De la ‘Mercedes’ al ‘San José’, tesoros, historia y disputas judiciales en el fondo del mar

Miguel Máiquez, 14/12/2015

La his­to­ria de fan­tás­ti­cos tesoros, ter­ri­bles batal­las navales y expo­lio colo­nial que cuen­tan los miles de bar­cos hun­di­dos en el fon­do del mar abrió el pasa­do 5 de diciem­bre un nue­vo y fasci­nante capí­tu­lo con el anun­cio a bom­bo y platil­lo, por parte del pres­i­dente de Colom­bia, Juan Manuel San­tos, del hal­laz­go del leg­en­dario galeón español San José en aguas ter­ri­to­ri­ales de este país.

El navío, que se dirigía a Carta­ge­na de Indias para ser repara­do antes de seguir via­je a Cádiz tras hac­er escala en La Habana, fue hun­di­do cer­ca de la penín­su­la de Barú por una enorme explosión tras ser cañonea­do por bar­cos ingle­ses el 8 de junio de 1708. Iba car­ga­do has­ta los topes de oro y pla­ta proce­dentes del vir­reina­to de Perú. En total, los his­to­ri­adores cal­cu­lan unos 11 mil­lones de mon­edas, val­o­radas en 5.000 mil­lones de dólares de hoy en día, además de joyas y obje­tos de arte, la may­oría reli­giosos, un botín des­ti­na­do a dar oxígeno financiero a las cas­ti­gadas arcas de la coro­na españo­la, enfras­ca­da frente Inglater­ra, Holan­da, Por­tu­gal y el Impe­rio Romano Ger­máni­co en la guer­ra de suce­sión del trono que ocu­pa­ba Felipe V.

La mag­ni­tud del tesoro del San José y el mis­te­rio (has­ta aho­ra) sobre su local­ización han ali­men­ta­do las leyen­das y el imag­i­nario caribeño durante sig­los, incluyen­do ref­er­en­cias lit­er­arias, la más famosa, la de Gabriel Gar­cía Márquez en El amor en los tiem­pos del cólera, donde el fal­l­e­ci­do Nobel colom­biano rela­ta la fasci­nación de su pro­tag­o­nista, Flo­renti­no Ariza, por el galeón de 60 cañones, y su sueño de sumer­girse en el mar para recu­per­ar el tesoro, ofrecérse­lo a su amor eter­no, Fer­mi­na Daza, y que ella pue­da «bañarse en estanques de oro».

El roman­ti­cis­mo y la leyen­da han dado paso aho­ra a asun­tos más mun­danos sobre a quién pertenecen el bar­co y el tesoro, y sobre qué hac­er con el hal­laz­go, una dis­pu­ta que, como es habit­u­al en estos casos, enfrenta al país cuyo pabel­lón onde­a­ba en el bar­co (España, en este caso), el país que lo ha encon­tra­do y donde ha sido hal­la­do (Colom­bia), e inclu­so los país­es de donde sal­ió orig­i­nal­mente el tesoro (el pres­i­dente ecu­a­to­ri­ano, Rafael Cor­rea, ha sug­eri­do que podría repar­tirse entre los país­es sudamer­i­canos; el peru­ano, Ollan­ta Humala, ha recor­da­do que el carga­men­to fue expo­li­a­do en Perú, y un grupo de comu­nidades indí­ge­nas de Colom­bia planea acud­ir a instan­cias inter­na­cionales para exi­gir la tit­u­lar­i­dad de la carga).

El Gob­ier­no de Colom­bia ase­gu­ra que el hal­laz­go, con­ver­tido en secre­to de Esta­do, «pertenece a todos los colom­bianos», y se ampara en la ley de pro­tec­ción del pat­ri­mo­nio sumergi­do que aprobó en 2013, y que blin­da los posi­bles des­cubrim­ien­tos sub­mari­nos ante posi­bles recla­ma­ciones inter­na­cionales. España, por su parte, apoya su recla­mación, entre otras bases jurídi­cas, en la con­ven­ción de la Unesco sobre Pro­tec­ción de Pat­ri­mo­nio Cul­tur­al Sub­acuáti­co de 2001, un acuer­do que, sin embar­go, no ha sido rat­i­fi­ca­do por Colom­bia. El Gob­ier­no español, que abo­ga por la posi­bil­i­dad de crear un museo con­jun­to en Carta­ge­na de Indias, recuer­da asimis­mo que el bar­co es una «tum­ba mari­na» donde reposan los restos de cer­ca de 600 españoles.

De momen­to, las nego­cia­ciones con­tinúan, y las bue­nas rela­ciones entre ambos país­es están aguan­tan­do la tor­men­ta. Este sába­do, el min­istro español de Exte­ri­ores, José Manuel Gar­cía-Mar­gal­lo, y su homólo­ga colom­biana, María Ángela Hol­guín, reconocieron que exis­ten «dis­crep­an­cias» sobre la tit­u­lar­i­dad jurídi­ca del galeón, pero ase­gu­raron que tra­ba­jarán para bus­car fór­mu­las encam­i­nadas a la con­ser­vación y la pro­tec­ción de «un pecio que es pat­ri­mo­nio de la humanidad».

En cualquier caso, la res­olu­ción de la dis­pu­ta puede supon­er un prece­dente impor­tante para los miles de pecios que per­manecen sumergi­dos, y que aún no han sido encon­tra­dos o rescata­dos, la may­oría de ellos en aguas del con­ti­nente amer­i­cano y pertenecientes a la época colo­nial. Solo en el mar Caribe se cal­cu­la que hay hun­di­das cer­ca de 1.300 naves, de las que al menos una dece­na podrían alber­gar carga­men­tos de gran interés, no solo económi­co, sino tam­bién históri­co. En todo el mun­do, y según esti­ma­ciones de la Unesco, el fon­do de los mares y océanos alber­ga los restos de unos tres mil­lones de bar­cos hun­di­dos a lo largo de la historia.

Los avances tec­nológi­cos de la arque­ología sub­acuáti­ca per­miten antic­i­par más des­cubrim­ien­tos espec­tac­u­lares en los próx­i­mos años, en una car­rera en la que están jugan­do un papel fun­da­men­tal, y a menudo polémi­co, empre­sas pri­vadas caza­te­soros como Odyssey Marine Explo­ration, que encon­tró en 2007, en el Gol­fo de Cádiz, el pecio de la nave españo­la Nues­tra Seño­ra de la Mer­cedes y, en ella, el may­or tesoro des­cu­bier­to has­ta aho­ra en el fon­do del mar. Fue tam­bién una com­pañía pri­va­da, Sea Search Arma­da (SSA), la que ase­guró haber des­cu­bier­to, en 1981, los restos del San José, si bien la empre­sa fue deman­da­da por el Gob­ier­no colom­biano, que en 1984 desmintió el descubrimiento.

En 2013, el Gob­ier­no español había con­segui­do localizar ya cer­ca de 1.500 buques españoles hun­di­dos en dis­tin­tas partes del plan­e­ta, según un informe real­iza­do por un grupo de exper­tos de la Arma­da. Se tra­ta de buques españoles del siglo XVIII (1767, el más antiguo) al XX. Casi 600 de ellos son navíos may­ores uti­liza­dos para misiones de guer­ra y el trasla­do de car­gas de gran val­or (182 navíos, 98 fra­gatas, 190 vapores, 37 cor­be­tas, 87 bergan­tines), y se espera que la cifra de pecios local­iza­dos crez­ca con­sid­er­able­mente, porque has­ta aho­ra solo se han estu­di­a­do tres de los cin­co archivos navales de la Arma­da españo­la: Madrid, Carta­ge­na y el Viso (Ciu­dad Real), con lo que fal­tarían por estu­di­ar los archivos de Cádiz y Ferrol.

Éste es un repa­so a algunos de los prin­ci­pales tesoros trans­porta­dos por bar­cos españoles encon­tra­dos has­ta aho­ra, y a los que siguen esperan­do, intac­tos o en parte, en las pro­fun­di­dades marinas.

‘Nuestra Señora de Juncal’

Uno de los obje­tivos más cod­i­ci­a­dos por los bus­cadores de tesoros mari­nos, la nao españo­la Nues­tra Seño­ra de Jun­cal, buque insignia, jun­to con el galeón San­ta Tere­sa, de la flota de Nue­va España, naufragó por una gran tor­men­ta el 31 de octubre de 1631 en Son­da de Campeche (penín­su­la de Yucatán), en Méx­i­co. La nave llev­a­ba en sus bode­gas más de un mil­lón de pesos, un carga­men­to detal­la­do por el entonces vir­rey, el mar­qués de Cer­ral­bo, y que las cróni­cas de la época describen como el may­or sali­do del «Nue­vo Mun­do». Su val­or actu­al se cal­cu­la en torno a los 3.000 mil­lones de euros.

Has­ta el momen­to, las empre­sas caza­te­soros no han podi­do lle­gar a un acuer­do con el Gob­ier­no mex­i­cano para lle­var a cabo la explo­ración. Según mantiene el Insti­tu­to Nacional de Antropología e His­to­ria de este país,«el pat­ri­mo­nio cul­tur­al sumergi­do pertenece a la cat­e­goría de los bienes que son obje­to de estu­dio, cus­to­dia, con­ser­vación y difusión, pero que en sí mis­mos son inalien­ables e impre­scriptibles y, en con­se­cuen­cia, no sus­cep­ti­bles de comercialización».

Aunque diver­sos exper­tos han apun­ta­do la posi­bil­i­dad de que el pecio no se encuen­tre den­tro de las aguas ter­ri­to­ri­ales mex­i­canas, según la con­ven­ción de la Unesco sobre Pro­tec­ción de Pat­ri­mo­nio Cul­tur­al Sub­acuáti­co, en vig­or des­de 2009 y fir­ma­da tan­to por Méx­i­co como por España, cuan­do se encuen­tre pat­ri­mo­nio sumergi­do en la platafor­ma con­ti­nen­tal de un Esta­do parte, se deben pon­er en mar­cha mecan­is­mos de con­sul­ta para pro­te­ger el pat­ri­mo­nio des­cu­bier­to, con­sul­tas que deben ser coor­di­nadas por el Esta­do ribereño y en las que deben par­tic­i­par los Esta­dos que hayan man­i­fes­ta­do ten­er interés en ello por poseer vín­cu­los arque­ológi­cos o históri­cos con el pecio descubierto.

‘Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción’

En julio del año 1641, un con­voy de 30 naves de la Flota de Nue­va España par­tió de Ver­acruz (Méx­i­co), en via­je de vuelta a la Penín­su­la. A la cabeza iba, como cap­i­tana, el galeón San Pedro y San Pablo; en la cola, la nave del almi­rante Juan de Villav­i­cen­cio, el Nues­tra Seño­ra de la Pura y Limpia Con­cep­ción, un galeón de 600 toneladas que había sido con­stru­i­do en La Habana en 1620 y que, como expli­ca el his­to­ri­ador marí­ti­mo Xavier Armendáriz en la revista Nation­al Geo­graph­ic, llev­a­ba una car­ga de incal­cu­la­ble val­or: 25 toneladas de oro y pla­ta proce­dentes de las minas de Méx­i­co y de Poto­sí, en Bolivia, así como miles de mon­edas de Felipe IV, un carga­men­to de porce­lana chi­na de la dinastía Ming, joyas, sedas, las perte­nen­cias de la viu­da de Hernán Cortés y el inevitable con­tra­ban­do de oro y pla­ta, que rep­re­senta­ba, al menos, un ter­cio de la car­ga ofi­cial. En total, más de 200 mil­lones de dólares de hoy.

Tras hac­er escala en La Habana para reparar averías, la flota reanudó el via­je, pero a la altura de Flori­da los sor­prendió un huracán que hundió la may­oría de los bar­cos. A las ocho de la tarde del 30 de octubre, el Con­cep­ción chocó vio­len­ta­mente con unos arrecifes y se fue tam­bién a pique.

Des­de entonces se han suce­di­do los inten­tos por rescatar el tesoro, el primero de ellos, por el capitán esta­dounidense de Nue­va Inglater­ra William Phips, tan solo unas décadas después del naufra­gio. En los años sesen­ta, y tras casi tres sig­los de olvi­do, el céle­bre explo­rador oceanográ­fi­co francés Jacques Cousteau inten­tó localizar­lo, pero final­mente sería un caza­te­soros esta­dounidense, Burt Web­ber, quien, en 1978, encon­tró la pista del galeón español y comen­zó la búsque­da tras lle­gar a un acuer­do con el Gob­ier­no domini­cano, en cuyas aguas había naufra­ga­do el bar­co. El equipo de Web­ber anun­ció el hal­laz­go del pecio y rescató un total de 60.000 mon­edas de pla­ta, además de mul­ti­tud de arte­fac­tos y cade­nas de oro.

La operación fue, según Armendáriz, un éxi­to económi­co, pero tam­bién un desas­tre para la arque­ología marí­ti­ma, pues «Web­ber no sigu­ió ningún tipo de metodología ni reg­istro cien­tí­fi­co y destrozó el yacimien­to». Des­de entonces, el Con­cep­ción sigue sien­do excava­do por la empre­sa de Burt Web­ber y otros caza­te­soros, como Tra­cy Bowden.

‘Nuestra Señora de Atocha’

En julio de 1985, y tras una búsque­da de 16 años, el esta­dounidense Mel Fish­er y su equipo de la empre­sa Trea­sure Salvors encon­traron final­mente en Key West, Flori­da, el galeón español Nues­tra Seño­ra de Atocha, naufra­ga­do a causa de un huracán entre el 4 y el 5 de sep­tiem­bre de 1622 cuan­do nave­g­a­ba car­ga­do de oro, pla­ta y piedras pre­ciosas extraí­dos de las minas de Méx­i­co, Perú y Colombia.

El Nues­tra Seño­ra de Atocha, con­stru­i­do para la coro­na españo­la en La Habana en 1620, pesa­ba 550 toneladas e iba fuerte­mente arma­do. Llev­a­ba palos trin­quetes y may­ores con velas cuadras y un palo de mesana con vela lati­na. Se hundió con 265 per­sonas a bor­do, de las que, según cuen­tas las cróni­cas, solo sobre­vivieron cin­co (tres marineros y dos esclavos), que lograron afer­rarse al tocón del palo de mesana. Durante los sigu­ientes 60 años, equipos españoles de sal­va­men­to bus­caron el galeón, pero nun­ca encon­traron ras­tro alguno.

El val­or del tesoro que car­ga­ba el bar­co se cal­cu­la en unos 400 mil­lones de dólares, pero solo se encon­traron 63 cofres con 250.000 doblones de oro, acuña­dos en Méx­i­co en el siglo XVIII. Los de menor val­or son de 300 dólares, y los de may­or, de 1.200. De ahí se extra­jeron 70.000 dólares en bar­ras de pla­ta. Actual­mente, los arte­fac­tos y tesoros del Atocha con­sti­tuyen la parte prin­ci­pal de la colec­ción del Mel Fish­er Mar­itime Her­itage Soci­ety Muse­um, en Flori­da (EE UU).

‘Santísima Trinidad’

Tam­bién como con­se­cuen­cia de un fuerte huracán, naufragó, en 1711, el galeón San­tísi­ma Trinidad (no con­fundir con el navío de guer­ra del mis­mo nom­bre, apo­da­do «El Esco­r­i­al de los mares», que fue hun­di­do tras la batal­la de Trafal­gar, en 1805). El bar­co se fue a pique a tan solo 24 kilómet­ros de la cos­ta de La Habana, car­ga­do con un botín con des­ti­no a España val­o­rado en 400 mil­lones de dólares actuales.

En 1998, buzos cana­di­ens­es y cubanos comen­zaron a bus­car en las afueras del puer­to de La Habana los restos del galeón, tras un acuer­do com­er­cial entre el Gob­ier­no de Cuba y dos empre­sas pri­vadas de Canadá, que incluia el repar­to a partes iguales de los tesoros encon­tra­dos, no solo en este bar­co, sino tam­bién en los cer­ca de 500 gale­ones que, según los his­to­ri­adores, podrín per­manecer hun­di­dos en esta zona.

Según los exper­tos, de los 13.000 gale­ones que nave­g­aron entre el Caribe y España durante los sig­los XVI y XVII, la mitad se hundió, y muchos de ellos lo hicieron frente a las costas de Cuba. Visa Gold Resources, una empre­sa de rescates con base en Toron­to, se adju­dicó la zona del puer­to de La Habana y 1.500 mil­las cuadradas de la cos­ta noroeste de Cuba. Según declaró en su día Doug Lewis, pres­i­dente de esta empre­sa, en el puer­to hay 400 gale­ones hun­di­dos, y otros 100 han sido detec­ta­dos mar aden­tro, al noroeste.

El acuer­do estip­u­la­ba la preser­vación arque­ológ­i­ca de todo lo que se encuen­tre, incluyen­do cañones, cerámi­cas e instru­men­tos de nave­gación, entre otros elementos.

‘Nuestra Señora de las Mercedes’

Más de dos sig­los después de que los cañones ingle­ses enviaran al fon­do del mar a la fra­ga­ta españo­la Nues­tra Seño­ra de la Mer­cedes, una bue­na parte del tesoro que la nave traía des­de Lima (val­o­rado en unos 500 mil­lones de dólares, unos 380 mil­lones de euros) llegó final­mente a España en febrero de 2012, tras cin­co años de liti­gio con la empre­sa que lo encon­tró, la esta­dounidense Odyssey Marine Exploration.

Las valiosas telas de vicuña y el carga­men­to de quina y canela que trans­porta­ba tam­bién el bar­co se perdieron para siem­pre, pero las más de medio mil­lón de mon­edas de pla­ta y oro que Odyssey con­sigu­ió extraer del fon­do mari­no, el may­or tesoro jamás encon­tra­do bajo el agua, cruzaron de nue­vo el Atlán­ti­co, esta vez des­de Esta­dos Unidos, para ser estu­di­adas, restau­radas y, final­mente, expues­tas al públi­co en España. El 30 de noviem­bre de 2012 la Sec­re­taría de Esta­do de Cul­tura anun­ció que el des­ti­no del tesoro sería el Museo Nacional de Arque­ología Sub­acuáti­ca de Carta­ge­na. Ape­nas dos días después, el 2 de diciem­bre de 2012, el tesoro llegó a su destino.

La Mer­cedes, cuyo pecio fue des­cu­bier­to por Odyssey en mayo de 2007 en el Gol­fo de Cádiz, había sido bota­da en el puer­to de La Habana en 1786, y forma­ba parte del con­voy que cubría la ruta com­er­cial entre España y sus colo­nias amer­i­canas. A las nueve y cuar­to de la mañana del 5 de octubre de 1804, cuan­do nave­g­a­ba ya muy próx­i­ma a su des­ti­no, cer­ca de las costas por­tugue­sas del Algarve, el navío español fue alcan­za­do de lleno por un cañon­a­zo del bar­co inglés HSM Amphion. En el com­bate y pos­te­ri­or naufra­gio murieron 249 marineros. Los 51 super­vivientes fueron hechos pri­sioneros y traslada­dos al Reino Unido. Las otras fra­gatas que con­forma­ban la flota españo­la fueron cap­turadas y trasladadas tam­bién a Inglater­ra meses después.

El ataque tuvo como con­se­cuen­cia el final del ya frágil acuer­do de paz entre Gran Bre­taña y España, y fue el pre­lu­dio de la batal­la de Trafal­gar. El hecho de que se pro­du­jese sin declaración de guer­ra pre­via, que causase un gran número de muer­tos y que con­du­jese final­mente a un con­flic­to béli­co llevó al Gob­ier­no español a com­para­r­lo, durante el liti­gio con Odyssey, con el ataque japonés a Pearl Har­bour,  que des­en­ca­denó en 1941 la par­tic­i­pación de EE UU en la Segun­da Guer­ra Mundial.

‘San Diego’

El San Diego fue un galeón español que forma­ba parte de los Gale­ones de Mani­la, la flota que cubría la ruta com­er­cial entre Nue­va España (actu­al Méx­i­co) y la entonces colo­nia españo­la de Fil­ip­inas, y a través de la cual se inter­cam­bi­a­ban pro­duc­tos chi­nos y pla­ta mex­i­cana. Las mer­cancías lle­ga­ban prin­ci­pal­mente al puer­to de Aca­pul­co, des­de donde eran trans­portadas por vía ter­restre has­ta Veracruz.

El 10 de diciem­bre de 1600, el San Diego, que se encon­tra­ba fondea­do en el puer­to de Cavite, en la bahía de Mani­la, fue arma­do con catorce cañones y envi­a­do, jun­to con un pat­ache y dos galeras, a repel­er un ataque de navíos holan­deses con­tra la cap­i­tal del archip­iéla­go. Tras sufrir una grave vía de agua durante el com­bate, la nave inten­tó volver a puer­to, pero se hundió durante el trayec­to. Murieron 300 marineros, y se sal­varon cer­ca de 100.

El pecio del San Diego fue des­cu­bier­to el 21 de abril de 1991 por el arqueól­o­go sub­mari­no frac­ncés Franck God­dio, tras con­sul­tar la infor­ma­ción sobre el bar­co exis­tente en el Archi­vo de Indias. La nave se encon­tra­ba a 52 met­ros de pro­fun­di­dad, y a 1.200 kilómet­ros de la Isla For­tu­na, en la bahía de Mani­la. Fueron rescata­dos un total de 6.000 obje­tos, incluyen­do mon­edas, joyas de oro, porce­lanas de la dinastía Ming, armas y cañones. El 70% se depositó en el Museo Naval de Madrid y el 30% restante, en el Museo Nacional de Fil­ip­inas. Tan­to el bar­co como los restos de los marineros fal­l­e­ci­dos con­tinúan en el lugar del naufragio.

‘San Sebastián’

Proce­dente asimis­mo de Mani­la, el galeón San Sebastián se hundió el 7 de enero de 1583, tras chocar con­tra un arrecife cer­ca de Pun­ta Reyes, en el Estre­cho de Mag­a­l­lanes, Chile. Los tra­ba­jos de explo­ración lle­va­dos a cabo has­ta aho­ra han logra­do dar con el paradero de la nave, que se encuen­tra a poca pro­fun­di­dad. No obstante, los inten­tos por recu­per­ar su car­ga han sido, has­ta aho­ra, infructuosos.

‘Juno’

La fra­ga­ta españo­la Juno, un bar­co míti­co para los bus­cadores de tesoros mari­nos en Esta­dos Unidos, había par­tido de Cuba y nave­g­a­ba rum­bo a España cuan­do, en octubre de 1802, se hundió frente a las costas de Vir­ginia, después de que una galer­na rompiera el mástil de su vela may­or. Llev­a­ba 425 pasajeros a bor­do y un carga­men­to que un bus­cador de tesoros esta­dounidense cal­culó en 500 mil­lones de dólares, a pesar de que los 2,5 mil­lones de pesos en pla­ta que trans­porta­ba la nave habían sido trans­feri­dos a otro buque, el San José, que fue el que final­mente llevó la car­ga has­ta España.

El Gob­ier­no español reclamó la propiedad de los restos ale­gan­do que se trata­ba de un buque de guer­ra. La sen­ten­cia fue ini­cial­mente favor­able a la empre­sa pri­va­da esta­dounidense que llevó a cabo el fres­cate (Sea Hunt), al enten­der que España había aban­don­a­do los restos, pero en 1999 el fal­lo fue revo­ca­do por la Corte Fed­er­al, al con­sid­er­ar que la fra­ga­ta era un buque de la Arma­da y que, por tan­to, goz­a­ba de inmu­nidad sober­ana. Los dere­chos de sal­va­men­to fueron igual­mente rec­haz­a­dos, pues resul­tan improce­dentes al tratarse de restos de vidas humanas. El Tri­bunal Supre­mo no admi­tió el recur­so, zan­jan­do defin­i­ti­va­mente la propiedad a favor de España.

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