La triste historia de las quintillizas canadienses, a un paso del olvido

Miguel Máiquez, 22/12/2016
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El gob­er­nador de Canadá Mitchell Hep­burn y las quin­til­lizas Dionne, en 1934

Vista des­de fuera, la vie­ja casa de madera parece poca cosa. Ape­nas una pequeña edi­fi­cación rur­al más, de las muchas que uno puede ver dis­em­i­nadas a lo largo de las inter­minables car­reteras de Ontario. Su inte­ri­or, sin embar­go, alber­ga el lega­do de uno de los capí­tu­los más extra­or­di­nar­ios, y tristes, de la his­to­ria de Canadá: aquí nacieron, hace 82 años, Annette, Cécile, Émi­lie, Marie e Yvonne, las quin­til­lizas Dionne, cin­co her­manas cuyas vidas fueron con­ver­tidas en un autén­ti­co real­li­ty, y que lle­garían a ser vis­i­tadas por más de tres mil­lones de personas. 

Situ­a­da actual­mente en North Bay, a oril­las del lago Nips­ing, en el cen­tro de Ontario, la vivien­da donde vinieron al mun­do las her­manas Dionne se encon­tra­ba orig­i­nal­mente a unos 15 kilómet­ros de allí, en una gran­ja de la pequeña y remo­ta local­i­dad de Cor­beil, cer­ca de Callan­der y no lejos de la fron­tera con Que­bec. Des­de 1985, la casa ha sido la sede de un pequeño museo ded­i­ca­do a la memo­ria de las quin­til­lizas, pero hace unos dos meses, el que ha sido su propi­etario durante los últi­mos 30 años (la Cámara de Com­er­cio de la ciu­dad) decidió pon­er la propiedad en ven­ta. Veci­nos y vol­un­tar­ios están reco­gien­do fir­mas para sal­var­lo, y las autori­dades munic­i­pales no han dicho aún la últi­ma pal­abra, pero el futuro del museo es, sien­do opti­mis­tas, incier­to, y su pér­di­da puede resul­tar irrepara­ble. Como señal­a­ba recien­te­mente a un diario local Mark King, miem­bro del comité de ser­vi­cios comu­ni­tar­ios de North Bay, «es cier­to que la his­to­ria de las quin­til­lizas tiene un lado oscuro, pero ocur­rió, y es parte de nues­tra historia». 

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La casa-museo de las quin­til­lizas Dionne

Cinco de cinco

El 28 de mayo de 1934 los per­iódi­cos de toda Norteaméri­ca aún seguían obse­sion­a­dos con el final de las andan­zas de Bon­nie y Clyde, la pare­ja de ban­di­dos más famosa de todos los tiem­pos, que una sem­ana antes habían sido abati­dos a tiros por la policía en una soli­taria car­retera de Louisiana. En Europa, entre tan­to, los fora­ji­dos tam­bién eran noti­cia, pero de otra índole: Hitler y Mus­soli­ni esta­ban a pun­to de reunirse por primera vez, en un encuen­tro que ten­dría lugar quince días después, durante la Bien­nale de Vene­cia. Y en Callan­der, Ontario, el doc­tor Allan Roy Dafoe, que el día ante­ri­or había cel­e­bra­do su 51 cumpleaños, se prepara­ba para asi­s­tir a un par­to que sabía espe­cial­mente com­pli­ca­do. Lo que Dafoe no sabía era que aquel par­to esta­ba a pun­to de acabar para siem­pre con su tran­quila vida de médi­co rur­al, y a con­ver­tir­le, de la noche a la mañana, en mundial­mente famoso.

Dafoe, espe­cial­ista en obste­tri­cia y gine­cología, había lle­ga­do a Callan­der hacía casi dos décadas, y conocía bien a su comu­nidad. La par­turi­en­ta, Elzire Dionne, era una joven de 25 años perteneciente a una famil­ia francó­fona de la región. Vivía, jun­to con su mari­do, Oli­va-Edouard, en una gran­ja a las afueras del pueblo, y no era pre­cisa­mente una primer­iza: la pare­ja tenía ya cin­co hijos, el últi­mo de los cuales había naci­do tan solo once meses antes.

El médi­co esper­a­ba, como mín­i­mo, geme­los, pero era con­sciente de que la cosa podía com­pli­carse. Elzire había sido diag­nos­ti­ca­da con una «anom­alía fetal», y sufría de fuertes calam­bres des­de el ter­cer mes de embara­zo. El par­to era, además, pre­maturo. A mitad de la noche ya esta­ba claro que se trata­ba de un alum­bramien­to múlti­ple. Con el apoyo de dos comadronas a las que Oli­va-Edouard tuvo que lla­mar urgen­te­mente, Dafoe acabaría ayu­dan­do a venir al mun­do a cin­co niñas, todas vivas, aunque de salud aún frágil, que pasarían a la his­to­ria como las primeras quin­til­lizas idén­ti­cas de las que se tiene noti­cia que lograron sobre­vivir a la infancia.

«Mostrarlas al mundo»

En una sociedad aún con­va­le­ciente de los estra­gos de la Gran Depre­sión, con el fan­tas­ma de otra gran guer­ra a las puer­tas, y con el poten­cial de evasión que suponía el nue­vo entreten­imien­to de masas pro­por­ciona­do por el cine y la época dora­da de Hol­ly­wood, la his­to­ria de las quin­til­lizas Dionne, su mez­cla per­fec­ta de esper­an­za y atrac­ción circense, resultó irre­sistible. Los pul­mones de aque­l­las cin­co niñas eran tan pequeños que nece­sita­ban con­stan­te­mente res­piración asis­ti­da para fun­cionar, y sus posi­bil­i­dades de super­viven­cia eran, según con­ta­ban los diar­ios de la época, de una entre 50 mil­lones. Y, sin embar­go, ahí esta­ban, agar­radas a la vida. (En este audio, el doc­tor Dafoe nar­ra, entu­si­as­ma­do y lleno de fer­vor reli­gioso, sus impre­siones tras el parto).

La noti­cia cor­rió como la pólvo­ra, y Oli­va y Elzire empezaron a recibir ofrec­imien­tos desin­tere­sa­dos de ayu­da. Mujeres de la zona les llev­a­ban leche mater­na para ama­man­tar a las recién naci­das, la Cruz Roja de Canadá envió enfer­meras… Las car­tas de sol­i­dari­dad lle­ga­ban des­de todas partes de Norteaméri­ca, y pron­to lle­garon, tam­bién, otras prop­ues­tas menos altru­is­tas: tan solo unos días después del par­to, respon­s­ables de la Exposi­ción Uni­ver­sal de Chica­go (inau­gu­ra­da en 1933, y que esta­ba cel­e­bran­do una segun­da edi­ción) se pusieron en con­tac­to con los padres y les con­vencieron de que «mostraran sus hijas al mun­do», exhibién­dolas en una incubado­ra en la mues­tra, a cam­bio de dinero (algo no tan inusu­al con bebés pre­matur­os, en una época en la que tri­un­fa­ban los ani­males amaestra­dos, los niños prodi­gio y las rarezas de feria). El mat­ri­mo­nio llegó a fir­mar un con­tra­to, pero el Gob­ier­no de Ontario inter­vi­no y, tenien­do en cuen­ta la difí­cil situación económi­ca de la famil­ia (con otros cin­co hijos ya), el entonces gob­er­nador de Canadá (el ter­ri­to­rio pertenecía aún for­mal­mente al Reino Unido) retiró a Oli­va y Elzire la cus­to­dia de las niñas, y las quin­til­lizas fueron pues­tas a car­go del doc­tor Dafoe y de tres guardianes.

Un anun­cio de Pal­mo­live de 1937, con las quin­til­lizas Dionne

Los nuevos cus­to­dios, sin embar­go, no tar­daron demasi­a­do en percibir el poten­cial económi­co de las her­manas, y en con­ver­tir­las en una autén­ti­ca atrac­ción turís­ti­ca. Jun­to a la casa donde nacieron se con­struyó el Hos­pi­tal-Guardería Dafoe, a donde fueron trasladadas las quin­til­lizas. Allí, además de recibir manu­ten­ción, edu­cación y cuida­dos médi­cos, y de ser con­stan­te­mente exam­i­nadas y estu­di­adas, las niñas podían ser obser­vadas por el públi­co a través de espe­jos espe­ciales semi­platea­d­os (de una sola cara). Como si de per­son­ajes de una nov­ela se tratara, cada her­mana, por ejem­p­lo, tenía asig­na­dos un col­or y un sím­bo­lo pro­pios. El lugar llegó a recibir más de 3 mil­lones de vis­i­tantes (has­ta 6.000 por día), lle­ga­dos des­de toda Norteaméri­ca, e incluyen­do estrel­las de cine y cele­bri­dades del momen­to, como Clark Gable, James Stew­art, Bette Davis, James Cagney, Mae West, Amelia Earhart… Las quin­til­lizas lle­garon a fac­turar, solo en el primer año, cer­ca de un mil­lón de dólares cana­di­ens­es, y el ‘par­que’ se trans­for­mó en la atrac­ción turís­ti­ca más impor­tante de Ontario, por delante inclu­so de las cataratas del Niá­gara. Las quin­til­lizas, apo­dadas ya sim­ple­mente The Quints, sin apel­li­dos ni lugar de proce­den­cia, eran habit­uales en los pas­es de noti­cias de los cines, aparecieron inclu­so en dos pelícu­las de Hol­ly­wood, y ayu­daron a aumen­tar las ven­tas de numerosos pro­duc­tos, par­tic­i­pan­do en anun­cios publicitarios.

Las quin­til­lizas Dionne, camino de Toron­to para cono­cer a la reina Isabel (la Reina Madre), en 1939

Abusos

Como rela­ta Cyn­thia Wright en el tra­ba­jo académi­co They were five: The Dionne Quin­tu­plets revis­it­ed (Jour­nal of Cana­di­an Stud­ies, Win­ter 1994/95), las quin­til­lizas esta­ban al cuida­do de enfer­meras, y, sal­vo por las ron­das diarias de tur­is­tas (a quienes gen­eral­mente oían, pero no veían), tenían poca relación con el exte­ri­or, incluyen­do con­tac­tos oca­sion­ales con sus padres y sus her­manos, que vivían al otro lado de la calle. Su horario era rígi­do y metódi­co: cada mañana las vestían a todas jun­tas en un gran cuar­to de baño, toma­ban zumo de naran­ja y aceite de híga­do de bacalao, les riz­a­ban el pelo, rez­a­ban una oración y, tras sonar un gong, iban a desayu­nar. Luego juga­ban durante 30 min­u­tos en una habitación solea­da, antes de ser exam­i­nadas por el doc­tor Dafoe, por entonces con­ver­tido ya en una autén­ti­ca celebridad.

Las quin­til­lizas per­manecieron en este cen­tro un total de nueve años, a lo largo de los cuales los padres denun­cia­ron reit­er­ada­mente el «abu­so afec­ti­vo y psi­cológi­co» al que pre­sun­ta­mente las sometía el médi­co, al obligar a las niñas a hablar sola­mente en inglés, pese a su ori­gen fran­co-cana­di­ense (las quin­til­lizas par­tic­i­paron en una obra teatral, Siem­pre ser­e­mos ingle­sas, que causó una gran irritación en la comu­nidad francó­fona). El médi­co llegó inclu­so a expul­sar del cen­tro a la úni­ca enfer­mera que se comu­ni­ca­ba en francés con las niñas. Los padres se que­ja­ban asimis­mo de las pocas opor­tu­nidades que tenían para inte­grar en la famil­ia a las quin­til­lizas, quienes fre­cuente­mente real­iz­a­ban via­jes para par­tic­i­par en fun­ciones, siem­pre vesti­das de for­ma idéntica.

Final­mente, en 1943, los padres ganaron un juicio con­tra las autori­dades de la Gob­er­nación, y las niñas fueron devueltas a su famil­ia. La recién con­sti­tu­i­da Fun­dación Dionne les con­struyó entonces una gran man­sión, equipa­da con 20 habita­ciones. Con los años, la Guardería acabó con­ver­ti­da en un cole­gio y, pos­te­ri­or­mente, fue usa­da como con­ven­to. El doc­tor Dafoe murió poco después del juicio, en junio de 1943.

La vida después de la fama

Al cumplir los 18 años, las quin­til­lizas se mar­charon de casa. Émi­lie se hizo mon­ja y murió dos años después, en 1954, en el con­ven­to, durante un ataque epilép­ti­co. Las otras cua­tro her­manas inten­taron lle­var una vida nor­mal, sin recibir, aún, ni un dolar de los inmen­sos ben­efi­cios que habían gen­er­a­do durante su infan­cia. Marie murió en 1970. Cuan­do la encon­traron en el aparta­men­to en el que vivía sola, llev­a­ba var­ios días fallecida.

En 1995, las tres her­manas super­vivientes por entonces (Annette, Cécile e Yvonne) afir­maron que su padre había abu­sa­do sex­ual­mente de ellas durante su ado­les­cen­cia, y rev­e­laron asimis­mo que se habían sen­ti­do dis­crim­i­nadas por sus padres, y peor tratadas que el resto de sus her­manos. En 1997 escri­bieron una car­ta abier­ta, dirigi­da a los padres de los sep­til­li­zos McCaugh­ey, en la que les advertían de los ries­gos de per­mi­tir demasi­a­da pub­li­ci­dad para los niños.

Las tres her­manas, que vivían jun­tas en el sub­ur­bio de Mon­tre­al de Saint-Bruno-de-Mon­tarville, lle­garon en 1998 a un acuer­do económi­co con el Gob­ier­no de Ontario, como com­pen­sación por la explotación a la que habían sido someti­das. Reci­bieron cer­ca de 3 mil­lones de dólares libres de impuestos, y una dis­cul­pa for­mal. Yvonne fal­l­e­ció el 23 de junio de 2001, víc­ti­ma de un cáncer.

Annette y Cecile, de 82 años de edad, tienen actual­mente vidas muy dis­tin­tas. En la primera entre­vista con­ce­di­da por ambas en 18 años, pub­li­ca­da el pasa­do mes de octubre por el diario Mon­tre­al Gazette, Mar­i­an Scott cuen­ta que las her­manas aún se sien­ten cer­ca («se lla­man por telé­fono a diario», «ter­mi­nan las fras­es de la otra cuan­do hablan»), pero, mien­tras que Annette «vive de for­ma inde­pen­di­ente en un agrad­able aparta­men­to», Cécile sobre­vive gra­cias a una pen­sión del Gob­ier­no de 1.443 dólares al mes, que ape­nas lle­ga para pagar la res­i­den­cia de ancianos en la que se encuentra.

A oril­las del lago Nips­ing, en el cen­tro de Ontario, el museo de las quin­til­lizas Dionne, una insti­tu­ción sin áni­mo de lucro, guar­da aún el tes­ti­mo­nio de estas cin­co vidas. Fotos, uten­sil­ios, juguetes, vesti­dos, doc­u­men­tos… La antigua casa de madera es, tal vez por poco tiem­po ya, el tes­ti­go de una época de prodi­gios y atro­pel­los no tan lejana como parece. Como dice Mark King, en North Bay, «si no quer­e­mos repe­tir los errores, ten­dremos que recor­dar cómo los cometimos».

Las quin­til­lizas Dionne en 1947, con sus padres

Más infor­ma­ción y fuentes:
Dionne quin­tu­plets (Wikipedia)

The Dionne Quints Muse­um
Future uncer­tain for his­toric Dionne quin­tu­plets home in North Bay (Northbaynipissing.com)
Dionne quint pen­ni­less, 18 years after Ontario set­tled with 3 sis­ters for $4 mil­lion (Mon­tre­al Gazette)
Dark Side of the Famous Five (The Inde­pen­dent)
La des­gra­ci­a­da his­to­ria de las quin­til­lizas Dionne (Somos Múlti­ples)
The Dionne Quin­tu­plets, posters, anun­cios e ilus­tra­ciones (Codex 99)
The Sto­ry of the Dionne Quin­tu­plets (PBS)
Fam­i­ly Secrets: The Dionne Quin­tu­plets’ Auto­bi­o­graph (Cecile Dionne, Yvonne Dionne y Jean-Yves Soucy)
We Were Five: The Dionne Quin­tu­plets’ Sto­ry, from Birth Through Girl­hood to Wom­an­hood (James Brough)
The Quints’ Christ­mas Com­ic Strip (1940)

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