¿La bendición de Tutankamón?

Miguel Máiquez, 21/3/2016

La pop­u­lar­i­dad de un per­son­aje históri­co suele ser pro­por­cional, no tan­to a lo que hizo o dejó de hac­er, como a lo que sabe­mos de él o de ella, y, a veces, el tiem­po (o la suerte) pre­mia a quienes pasaron sin dejar ape­nas ras­tro. El caso de Tutankamón, el céle­bre faraón egip­cio de la XVIII dinastía, es un buen ejemplo.

Su repenti­na y tem­prana muerte a los 19 años de edad hizo que su reina­do fuera breve (ape­nas nueve años, entre 1336 y 1327 a. C.), y no hay con­stan­cia de que se tratase de un monar­ca espe­cial­mente notable o cono­ci­do en la Antigüedad. Pero cuan­do, en 1922, el arqueól­o­go británi­co Howard Carter des­cubrió su rel­a­ti­va­mente pequeña tum­ba, el sepul­cro esta­ba prác­ti­ca­mente intac­to. Sus tesoros (más de 5.000 arte­fac­tos, muchos de ellos en per­fec­to esta­do) habían per­maneci­do a sal­vo de los saque­adores durante mile­nios, y el hal­laz­go no solo supu­so un aporte fun­da­men­tal para la com­pren­sión de la his­to­ria y la cul­tura egip­cias, sino que dis­paró el interés de la pren­sa y del públi­co por todo lo rela­ciona­do con el Antiguo Egipto.

Con la aper­tu­ra de su tum­ba, Tutankamón, cuyo manda­to había sig­nifi­ca­do poco más que un nue­vo paso hacia el restablec­imien­to del orden tradi­cional del Egip­to faraóni­co, por enci­ma de la influ­en­cia de sac­er­dotes y gen­erales (a veces la his­to­ria no evolu­ciona tan­to), se con­vir­tió en el faraón por exce­len­cia, y su ide­al­iza­da más­cara dora­da, en el sím­bo­lo, jun­to con el bus­to de su madras­tra Nefer­ti­ti, de la belleza del país del Nilo.

Casi un siglo después de aquel extra­or­di­nario des­cubrim­ien­to («Veo cosas mar­avil­losas», exclamó Carter cuan­do, acom­paña­do por su mece­nas, Lord Car­navon, entró por primera vez en la tum­ba), y gra­cias a la detec­ción medi­ante escán­er de lo que pare­cen ser dos nuevas cámaras en el sepul­cro, las mod­er­nas autori­dades egip­cias han vuel­to a pon­er la mira­da en el leg­en­dario faraón para tratar de resuci­tar la mal­trecha indus­tria turís­ti­ca del país, grave­mente afec­ta­da por el actu­al cli­ma de vio­len­cia e inesta­bil­i­dad política.

El tur­is­mo en Egip­to cayó en pic­a­do durante la rev­olu­ción que, en 2011, sacó del poder al dic­ta­dor Hos­ni Mubarak, y se man­tu­vo bajo mín­i­mos durante los con­vul­sos acon­tec­imien­tos pos­te­ri­ores: las protes­tas ciu­dadanas con­tra el gob­ier­no de Mohamed Mur­si (el pres­i­dente islamista elegi­do en los primeros comi­cios democráti­cos), el golpe mil­i­tar que le der­rocó, la bru­tal repre­sión que sigu­ió al golpe, y los con­tin­u­os aten­ta­dos ter­ror­is­tas y enfrentamien­tos ocur­ri­dos en diver­sas partes del país.

Según recono­ció recien­te­mente Mustafa Waziry, direc­tor de Antigüedades de Lux­or, en declara­ciones al diario The New York Times, un año antes de la rev­olu­ción había cada día 12.000 per­sonas hacien­do colas para vis­i­tar las atrac­ciones turís­ti­cas del Valle de los Reyes. En 2012, ape­nas 300.

No obstante, los números habían empeza­do a remon­tar tími­da­mente a lo largo de 2014 y 2015, y la mano dura del actu­al pres­i­dente, el gen­er­al golpista Abdel Fatah al Sisi, parecía estar empezan­do a ten­er el efec­to de vender en el exte­ri­or la idea de que Egip­to volvía a ser un país seguro. La ten­den­cia, sin embar­go, volvió a inver­tirse cuan­do, el 31 de octubre del año pasa­do, un avión com­er­cial ruso se estrel­ló en el Sinaí a causa de una explosión a bor­do (un aten­ta­do ter­ror­ista, según admi­tió pos­te­ri­or­mente Moscú), aca­ban­do con la vida de sus 200 pasajeros.

El sinie­stro se pro­ducía, además, tan solo un par de meses después de que el Ejérci­to egip­cio matase «por error» a un grupo de tur­is­tas mex­i­canos, al con­fundir­los con «ter­ror­is­tas».

Entre noviem­bre y diciem­bre de 2015 (meses en los que hace menos calor y, con­sid­er­a­dos, por tan­to, tem­po­ra­da alta), vis­i­taron Egip­to tan solo un mil­lón de tur­is­tas, un 41% menos que en 2014, y la peor cifra des­de el año 2005.

Tirón publicitario

¿Puede un des­cubrim­ien­to arque­ológi­co, por rel­e­vante que resulte, devolver a Egip­to su prin­ci­pal fuente de ingre­sos? Evi­den­te­mente, son muchas las cosas que tienen que cam­biar en el país para que pue­da volver a hablarse de ‘nor­mal­i­dad’ en tér­mi­nos turís­ti­cos. Y la caóti­ca situación de la región tam­poco ayu­da. Pero, a pesar de que aún no sabe­mos qué puede haber en esas cámaras, las autori­dades egip­cias están apo­s­tan­do fuerte por que así sea, orga­ni­zan­do ruedas de pren­sa entre gran expectación, dosi­f­i­can­do la infor­ma­ción con­ve­nien­te­mente y, sobre todo, aprovechan­do el tirón pub­lic­i­tario que la mera men­ción de nom­bres como Tutankamón o Nefer­ti­ti sigue tenien­do, tan­to entre el públi­co como entre los especialistas.

Cuan­do en los años veinte del siglo pasa­do, poco después del hal­laz­go de la tum­ba, murieron var­ios de los explo­radores que habían par­tic­i­pa­do en el des­cubrim­ien­to —algunos de ellos en extrañas cir­cun­stan­cias—, la pren­sa sen­sa­cional­ista de la época y, pos­te­ri­or­mente, el cine, ali­men­ta­ron todo tipo de leyen­das e his­to­rias fan­tás­ti­cas sobre «la maldición de Tutankamón» (la expli­cación de infec­ciones cau­sadas por espo­ras en el aire vici­a­do de la cámara era mucho menos atrac­ti­va). Aho­ra, Egip­to espera que la maldición pue­da lle­gar a con­ver­tirse en una autén­ti­ca ben­di­ción, al menos en lo que respec­ta a sus cas­ti­gadas arcas. «Es como estar avan­zan­do en mitad del océano», indi­ca­ba Mustafa Waziry, «nece­si­ta­mos algo así». «Si des­cub­ri­mos algo, todo va a cam­biar, y [los tur­is­tas] ven­drán», añadía.

Estas son las claves de lo que sabe­mos has­ta aho­ra acer­ca de los recientes hal­laz­gos en la tum­ba del cono­ci­do como «el rey niño»:

«El descubrimiento del siglo»

Según anun­ció este jueves el min­istro egip­cio de Antigüedades, Mam­duh al Damati, una serie de estu­dios con escáneres no intru­sivos efec­tu­a­dos por un equipo japonés, bajo la direc­ción del exper­to en radar Hirokat­su Watan­abi, han rev­e­la­do la exis­ten­cia de «dos hue­cos o cámaras» ocul­tos detrás de los muros de la tum­ba del faraón Tutankamón (téc­ni­ca­mente, la tum­ba KV62), situ­a­da en la ciu­dad mon­u­men­tal de Lux­or. «Podría ser el des­cubrim­ien­to del siglo», declaró el ministro.

Al Damati explicó que los inves­ti­gadores están seguros de esta hipóte­sis «al 90%», pero añadió que todavía son nece­sar­ios más escáneres. Según el min­istro, estos nuevos espa­cios podrían ser tan­to cámaras como corre­dores, y en ellos tam­bién se ha detec­ta­do mate­r­i­al orgáni­co y metáli­co, lo que deja abier­ta la posi­bil­i­dad de que alber­guen obje­tos o inclu­so restos humanos. «Segu­ra­mente hay algo detrás de los muros norte y oeste» de la cámara funer­aria, dijo Al Damati.

En con­cre­to, detrás del muro norte se ha detec­ta­do un hue­co o nicho de has­ta 1,5 met­ros de diámetro y 2 met­ros de pro­fun­di­dad, según rev­ela un análi­sis con rayos infrar­ro­jos real­iza­do a finales del pasa­do mes de noviem­bre. Este escanea­do rev­eló asimis­mo que en la pared norte existe un hue­co, quizás una puer­ta de acce­so a la cámara ocul­ta, que fue cubier­to con mate­r­i­al más ligero que el resto de las pare­des hechas de piedra maciza.

El anun­cio de esta sem­ana es, pues, la segun­da parte del proyec­to ade­lan­ta­do en noviem­bre por el Gob­ier­no egip­cio, cuan­do el min­istro de Antigüedades explicó que los primeros análi­sis real­iza­dos en la tum­ba indi­ca­ban la pres­en­cia de «un área que tiene una tem­per­atu­ra difer­ente a otras zonas del muro norte».

Varias hipótesis

De momen­to, los inves­ti­gadores mane­jan varias hipóte­sis sobre estas nuevas cámaras o corre­dores. Una de ellas es que se trate de recin­tos inacaba­dos, cuya con­struc­ción se habría inter­rumpi­do debido a la repenti­na muerte del faraón. Según expli­ca Jac­in­to Antón en El País, ello expli­caría el reduci­do tamaño de la tum­ba KV62, y el hecho de que se encon­trase tan llena de objetos.

En ese caso, los indi­cios de mate­ri­ales metáli­cos y orgáni­cos podrían cor­re­spon­der a her­ramien­tas aban­don­adas o a obje­tos cer­e­mo­ni­ales desecha­dos o sobrantes. Antón recuer­da, en este sen­ti­do, que la pequeña tum­ba KV63, encon­tra­da en 2005 muy cer­ca de la de Tutankamón, resultó ser un almacén o depósi­to de mate­r­i­al rela­ciona­do con la momi­fi­cación (inclu­i­dos ataúdes).

Otra teoría es que se trate de cámaras que quedaron sep­a­radas de la tum­ba prin­ci­pal por otros motivos, incluyen­do la posi­bil­i­dad de que estu­viesen des­ti­nadas al sepul­cro de otro per­son­aje de la realeza, y que el con­jun­to fuese aprovecha­do para enter­rar a Tutankamón, cuya tum­ba autén­ti­ca fuese, orig­i­nal­mente, otra.

¿La tumba de Nefertiti?

Estos hal­laz­gos con­fir­marían la hipóte­sis, divul­ga­da des­de prin­ci­p­ios de 2015 por el arqueól­o­go británi­co Nicholas Reeves, y rec­haz­a­da en un prin­ci­pio por muchos egip­tól­o­gos, según la cual la tum­ba de la famosa reina Nefer­ti­ti (una de las esposas del faraón Ake­natón, padre de Tutankamón) se encuen­tra ocul­ta y aledaña a la del pro­pio Tutankamón.

Reeves fun­da­men­ta su teoría en una fisura, pre­cisa­mente en el muro norte, que puede obser­varse en una recon­struc­ción infor­máti­ca tridi­men­sion­al de la tum­ba, y que indi­caría la exis­ten­cia de una puer­ta o acce­so tapi­a­do a otra tum­ba real. El arqueól­o­go se basa igual­mente en la com­para­ción del mapa de la tum­ba de Tutankamón con los de otros sepul­cros, y en el resul­ta­do de esca­neos lás­er de alta res­olu­ción prac­ti­ca­dos a la tum­ba, los cuales rev­e­larían ras­tros de pasadi­zos y aber­turas de puer­tas que pare­cen haber sido encal­adas y sobrepintadas.

En con­tra de la teoría de Reeves, no obstante, hay varias cir­cun­stan­cias, empezan­do por el hecho de que la tum­ba está situ­a­da en el Valle de los Reyes, donde no imper­a­ba la ide­ología fun­da­da por Ake­natón (un refor­mador reli­gioso que con­vir­tió al dios Atón en la úni­ca dei­dad ofi­cial del Esta­do, en per­juicio del has­ta entonces pre­dom­i­nante cul­to a Amón), quien está enter­ra­do en Amar­na.

En este sen­ti­do, el exmin­istro de Antigüedades egip­cio Zahi Hawass señala, en una entre­vista en El Mun­do, que «Nefer­ti­ti jamás pudo ser enter­ra­da en el Valle de los Reyes. Era creyente de Atón y en ningún caso un sac­er­dote de Amón le habría per­mi­ti­do situ­ar allí su sepul­tura. Tutankamón no fue enter­ra­do jun­to a su madre [madras­tra] y, si hubiera sido el caso, nun­ca habría blo­quea­do el resto de la tum­ba. La sepul­tura fue con­stru­i­da para Ay, pero se la cedió a Tutankamón cuan­do éste falleció».

Hawass, en cualquier caso, no ocul­ta su ene­mis­tad con Reeves. En 2002 el mediáti­co exmin­istro egip­cio retiró al arqueól­o­go británi­co el per­miso para excavar en Egip­to, bajo acusa­ciones de trá­fi­co ile­gal de antigüedades. La acusación no pudo pro­barse, a pesar de que las inves­ti­ga­ciones se alargaron durante cer­ca de tres años, y Reeves acabó sien­do rehabilitado.

Al Damati, por su parte, ha apun­ta­do en varias oca­siones que las nuevas cámaras podrían alber­gar tam­bién la momia de la reina Mer­i­tatón (hija de Ake­natón y Nefer­ti­ti, y casa­da a su vez con su padre), o inclu­so la de la madre de Tutankamón, Kiya.

Aportación española

La fase actu­al del estu­dio de la tum­ba de Tutankamón tiene su ori­gen en la pre­sentación dig­i­tal inter­ac­ti­va de las pare­des del sepul­cro que, uti­lizan­do imá­genes de una altísi­ma res­olu­ción, desar­rol­ló la Fun­dación Fac­tum, con sede en Madrid, para el Con­se­jo Supe­ri­or de Antigüedades de Egip­to. Las imá­genes, pub­li­cadas en Inter­net, per­mi­tieron a Reeves detec­tar las men­cionadas anom­alías o mar­cas en los muros.

Crea­da entre los años 1999 y 2000, y dirigi­da por el artista Adam Lowe, Fac­tum ha colab­o­ra­do con algunos de los prin­ci­pales museos del mun­do, incluyen­do el Británi­co, el del Lou­vre, el del Pra­do o el de Pérg­amo. Des­de abril 2014, una répli­ca de la tum­ba des­cu­bier­ta por Carter, situ­a­da jun­to al sepul­cro orig­i­nal y basa­da en el proyec­to de Fac­tum, per­mite al públi­co «revivir» la expe­ri­en­cia del arqueól­o­go. A la répli­ca se accede atrav­es­an­do un estre­cho pasil­lo y una antecá­mara, y en su inte­ri­or se repro­duce el ambi­ente que encon­tró el egip­tól­o­go británi­co, incluyen­do luces tenues, altas tem­per­at­uras y una gran humedad.

Esta repro­duc­ción, que for­ma parte asimis­mo del inten­to del Gob­ier­no egip­cio por recu­per­ar el tur­is­mo, tiene capaci­dad para sopor­tar más de medio mil­lón de vis­i­tas al año, según sus autores, y puede ser asimis­mo una opción para reducir, o inclu­so deten­er, la aflu­en­cia de tur­is­tas a la tum­ba orig­i­nal, que, con más de 3.300 años de antigüedad, sufre el des­gaste del paso del tiem­po y de la pres­en­cia humana.

El próximo paso

A fines de este mes, un equipo de espe­cial­is­tas de Nation­al Geo­graph­ic via­jará a Egip­to, por invitación del min­istro Al Damati, para realizar nuevas prue­bas con radar, y con la inten­ción de con­fir­mar los resul­ta­dos obtenidos por el equipo de Hirokat­su Watanabi.

Según explicó Al Damati, una de las final­i­dades prin­ci­pales del nue­vo esca­neo será deter­mi­nar el espe­sor de las pare­des, para decidir el sigu­iente paso de la inves­ti­gación. No obstante, el min­istro se negó a rev­e­lar cuál será ese paso: «Ten­dremos que esper­ar», dijo.

El faraón más mediático

Des­de el des­cubrim­ien­to de su tum­ba en 1922, todo lo rela­ciona­do con Tutankamón se con­vierte en noti­cia, incluyen­do des­de des­cubrim­ien­tos sobre su físi­co, su famil­ia o su muerte, has­ta des­man­es cometi­dos en la restau­ración de sus tesoros. Algu­nas de las más recientes:

  • No murió asesina­do. En una de las inspec­ciones de la momia de Tutankamón real­izadas en 1968, se des­cubrió una muesca en el crá­neo que hizo pen­sar que Tutankamón pudo haber sido asesina­do por un golpe en la cabeza. Entre los sospe­chosos, uno de sus sac­er­dotes y el coman­dante de su ejérci­to. Sin embar­go, las con­clu­siones de un nue­vo y detal­la­do análi­sis de los restos, pub­li­cadas en 2005, rev­e­laron que el joven faraón pre­sen­ta una frac­tura en la pier­na y que, aunque ésta no fuera la causa direc­ta de su muerte, pudo des­en­ca­denar una infec­ción que acabó lleván­dole a la tum­ba. Los inves­ti­gadores con­cluyeron que los frag­men­tos del crá­neo se rompieron durante el pro­ce­so de embal­sama­do, o que fueron daña­dos por el equipo de Howard Carter.
  • Acci­dente de caza. En 2007, otro estu­dio, divul­ga­do por un doc­u­men­tal del Canal 5 de la tele­visión británi­ca, y basa­do en análi­sis con tomo­grafía com­put­er­i­za­da (TC), y en las car­rozas y la ropa encon­tradas en la tum­ba, se sumó a la teoría de la muerte por la frac­tura en la pier­na, e indicó que la causa de la heri­da había sido un acci­dente de caza.
  • Malar­ia. En 2010, sin embar­go, un nue­vo estu­dio pale­ogenéti­co con­cluyó que la muerte del faraón se debió a la malar­ia y a una enfer­medad ósea. Esta inves­ti­gación, real­iza­da bajo la direc­ción del entonces min­istro de Antigüedades egip­cio, Zahi Hawass, se fun­da­men­tó en exhaus­tivos análi­sis antropológi­cos, radi­ológi­cos y del ADN, tan­to de la momia de Tutankamón como de otras diez momias de la época, posi­ble­mente emparentadas con él.
  • El pene per­di­do y hal­la­do. El pro­pio Zahi Hawass ase­guró que, durante la inves­ti­gación real­iza­da en 2005, fue hal­la­do asimis­mo el pene de Tutankamón, que esta­ba pre­sente en el sar­cófa­go cuan­do fue des­cu­bier­to en 1922 (había sido embal­sama­do en posi­ción erec­ta), pero que había «desa­pare­ci­do» cuan­do se exam­inó la momia en 1968. «El equipo cree que lo han local­iza­do, suel­to en la are­na que rodea el cuer­po del faraón», indicó.
  • La cara del faraón. En noviem­bre de 2007, la momia de Tutankamón, que se encon­tra­ba has­ta entonces den­tro de un sar­cófa­go en su propia tum­ba, se expu­so al públi­co por primera vez en la his­to­ria, en una urna de cristal. La cara del faraón fue mostra­da tras una vit­ri­na pro­te­gi­da del pol­vo, la humedad y los cam­bios de tem­per­atu­ra, situ­a­da a poca dis­tan­cia del sar­cófa­go, den­tro de la mis­ma tumba.
  • Hijas geme­las. Tutankamón iba a ser padre de dos niñas geme­las que no lle­garon a nac­er o nacieron muer­tas, y que fueron momi­fi­cadas y enter­radas jun­to al joven faraón en su tum­ba del Valle de los Reyes, según la teoría apun­ta­da en 2008 por el antropól­o­go Robert Con­nol­ly, de la Uni­ver­si­dad de Liv­er­pool, quien estudió los restos de ambos fetos (deposi­ta­dos en la Fac­ul­tad de Med­i­c­i­na de El Cairo des­de que la tum­ba fue des­cu­bier­ta), y ase­guró que podrían ser las hijas geme­las del faraón y de su tam­bién joven esposa Ajensenamón.
  • El impacto del primer cometa. Una piedra, pre­sente en un broche del tesoro de Tutankamón, pro­por­cionó evi­den­cias del primer impacto cono­ci­do de un cometa con­tra la atmós­fera de la Tier­ra, según una inves­ti­gación pub­li­ca­da en 2013 por el cien­tí­fi­co Jan Kramer en la revista Earth and Plan­e­tary Sci­ence Let­ters. Según expli­ca el estu­dio, el cometa entró en la atmós­fera sobre Egip­to hace unos 28 mil­lones de años y explotó, calen­tan­do la are­na a una tem­per­atu­ra de unos 2.000 gra­dos cen­tí­gra­dos. De este suce­so nació una enorme can­ti­dad de vidrio de sílice de col­or amar­il­lo, que los exper­tos lla­man vidrio del desier­to de Lib­ia y que se lle­va estu­dian­do des­de hace años. Uno de estos cristales, puli­do por joyeros antigu­os y defor­ma­do has­ta con­seguir la for­ma de un escaraba­jo, se encuen­tra en una de las joyas pertenecientes a Tutankamón. Al estu­di­ar­lo, el inves­ti­gador, de la Uni­ver­si­dad de Johan­nes­bur­go, detec­tó que se tra­ta del «primer espéci­men cono­ci­do de un núcleo de un cometa».
  • Pater­nidad en duda. La his­to­ria de la dinastía XVIII egip­cia podría dar un vuel­co con el des­cubrim­ien­to, real­iza­do por un equipo español y pub­li­ca­do en 2014, de que Amen­hotep III y su hijo Amen­hotep IV (Ake­natón) com­partieron reina­do durante diez años, lo que arro­jaría nuevos datos sobre la pater­nidad siem­pre dudosa de Tutankamón. Según prue­bas de ADN real­izadas en 2010, el padre de Tutankamón, que reinó entre 1361 y 1352 a. C, fue Ake­natón, lo que le haría nieto de Amen­hotep III, unos datos que parecía que por fin cerra­ban las dudas y aclara­ban la fal­ta de infor­ma­ción sobre la pater­nidad de «faraón niño». Pero los hal­laz­gos real­iza­dos por el equipo dirigi­do por Fran­cis­co Martín Valen­tín demues­tran, «de for­ma incues­tion­able», según el arqueól­o­go español, la cor­re­gen­cia durante al menos 10 años de Amen­hotep III y Ake­natón. De esta for­ma, diez años de cada reina­do pasarían a ser un úni­co peri­o­do, por lo que desa­pare­cerían diez años de la línea de tiem­po de la dinastía. Eso posi­bil­i­taría que Tutankamón fuera hijo de Amen­hotep III y, por tan­to, her­mano, y no hijo, de Akenatón.
  • Pie zam­bo, caderas anchas y dientes de cone­jo. Una autop­sia vir­tu­al real­iza­da en 2014 a la momia de Tutankamón por el inves­ti­gador Albert Zink, del Insti­tu­to de Momias y el Hom­bre de Hielo (Italia), deter­minó cuál era el aspec­to del faraón. Pese a la majes­tu­osi­dad del sar­cófa­go de oro que cubre su momia, los exper­tos señalaron que Tutankamón tenía un pie zam­bo, caderas anchas y dientes de cone­jo. Usan­do más de 2.000 orde­nadores para este tra­ba­jo, refle­ja­do en un repor­ta­je de la BBC, los cien­tí­fi­cos con­sigu­ieron el exa­m­en más detal­la­do real­iza­do has­ta aho­ra de los restos del faraón egip­cio, y obtu­vieron un análi­sis genéti­co con­jun­to de la famil­ia de Tutankamón, que apoya la evi­den­cia de que sus padres eran her­manos. Los cien­tí­fi­cos indi­caron asimis­mo que esta relación fra­ter­nal entre sus prog­en­i­tores pudo ser la cau­sante de su dis­capaci­dades físi­cas, provo­cadas por dese­qui­lib­rios hor­monales, y, al final, tam­bién de su muerte.
  • Restau­ración cha­pucera. El pasa­do mes de enero, ocho emplea­d­os del Museo Egip­cio de El Cairo fueron envi­a­dos a juicio después de que fuese estable­ci­da su «neg­li­gen­cia» al restau­rar la más­cara de Tutankamón (de 3.000 años de antigüedad), cuya per­il­la fue pega­da con una resina agre­si­va que causó daños en la pieza, de ines­timable val­or. La Fis­calía con­fir­mó que los acu­sa­dos uti­lizaron un pega­men­to sin base cien­tí­fi­ca para pegar esa pieza de la más­cara, que se había despren­di­do durante unas obras en el Museo Egip­cio, donde se encuen­tra cus­to­di­a­da en una sala espe­cial. Los restau­radores están acu­sa­dos tam­bién de emplear instru­men­tos pun­zantes para quitar los restos de pega­men­to, lo que causó daños y arañazos.

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