Arabia Saudí e Irán: décadas de rivalidad geopolítica con el sectarismo como excusa

Miguel Máiquez, 10/1/2016

Quienes con­fi­a­ban en que el nue­vo año tra­jese al fin la pro­gre­si­va res­olu­ción, si no de todos, sí al menos de algunos de los con­flic­tos que están cas­ti­gan­do Ori­ente Medio, van a ten­er, muy prob­a­ble­mente, que seguir esperan­do: una de las claves fun­da­men­tales para lle­gar a alcan­zar cier­ta esta­bil­i­dad y pon­er freno a la vio­len­cia que arrasa actual­mente país­es como Siria o Yemen pasa por la vol­un­tad de coop­eración de las dos grandes poten­cias de la región, Irán y Ara­bia Saudí, y eso es algo que, tras la cri­sis desa­ta­da esta sem­ana entre ambos país­es, no parece que vaya a ocur­rir a cor­to plazo.

La encona­da rival­i­dad entre Riad y Teherán, un enfrentamien­to de décadas inter­conec­ta­do con la ten­sión reli­giosa (el 95% de los 29 mil­lones de habi­tantes de Ara­bia Saudí son musul­manes suníes; el 89% de los 78 mil­lones de Irán, musul­manes chiíes), pero cuyos motivos reales tienen mucho más que ver con la lucha por obten­er el dominio geopolíti­co de la región, se ha acre­cen­ta­do más aún si cabe estos últi­mos días, tras la eje­cu­ción el pasa­do sába­do, por parte de las autori­dades saudíes, de 47 per­sonas acu­sadas de «ter­ror­is­mo», entre ellas, un influyente cléri­go chií, Nimr Al Nimr.

Los sen­ten­ci­a­dos, en su may­oría suníes de nacional­i­dad saudí, murieron en doce pri­siones dis­tribuidas por todo el país (decap­i­ta­dos en ocho de ellas, fusila­dos en las cua­tro restantes), en una masi­va apli­cación de la pena cap­i­tal que bien podría haber escan­dal­iza­do no solo a Irán, sino a cualquier otro país, incluyen­do los occi­den­tales, que tan a menudo hacen la vista gor­da ante los abu­sos saudíes con­tra los dere­chos humanos. Pero no fue el desa­ta­do uso del patíbu­lo lo que soli­viantó a las autori­dades de Teherán, que, a fin de cuen­tas, eje­cu­tan a al menos 300 per­sonas al año, frente a la media de 80 de Ara­bia Saudí (más de 150 en 2015 bajo el reina­do del nue­vo rey Salman), sino el hecho de que entre los ajus­ti­ci­a­dos se encon­trara el men­ciona­do Al Nimr, una figu­ra muy críti­ca con el rég­i­men de Riad y que goz­a­ba de una gran pop­u­lar­i­dad entre la minori­taria comu­nidad chií de Ara­bia Saudí.

La eje­cu­ción de Al Nimr fue recibi­da en Irán como una provo­cación en toda regla. Tan solo unas horas después de que se llevase a cabo la sen­ten­cia, gru­pos de man­i­fes­tantes incen­di­aron la emba­ja­da saudí en Teherán cla­man­do ven­gan­za, y, pese a que el Gob­ier­no iraní con­denó el ataque, Ara­bia Saudí respondió rompi­en­do rela­ciones diplomáti­cas con Irán. En los días sigu­ientes lo harían tam­bién Sudán, Bahréin, Yibu­ti y Soma­lia, mien­tras que los Emi­ratos Árabes Unidos reducían sus con­tac­tos con Teherán, y Catar y Kuwait llam­a­ban a con­sul­tas a los emba­jadores iraníes en estos países.

Moviendo piezas en el puzle regional

Esta últi­ma cri­sis es, en todo caso, la escenifi­cación políti­ca de un con­flic­to que lle­va años dirim­ién­dose fuera de las fron­teras de ambos país­es, en guer­ras sub­sidiarias (proxy, en el tér­mi­no inglés común­mente uti­liza­do por los exper­tos) donde las dos poten­cias están desem­peñan­do un papel deter­mi­nante, apoyan­do a sus respec­ti­vas fac­ciones afines.

De momen­to, un enfrentamien­to béli­co direc­to entre Irán y Ara­bia Saudí, de cat­a­stró­fi­cas con­se­cuen­cias para ambos y para el resto de la región, no parece, muy prob­a­ble. Por un lado, los dos tienen demasi­a­do que perder; por otro, la rival­i­dad ya se está expre­san­do sufi­cien­te­mente en el com­pli­ca­do tablero que con­sti­tuyen actual­mente los con­flic­tos de Siria, Yemen e Irak. El prob­le­ma es que este enfrentamien­to indi­rec­to puede acabar resul­tan­do igual de catastrófico.

En Siria, Irán respal­da abier­ta­mente, jun­to con Rusia, al rég­i­men de Bashar al Asad (por afinidad reli­giosa —la élite gob­er­nante siria es alauí, una rama del islam conec­ta­da con el chiís­mo—, pero, sobre todo, para exten­der su influ­en­cia y man­ten­er el eje de ter­ri­to­rio ami­go que le conec­ta con la mili­cia chií Hizbulá en Líbano), mien­tras que de Ara­bia Saudí ha par­tido una parte esen­cial del apoyo obtenido por las mili­cias inte­gris­tas (salafis­tas y yihadis­tas) que han acaba­do elim­i­nan­do la oposi­ción laica y mod­er­a­da al rég­i­men de Damasco.

La ayu­da de Moscú a Asad es, sin duda, esen­cial, pero sin la inter­ven­ción de Teherán, y tam­bién de sus ali­a­dos chiíes de Hizbulá, el dic­ta­dor sirio habría tenido serios prob­le­mas para man­tenere en el poder. Y sin la inter­ven­ción saudí (espe­cial­mente la indi­rec­ta, a través de dinero más o menos pri­va­do), los gru­pos yihadis­tas, incluyen­do Esta­do Islámi­co, no habrían lle­ga­do has­ta donde están aho­ra, ni la oposi­ción laica estaría tan debilitada.

Las  escasas esper­an­zas de que llegue a alcan­zarse un acuer­do sobre el futuro de Siria, y de que puedan avan­zar las has­ta el momen­to infruc­tu­osas nego­cia­ciones de paz, pasan, aparte de por el com­pro­miso de actores exter­nos como Rusia o EE UU, por el entendimien­to entre Riad y Teherán, no solo en lo ref­er­ente a su injeren­cia (arma­men­tís­ti­ca, políti­ca y financiera) en el con­flic­to, sino, espe­cial­mente, y como desta­ca la anal­ista Itx­a­so Domínguez de Olazábal, para hac­er de la lucha con­tra Esta­do Islámi­co el obje­ti­vo pri­or­i­tario de ambos, más allá de sus intere­ses con­tra­puestos. Algo que, por aho­ra, no está en la agen­da real de ningu­na de las dos potencias.

En Yemen, mien­tras tan­to, los pape­les se reparten al con­trario: los saudíes apoy­an al rég­i­men del pres­i­dente Abd Rabu Mansur Hadi, lid­eran­do una coali­ción inter­na­cional que lle­va meses bom­barde­an­do el país sin piedad, en un inten­to de acabar con la rebe­lión de los hutíes, un grupo opos­i­tor chií que, con el supuesto respal­do de Irán (según Teherán, solo moral), se hizo a prin­ci­p­ios de 2015 con el con­trol de la cap­i­tal, Saná, y forzó la sal­i­da del mandatario.

Teherán, a su vez, ha mul­ti­pli­ca­do su pres­en­cia mil­i­tar en Irak (país de may­oría chií), donde mili­cias iraníes com­bat­en a los yihadis­tas suníes de Esta­do Islámi­co, de for­ma para­lela a la lucha con­tra Daesh que lle­van a cabo el Ejérci­to reg­u­lar iraquí y los com­bat­ientes kur­dos. Irán es, asimis­mo, y por otro lado, el prin­ci­pal vale­dor de la mili­cia chií libane­sa Hizbulá, un fac­tor que podría con­tribuir de for­ma deter­mi­nante a desac­ti­var el blo­queo políti­co en el que se encuen­tra Líbano, sin pres­i­dente des­de mayo de 2014.

¿Chiíes contra suníes?

Super­a­da al menos —aparente­mente— la antigua sim­pli­fi­cación de «árabes con­tra per­sas», la tentación con­tem­poránea, alen­ta­da por el enfoque igual­mente sim­pli­fi­cador de muchos medios de comu­ni­cación, es reducir toda esta cri­sis a un enfrentamien­to reli­gioso, o sec­tario, entre suníes y chiíes, en una lucha que se habría venido pro­ducien­do «durante sig­los», y a la que se acude cada vez más a la hora de explicar todos y cada uno de los con­flic­tos de Ori­ente Medio, con la excep­ción del palestino-israelí.

La real­i­dad, sin embar­go, es bas­tante más com­ple­ja, y tiene como fon­do prin­ci­pal el uso que los poderes políti­cos han hecho y siguen hacien­do de esa rival­i­dad reli­giosa, invo­can­do argu­men­tos sec­taris­tas para jus­ti­ficar ambi­ciones estratég­i­cas. La ten­sión sec­taria, evi­den­te­mente, existe y jue­ga un papel innegable en los difer­entes esce­nar­ios de vio­len­cia que padece la región, pero es el con­tin­uo secue­stro iden­ti­tario que supone la uti­lización de esa ten­sión como ele­men­to excluyente (no solo por ambas partes, sino tam­bién por Occi­dente) lo que la ha exac­er­ba­do has­ta sus incen­di­ar­ios nive­les actuales.

Según expli­ca Igna­cio Álvarez-Osso­rio, pro­fe­sor de Estu­dios Árabes e Islámi­cos de la Uni­ver­si­dad de Ali­cante, bajo este enfoque exclu­si­va­mente sec­tarista sub­y­ace un inten­to de «debil­i­tar a los esca­sos regímenes sec­u­lares que habían con­segui­do éxi­tos rel­a­tivos a la hora de instau­rar un Esta­do mod­er­no, cen­tral­iza­do y avan­za­do; con­ver­tir a estos país­es en Esta­dos fal­li­dos y volver a las lóg­i­cas sec­tarias y trib­ales». En este sen­ti­do, resul­ta útil recor­dar, por ejem­p­lo, el desas­tre políti­co a que dio lugar en Irak el enfoque sec­tario del gob­ier­no aus­pi­ci­a­do por Esta­dos Unidos tras la invasión de 2003.

Tam­poco es cier­to, por otra parte, que suníes y chiíes hayan esta­do en guer­ra con­stante des­de el cis­ma que dio lugar a las dos prin­ci­pales ramas del islam, durante el peri­o­do que sigu­ió a la muerte del pro­fe­ta Mahoma, en el siglo VII. Ambos gru­pos han alter­na­do peri­o­dos de gran con­flic­tivi­dad con largas épocas de con­viven­cia más o menos pací­fi­ca, y han com­par­tido obje­tivos e intere­ses (dos ejem­p­los sig­ni­fica­tivos: el cal­ifa­to otomano, de nat­u­raleza suní, obtu­vo el respal­do de impor­tantes gru­pos chiíes a prin­ci­p­ios del siglo XX; y durante la guer­ra entre Irán e Irak —1980–1988—, muchos chiíes iraquíes com­bat­ieron al lado de Bag­dad, anteponien­do la iden­ti­dad nacional a la reli­giosa o, al menos, com­par­tien­do con sus com­pa­tri­o­tas suníes su condi­ción de víc­ti­mas oblig­adas a luchar por el rég­i­men de Sadam Husein).

Dicho esto, el ele­men­to reli­gioso tam­poco puede obviarse, pero la clave en este sen­ti­do se encuen­tra más en el extrem­is­mo que car­ac­ter­i­za a los gob­ier­nos, tan­to de Irán como de Ara­bia Saudí (los dos son teoc­ra­cias fun­da­men­tal­is­tas regi­das por la sharia, o ley islámi­ca), que en el hecho de que pertenez­can a ramas reli­giosas diferentes.

A con­tin­uación, los episo­dios más desta­ca­dos del enfrentamien­to entre saudíes e iraníes a lo largo de las últi­mas décadas, incluyen­do las claves de la cri­sis actual:

1979. Revolución iraní

Durante las décadas más ten­sas de la Guer­ra Fría, tan­to Irán como Ara­bia Saudí fueron con­sid­er­a­dos por Occi­dente como país­es ali­a­dos frente a la influ­en­cia soviéti­ca en Ori­ente Medio (espe­cial­mente en Siria y, en menor medi­da, en Egip­to). Con el Irán del sha, colo­ca­do en el poder después de que los ser­vi­cios secre­tos del Reino Unido y Esta­dos Unidos se encar­gasen de der­ro­car al incó­mo­do primer min­istro Moham­mad Mosad­deq en 1953, se podía con­tar para cualquier cosa. Y respec­to a Ara­bia Saudí, la tran­quil­i­dad esta­ba tam­bién ase­gu­ra­da gra­cias, en parte, el pacto más o menos secre­to alcan­za­do el 14 de febrero de 1945 a bor­do del crucero Quin­cy entre el pres­i­dente esta­dounidense Franklin D. Roo­sevelt (que volvía de la Con­fer­en­cia de Yal­ta) y el rey saudí Ibn Saud. Por este acuer­do se reconocía que la esta­bil­i­dad de Ara­bia Saudí for­ma parte de «los intere­ses vitales» de EE UU (petróleo), el reino saudí se com­pro­metía a garan­ti­zar el apro­vi­sion­amien­to energéti­co y Wash­ing­ton le otor­ga­ba, a cam­bio, «la pro­tec­ción incondi­cional con­tra cualquier ame­naza exte­ri­or». Además, Ibn Saud con­cedía el monop­o­lio de la explotación del petróleo a las com­pañías esta­dounidens­es, lid­er­adas por la Aram­co del clan Rock­e­feller, durante un pla­zo de 60 años, al tér­mi­no del cual Riad recu­per­aría sus pozos.

Todo esto cam­bió en febrero de 1979 con el tri­un­fo de la rev­olu­ción islámi­ca en Irán, lid­er­a­da por el aya­tolá Jomei­ni. Des­de entonces, el obje­ti­vo declar­a­do de Teherán de expor­tar la rev­olu­ción a todo el mun­do musul­mán, y, en con­cre­to, la asun­ción por parte de Teherán de la doc­t­ri­na de Wilay­at Faqih (gob­ier­no del faqih), según la cual el máx­i­mo poder tem­po­ral entre los chiíes debe residir en su líder supre­mo, ha choca­do de frente con los intere­ses de Ara­bia Saudí, que, como guardiana de los lugares más sagra­dos del islam (La Meca y Med­i­na), insiste en procla­marse como líder del islam suní, may­ori­tario entre los musul­manes de todo el mundo.

La inefi­ca­cia de Irán a la hora de exten­der la rev­olu­ción (con la excep­ción de su influ­en­cia en Líbano, a través de la mili­cia Hizbulá) fue tran­quil­izan­do, no obstante, las sus­pi­ca­cias saudíes, mien­tras que en el inte­ri­or del reino, cada vez más rico gra­cias a los ingre­sos del petróleo, iba cobran­do más y más fuerza la inter­pretación salafista (fun­da­men­tal­ista) del islam suní, que, entre otras cosas, con­sid­era here­jes a los chiíes.

1980–1988. Guerra entre Irán e Irak

La guer­ra entre Irán e Irak, que comen­zó en 1980, supu­so el primer esce­nario en el que Ara­bia Saudí se opu­so expre­sa­mente a Irán. Pese a no ser un ali­a­do nat­ur­al del rég­i­men iraquí (laico) de Sadam Husein, Riad finan­ció el esfuer­zo béli­co de Bag­dad con unos 25.000 mil­lones de dólares, y ani­mó a los país­es veci­nos (Kuwait, Emi­ratos, Catar, Bahréin) a que hicier­an lo mismo.

En 1981, Ara­bia Saudí creó el Con­se­jo de Coop­eración del Gol­fo para exten­der su zona de influ­en­cia y ais­lar en lo posi­ble la onda expan­si­va de la rev­olu­ción iraní. La ini­cia­ti­va, sin embar­go, no fue muy efi­caz, ya que el resto de las monar­quías del Gol­fo se mostraron ret­i­centes a par­tic­i­par en una fuerza mil­i­tar con­jun­ta bajo el man­do saudí.

La guer­ra ira­no-iraquí tuvo con­se­cuen­cias tam­bién en el aspec­to económi­co, ya que, con el fin de debil­i­tar las finan­zas iraníes, Riad aumen­tó con­sid­er­able­mente su pro­duc­ción de petróleo, en un inten­to de hac­er caer los pre­cios y pon­er en peli­gro las exporta­ciones petrol­eras de Irán, base fun­da­men­tal de la economía del país per­sa. Según expli­ca la exper­ta Agnès Lev­al­lois en el diario Le Monde, uno de los prin­ci­pales fac­tores que expli­can la rival­i­dad entre Ara­bia Saudí e Irán es, pre­cisa­mente, esta com­pe­ten­cia sobre la gestión de los recur­sos energéti­cos y económi­cos de la región.

Irán, por su parte, respondió a la invasión iraquí que dio lugar a la guer­ra desar­rol­lan­do una estrate­gia de «defen­sa pre­ven­ti­va», basa­da en la creación de lazos (mili­cias para­mil­itares, par­tidos políti­cos) con árabes chiíes en otros país­es, lo que le per­mi­tiría actu­ar de man­era sub­sidiaria más allá de su ter­ri­to­rio, algo que Ara­bia Saudí no vio pre­cisa­mente con buenos ojos.

1988. Masacre en La Meca y primera ruptura

El 31 de julio de 1987, las autori­dades saudíes reprim­ieron una mul­ti­tu­di­nar­ia man­i­festación anti­es­ta­dounidense y anti­is­raelí de pere­gri­nos iraníes en La Meca. Durante los dis­tur­bios murieron 400 pere­gri­nos, 275 de ellos iraníes. En respues­ta, gru­pos de man­i­fes­tantes asaltaron la emba­ja­da saudí en Teherán y retu­vieron al per­son­al diplomáti­co como rehenes. Uno de los fun­cionar­ios saudíes murió y, en abril del año sigu­iente, Ara­bia Saudí rompió rela­ciones diplomáti­cas con Irán por primera vez.

Ambos país­es, sin embar­go, dejarían a un lado sus difer­en­cias para hac­er frente común con­tra Sadam Husein, cuan­do éste invadió Kuwait en 1990, dan­do lugar a la Primera Guer­ra del Gol­fo. En 1991, Irán volvió a autor­izar los vue­los direc­tos de pere­gri­nos a La Meca.

Años noventa. Calma y acercamiento

Durante el resto de la déca­da de los noven­ta, las rela­ciones entre Irán y Ara­bia Saudí, así como entre Irán y Esta­dos Unidos, mejo­raron notable­mente, gra­cias, en parte, a las pres­i­den­cias en Irán del prag­máti­co Hashe­mi Raf­san­jani (1989–1997) y del reformista Mohamed Jatamí (1997–2005).

Tras largas nego­cia­ciones, saudiés e iraníes retomaron rela­ciones diplomáti­cas y com­er­ciales y, en 1997, Irán orga­nizó la cum­bre de la Orga­ni­zación de la Con­fer­en­cia Islámi­ca, en la que par­tic­i­paron 54 país­es, y a la que acud­ió el entonces príncipe heredero y futuro rey de Ara­bia Saudí, Abdala bin Abdu­laz­iz.

Dos años más tarde, Jatamí via­jó a Ara­bia Saudí, en la primera visi­ta ofi­cial al reino de un pres­i­dente iraní des­de la rev­olu­ción de 1979.

2003. Guerra de Irak

La caí­da de Sadam Husein tras la invasión de Irak por parte de la coali­ción lid­er­a­da por Esta­dos Unidos en 2003 alteró la bal­an­za sec­taria en la región. Pese al carác­ter laico del rég­i­men de Sadam, el dic­ta­dor, un suní, había enfa­ti­za­do la ver­tiente reli­giosa de su gob­ier­no, en un inten­to por ganarse sim­patías durante los duros años de san­ciones económi­cas inter­na­cionales que sigu­ieron a la Primera Guer­ra del Golfo.

Aho­ra, Ara­bia Saudí perdía un impor­tante con­trape­so suní frente al poder chií de Irán, en un país, Irak, donde la may­oría de la población es tam­bién chií, al tiem­po que, de la mano de Wash­ing­ton, el Gob­ier­no iraquí pasa­ba a manos de un chií, Nouri Al-Mali­ki (en el poder has­ta 2014).

La guer­ra civ­il en Irak que sigu­ió a la invasión esta­dounidense, la cre­ciente activi­dad ter­ror­ista de Al Qae­da (una orga­ni­zación suní que bebe de la ide­ología salafista que mana del man­an­tial fun­da­men­tal­ista saudí) con­tra obje­tivos chiíes (civiles inclu­i­dos), la pro­lif­eración de mili­cias chiíes proiraníes y, final­mente, la políti­ca dis­crim­i­na­to­ria hacia la comu­nidad suní del gob­ier­no de Mali­ki, con­virtieron Irak en un nue­vo esce­nario de enfrentamien­to entre las dos poten­cias, y fueron abo­nan­do asimis­mo el ter­reno para el nacimien­to de Esta­do Islámico.

2011. Las primaveras árabes

El estal­li­do en 2011 de las revueltas pop­u­lares que sacud­ieron Ori­ente Medio y el Magreb, la cono­ci­da como «pri­mav­era árabe», supu­so nuevos enfrentamien­tos entre Irán y Ara­bia Saudí, ali­a­dos con fac­ciones enfrentadas entre sí en diver­sos esce­nar­ios, espe­cial­mente, en Siria, Bahréin y, pos­te­ri­or­mente, Yemen.

En mar­zo de 2011, tropas del Con­se­jo de Coop­eración del Gol­fo, encabezadas por Ara­bia Saudí (un mil­lar de sol­da­dos) y con par­tic­i­pación tam­bién de mil­itares emi­ratíes (500), entraron en Bahréin para ayu­dar al Gob­ier­no de este país (suní) en su repre­sión con­tra las protes­tas de la may­oría chií (la lla­ma­da «rev­olu­ción de la plaza de la Per­la»), unas protes­tas que con­ta­ban con el respal­do de Teherán. Hubo miles de detenidos y se impu­so el esta­do de emer­gen­cia.

Teherán rec­hazó la inter­ven­ción mil­i­tar saudí en Bahréin, y los país­es del Gol­fo, lid­er­a­dos por Riad, denun­cia­ron la «per­ma­nente inter­fer­en­cia iraní» en sus asun­tos, sobre todo tras el des­cubrim­ien­to de una red de espi­ona­je rela­ciona­da con Irán. El jefe de las tropas envi­adas a Bahréin, el gen­er­al Mut­laq bin Salem, llegó a decir que su obje­ti­vo era evi­tar una «agre­sión extran­jera» en el país árabe, en clara ref­er­en­cia a Irán.

Mien­tras, en Siria, Irán es, des­de que comen­zo la guer­ra civ­il en 2011, el prin­ci­pal apoyo del pres­i­dente Bashar al Asad (alauí, una rama del chiís­mo). Dam­as­co recibe de Teherán ayu­da tan­to mil­i­tar como financiera. Ara­bia Saudí, por su parte, respal­da a los gru­pos opos­i­tores, may­ori­tari­a­mente suníes, y dom­i­na­dos aho­ra por las dis­tin­tas fac­ciones yihadis­tas, lo que ha com­pli­ca­do ter­ri­ble­mente el rompecabezas sirio, y ha puesto en entredi­cho el papel saudí en el conflicto.

2015. Intervención en Yemen

Des­de mar­zo de 2015, Ara­bia Saudí lid­era una coali­ción mil­i­tar inter­na­cional árabe en apoyo del pres­i­dente de Yemen, Abd Rabu Mansur Hadi, quien fue desa­lo­ja­do del pala­cio pres­i­den­cial en enero  de ese año por los rebeldes hutíes. Los hutíes pro­fe­san el zaidis­mo, una rama islámi­ca rela­ciona­da con la ver­tiente imamí del chiís­mo (insti­tu­cional­iza­da en Irán), lo que, en teoría, les hace ali­a­dos de Teherán. De hecho, tan­to Ara­bia Saudí como el Gob­ier­no yemení han denun­ci­a­do en reit­er­adas oca­siones que los hutíes están reci­bi­en­do apoyo de Teherán, algo que Irán, quien no ocul­ta su apoyo moral a los rebeldes, niega.

Según expli­ca Lev­al­lois, Ara­bia Saudí está con­ven­ci­da, «de un modo casi paranói­co», de que la revuelta hutí supone la emer­gen­cia de una nue­va «colo­nia iraní» al otro lado de sus fron­teras, «mien­tras que lo úni­co que recla­man las minorías chiíes es ten­er los mis­mos dere­chos que sus con­ci­u­dadanos suníes».

En cualquier caso, exista o no ese apoyo direc­to iraní, la reduc­ción del con­flic­to en Yemen a un mero enfrentamien­to entre chiíes y suníes supone, de nue­vo, una gran sim­pli­fi­cación, e impli­ca con­sid­er­ar suníes a todos los rivales de los hutíes, algo que no es cierto.

Como explic­a­ban en la revista Mid­dle East Report los pro­fe­sores Stacey Philbrick Yadav y Sheila Cara­pi­co, «el zaidis­mo está rela­ciona­do con la rama imamí del chiís­mo del mis­mo modo que, por ejem­p­lo, los orto­dox­os grie­gos son una rama del catoli­cis­mo. Rela­cionar ambos cre­dos puede ten­er sen­ti­do, tal vez, en tér­mi­nos esquemáti­cos, pero en lo rel­a­ti­vo a doc­t­ri­na, prác­ti­cas, políti­cas y has­ta fes­tivi­dades reli­giosas, el zaidis­mo y el chiís­mo imamí son muy dis­tin­tos. […] En el lim­i­ta­do sen­ti­do en que este con­flic­to es ‘sec­tario’, tam­bién lo es insti­tu­cional, ya que empezó con la rival­i­dad exis­tente entre cam­pa­men­tos hutíes y cam­pa­men­tos salafis­tas finan­cia­dos por Ara­bia Saudí […], un rela­to bas­tante más inter­conec­ta­do con el poder estatal con­tem­porá­neo que con ‘eter­nas dis­putas’ entre las dos ramas dom­i­nantes del islam».

La guer­ra en Yemen ha cau­sa­do ya casi 6.000 muer­tos, de ellos 2.800 civiles, y desa­ta­do una gravísi­ma cri­sis human­i­taria. Según datos de Naciones Unidas, más de 21 mil­lones de per­sonas en Yemen requieren algún tipo de ayu­da human­i­taria para sobre­vivir, lo que supone alrede­dor de un 80% de la población, inclu­idas las 2,3 mil­lones de per­sonas que se han vis­to desplazadas.

2015. Acuerdo nuclear con Irán

Después de doce años de cri­sis, el acuer­do nuclear alcan­za­do final­mente el pasa­do 14 de julio entre Irán y el denom­i­na­do Grupo 5+1 (EE UU, Rusia, Chi­na, Reino Unido, Fran­cia y Ale­ma­nia) per­mi­tió el ini­cio de la vuelta de Teherán al esce­nario políti­co inter­na­cional, y supon­drá, con el pro­gre­si­vo lev­an­tamien­to de las san­ciones económi­cas, un respiro financiero para el país de los ayatolás.

Ara­bia Saudí, que se opu­so des­de un prin­ci­pio a este acuer­do (Irán llegó a acusar a Riad de aliarse con el ene­mi­go número uno, Israel, para impedir que las nego­cia­ciones salier­an ade­lante), teme que los nuevos ingre­sos económi­cos que empezarán a fluir poco a poco hacia Irán per­mi­tan a Teherán incre­men­tar su influ­en­cia en la región, al tiem­po que se siente, de algún modo, desplaza­da en las pref­er­en­cias de sus ali­a­dos tradi­cionales, empezan­do por Esta­dos Unidos.

2016. Ejecución del Al Nimr y nueva ruptura diplomática

El pasa­do día 2, Ara­bia Saudí anun­ció la eje­cu­ción de 47 acu­sa­dos de «ter­ror­is­mo», incluyen­do al cléri­go disidente chií Nimr Al Nimr, una acción ante la que Esta­dos Unidos y los país­es europeos, mani­ata­dos por sus intere­ses económi­cos con el reino saudí, per­manecieron calla­dos o respondieron de la man­era más tib­ia posi­ble, pero que causó fuertes protes­tas, no solo en Irán y entre la propia comu­nidad chií saudí, sino tam­bién en Irak, donde cien­tos de chiíes tomaron las calles pidi­en­do al gob­ier­no iraquí el cierre de la emba­ja­da saudí (reabier­ta el mes pasa­do tras 25 años), y en la parte india de Cachemi­ra, donde miles de chiíes se man­i­fes­taron con­tra la eje­cu­ción, blan­di­en­do carte­les con la ima­gen del cléri­go o lle­van­do ban­deras negras.

La reac­ción más inten­sa, no obstante, se pro­du­jo, obvi­a­mente, en Irán, donde man­i­fes­tantes lle­garon a incen­di­ar la emba­ja­da saudí en Teherán. El asalto a la del­e­gación diplomáti­ca derivó en la decisión de Riad de romper rela­ciones diplomáti­cas con Teherán, una ini­cia­ti­va a la que se sumaron pos­te­ri­or­mente Sudán, Bahréin, Yibu­ti y Somalia.

Según la ver­sión ofi­cial, Al Nimr, detenido en julio de 2012 por apo­yar los dis­tur­bios con­tra las autori­dades saudíes que estal­laron en febrero de 2011 en la provin­cia de Al Qatif, en el este del país y de may­oría chií, fue sen­ten­ci­a­do a la pena cap­i­tal por «des­obe­de­cer a las autori­dades, insti­gar a la vio­len­cia sec­taria y ayu­dar a célu­las ter­ror­is­tas». Para Irán, Al Nimr no era más que una voz críti­ca con­tra el rég­i­men de Riad, y su muerte se enmar­ca en la repre­sión sis­temáti­ca que, según Teherán, ejerce el reino saudí con­tra su minoría chií.

La muerte del cléri­go, sin embar­go, no puede enten­der­se sin ten­er en cuen­ta la situación inter­na por la que atraviesa el rég­i­men saudí. De hecho, Ara­bia Saudí ha apli­ca­do en muy pocas oca­siones la pena cap­i­tal a detenidos rela­ciona­dos con protes­tas de la minoría chií. Así, la may­oría de los exper­tos coin­ci­den en inter­pre­tar la eje­cu­ción de Al Nimr como una corti­na de humo des­ti­na­da a desviar la aten­ción de la población, en un momen­to en el que el Gob­ier­no, ate­naza­do por la caí­da del pre­cio del petróleo, se enfrenta a una incip­i­ente cri­sis económi­ca, con un déficit pre­supues­tario cer­cano a los 80.000 mil­lones de dólares, un desem­pleo (sobre todo el juve­nil) en aumen­to, y serios recortes sociales a la vista que ame­nazan con minar el priv­i­le­gia­do esta­do del bien­es­tar al que están acos­tum­bra­dos los saudíes.

A ello se añadiría la necesi­dad de aplacar las voces de las fac­ciones reli­giosas suníes más ultra­con­ser­vado­ras, cuyas críti­cas al rég­i­men se han mul­ti­pli­ca­do en los últi­mos meses; el deseo de dar un respiro mediáti­co a la guer­ra en Yemen, estanca­da y sin resul­ta­dos favor­ables claros para el reino saudí; y, por supuesto, la inten­ción de reafir­mar la autori­dad saudí en la región, en un momen­to en el que, tras la fir­ma del acuer­do nuclear con Irán, Riad se siente menos respal­da­da internacionalmente.

Por últi­mo, las 47 eje­cu­ciones del pasa­do sába­do pueden inter­pre­tarse asimis­mo como un gesto más den­tro de la cam­paña de mano dura que, oblig­a­do a con­sol­i­dar su poder ante las intri­gas inter­nas, parece estar lle­van­do a cabo el nue­vo rey saudí, Salman bin Abdu­laz­iz, des­de que accedió al trono hace un año tras la muerte de su medio her­mano, el rey Abdala, y en colab­o­ración con su hijo, el príncipe heredero susti­tu­to y min­istro de Defen­sa, Mohamed bin Salman.

Ambos serían los prin­ci­pales respon­s­ables de que Ara­bia Saudí haya aban­don­a­do la políti­ca de dis­cre­ción y opera­ciones en la reta­guar­da que había car­ac­ter­i­za­do al país durante años, en una nue­va era más agre­si­va en la que se enmar­carían, además de los bom­bardeos sobre Yemen, el incre­men­to del número de eje­cu­ciones, las ayu­das a los insur­gentes sirios, el reforza­mien­to del eje que for­ma con el resto de las monar­quías abso­lutis­tas del Gol­fo (espe­cial­mente Bahréin y los Emi­ratos Árabes Unidos, ya que Omán sigue tratan­do de man­ten­er un papel más neu­tral), o inclu­so los movimien­tos para alter­ar el pre­cio del petróleo, des­ti­na­dos a per­ju­dicar a Irán y a los país­es no pertenecientes a la OPEP.

En cuan­to a Irán, las autori­dades civiles del país respondieron a la eje­cu­ción de Al Nimr lan­zan­do graves acusa­ciones con­tra Ara­bia Saudí (inclu­en­do la de apo­yar el ter­ror­is­mo), pero, al mis­mo tiem­po, han trata­do asimis­mo de cal­mar los áni­mos, empezan­do por el pres­i­dente del país, Hasan Rohaní, quien con­denó lo ocur­ri­do en la del­e­gación diplomáti­ca saudí y ase­guró que el Min­is­te­rio del Inte­ri­or, el ser­vi­cio secre­to y la policía debían perseguir a los respon­s­ables. «El ataque de extrem­is­tas con­tra la emba­ja­da saudí en Teherán es injus­ti­fi­ca­ble y tuvo con­se­cuen­cias neg­a­ti­vas para la ima­gen de Irán», indi­co: «Este tipo de actos tienen que ter­mi­nar de una vez por todas».

Menos mod­er­a­da se han mostra­do, como era de esper­ar, la otra colum­na del poder en Irán: la reli­giosa. El líder supre­mo iraní, el aya­tolá Ali Jamenei, dijo el domin­go pasa­do que los políti­cos del reino saudí se enfrentarán a un cas­ti­go divi­no por la muerte el cléri­go eje­cu­ta­do. «La san­gre injus­ta­mente der­ra­ma­da de este már­tir oprim­i­do, sin duda pron­to mostrará su efec­to, y la div­ina ven­gan­za caerá sobre los políti­cos saudíes», afir­mó. El Con­se­jo de Guardianes de la Rev­olu­ción, por su parte, prometió una «dura ven­gan­za» con­tra la dinastía real saudí.

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