La batalla del Ártico

Miguel Máiquez, 21/9/2015

Exten­siones inter­minables de hielo bañadas por una luz irre­al, ani­males y plan­tas admirable­mente adap­ta­dos a la super­viven­cia en condi­ciones extremas, épi­cas his­to­rias de explo­radores en el límite de la resisten­cia humana, remo­tas cul­turas ances­trales ais­ladas has­ta hace ape­nas un siglo… Pocas regiones de la Tier­ra exci­tan tan­to la imag­i­nación como el Árti­co, la últi­ma fron­tera, el océano hela­do, un paraí­so ecológi­co de 16,5 mil­lones de met­ros cuadra­dos repar­tidos entre ocho país­es, donde viv­en ape­nas 13 mil­lones de per­sonas, y bajo cuya super­fi­cie se encuen­tran, tam­bién, poten­cial­mente, el 13% del petróleo y el 30% de todo el gas que per­manece aún sin explotar en el plan­e­ta. Una can­ti­dad más que sufi­ciente como para exci­tar, espe­cial­mente, la imag­i­nación de la indus­tria energéti­ca, en un momen­to en que el con­tin­uo deshielo de la región, como con­se­cuen­cia del cam­bio climáti­co, está aumen­tan­do cada vez más las posi­bil­i­dades de realizar perforaciones.

Según datos pub­li­ca­dos esta mis­ma sem­ana por el Cen­tro Nacional Esta­dounidense de Datos de Nieve y Hielo (NSIDC, por sus siglas en inglés), la capa de hielo del Árti­co alcanzó su mín­i­ma exten­sión el pasa­do 11 de sep­tiem­bre. Se tra­ta del niv­el más bajo reg­istra­do has­ta aho­ra en las mediciones por satélite, que han venido con­fir­man­do esta reduc­ción pro­gre­si­va a lo largo de los últi­mos nueve años.

Los datos, reforza­dos por los análi­sis que lle­va a cabo tam­bién la NASA, indi­can que las aguas que rodean al Polo Norte tienen actual­mente un total de 4,41 mil­lones de kilómet­ros cuadra­dos de super­fi­cie cubier­ta por hielo. La media reg­istra­da entre los años 1980 y 2001 situ­a­ba el niv­el mín­i­mo de hielo en el Árti­co en 6,22 mil­lones de kilómet­ros cuadra­dos, un 29% más. El úni­co dato pos­i­ti­vo es que, según los exper­tos, a lo largo de esta últi­ma déca­da el deshielo ha sido inclu­so peor en otros tres años, espe­cial­mente en 2012, cuan­do se alcanzó el récord abso­lu­to de pér­di­da de hielo en un solo año.

El sigu­iente vídeo, una ani­mación real­iza­da por la NASA, mues­tra la evolu­ción de la super­fi­cie hela­da del Árti­co des­de su máx­i­ma exten­sión durante el invier­no, alcan­za­da el pasa­do 25 de febrero, has­ta el mín­i­mo reg­istra­do el 11 de septiembre:

El deshielo del Árti­co, con­sid­er­a­do el prin­ci­pal y más evi­dente indi­cador del calen­tamien­to glob­al, está cam­bian­do rad­i­cal­mente nues­tra has­ta aho­ra escasa relación con los con­fines más septen­tri­onales del plan­e­ta. La aper­tu­ra de nuevas rutas de nave­gación hizo que, en 2010, cruza­sen por primera vez el Árti­co buques mer­cantes y de tur­is­tas. En 2014 ya lo habían hecho más de 300 bar­cos. Para medi­a­dos del pre­sente siglo se pre­vé que la población de la región haya aumen­ta­do has­ta el pun­to de supon­er un severo impacto sobre la cul­tura local, ya ame­naza­da en la actu­al­i­dad, y cuyo ries­go de extin­ción se incre­men­ta con cada año que pasa.

Pero, sobre todo, el deshielo está hacien­do posi­ble realizar más per­fora­ciones y prospec­ciones en bus­ca de hidro­car­buros, una activi­dad que, a su vez, y como denun­cian las orga­ni­za­ciones ecol­o­gis­tas, incre­men­ta la emisión de los gas­es que están provo­can­do el cam­bio climáti­co. Y la batal­la es tam­bién políti­ca, con los Esta­dos impli­ca­dos inmer­sos en una autén­ti­ca lucha por la delim­itación de sus aguas ter­ri­to­ri­ales y el dere­cho a la explotación de estos recursos.

Sin una clara apues­ta aún por las energías alter­na­ti­vas, y ante el ago­tamien­to del petróleo en otras zonas del plan­e­ta, o la volatil­i­dad de las regiones, como Ori­ente Medio, donde aún es abun­dante, la necesi­dad de reducir la depen­den­cia energéti­ca recur­rien­do a la poten­cial riqueza árti­ca es una tentación demasi­a­do grande.

La indus­tria energéti­ca insiste en que sus proyec­tos se ajus­tan a las may­ores exi­gen­cias de seguri­dad y pro­tec­ción medioam­bi­en­tal, y los gob­ier­nos han incre­men­ta­do, en teoría, las medi­das de con­trol, al tiem­po que fir­man trata­dos y com­pro­misos para la pro­tec­ción del del­i­ca­do eco­sis­tema árti­co. Pero las orga­ni­za­ciones ecol­o­gis­tas, sin embar­go, aler­tan del camino sin retorno que supone la explotación de la región y han inten­si­fi­ca­do sus cam­pañas, logra­do mov­i­lizar a per­son­al­i­dades, artis­tas y a un número cada vez may­or de ciu­dadanos. Solo en España, la cam­paña de Green­peace Sal­va el Árti­co ha recogi­do ya cer­ca de medio mil­lón de fir­mas. En todo el mun­do, el número de fir­mas para evi­tar las per­fora­ciones de la multi­na­cional anglo­holan­desa Shell y de la com­pañía gasís­ti­ca rusa Grazpon ha super­a­do ya los 7,4 mil­lones.

Estas son las claves de la región y de lo que está pasando:

Un escenario único y lleno de vida

El Árti­co, el área alrede­dor del Polo Norte, es en su may­or parte un exten­so océano cubier­to de una ban­quisa (capa de hielo flotante), y rodea­do por tier­ras despobladas de árboles y sub­sue­lo hela­do. La región posee una extra­or­di­nar­ia bio­di­ver­si­dad, incluyen­do los organ­is­mos que viv­en en el hielo, peces, aves y mamífer­os mari­nos, así como sociedades humanas adap­tadas a las condi­ciones extremas y al frío. Se tra­ta de un área úni­ca que reac­ciona de for­ma espe­cial­mente sen­si­ble a los cam­bios del cli­ma, por lo que apor­ta un refle­jo glob­al esen­cial para el estu­dio del calen­tamien­to de la Tierra.

El límite de la región suele estable­cerse en el Cír­cu­lo Polar Árti­co (66° 33’N), en las zonas bajo el Sol de Medi­anoche y en el hábi­tat nat­ur­al del oso polar. Tam­bién se con­sid­era en este sen­ti­do la isoter­ma de los 10 °C del mes de julio, cor­re­spon­di­ente de for­ma aprox­i­ma­da a la línea arbórea.

El Árti­co incluye partes de Rusia, Esta­dos Unidos (Alas­ka), Canadá, Groen­lan­dia (Dina­mar­ca), Islandia, la región de Laponia (en Sue­cia, Norue­ga y Fin­lan­dia), y las islas Sval­bard (Norue­ga), además del Océano Árti­co en sí. El prin­ci­pal grupo humano autóctono en la zona es el inu­it, divi­di­do en dos cul­turas prin­ci­pales: dorset y thule.

La fortaleza hace aguas

El calen­tamien­to del Árti­co es evi­dente. Según los datos del NSIDC, el prin­ci­pal cen­tro de inves­ti­gación polar de EE UU, en 2010 la tem­per­atu­ra del aire en el Árti­co era cua­tro gra­dos más alta que en el prome­dio del peri­o­do 1968–1996. Y las imá­genes de satélite mues­tran que la capa de hielo mari­no en sep­tiem­bre se ha reduci­do un 30% en los últi­mos 30 años. Tam­bién han decre­ci­do la cubier­ta de nieve, la super­fi­cie de ter­reno hela­do y los glacia­res del norte de Canadá y Groenlandia.

La capa de hielo del Árti­co crece y se con­trae cícli­ca­mente cada año, de acuer­do con el cam­bio esta­cional, pero la exten­sión mín­i­ma (la reg­istra­da al final de la tem­po­ra­da de deshielo, en ver­a­no) ha ido dis­min­uyen­do pro­gre­si­va­mente des­de los años seten­ta, coin­ci­di­en­do con el aumen­to glob­al de las tem­per­at­uras aso­ci­a­do al cam­bio climático.

Si bien las varia­ciones inter­an­uales pueden estar vin­cu­ladas a fenó­menos mete­o­rológi­cos locales, la NASA ha recor­da­do que los mín­i­mos históri­cos alcan­za­dos este año no son el caso: «Este año es el cuar­to más bajo, y aún no hemos vis­to ningún fenó­meno mete­o­rológi­co impor­tante o patrón de cli­ma per­sis­tente en el Árti­co que haya ayu­da­do a impul­sar el deshielo», explicó Walt Meier, cien­tí­fi­co del God­dard Space Flight Cen­ter (GSFC). «El ver­a­no fue un poco más cáli­do que el año ante­ri­or en algu­nas áreas, pero tam­bién más frío en otras», añadió. El récord de 2012, por ejem­p­lo, se vio favore­ci­do por «un poderoso ciclón que frac­turó la capa de hielo y acel­eró su declive».

En pal­abras del pro­pio Meier, «la capa de hielo del Árti­co se está volvien­do cada vez menos resistente, y cada año hace fal­ta menos calor para que se pro­duz­ca un episo­dio grave de deshielo». De hecho, diez de los años con nive­les mín­i­mos de hielo se con­cen­tran en lo que lle­va­mos de siglo XXI. «Bue­na parte del hielo del Árti­co, que solía ser una capa sól­i­da, está aho­ra frag­men­ta­da en tém­panos más pequeños que están más expuestos al calen­tamien­to de las aguas del mar abier­to. En el pasa­do, el hielo mari­no árti­co era como una for­t­aleza que sólo podía ser ata­ca­da por los lados. Aho­ra es como si los inva­sores hubier­an excava­do túne­les por aba­jo y la capa de hielo se estu­viese der­ri­tien­do des­de den­tro», explica.

Amenaza real

La capa de hielo actúa como ais­lante de la tem­per­atu­ra en el Océano Árti­co, man­te­nien­do así el equi­lib­rio del eco­sis­tema, pero el deshielo tiene tam­bién impor­tantes reper­cu­siones globales.

Por un lado, el hielo refle­ja una gran can­ti­dad de calor solar hacia el espa­cio (menos que la nieve, que refle­ja el 70%, pero mucho más que el agua, que ape­nas lle­ga al 10%), y mantiene así fres­co el plan­e­ta, esta­bi­lizan­do los sis­temas mete­o­rológi­cos. Por otro, el deshielo supone un pau­lati­no incre­men­to del niv­el del mar, cuyas con­se­cuen­cias en el futuro pueden ser muy graves. En España, y según un informe pub­li­ca­do el año pasa­do por Green­peace, zonas costeras tan turís­ti­cas como Mar­bel­la (Mála­ga), Benidorm (Ali­cante), la playa de La Con­cha (San Sebastián) o La Man­ga del Mar Menor (Mur­cia), entre otras, podrían desa­pare­cer en este siglo si no se logra evi­tar el deshielo del Árti­co y fre­nar el cam­bio climático.

Los efec­tos para la fau­na local son tam­bién dramáti­cos. El ejem­p­lo de los osos polares es, quizá, el más lla­ma­ti­vo. El deshielo está provo­can­do la desapari­ción de las focas, su prin­ci­pal fuente de ali­mentación, y, según un reciente estu­dio elab­o­ra­do por cien­tí­fi­cos de la uni­ver­si­dad esta­dounidense de Wyoming, estos osos, los prin­ci­pales depredadores de la zona, no han sido capaces de adap­tarse a la fal­ta de ali­men­to, como hacen sus pari­entes de zonas más tem­pladas, entran­do en un esta­do letár­gi­co, sim­i­lar a la hiber­nación. La con­se­cuen­cia es que están murien­do de ham­bre o emi­gran­do cada vez más hacia el sur, hacia zonas más pobladas por el hom­bre y urban­izadas, con el con­sigu­iente ries­go para su supervivencia.

La tentación del petróleo

Los avances tec­nológi­cos en la indus­tria, los altos pre­cios del petróleo y la inesta­bil­i­dad de las regiones donde es más abun­dante, el drás­ti­co der­re­timien­to de la super­fi­cie hela­da y la con­sigu­iente dis­min­u­ción de los ries­gos y las difi­cul­tades para las prospec­ciones, la aper­tu­ra de nuevas rutas marí­ti­mas en zonas has­ta aho­ra no nave­g­ables… Todo ello ha con­ver­tido al Árti­co en un área de máx­i­mo interés para la indus­tria petrolera.

Pese a que las primeras extrac­ciones de petróleo se pro­du­jeron hace ya casi 50 años, en 1968, en el norte de Alas­ka, la mitad de las 19 cuen­cas geológ­i­cas que com­po­nen la región todavía no han sido explo­radas, y las inves­ti­ga­ciones real­izadas señalan que podrían alber­gar has­ta el 13% del petróleo y el 30% de todo el gas que per­manece aún sin explotar en el planeta.

Un estu­dio de 2008, real­iza­do por el Depar­ta­men­to de Geología de Esta­dos Unidos, indi­ca­ba que el área norte del Cír­cu­lo Árti­co con­tiene alrede­dor de 90.000 mil­lones de bar­riles de petróleo aún no des­cu­bier­tos, y 44.000 mil­lones de bar­riles de gas nat­ur­al líqui­do. Más de la mitad de todos estos recur­sos podría encon­trarse en solo tres zonas geológ­i­cas: el Árti­co de Alas­ka, la cuen­ca de Amera­sia, y la cuen­ca East Green­land Rift.

Algunos exper­tos vatic­i­nan que, para el año 2050, las indus­trias min­eras y de petróleo y gas oper­arán de for­ma ruti­nar­ia en la región, de donde pro­ced­erá cer­ca de un 25% de los recur­sos glob­ales de estas mate­rias primas.

Una nueva guerra fría

En una con­fer­en­cia cel­e­bra­da en Groen­lan­dia en 2008, cin­co de los país­es con ter­ri­to­rio en el Árti­co (Canadá, Esta­dos Unidos, Norue­ga, Rusia y Dina­mar­ca) se com­pro­metieron a some­ter sus recla­ma­ciones sobre la región al arbi­tra­je de Naciones Unidas, y, en con­cre­to, a la Comisión Inter­na­cional para los Límites de la Pla­ca Con­ti­nen­tal, de acuer­do con la Con­ven­ción de Dere­cho Mari­no. Esta con­ven­ción, sin embar­go, solo otor­ga dere­chos has­ta la línea de 320 kilómet­ros de la cos­ta. En el caso de que la platafor­ma con­ti­nen­tal se extien­da más allá, entonces el país puede pre­sen­tar su recla­mación para que la comisión de la ONU recomiende un límite ulte­ri­or. Canadá, Rusia y Dina­mar­ca ya lo han hecho, en relación al Polo Norte.

Así, el pasa­do mes de agos­to, Rusia volvió a solic­i­tar ante la ONU ampli­ar su platafor­ma con­ti­nen­tal en el Árti­co, una peti­ción que ya había sido dene­ga­da en 2001, amparán­dose en que la Con­ven­ción del Dere­cho Mari­no ofrece a los Esta­dos la posi­bil­i­dad de estable­cer zonas económi­cas exclu­si­vas de 200 mil­las. La solic­i­tud rusa incluye un espa­cio sub­mari­no de 1,2 mil­lones de kilómet­ros cuadra­dos de super­fi­cie que se extiende más de 350 mil­las mari­nas des­de la oril­la, con lo que Moscú adquiriría dere­cho pri­or­i­tario para explotar recur­sos cal­cu­la­dos en más de 5.000 mil­lones de toneladas de hidro­car­buros. El prob­le­ma es que Norue­ga, Dina­mar­ca, Canadá y EE UU tienen tam­bién aspira­ciones sobre esta zona.

Canadá, por su parte, pre­sen­tó su propia recla­mación en diciem­bre de 2013, y lle­va años actuan­do de for­ma acti­va para reforzar su sober­anía en su zona de ter­ri­to­rio árti­co, incluyen­do patrul­las mil­itares en las áreas más remo­tas, o el sis­tema de vig­i­lan­cia por satélite Radarsat 2. El obje­ti­vo del Gob­ier­no cana­di­ense es, además de for­t­ale­cer su con­trol ter­ri­to­r­i­al, obten­er una bue­na posi­ción de cara a futuras con­ver­sa­ciones sobre el Paso del Noroeste.

Mien­tras, Dina­mar­ca inter­pu­so en 2014 una recla­mación en la que solic­ita­ba para sí un área de casi 900.000 kilómet­ros cuadra­dos. Según Copen­h­ague, la sier­ra de Lomonósov es la exten­sión nat­ur­al de la platafor­ma de Groen­lan­dia. En cuan­to a Esta­dos Unidos, el país se con­sid­era una nación árti­ca des­de que incor­poró a Alas­ka a su ter­ri­to­rio, en 1867. Wash­ing­ton, no obstante, no ha fir­ma­do ni rat­i­fi­ca­do la Con­ven­ción de Dere­cho Marino.

El interés no es solo energéti­co o ter­ri­to­r­i­al. El Árti­co tiene tam­bién una gran impor­tan­cia para los país­es con sub­mari­nos nuclear­es, ya que des­de el mar de Bar­ents se pueden alcan­zar la may­oría de blan­cos impor­tantes en el mun­do, puesto que por ahí pasa la trayec­to­ria más cor­ta para los mis­iles balís­ti­cos en ambos hemisferios.

Shell en Alaska

Después de var­ios inten­tos fal­li­dos, la multi­na­cional petrol­era Shell recibió final­mente el pasa­do 18 de agos­to el per­miso del Gob­ier­no esta­dounidense para comen­zar a per­forar en un pozo en aguas del Árti­co frente a las costas de Alas­ka. Has­ta aho­ra, la Admin­is­tración del pres­i­dente Barack Oba­ma había per­mi­ti­do la explo­ración, pero no los tra­ba­jos sobre pozos ya cer­ti­fi­ca­dos con petróleo, ante la fal­ta de tec­nología especí­fi­ca por parte de Shell para con­tener un posi­ble vertido.

Shell aban­donó sus tra­ba­jos de explo­ración en el Árti­co hace tres años, cuan­do una de sus platafor­mas sufrió graves daños en una tor­men­ta, y tras ser mul­ta­da por con­t­a­m­i­nación en sus vue­los en la zona. La petrol­era anglo­holan­desa ha inver­tido más de 6.000 mil­lones de dólares en sus proyec­tos petroleros en Alas­ka, pero has­ta el momen­to no ha com­ple­ta­do el desar­rol­lo de un solo pozo.

La decisión se pro­du­jo después de que el bar­co rompe­hie­los fin­landés Fen­ni­ca, que cuen­ta con la tec­nología nece­saria para blo­quear cualquier der­rame, lle­gase al lugar de per­foración en el mar de Chukchi, en el noroeste de Alas­ka. Según declaró la Ofic­i­na de Seguri­dad y Medioam­bi­en­tal de EE UU (BSEE, en inglés), «las activi­dades lle­vadas a cabo en el mar de Alas­ka se ajus­tan a los may­ores exi­gen­cias de seguri­dad, pro­tec­ción medioam­bi­en­tal y respues­ta de emergencias».

El Fon­do Mundi­al para la Nat­u­raleza (WWF), sin embar­go, advir­tió de que el per­miso con­ce­di­do a Shell «trae con­si­go un nue­vo niv­el de ries­go para el Árti­co, y supone asimis­mo con­t­a­m­i­nación, trá­fi­co y rui­do ina­cept­a­bles para el prísti­no hog­ar de los osos polares, mor­sas, bal­lenas y aves mari­nas», aña­di­en­do que ala vida sil­vestre y las comu­nidades locales de la región «están en peligro».

Círculo vicioso

Las aso­cia­ciones ecol­o­gis­tas lle­van años aler­tan­do de que las con­se­cuen­cias medioam­bi­en­tales de esta explotación pueden ser tan graves como los efec­tos del deshielo en sí. Según Green­peace, una de las orga­ni­za­ciones que lid­era la lucha con­tra las prospec­ciones en el Árti­co, «la extrac­ción de petróleo supone una lib­eración de más gas­es de efec­to inver­nadero (la que­ma de com­bustibles fósiles es el prin­ci­pal cau­sante del calen­tamien­to glob­al), que volverían a ali­men­tar el cam­bio climáti­co, pro­ducien­do más calor y más deshielo. Además, nos arries­g­amos a sufrir un ver­tido de petróleo que sería imposi­ble de ata­jar en las condi­ciones extremas de la región, y pon­dría en peli­gro su del­i­ca­do ecosistema».

Además, añade Green­peace, «el afán de los país­es limítro­fes de explotar los recur­sos petroleros y pes­queros está provo­can­do una ame­naza real de con­flic­tos béli­cos. País­es como Rusia y Norue­ga ya han anun­ci­a­do ‘batal­lones por el Árti­co’ para luchar por sus intere­ses nacionales en el área.

Por otro lado, las prospec­ciones sís­mi­cas, real­izadas a través de dis­paros con cañones de aire, para encon­trar petróleo en el Árti­co podrían lesion­ar grave­mente a las bal­lenas y a otras especies mari­nas, según denun­cia un informe de la insti­tu­ción cien­tí­fi­ca Marine Con­ser­va­tion Research.

Green­peace denun­ció que una empre­sa norue­ga que opera al este de Groen­lan­dia ha comen­za­do a mapear el lecho mari­no para encon­trar posi­bles yacimien­tos de petróleo, y que el méto­do usa­do en las prospec­ciones con­siste en «eje­cu­tar dis­paros con cañones de aire que emiten pul­sos de sonidos de 259 deci­belios hacia el fon­do mari­no, una inten­si­dad que sería percibi­da por el ser humano como, aprox­i­mada­mente, ocho veces más fuerte que un motor a reac­ción despegando».

«Está claro que el rui­do de las prospec­ciones sís­mi­cas tiene un impacto sobre las bal­lenas, ya que puede dañar su audi­ción, la capaci­dad de comu­ni­cación y tam­bién desplazar a los ani­males, porque afec­ta a su com­por­tamien­to durante el buceo, la ali­mentación y los patrones de migración», declaró uno de los inves­ti­gadores del insti­tu­to Marine Con­ser­va­tion Research.

Zona sensible

En 1991, los ocho país­es ribereños del Océano Árti­co que, cin­co años más tarde, con­sti­tuyeron el Con­se­jo Árti­co como foro inter­gu­ber­na­men­tal para fomen­tar la pre­ocu­pación ecológ­i­ca, la coop­eración sobre desar­rol­lo sostenible y el bien­es­tar de la población indí­ge­na, apro­baron la lla­ma­da Estrate­gia Árti­ca de Pro­tec­ción Medioam­bi­en­tal, en la que se iden­ti­fi­caron los con­sid­er­a­dos entonces como los seis prin­ci­pales prob­le­mas medioam­bi­en­tales de la región:

  • Per­sis­ten­cia de con­t­a­m­i­nantes orgáni­cos (poli­clorob­ife­ni­los, DDT, plagui­ci­das), espe­cial­mente tóx­i­cos en el área del Polo Norte.
  • Con­t­a­m­i­nación por hidro­car­buros, más peli­grosa en el Árti­co que en otras regiones, ya que las espe­ciales condi­ciones climáti­cas de la zona (baja tem­per­atu­ra, peri­o­dos de escasa luz, radiación ultra­vi­o­le­ta) reducen las posi­bil­i­dades de que un ver­tido de petróleo pue­da descom­pon­erse o dis­per­sarse por el oleaje.
  • Pres­en­cia de met­ales pesa­dos, que dis­min­uye los nive­les del pH, afectan­do a la bio­di­ver­si­dad de la zona.
  • Con­t­a­m­i­nación acús­ti­ca, que afec­ta no solo a los ani­males, sino tam­bién a la for­ma­ción del hielo, el der­re­timien­to, la rotu­ra de blo­ques y su movimien­to, con el con­sigu­iente ries­go para la navegación.
  • Radi­ac­tivi­dad, como con­se­cuen­cia de las prue­bas nuclear­es de los años 50 y 60, y de los efec­tos del acci­dente de Cher­nobyl en 1986.
  • Acid­i­fi­cación (los nive­les de azufre y nitrógeno emi­ti­dos por la activi­dad indus­tri­al del mun­do), que afec­ta a la cal­i­dad del aire.

Alternativas y más protección

Para los ecol­o­gis­tas, la solu­ción pasa por la declaración de un san­tu­ario glob­al en el Árti­co que pro­hí­ba la extrac­ción de petróleo y la activi­dad mil­i­tar en la zona, y que reg­ule las pes­querías y el trá­fi­co marí­ti­mo en aguas polares. «Los exper­tos nos recuer­dan que los yacimien­tos que aún están sin explotar deben per­manecer en el sub­sue­lo y que habría que desar­rol­lar energías limpias y ren­ov­ables que, además de crear nuevos puestos de tra­ba­jo, podrían pro­por­cionar energía a los dos mil­lones de per­sonas que actual­mente care­cen de acce­so [en la región] a cualquier ser­vi­cio energéti­co», indi­ca Greenpeace.

De momen­to, el Gob­ier­no esta­dounidense, que ocu­pa en la pres­i­den­cia rota­to­ria del Con­se­jo Árti­co has­ta 2017, se ha mar­ca­do como obje­tivos ofi­ciales, y de for­ma muy gen­er­al, «hac­er frente al impacto del cam­bio climáti­co en el Árti­co; pro­mover la seguri­dad, pro­tec­ción y admin­is­tración del Océano; y mejo­rar las condi­ciones económi­cas y de vida para las comu­nidades árti­cas real­izan­do mejo­ras en los sec­tores social y económico».

El sec­re­tario de Esta­do de EE UU, John Ker­ry, ase­guró, en este sen­ti­do, que Wash­ing­ton «inten­tará lograr una red panár­ti­ca de áreas mari­nas pro­te­gi­das». «Se nece­si­tan pro­tec­ciones más amplias para estas aguas y su bio­di­ver­si­dad, a fin de sal­va­guardar áreas que son espe­cial­mente impor­tantes, tan­to cul­tur­al como ecológi­ca­mente», añadió.

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