro­ver­ti­da prop­ues­ta de libre com­er­cio entre EE UU y la UE, sigue nego­cián­dose, pero está sien­do aban­don­a­da por cada vez más políti­cos a ambos lados del Atlán­ti­co. «A difer­en­cia de lo que ocurre en Europa», indi­ca Gar­cía Enci­na, «el TTIP no está en el debate públi­co en EE UU; es un asun­to de Washington».

EL LEGADO DE OBAMA EN CASA

Economía

Oba­ma llegó al poder en mitad de una cri­sis económi­ca desco­mu­nal, cuyos efec­tos aún siguen sufrién­dose en medio mun­do. Con más de 9 mil­lones de para­dos, el desem­pleo afecta­ba al 6,7% de la población acti­va; la deu­da públi­ca super­a­ba los 10.600 mil­lones de dólares; la indus­tria financiera esta­ba a un paso del colap­so, y 700.000 mil­lones de dólares eran ded­i­ca­dos a gas­to mil­i­tar. Grandes empre­sas habían que­bra­do, la con­fi­an­za de los inver­sores era prác­ti­ca­mente inex­is­tente, había decre­ci­do alar­man­te­mente la capaci­dad adquis­i­ti­va y, por tan­to, el con­sumo; la indus­tria auto­movilís­ti­ca (uno de los motores del país) esta­ba en coma, y el déficit pre­supues­tario alcan­z­a­ba un reg­istro históri­co de 483.000 mil­lones de dólares, sin con­tar con los 700.000 mil­lones del erario públi­co des­ti­na­dos a rescatar, prin­ci­pal­mente, a los ban­cos y enti­dades financieras a la vez cau­santes y víc­ti­mas de bue­na parte de la crisis.

Al ini­cio de su primer manda­to, Oba­ma impul­só un impor­tante paque­te de estí­mu­lo económi­co y una serie de refor­mas legales y financieras que, poco a poco, han ido dan­do fru­tos. Su gob­ier­no super­visó la sal­vación de Gen­er­al Motors, imple­men­tó un Pro­gra­ma de Vivien­das Ase­quibles que evitó que mil­lones de propi­etar­ios perdier­an sus casas al per­mi­tir­les refi­nan­ciar sus hipote­cas, y nego­ció un acuer­do que anuló muchos de los recortes de impuestos aproba­dos en la era de George W. Bush, a cam­bio de con­ge­lar el gas­to gen­er­al, e incluyen­do impor­tantes medi­das fis­cales como la Ley de Recu­peración y Rein­ver­sión de 2009.

Ocho años después, el desem­pleo ha caí­do al 4,6%, el niv­el más bajo des­de 2007, y la creación de puestos de tra­ba­jo sigue estable, con 178.000 nuevos empleos reg­istra­dos el pasa­do mes de noviem­bre. Además, y pese a que Oba­ma no ha con­segui­do avances en su empeño por aumen­tar el salario mín­i­mo fed­er­al (el Con­gre­so, dom­i­na­do por los repub­li­canos, se ha opuesto sis­temáti­ca­mente), o a que el poder adquis­i­ti­vo sigue sin alcan­zar los nive­les esper­a­dos (el ingre­so de los hog­a­res en 2015 seguía sien­do infe­ri­or al de 2007), los suel­dos, en gen­er­al, han empeza­do a recu­per­arse (aunque sigue existien­do desigual­dad entre hom­bres y mujeres), y el mer­ca­do de val­ores está alcan­zan­do nuevos máximos.

Según un informe del Con­se­jo de Asesores Económi­cos de la Casa Blan­ca, el crec­imien­to de los salarios reales ha sido en estos últi­mos años el más rápi­do des­de prin­ci­p­ios de la déca­da de los seten­ta, y en el ter­cer trimestre de 2016, la economía esta­dounidense cre­ció un 11,5% por enci­ma del máx­i­mo reg­istra­do antes de la cri­sis, con la renta per capi­ta situ­a­da un 4% sobre los nive­les ante­ri­ores a 2009.

Sanidad

La refor­ma del sis­tema san­i­tario esta­dounidense fue, des­de un prin­ci­pio, la gran apues­ta de Barack Oba­ma, y tam­bién el prin­ci­pal blan­co de los ataques al pres­i­dente prove­nientes de los sec­tores más con­ser­vadores. Su imple­mentación, aunque fuese reba­jan­do en parte sus ambi­ciosos planes ini­ciales, ha sido, según él mis­mo, su gran lega­do. Su futuro, con­sideran­do que Trump ha prometi­do hin­car­le el diente («sus­pender­la» y «apro­bar una prop­ues­ta mejor») nada más asumir la pres­i­den­cia, está en el aire.

Bási­ca­mente, el lla­ma­do Oba­macare, el paque­te de refor­mas san­i­tarias aproba­do en 2010, tiene como obje­ti­vo per­mi­tir un may­or acce­so de los ciu­dadanos al sis­tema de salud, en un país donde no existe una sanidad públi­ca como tal. Los esta­dounidens­es pueden aho­ra com­prar seguros médi­cos fed­eral­mente reg­u­la­dos y sub­sidi­a­dos por el Esta­do, lo que ha per­mi­ti­do que el por­centa­je de per­sonas sin pro­tec­ción se haya reduci­do del 15,7% (un total de 30 mil­lones) en 2011 al 9,1% en 2015.

La ley, por ejem­p­lo, pro­híbe a las com­pañías de seguros ten­er en cuen­ta condi­ciones pre­ex­is­tentes, y les exige otor­gar cober­tu­ra a todos los solic­i­tantes, ofre­cién­doles las mis­mas tar­i­fas sin impor­tar su esta­do de salud o su sexo. Además, aumen­ta las sub­ven­ciones y la cober­tu­ra de Med­ic­aid, el pro­gra­ma de seguros de salud del Gobierno.

La refor­ma, sin embar­go, ha tenido que con­vivir con serios prob­le­mas, incluyen­do el hecho de que var­ios esta­dos gob­er­na­dos por repub­li­canos se han nega­do a aplicar su parte, o graves difi­cul­tades infor­máti­cas que fueron ampli­a­mente divul­gadas por la pren­sa y uti­lizadas por la oposi­ción, dis­paran­do las críti­cas de sus detractores.

Inmigración

La refor­ma migra­to­ria fue, jun­to con la san­i­taria, la otra gran prome­sa de Oba­ma durante la cam­paña elec­toral que le llevó a la Casa Blan­ca en 2008, pero sus esfuer­zos por que el Con­gre­so la sacase ade­lante cayeron una y otra vez en saco roto. Final­mente, nada más ser reelegi­do, el pres­i­dente anun­ció que no esta­ba dis­puesto a seguir esperan­do, y que apro­baría una serie de medi­das por decre­to (acción ejec­u­ti­va). Lo hizo, final­mente, y entre las airadas críti­cas de los repub­li­canos, en 2014.

Esta ‘minire­for­ma’ no afecta­ba a aspec­tos como la ciu­dadanía o la res­i­den­cia per­ma­nente (Oba­ma no podía lle­gar tan lejos, con la ley en la mano), pero sí per­mitía reg­u­larizar la situación de cer­ca de la mitad de los inmi­grantes indoc­u­men­ta­dos que res­i­den en el país (unos cin­co mil­lones, de un total de 11 mil­lones de ‘sin pape­les’). En con­cre­to, la refor­ma afecta­ba a aque­l­los que tienen hijos que son ciu­dadanos esta­dounidens­es o res­i­dentes per­ma­nentes, y que pueden demostrar que lle­van en el país des­de antes del 1 de enero de 2010 y care­cen de antecedentes crim­i­nales. La ley está aho­ra sus­pendi­da por una larga batal­la legal en la que se ha cues­tion­a­do su constitucionalidad.

Por otro lado, la dura y xenó­fo­ba retóri­ca anti-inmi­gración del pres­i­dente elec­to, Don­ald Trump, ha hecho olvi­dar a menudo que la admin­is­tración de Oba­ma osten­ta el récord de deporta­ciones de EE UU has­ta la fecha, con una media de 400.000 al año. Según datos del Depar­ta­men­to de Seguri­dad Nacional (DHS), el gob­ier­no de Oba­ma deportó a cer­ca de 2,5 mil­lones de inmi­grantes entre 2009 y 2015. El may­or número de deporta­ciones se pro­du­jo en 2012, cuan­do fueron expul­sadas 410.000 per­sonas, alrede­dor del doble que en 2003. Un informe de 2013 del Ser­vi­cio de Inmi­gración y Con­trol de Adu­a­nas de EE UU señal­a­ba que alrede­dor de 369.000 inmi­grantes irreg­u­lares fueron depor­ta­dos durante ese año. La may­oría de los depor­ta­dos, 241.493, eran mexicanos.

Crimen y armas

Las afir­ma­ciones de Don­ald Trump según las cuales la crim­i­nal­i­dad en EE UU está «peor que nun­ca» son fal­sas. Es cier­to que en algu­nas grandes ciu­dades ha cre­ci­do la tasa de homi­cidios, pero, en gen­er­al, los índices de delin­cuen­cia han baja­do de for­ma con­stante durante los ocho años de gob­ier­no de Barack Oba­ma, uno de cuyos grandes obje­tivos (no cumpli­do del todo) ha sido la refor­ma del sis­tema de jus­ti­cia penal y, en espe­cial, inten­tar acabar con la dis­crim­i­nación racial que con­ll­e­va actualmente.

Como desta­ca la BBC en un repa­so al lega­do de Oba­ma en este aspec­to cru­cial de la políti­ca domés­ti­ca, en 2010 el pres­i­dente fir­mó la lla­ma­da Acta de Sen­ten­cias, con la que se equiparararon las penas por pos­esión de crack y de cocaí­na en pol­vo. Has­ta entonces, los cas­ti­gos para los con­de­na­dos por lo primero, la may­oría ciu­dadanos afroamer­i­canoss, eran muy sev­eras. En ese mis­mo año, Oba­ma fir­mó otra ley que establece que el tiem­po mín­i­mo de prisión oblig­a­to­ria por pos­esión de cocaí­na, que suele implicar despro­por­cionada­mente a delin­cuentes de raza negra, sea más acorde con las penas de cocaí­na en polvo.

En enero de 2016, por otra parte, Oba­ma tomó una serie de medi­das ejec­u­ti­vas des­ti­nadas a lim­i­tar el uso del ais­lamien­to en las cárce­les fed­erales y pro­por­cionar un mejor tra­to a los reclu­sos con enfer­medades men­tales. Tam­bién ha uti­liza­do su poder pres­i­den­cial para con­mu­tar las penas por dro­gas a más de 1.000 infrac­tores no vio­len­tos, y ha apoy­a­do una políti­ca del Depar­ta­men­to de Jus­ti­cia que dio lugar a la lib­eración antic­i­pa­da de unos 6.000 reclusos.

Su gran frus­tración, no obstante, ha sido no poder lograr un may­or con­trol sobre la pos­esión de armas de fuego. Tras la matan­za de la escuela pri­maria de Sandy Hook en Con­necti­cut, el 14 de diciem­bre de 2012, Oba­ma pidió may­ores restric­ciones, algo en lo que ha insis­ti­do des­de entonces, públi­ca­mente, varias veces. Sin embar­go, debido al poder de pre­sión de lob­bies como la Aso­ciación Nacional del Rifle, y a la oposi­ción del ala más con­ser­vado­ra del Con­gre­so, al final no ha podi­do pro­mul­gar nuevas políti­cas impor­tantes al respecto.

Guantánamo

Antes de ser elegi­do por primera vez, Oba­ma prometió que cer­raría la base esta­dounidense de Guan­tá­namo, en Cuba, lo antes posi­ble. De hecho, en la primera sem­ana tras su toma de pos­esión (el segun­do día, para ser exac­tos), el nue­vo pres­i­dente fir­mó un decre­to que con­tem­pla­ba la clausura defin­i­ti­va, «en menos de un año», de esta prisión mil­i­tar, un com­ple­jo pen­i­ten­cia­rio fuera de la ley por el que habían pasa­do entonces casi 800 hom­bres, con­sid­er­a­dos por EE UU «com­bat­ientes ene­mi­gos ile­gales»; la may­oría de ellos, acu­sa­dos de pertenecer a los tal­ibanes o a Al Qae­da, algunos someti­dos a tor­turas, y ninguno con el dere­cho recono­ci­do a un juicio pre­vio o a la rep­re­sentación de un abo­ga­do. Ocho años después, y aunque con menos pri­sioneros (45 en la actu­al­i­dad, frente a los 242 reos que había en 2009), el gran sím­bo­lo de la ‘guer­ra con­tra el ter­ror’ de George W. Bush sigue abierto.

A lo largo de estos ocho años, Oba­ma ha inten­ta­do en numerosas oca­siones hac­er efec­ti­vo el cierre de la prisión, pero se ha encon­tra­do una y otra vez con el rec­ha­zo y las restric­ciones del Con­gre­so, rea­cio, prin­ci­pal­mente, al trasla­do a sue­lo esta­dounidense de pri­sioneros que supon­dría la clausura de la base. En respues­ta, la admin­is­tración de Oba­ma ha ido lle­van­do a cabo un plan de trans­fer­en­cia de pri­sioneros a otros país­es, pero no ha sido suficiente.

Medio ambiente y cambio climático

Oba­ma llegó a la Casa Blan­ca con una agen­da medioam­bi­en­tal muy clara y es jus­to recono­cer que ha trata­do de cumplir­la. El pres­i­dente ha inten­ta­do impul­sar las energías ren­ov­ables, pro­movien­do la con­struc­ción de más plan­tas solares y toman­do medi­das para mod­ern­izar la indus­tria y hac­er­la menos depen­di­ente del car­bón. Tam­bién pro­hibió per­fora­ciones petrol­eras en el Atlán­ti­co y el Árti­co, y par­ticipó acti­va­mente en el debate inter­na­cional sobre el calen­tamien­to glob­al, con­tribuyen­do de for­ma deter­mi­nante a la nego­ciación del gran acuer­do para com­bat­ir el cam­bio climáti­co que 195 país­es fir­maron durante el COP21 en París, en diciem­bre de 2015.

Este acuer­do, rat­i­fi­ca­do por EE UU (y ame­naza­do aho­ra por la pos­tu­ra en con­tra de Trump), estable­ció una serie de nuevas reg­u­la­ciones que con­trolan la con­t­a­m­i­nación de las cen­trales eléc­tri­c­as de car­bón y lim­i­tan la min­ería del car­bón y la per­foración de petróleo y gas, tan­to en tier­ras con­ti­nen­tales como en aguas costeras.

Además, el pres­i­dente esta­dounidense hizo uso de su autori­dad ejec­u­ti­va para des­ig­nar un total de 548 mil­lones de acres (más de 2,2 mil­lones de Km²) de ter­ri­to­rio como hábi­tat pro­te­gi­do, más que cualquier pres­i­dente anterior.

Oba­ma, sin embar­go, dejó pasar tam­bién opor­tu­nidades impor­tantes. A prin­ci­p­ios de su manda­to, cuan­do los demócratas tenían aún may­oría, el Con­gre­so llegó a apro­bar un estric­to pro­gra­ma para con­tro­lar las emi­siones de car­bono. El Sena­do, sin embar­go, dio pri­or­i­dad a las refor­mas financiera y san­i­taria, y, para cuan­do la ley volvió al Con­gre­so, los demócratas esta­ban ya en minoría.

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