Ramiro Cristales: testigo del horror, criado por sus verdugos

Miguel Máiquez, 13/1/2017
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Ramiro Oso­rio Cristales, de niño. Foto: Cana­di­an Cen­tre for Inter­na­tion­al Justice

Refu­gia­dos con historia

Quién: Ramiro Oso­rio Cristales.
De dónde: Guatemala.
Cuán­do: Llegó a Canadá en 1999, tras ser admi­ti­do en un pro­gra­ma de pro­tec­ción de tes­ti­gos.
Por qué: Ramiro tenía 5 años de edad cuan­do, en 1982, durante la guer­ra civ­il guatemal­te­ca, un coman­do del ejérci­to irrumpió en su aldea y asesinó a toda la población. Cer­ca 250 per­sonas, entre ellas, sus padres y her­manos, perdieron la vida. Muchas fueron tor­tu­radas. Ramiro, uno de los tres úni­cos super­vivientes de la matan­za de Las Dos Erres, fue secuestra­do por los mil­itares, y acabó vivien­do con uno de sus cap­tores, un sol­da­do acu­sa­do de haber par­tic­i­pa­do en la masacre. Según el tes­ti­mo­nio del pro­pio Ramiro, el mil­i­tar le oblig­a­ba a lla­mar­le «papá», se nega­ba a respon­der a sus pre­gun­tas sobre su ori­gen, le forz­a­ba a tra­ba­jar en el cam­po y le sometió a abu­sos físi­cos durante años. En 1999, gra­cias a mues­tras de ADN, Ramiro logró final­mente reunirse con sus abue­los y otros famil­iares. Poco después pidió asi­lo en Canadá. Aho­ra, 34 años después, Ramiro se ha declar­a­do dis­puesto a regre­sar a Guatemala para tes­ti­ficar con­tra el ex sol­da­do San­tos López Alon­zo, su ‘padre adop­ti­vo’, quien fue extra­di­ta­do el pasa­do mes de agos­to por EE UU al país cen­troamer­i­cano. Su his­to­ria, y la de la masacre, ha sido recogi­da en un doc­u­men­tal estre­na­do en 2016.


«Escuché que llam­a­ban a la puer­ta». Así comien­za Ramiro Oso­rio Cristales el rela­to, tan­tas veces repeti­do (a las autori­dades, a peri­odis­tas, a inves­ti­gadores, sin duda a sí mis­mo), de aque­l­la noche aci­a­ga de hace 34 años que iba a mar­car el resto de su vida; los ter­ri­bles recuer­dos de aque­l­la noche de diciem­bre de 1982 en que la rel­a­ti­va tran­quil­i­dad de su aldea, la pequeña local­i­dad campesina de Las Dos Erres, en el depar­ta­men­to guatemal­te­co de La Lib­er­tad (Petén), se vio inter­rump­i­da por la bru­tal irrup­ción de un coman­do del ejérci­to de Guatemala. Era el peri­o­do más duro de la guer­ra civ­il que asoló el país cen­troamer­i­cano entre 1960 y 1996, y Ramiro tenía entonces tan solo cin­co años de edad. En la cono­ci­da hoy como «la masacre de Las Dos Erres», una car­nicería silen­ci­a­da durante años, los mil­itares vio­laron a mujeres y niñas, y tor­tu­raron y asesinaron (a tiros e inclu­so a maza­zos) a entre 200 y 250 per­sonas, incluyen­do a los padres y a los seis her­manos de Ramiro. La matan­za fue uno de los episo­dios más san­guinar­ios del con­flic­to, y per­manece graba­da a fuego, no solo en el recuer­do de Ramiro, sino tam­bién en la dolori­da y, poco a poco, recu­per­a­da memo­ria de todo un país. «Su may­or error», afir­maría Ramiro años más tarde, «fue dejarme con vida».

Esa vida, en cualquier caso, ha sido de todo menos fácil. Tras la masacre, Ramiro fue secuestra­do por los mil­itares y acabó bajo la cus­to­dia de San­tos López Alon­zo, uno de los sol­da­dos acu­sa­dos de haber par­tic­i­pa­do en los asesinatos, con cuya famil­ia per­maneció has­ta los 17 años, según el tes­ti­mo­nio del pro­pio Ramiro, en condi­ciones de total abu­so. Actual­mente, López Alon­zo está encar­ce­la­do en Guatemala. Ramiro vive refu­gia­do en Canadá, jun­to con su esposa y sus dos hijos. En las raras oca­siones en que habla con la pren­sa siem­pre pide que no se men­cione ni su ciu­dad de res­i­den­cia ni los nom­bres de su familia.

En una de esas entre­vis­tas, con­ce­di­da a Glob­al­Post en 2010, Ramiro, uno de los cua­tro super­vivientes de la matan­za de Las Dos Erres, y el úni­co, jun­to con Oscar Alfre­do Ramírez Cas­tane­da (tam­bién un niño en 1982) aún con vida, remem­o­ra su infan­cia en la aldea antes de la masacre: la famil­ia Cristales (el padre, Víc­tor; la madre, Petrona; y sus siete hijos) se había muda­do a Las Dos Erres para estable­cerse como granjeros. Ramiro recuer­da «las dos palmeras detrás de la casa, el abre­vadero donde juga­ba con mi her­mano may­or cuan­do lle­ga­ban las llu­vias, el carác­ter afa­ble de mi madre, el tra­ba­jo duro de mi padre…». Con el mis­mo detalle, Cristales evo­ca tam­bién, en toda su crudeza, las viven­cias de aque­l­la noche del 6 al 7 de diciem­bre de 1982 en que todo cam­bió para siempre.

«Les torturaban, les mataban y les arrojaban al pozo»

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Ramiro Oso­rio Cristales, en 2011. Foto: CPR Urbana (cap­tura de vídeo)

Pasa­da la medi­anoche, cuan­do la famil­ia esta­ba ya dur­mien­do, Ramiro escuchó los golpes en la puer­ta. Según rela­ta en su tes­ti­mo­nio, recogi­do asimis­mo por el Cana­di­an Cen­tre for Inter­na­tion­al Jus­tice, así como en otra entre­vista con­ce­di­da en 2013 al diario The Toron­to Star, los sol­da­dos entraron en la casa, mani­ataron, tras gol­pearles, a su padre y a su her­mano may­or, y lle­varon a toda la famil­ia al cen­tro del pueblo. El padre y el her­mano may­or fueron traslada­dos a la escuela; a Ramiro, a su madre y al resto de sus her­manos les lle­varon a la igle­sia, jun­to con otras mujeres y niños.

El coman­do mil­i­tar que irrumpió aque­l­la noche en Las Dos Erres esta­ba for­ma­do, prin­ci­pal­mente, por los lla­ma­dos Kaibiles, una «fuerza de élite» cuyos miem­bros lle­garon a definirse a sí mis­mos como «máquinas de matar». Al pare­cer, el ori­gen de la mis­ión se encon­tra­ba en el robo de un carga­men­to de armas por parte de rebeldes en la zona.

«Los hom­bres esta­ban arma­dos, la gente llora­ba, ater­ror­iza­da», cuen­ta Ramiro: «La igle­sia esta­ba cus­to­di­a­da y no podíamos salir. Des­de afuera lle­ga­ban los gri­tos: ‘Por favor, no nos mat­en; no sabe­mos nada, no nos mat­en’». Cuan­do los mil­itares ‘acabaron’ con los hom­bres, empezaron a sacar a las mujeres de la igle­sia, incluyen­do ado­les­centes y niñas. A muchas de ellas, arras­trán­dolas del pelo. Comen­zaron entonces las vio­la­ciones. Ramiro podía ver lo que ocur­ría a través de las rendi­jas entre las tablas de madera que con­forma­ban las pare­des del templo.

«Vi cómo mata­ban a las mujeres y tor­tura­ban a los hom­bres. Les gol­pea­ban. Había muchos col­ga­dos de los árboles. Les reban­a­ban el cuel­lo con un cuchil­lo o con los bor­des afi­la­dos de una pala, les dis­para­ban en la cabeza… Luego los arro­ja­ban a un pozo», cuen­ta Cristales. Años después, los inves­ti­gadores desen­ter­rarían un total de 162 cuer­pos en un pozo del pobla­do, y las evi­den­cias forens­es coin­cidirían con el rela­to de los hechos real­iza­do, tan­to por Ramiro Oso­rio, como por Oscar Alfre­do Ramírez.

En 2009, la Corte Inter­amer­i­cana de Dere­chos Humanos con­cluyó que «la cru­el­dad de los sol­da­dos llegó has­ta el pun­to de provo­car abor­tos a mujeres embarazadas, golpeán­dolas o inclu­so saltan­do sobre su abdomen». (El informe com­ple­to, en pdf, puede con­sul­tarse aquí).

Cuan­do le llegó el turno a la madre de Ramiro, el pequeño se agar­ró a sus pier­nas, tratan­do de impedir que los sol­da­dos se la lle­varan. Los mil­itares le sep­a­raron de ella y le volvieron a intro­ducir en la igle­sia a la fuerza. Ramiro, de acuer­do con su tes­ti­mo­nio, cor­rió entonces hacia la parte trasera del tem­p­lo, des­de donde podía ver el pozo hacia el que los sol­da­dos con­ducían a su madre, mien­tras ésta suplic­a­ba por la vida de sus hijos. Final­mente, Ramiro, ago­ta­do, se quedó dormi­do en uno de los ban­cos de la igle­sia. Cuan­do des­pertó solo qued­a­ban con vida otros dos niños y él mis­mo. Eran, jun­to con un hom­bre que ese día no se encon­tra­ba en la local­i­dad, los úni­cos super­vivientes del pobla­do. Ramiro había sido selec­ciona­do para ser ‘adop­ta­do’. Cuan­do, a la mañana sigu­iente, los sol­da­dos le sac­aron de la igle­sia, el niño vio cua­tro hom­bres col­ga­dos en un árbol. Uno era su padre; otro, su her­mano mayor.

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Exhumación de restos de víc­ti­mas de la guer­ra civ­il de Guatemala, en Com­pala­pa, Chi­mal­te­nan­go, en 2005. Foto: Unit­ed States Agency for Inter­na­tion­al Devel­op­ment (Pub­lic Domain)

«Como a un perro»

Como recuer­da el repor­ta­je que acom­paña la entre­vista pub­li­ca­da en Glob­al­Post, durante las guer­ras civiles ocur­ri­das en Lati­noaméri­ca en los años ochen­ta no era extraño que los gru­pos mil­itares o para­mil­itares dejasen con vida a niños durante las masacres, con el fin de entre­nar­los como futur­os sol­da­dos. Gru­pos de dere­chos humanos hablan de cer­ca de 450 secue­stros infan­tiles de este tipo ocur­ri­dos en Guatemala a lo largo de todo el con­flic­to. En algunos casos, los niños eran entre­ga­dos a famil­ias de mil­itares donde eran bien trata­dos, pero, a veces, como acabó com­pro­ban­do Ramiro, su des­ti­no era una vida en condi­ciones cer­canas a la esclavitud.

Según el rela­to de Ramiro, tras la masacre de Las Dos Erres los sol­da­dos emprendieron con los niños una mar­cha por la sel­va que duró var­ios días. Ramiro ase­gu­ra que en el grupo iba asimis­mo una ado­les­cente que fue vio­la­da en repeti­das oca­siones. Final­mente, un helicóptero les con­du­jo has­ta la base de los Kaibiles cono­ci­da como «El infier­no», donde Ramiro perdió el con­tac­to con los otros chicos. San­tos López Alon­zo, un mil­i­tar que vivía en la pequeña local­i­dad de San Sebastián, se llevó a Ramiro con­si­go, lo reg­istró como su pro­pio hijo y le cam­bió el nom­bre. Ramiro ha ase­gu­ra­do que, tan­to López Alon­zo como la esposa de éste, le trataron «como a un per­ro», y que sufrió «abu­sos físi­cos» durante años. Tenía que lavarse él mis­mo la ropa, le forz­a­ban a realizar tra­ba­jos en el cam­po y le gol­pea­ban. López Alon­zo oblig­a­ba a Ramiro a lla­mar­le «papá», y se nega­ba a respon­der a las pre­gun­tas del niño sobre su ori­gen. «El haberme cam­bi­a­do el nom­bre, el haberme hecho lla­mar­le ‘papá’; eso no puedo per­donarlo», afir­maría Ramiro años después.

López Alon­zo ofrece una ver­sión dis­tin­ta. Entre­vis­ta­do por la agen­cia AP el pasa­do mes de agos­to, jus­to antes de ser depor­ta­do des­de EE UU a Guatemala, el aho­ra ex mil­i­tar (de 64 años de edad) ase­gura­ba que él era panadero en el ejérci­to y que lo habían man­da­do a hac­er guardia («a vig­i­lar») mien­tras otros per­pe­tra­ban la masacre: «Los sol­da­dos salían con gente y volvían solos», dijo, «y solo entonces me infor­maron de que habían mata­do a los habi­tantes». «El que nada debe nada teme. Si yo hubiera hecho algo, si hubiera mata­do, yo estaría con un temor, pero me sien­to limpio», añadió.

Cuan­do, más de diez años después de la masacre, el Gob­ier­no guatemal­te­co ordenó ini­ciar la inves­ti­gación que con­du­jo final­mente al hal­laz­go de los 162 esquele­tos enter­ra­dos en el pozo de Las Dos Erres (entre ellos, los de 67 de menores de has­ta 12 años), las autori­dades emi­tieron órdenes de arresto para un total 17 mil­itares, inclu­i­do López Alon­zo. Los casos, sin embar­go, quedaron estancados.

Tras dejar el ejérci­to, López se dedicó a la agri­cul­tura en Guatemala, y después emi­gró a Esta­dos Unidos, donde encon­tró tra­ba­jo en la con­struc­ción, en Texas. Sin embar­go, al no poseer per­miso de tra­ba­jo, fue depor­ta­do. Pos­te­ri­or­mente, en 2010, sería arresta­do de nue­vo por regre­sar ile­gal­mente al país norteam­er­i­cano. En esta ocasión, sin embar­go, el ex mil­i­tar no fue depor­ta­do inmedi­ata­mente, sino que per­maneció detenido como tes­ti­go de car­go en el juicio a un antiguo com­pañero de armas por men­tir acer­ca de la masacre en la solic­i­tud de naturalización.

Más ade­lante, López trató de evi­tar la deportación, pero el tri­bunal fed­er­al de apela­ciones de San Fran­cis­co denegó final­mente su solic­i­tud, acu­san­do al ex mil­i­tar de crímenes con­tra la humanidad, asesina­to y sus­trac­ción de menores, car­gos que López nie­ga. López ha admi­ti­do haberse lle­va­do a un niño de cin­co años de la comu­nidad de Las Dos Erres, pero mantiene que fue para sal­var­le la vida y que lo crió como a un hijo.

Por su parte, Ramiro Oso­rio ha declar­a­do que no recuer­da que López cometiese asesinatos, pero que sí recuer­da al mil­i­tar evi­tan­do que los pobladores escaparan cuan­do los sol­da­dos los saca­ban de la igle­sia para matar­los y lan­zar­los al pozo.

Una nueva vida

A los 17 años de edad (18, según algu­nas fuentes), Ramiro decide ingre­sar en el ejérci­to, una opción difí­cil quizá de enten­der en alguien cuya famil­ia había sido masacra­da por los mil­itares. En la entre­vista con­ce­di­da en 2010 él mis­mo expli­ca que lo hizo por dos razones: huir de su famil­ia adop­ti­va y tratar de con­seguir infor­ma­ción sobre la masacre de Las Dos Erres.

En febrero de 1999, tres años después del final ofi­cial de la guer­ra, Ramiro es con­tac­ta­do por la orga­ni­zación de dere­chos humanos Famdegua (Aso­ciación de Famil­iares de Detenidos-Desa­pare­ci­dos de Guate­nala), dirigi­da por la inves­ti­gado­ra Aura Ele­na Far­fán. Gra­cias al tra­ba­jo de esta activista y de su equipo, una labor que incluye el estu­dio de mues­tras de ADN, Ramiro podrá al fin reunirse con miem­bros de su ver­dadera famil­ia, entre ellos, sus abue­los mater­nos y un her­manas­tro, hijo tam­bién de su padre. «Fue boni­to, pero tam­bién triste», declararía al Toron­to Star en 2013: «Ape­nas les conocía. Me sen­tía feliz y triste al mis­mo tiempo».

Tan solo tres días después del reen­cuen­tro, y ante el ries­go para su seguri­dad que suponía su per­ma­nen­cia en el país, Ramiro aban­dona Guatemala en un via­je hacia una nue­va vida que le lle­vará has­ta Canadá, país donde logra obten­er asi­lo gra­cias a un pro­gra­ma de pro­tec­ción de tes­ti­gos y, pos­te­ri­or­mente, la ciudadanía.

Con 38 años de edad en la actu­al­i­dad, Ramiro ase­guró a AP el pasa­do mes de agos­to que esta­ba dis­puesto a via­jar a Guatemala para tes­ti­ficar en con­tra de López Alon­zo. En una de sus entre­vis­tas, Ramiro record­a­ba que, durante su sal­i­da del pobla­do en 1982, López le daba «pan y leche con­den­sa­da», pero añadía que no creía que el mil­i­tar le hubiese lle­va­do con­si­go para pro­te­gerlo: «Yo digo que tal vez no fue tan­to eso, sino que ya esta­ba mar­ca­do mi des­ti­no. No tenía que morir en ese momen­to. Tenía que estar vivo para ser la voz de quienes no viven».

Al cine de la mano de Spielberg

La his­to­ria de la masacre de Las Dos Erres aca­ba de ser lle­va­da al cine a través del doc­u­men­tal Find­ing Oscar (Encon­tran­do a Oscar), estre­na­do el pasa­do mes de sep­tiem­bre en el Fes­ti­val de Tel­luride, en Col­orado, Esta­dos Unidos. La pelícu­la, cen­tra­da en las expe­ri­en­cias de Ramiro Oso­rio Cristales y del otro super­viviente,  Oscar Alfre­do Ramírez (quien tam­bién fue secuestra­do, y que actual­mente reside, asi­la­do, en EE UU) está dirigi­da por Ryan Suf­fern y tiene a Steven Spiel­berg como pro­duc­tor ejecutivo.

Según declaró Suf­fern con moti­vo del estreno, «era impor­tante con­tar esta his­to­ria para enten­der el papel que jugó Esta­dos Unidos en lo que sucedió en Guatemala… Esta his­to­ria tiene muchos mat­ices, no solo el geno­cidio, sino tam­bién sobre la políti­ca exte­ri­or estadounidense».

Durante los años ochen­ta, la admin­is­tración del pres­i­dente esta­dounidense Ronald Rea­gan esta­ba infor­ma­da, a través de cables diplomáti­cos, de las atro­ci­dades que el Ejérci­to esta­ba come­tien­do en Guatemala, a pesar de lo cual Wash­ing­ton man­tu­vo lazos direc­tos con el gob­ier­no del entonces pres­i­dente guatemal­te­co, Efraín Ríos Montt, quien tan solo un mes después de la masacre de Las Dos Erres pidió al Con­gre­so de EE UU más apoyo económi­co para sus fuerzas armadas.

Ramiro Oso­rio Cristales y Oscar Alfre­do Ramírez se reen­con­traron en diciem­bre de 2015, 33 años después de haber sido raptados.

Un conflicto brutal a la sombra de la Guerra Fría

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Efraín Ríos Montt, durante su juicio en Guatemala. Foto: Ele­na Her­mosa / Tro­caire (CC)

La guer­ra civ­il guatemal­te­ca, enmar­ca­da en el con­tex­to de la Guer­ra Fría entre el bloque cap­i­tal­ista lid­er­a­do por EE UU y el comu­nista lid­er­a­do por la Unión Soviéti­ca, se extendió durante casi cua­tro décadas, entre 1960 y 1996, y se cobró la vida de al menos 200.000 per­sonas. De acuer­do con las con­clu­siones de la comisión inde­pen­di­ente des­ig­na­da para la inves­ti­gación de las matan­zas ocur­ri­das durante el con­flic­to, el ejérci­to guatemal­te­co —que con­ta­ba con el respal­do de EE UU— fue respon­s­able de la may­oría de las muertes. 

El peri­o­do más letal fueron los años del gob­ier­no de José Efraín Ríos Montt, quien lid­eró la dic­tadu­ra guatemal­te­ca entre los años 1982 y 1983 como pres­i­dente de fac­to, posi­ción a la que llegó a través de un golpe de Esta­do. Con­sid­er­a­do uno de los rep­re­sen­tantes más duros de los gob­ier­nos mil­itares de Cen­troaméri­ca, Ríos Montt es juz­ga­do actual­mente en Guatemala por geno­cidio. Durante su manda­to se per­pe­traron dece­nas de masacres en las regiones del occi­dente y el ori­ente del país, con miles de muer­tos. El ejérci­to guatemal­te­co, coman­dos para­mil­itares y gru­pos guer­rilleros perseguían indis­tin­ta­mente a comu­nidades indí­ge­nas, mien­tras se reprimía y acos­a­ba a líderes sindi­cales, estu­di­antes, reli­giosos y civiles (prin­ci­pal­mente, de ide­ología izquierdista), acu­sa­dos de «sub­ver­sion» y de con­sti­tuir un «ene­mi­go inter­no». Entre 1981 y 1983, fuerzas con­train­sur­gentes pro­movieron cam­pañas de repre­sión sis­temáti­ca con­tra la población civ­il, incluyen­do opera­ciones de tier­ra que­ma­da en regiones donde empre­sas multi­na­cionales tenían fuertes intere­ses económicos.


Más infor­ma­ción y fuentes:
Find­ing Oscar (serie de repor­ta­jes en ProP­ub­li­ca sobre la masacre de Las Dos Erres, con algunos artícu­los en español)
Ramiro Oso­rio Cristales (dossier en el Cana­di­an Cen­tre for Inter­na­tion­al Justice)
Ramiro remem­bers: key wit­ness in Guatemala mas­sacre (Glob­al­Post / PRI)
Mas­sacre in Guatemala: A survivor’s sto­ry (The Toron­to Star)
Wit­ness at Dos Erres (CBC)
Caso de la Masacre de Las Dos Erres vs. Guatemala (Corte Inter­amer­i­cana de Dere­chos Humanos, pdf)
Mas­sacre sur­vivor: Sol­dier who raised him must face jus­tice (AP)
Mas­sacre sur­vivor wants Guatemalan man tried for war crimes in Cana­da (RCI)
Guatemala: Sobre­viviente de masacre la rela­ta tras 30 años (AP / 20 Minutos)
Estre­nan un doc­u­men­tal, bajo la pro­duc­ción de Steven Spiel­berg, sobre masacre en Guatemala (AP)
Padre e hijo secuestra­do se reen­cuen­tran en Nue­va York 30 años después (AP)

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